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Chile bajo la lupa de Diamela Eltit

sábado, 21 de abril de 2018

Por María José Viera-Gallo Foto Sergio Alfonso López
Entrevista
El Mercurio

La escritora, una de las intelectuales más respetadas de Chile, critica la ligereza de movimientos como #MeToo y a Mario Vargas Llosa por sus dichos contra el feminismo. También revela su desconocida amistad con Nicanor Parra, desvirtúa el rol del Ministerio de las Culturas y define a "la nueva derecha cursi".



Diamela Eltit (1949) se acerca a los 70 años con bototos grises. Una de las escritoras y académicas más prestigiosas de Chile, autora de una extensa obra literaria que empezó a publicar a contracorriente a partir de los 80, conserva su carácter vanguardista en los pies, pero sobre todo en la cabeza.

"Hay muchos materiales que están dando vueltas, que son interesantes de pensar, seguir, leer", me dice de entrada tras abrirme la puerta de su casona en Ñuñoa.

No es evidente dar con Diamela Eltit. Cuando no está en Nueva York, donde imparte clases de literatura creativa en NYU, camina con prisa por la calle Alonso de Ovalle rumbo a la Universidad Tecnológica Metropolitana (UTEM). Entre un hemisferio y otro, escribe. Acaba de terminar el decimotercer libro de su carrera que adelanta es "una novela de amor a la escritura". Una escritura, habría que agregar, reconocida como experimental, comprometida y desafiante. Su primera novela Lumpérica (1983) remeció el abatido mundo cultural de la época. Vaca sagrada la consolidó a principios de los 90 como la más singular y espesa de las escritoras feministas. Cruzó el 2000 con galardones en Chile y en el extranjero gracias a sus novelas Mano de obra, Jamás el fuego nunca (elegida por el suplemento Babelia entre los 25 libros esenciales en español), Impuesto a la carne y Fuerzas Especiales. Réplicas, ensayos sobre política, arte y literatura, reúne el grueso de sus temas: feminismo, marginalidad urbana, identidades culturales, malestar neoliberal, biopolítica.

-Hoy, parte de los tópicos sobre los cuales usted reflexionó desde el underground, son parte del debate público. ¿Qué le parece esto?

-No me sorprende que ciertos temas vuelvan o no se vayan nunca. El poder ha sido un tema decisivo en toda la historia humana y ha sido material de grandes relatos, grandes hazañas y de grandes tragedias. El punto ahora es cómo se desplaza, los signos en que se inscribe. Eso hay que verlo con mucho cuidado. Hay que navegar más finamente.

Disonante, atípica, puntillosa, la voz de Eltit gana reconocimiento internacional a medida que sus bototos envejecen. Recientemente, la Universidad de Cambridge la becó como profesora visitante durante un año a su selecto campus. La Universidad de Princeton compró sus archivos personales, desde cartas con José Donoso a boletos de la cuenta de luz, que hablan más de Eltit de lo que ella jamás ha querido hablar.

-¿En qué sentido "más finamente"?

-Entre líneas, porque todo está más fragmentado. Hoy los espacios culturales son frágiles, mínimos, e instalar ahí un debate es muy difícil. Los espacios donde esto está ocurriendo son los noticiosos. Por otra parte, los espacios virtuales, que son ciertamente muy interesantes, tienen el gran inconveniente de que son un cúmulo de yoes. Precisamente por el vacío cultural imperante, se mueven buscando una autopromoción muy intensa, interferido por un yo que desesperadamente trata de construirse, en Facebook u otros. Ese es el contexto.

En los 80, integró el Colectivo de Acciones de Arte (CADA) -junto a su expareja Raúl Zurita y su amiga y estrecha colaboradora, la videasta Lotty Rosenfeld, entre otros- con quienes hacía performances artísticas. De sus obras más resonantes se recuerda el beso que Eltit le dio a un mendigo en la calle (filmado por Rosenfeld), sus lecturas en prostíbulos santiaguinos o la creación del lema No +, utilizado hasta hoy en manifestaciones políticas. Junto a la fotógrafa Paz Errázuriz editó, además, El infarto del alma (Hueders), un libro documental sobre parejas del psiquiátrico de Putaendo, hoy de culto.

