La autonomía se define como la capacidad de las personas de actuar en forma independiente y según su propio criterio. Se piensa que es deseable que a medida que los niños crezcan, vayan logrando mayores niveles de autonomía. Tener autonomía favorece el desarrollo de un proyecto de vida propio, la fijación de metas, la capacidad de tomar decisiones y esforzarse en lograr las metas porque son propias. Un estudio realizado por la Unicef en conjunto con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) entrevistó a una muestra de 1.600 estudiantes chilenos y concluyó que nuestro sistema escolar forma estudiantes con poca capacidad de ser autónomos. Adicionalmente, en el informe de los investigadores Daniel Contreras y Jorge Castillo, "El papel de la educación en la formación del bienestar subjetivo para el desarrollo humano", se plantea que el sistema educativo en Chile está más orientado a la adquisición de conocimientos que a dar una formación integral. La prueba Pisa del año 2015 lo refleja: entre los latinoamericanos, los estudiantes chilenos son los menos satisfechos con sus vidas. Un elemento esencial en la autonomía es la capacidad de tomar buenas decisiones. Es decir, mirar toda la gama de alternativas y elegir la mejor respuesta posible después de barajar las ventajas y desventajas. Cuando los padres o los profesores hacen la mayor parte de las elecciones, no solo no favorecen la autonomía, sino que mantienen a los niños infantilizados y con poca confianza en su capacidad de decidir. La falta de autonomía hace a las personas muy dependientes de lo que otros opinen, lo que los deja en una posición vulnerable.