Sostenida observadora y crítica del sistema, Diamela Eltit no baja la mirada. Se reacomoda en el sillón vintage del living de su casa; de vez en cuando, como pensando, abraza un cojín. Por el pasillo aparece el exministro socialista Jorge Arrate, con quien lleva 20 años casada.

-¿A qué atribuye esta gran visibilidad por la que pasa el discurso feminista?

-El feminismo se articula en el siglo XIX. Mientras la asimetría de géneros siga su curso, y de hecho sigue su curso sin mayores temblores, el tema no va a desaparecer. Hoy las figuras mediáticas, de opinión, son las que llevan adelante esa protesta. La desigualdad salarial, por ejemplo, tiene más visibilidad precisamente en una sociedad que le da más valor al dinero. Esto no fue central en la discusión de los años 30, 40, o 70 y 80 del siglo XX, pero se hace urgente en esta época neoliberal intensificada. Claro que hay avances culturales, pero la apertura, el cambio de mentalidades es aparente. El sistema chileno en particular es muy complejo de permear, se da vueltas, se confunde, no reacciona, acusa, en fin.

-El Movimiento #MeToo generó tensión entre las feministas más radicales y las más liberales con respecto al tema del cuerpo, el abuso, acoso y los roces entre hombres y mujeres. ¿Cuál es su posición?

-Ese debate les pertenece a las actrices de cine, a figuras mediáticas. Las actrices francesas versus las de Hollywood están conversando entre ellas y sus culturas. Por otra parte, el movimiento feminista nunca ha sido homogéneo. Incluso ha habido grandes antagonismos. Las divisiones llegaron para quedarse, porque en general los grupos minoritarios frente al poder se fracturan. Y al fracturarse se debilitan. Es algo un poco autodestructivo. Lo que a mí me interesa en cuanto al abuso de poder es cómo este se da en los ambientes comunes chilenos, básicamente en la relación rutinaria entre las familias o los jefes y su personal. Tal vez es menos glamoroso que la actriz equis, pero es políticamente fundamental, incesante, repetido.

-Usted no utiliza mucho la palabra patriarcado.

-No. Creo que está demasiado gastada, en un punto me parece una palabra vacía. Es evidente que la mujer en todos los ámbitos está en una posición débil, llámese academia, matrimonio, partidos políticos. Eso no es únicamente porque los "hombres" sean excluyentes. La discriminación de género no sería posible sin la estricta, incalculable, colaboración de las mujeres. Es por esto que hay que repensar desde lugares simétricos entre hombres y mujeres, no excluyendo hombres, sino compartiendo igualitariamente el poder entre lo femenino y lo masculino.

-Vargas Llosa escribió en el diario El País que el feminismo era como la Inquisición. ¿Algo que decir al respecto?

-Mario Vargas Llosa ha asumido posiciones excesivamente conservadoras ante los desplazamientos tecnológicos y las nuevas comunicaciones, lo que es, desde luego, lamentable. Su repudio al feminismo es una abierta provocación, porque asume la voz más conocida del autoritarismo disciplinar. Manipula hablas, las tuerce, con el afán de crear una caricatura, igual a las voces represivas de la época del primer feminismo. Quizá el escritor peruano esté en una defensa de sus propios escritos.

-A lo largo de su carrera, usted ha colaborado estrechamente con mujeres artistas e intelectuales de renombre: Paz Errázuriz, Lotty Rosenfeld, Nelly Richard. ¿Quiénes son sus legítimas herederas?

-No pienso en esos términos, porque no me lo planteo, hago lo que me plantea mi deseo. No es una obligación, no es un mandato y no es un apostolado. Soy completamente independiente, no pertenezco a grupos de manera incondicional y no hablo por ellos. La gente con la que yo me junto son gente autónoma, con un pensamiento autónomo que es simplemente pertinente. No hay continuidades ni discontinuidades.

-¿Los millennial le parecen poco interesantes?

-Converso permanentemente con gente joven, hago clases y lo que constato es que el pensamiento sigue fluyendo de manera acelerada, interesante. El problema no es generacional, sino más bien de espacios e interferencias. Yo diría que actualmente hay políticas de desbaratamientos de pensamientos, es una cuestión política, no en un sentido tan literal, más fino, pero hay una invitación al silencio, una cierta frivolidad y liviandad que se tiene que ejercer para pertenecer: entras o te quedas fuera, y la gente se aterra frente a este no ser. Si quieres estar, tienes que acatar las reglas del juego, básicamente neoliberales, que son por supuesto no pensar, no decir, sencillamente son murmullos funcionales de lo que el sistema quiere que se murmure.

-Suena pesimista.

-Realista, diría yo.

-Los optimistas pueden decir que hoy tenemos Ministerio de las Culturas y no un Consejo. Que su ministra actual es mujer...

-Yo pienso que, en general, las fuerzas culturales, pensantes, más finas, no se construyen dentro de espacios oficiales, siempre se organizan desde afuera, porque las instituciones son más conservadoras, no importa en qué gobierno, están para conservar, no para abrir nuevas instancias. A mí me interesan más bien los colectivos, los grupos, los estilos. El ministerio es burocrático. Está para sostener ciertos temas, y ojalá que los sostengan bien, por supuesto. Pero la cuestión reflexiva, los insumos culturales nuevos, siempre han venido de afuera y van a seguir ocurriendo afuera.

-Usted fue agregada cultural en los 90 en México. Ha formado parte del establishment cultural de alguna manera...

-Fui a México cuando las relaciones entre Chile y ese país estaban rotas. Por muchos años desde el golpe militar. Todo estaba interrumpido. Entonces, la labor que yo realicé ahí, dentro de mi área, fue restablecer relaciones, una tarea más bien burocrática. De retejer nexos. No fue una tarea cultural ni llena de glamour. Fue un trabajo más.

Alumna de Parra

y profe de liceo

La palabra trabajo aparece varias veces a lo largo de esta conversación. Junto a Diamela la escritora hay una Eltit profesora que recuerda que no ha parado de trabajar un solo día. "Estoy acostumbrada al aula. Es así como me gano la vida", dice. Empezó haciendo clases en 1977 en el Instituto Nacional y en el Liceo Carmela Carvajal. Egresada de la Universidad Católica, unos años antes había sido alumna de postgrado de Nicanor Parra en el Instituto de Estudios Humanísticos de la Universidad de Chile. Recuerda que asistía puntualmente a sus clases y el poeta estaba consciente de quién era. "Me tenía más que identificada", ríe.

-En su libro Réplicas dice, entre otras cosas, que Parra era guapo, un detalle frívolo que llama la atención viniendo de usted.

-Siempre fue guapo, lo que no me parece frívolo, aunque tuviera ciento y tantos años. En un medio como el nuestro no abundan los guapos; entonces, cuando aparece uno, una lo mira con más atención, porque es llamativo. Él lo sabía, por lo demás, no era ningún secreto. Yo tengo un recuerdo muy cercano de Nicanor, porque fui su alumna y después lo seguí viendo, hasta el final en Las Cruces, donde yo también tengo casa. Para ir a la mía tenía que pasar por la de él y ahí nos encontrábamos. Era interesante verle este lado más infantil que tenía, esa necesidad de ser observado, hasta los 100 años. Ese niño demandante de atención que había en él no se murió nunca.

-¿Nunca le intimidó su figura?

-Quién era Nicanor, cómo operaba, lo tenía claro como el agua porque lo conocía desde hace muchos años, sabía de qué se trataba su psiquis, cómo relacionarme con él. Era un cierto desafío. Era interesante encontrarme con él. Pero tampoco mucho, porque no tengo esa cosa de fan, de adoradora acrítica de figuras "famosas", me da lata.

-¿Qué cree que le interesaba de usted a Parra?

-Le gustaba ponerme a prueba. Y mis resguardos lo ponían frenético.

Hoy, Diamela Eltit dicta sus talleres de narrativa en NYU en calefaccionadas salas que dan a la bella Washington Square, en Manhattan. Sus cursos están sobrecopados. Su sueldo es en dólares. Pero su cabeza rara vez deja Chile. "Vivo en un departamento cerca de la universidad y hago una vida completamente cotidiana durante esos meses. La ciudad es, desde luego, intensa, pero, como todo, una la mira, la admira o deja de mirar, la reconoce y la desconoce y, algunas veces, una quiere volver cuanto antes a su casa".

-Muchos leyeron la última elección presidencial como un plebiscito entre la cultura del mall o la gratuidad educacional. ¿Qué cree usted?

-El hiperneoliberalismo lleva muchísimo tiempo instalado, y por lo tanto va generando sujetos y cuerpos. No sé hasta qué punto podemos hablar del mall, o enfrentar cuestiones más conceptuales, pero sí hubo una crisis del votante, sus deseos no estaban representados y ahí optaron por un "no" a lo que conocían, que son un montón de años de la Concertación, y también tienes que recordar que votó muy poca gente. Hay un silencio muy alto de la población que dice "no". Qué es lo que está diciendo con ese "no", es lo que habría que pensar. No hay un Chile claramente definido todavía.

-¿O sea, que la victoria de la derecha no es un capítulo cerrado?

-Está completamente abierto. Este Piñera-Bachelet y Bachelet-Piñera está en movimiento, en una balanza que creo que todavía no termina su vaivén. Hay que ver cómo se elabora una vez que la balanza termina su juego.

-¿Cómo lee el repentino cambio de protocolo del aborto en tres causales a favor de la objeción de conciencia institucional?

-Estamos frente a una medición de fuerzas del poder médico. Un poder aliado a otros poderes, el gubernamental, el eclesiástico, jurídico... Hay una pelea que ya perdieron por ahora esas fuerzas, pero sin duda se levantan los ecos de estas alianzas. Históricamente, la Iglesia, el Estado, la familia, la educación y el poder médico han sido los grandes tutelares del cuerpo de la mujer y su sexualidad, nada nuevo ahí. Lo impresionante es que estas fuerzas siguen midiendo y ejerciendo su poder más allá de las nuevas legislaciones y avances culturales, en cierto modo más allá de la ley.

-Ricardo Lagos dijo que "se venía una ola neoconservadora en Chile".

-Siempre la ha habido. No sé si desapareció en otro momento. Ahora está más a la vista y legitimada por ciertos poderes que tienen alianzas, el poder político con el dinero. La gente, para pertenecer, se pone cada vez más cursi. Llega a cuestiones bastante extremas, en especial la derecha tiene un discurso extremadamente cursi. Yo creo que no hay que caer en ese juego de cursilerías, no podemos caer en ese fantasma de la derecha cursi que se va al extremo para legitimar su poder y su clase.

-¿A qué se refiere con cursi?

-Ellos están aliados a un discurso híper, extraordinariamente conservador, fuera de los tiempos, aunque no lo crean ni lo practiquen. No importa. No se trata de eso, se trata de ver cuál es el formato en el que inscriben. Los grupos dominantes se van autoexigiendo, ponen exigencias un poco chaladas y que caen en extremos para pertenecer a algo de lo cual siempre tienen miedo de ser desalojados, porque la clase "chilena" es muy débil, es una cosa más bien trepadora; para pertenecer la gente tiene que ser más papista que el Papa, y caen en lo cursi.

-Por otro lado, Una mujer fantástica gana un Oscar y el parlamento acelera la discusión sobre lo trans.

-Fuera del impacto del Oscar, que es muy valioso, a mí me parece que todo se mira con un lente muy corto. En Europa, hace mucho tiempo, hay modelos trans muy prestigiosos en diversos y amplios espacios. Se olvida que en la ópera tradicional había hombres cantando con voz de soprano y los castrati eran valorados como algo extraordinario, no anómalos. Han estado siempre sobre la palestra, no es que estuvieran fuera del universo social. Aquí lo que realmente está en discusión es lo masculino y lo femenino como categorías frente al imperio del cuerpo. Y estas son categorías muy móviles. La pregunta clave es cuándo el sujeto es hombre y cuándo es mujer, entendiendo que no es un problema orgánico, sino cultural. Esa identidad subjetiva la están fijando de manera excluyente a los mayores de edad, dejando en la ilegalidad la subjetividad de un menor. Es conflictivo ponerles a los imaginarios una edad.

-Usted se define como una mujer progresista, de izquierda. ¿Guarda alguna autocrítica a su propia identidad?

-Todos los días hay que hacerse preguntas, porque no hay certezas. Hay que repensar. Yo hablo por mí, no puedo hablar por más gente, porque cada gente opera como quiere. Yo, por supuesto, me he preguntado y replanteado preguntas fundamentalmente literarias, como también de orden político.

-Hay quienes califican a cierta izquierda anticonsumo, como esnob y elitista.

-La gente hace y piensa lo que quiere. El punto es dónde se está parado. Y cómo te paras donde te paras. No hablo yo de pureza, porque es peligroso; la gente que es demasiado pura puede ser aterradora y transformarse en un monstruo. Entendiendo que la vida es porosa, hay sin embargo estructuras, en eso me fijo, independiente de que haya vueltas y revueltas, porque efectivamente la realidad va cambiando, los cuerpos van cambiando, las tecnologías, y tú cambias. Entonces, tienes que repensar ideas inamovibles, porque eso es un error, vas a cambiar tanto como sea necesario, pero dentro de una estructura. Yo no tengo una cuestión tan estricta, cambiaré tanto como sea necesario, claro, dentro de una línea que yo tengo, pero no por adeptos o simpatías. Tengo cuidado con los populismos chabacanos, a eso le tengo miedo. ¿Para qué?

-Usted ha analizado el fenómeno de Facebook antes de que su reputación cayera.

-Me interesa Facebook como síntoma. ¿Qué es el yo? ¿Qué es el otro? Son construcciones sociales de envergadura. No son estables. Nada está afuera de los flujos del yo, menos en nuestro sistema neoliberal, donde lo selfie ya es su caricatura. Lo que han generado tecnológicamente las redes sociales como Facebook no es inocente ni casual, se transa en la bolsa, es una empresa que se estructuró gracias al temor de la inexistencia. Hay un anhelo imposible de Facebook, que es la singularidad. Es una ultra megaempresa sostenida gracias a la fantasía fallida de sus usuarios. Pretenden fortalecer algo que es muy inabarcable. Yo no tengo Facebook, pero no porque tenga algo en contra. Todo medio es utilizable, siempre que no caigas en su trampa y puedas hacer algo menos previsible. Yo no lo uso porque no tengo tiempo, empezaría a tratar de pensar qué escribir y terminaría gastando tiempo que no tengo en eso. Es una medida de cautela. Pero no tengo nada contra la gente que tiene Facebook. Me parece bien.

-De dónde viene su sentido agudo y desconfiado, de no tragarse todo, de observarlo y hacerse preguntas, en el fondo. ¿Quién o cómo despertó eso?

-El punto para mí pasa por la cuestión literaria. Haber leído te pone una esfera más amplia que tu propio horizonte cotidiano. Eso fue bastante fundamental, para irme de este mundo e ingresar a otros diálogos posibles, para hacer preguntas, que es algo que siempre voy a considerar. Contra mí misma, la primera pregunta y la primera ironía es contra mí misma. Yo tengo un humor negro que no se percibe muy bien, pero mi primer objeto soy yo misma.

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