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Jorge Dotti (1947-2018)

viernes, 23 de marzo de 2018

Carlos Peña
Opinión
El Mercurio

"...ejercitó un tipo de reflexión que intentaba indagar los elementos que hacen de la política una experiencia que constituye a la condición humana y la forma en que ello se expresa en la modernidad...".



Era naturalmente afable y preparaba todas sus intervenciones con meticulosidad, como si su deber de intelectual le exigiera no distinguir entre una clase regular y una conferencia plenaria.

Se llamaba Jorge Dotti, era profesor titular en la Universidad Autónoma de Buenos Aires y uno de los filósofos políticos más importantes en lengua hispana. Murió anteayer en Santiago, adonde había venido a enseñar. Es probable que, fiel a su vocación, haya muerto inclinado sobre el escritorio mientras -él, un catedrático prestigioso- repasaba una y otra vez las clases que se disponía a dictar.

Su pérdida deja un espeso vacío.

A él se deben algunos estudios ya clásicos sobre Carl Schmitt, Hobbes o Hegel, pero, sobre todo, un magisterio que, ejercido en muchos países -entre ellos, Chile-, multiplicó el número de sus discípulos.

¿Qué fue lo que caracterizó su reflexión y que, sin duda, pervivirá entre quienes tuvieron la suerte de conocerlo, oírlo y aprender de él?

A diferencia de un punto de vista muy popular en la academia chilena -donde la filosofía política suele ser concebida como una variante de la ética, como si la política fuera una continuación de la moral, solo que por otros medios-, el profesor Dotti ejercitó un tipo de reflexión que intentaba indagar los elementos que hacen de la política una experiencia que constituye a la condición humana y la forma en que ello se expresa en la modernidad. Debió asomarse, pues, a los pliegues menos gratos de la experiencia, como el poder o la violencia, pero al hacerlo supo ver cómo también refulgía en ellos la chispa de lo propiamente humano, ese esfuerzo, logrado a medias, de conferir, mediante la voluntad, sentido a lo que existe.

Una estupenda muestra de su notable trabajo intelectual se encuentra, por ejemplo, en sus estudios sobre Carl Schmitt ("Carl Schmitt en Argentina", 2000), un autor que influye, de manera sorprendente, en la izquierda intelectual de hoy.

Schmitt, como se sabe, fue un pensador político controversial, entre otras cosas, por su adhesión al nazismo (se lo llamó el jurista del Reich). ¿Qué vio Jorge Dotti, este extraordinario profesor, en Schmitt para que le prestara tanta y tan cuidadosa atención? Carl Schmitt había subrayado el hecho de que la política (como la religión) no puede prescindir del sentido. Y llegado hasta cierto punto, el sentido -dijo Schmitt- no puede fundarse sino en una decisión. De ahí sus famosas observaciones de que el soberano es quien declara el estado de excepción (de la misma manera en que Dios -había observado Donoso Cortés- rompe la regularidad de la naturaleza mediante el milagro). La política no transcurriría, pues, en un plano liso, con una temporalidad regular que pudiera ser administrada técnicamente, sino que en algún punto irrumpía un evento, un acontecimiento que mostraba que esa regularidad no era más que una ilusión.

Pues bien, para el profesor Dotti, se trata de pensar esas afirmaciones de Schmitt para ir más allá de ellas. ¿Acaso no es cierto -se preguntó- que la modernidad al olvidar ese aspecto fundamental despolitiza la realidad como si ella se autorregulara? ¿No era ese el error fundamental del neoliberalismo: creer que la mejor política es la técnica?

Schmitt mostraría -piensa él- las vicisitudes del orden político en un mundo donde Dios -es decir, cualquier referencia trascendente- ha desaparecido. El desafío de la modernidad consistiría, entonces, en fundar un orden a sabiendas de que él no puede reposar sino en la contingencia, en un vacío que, sin embargo, rehúsa reconocerse como tal. Así, Schmitt (cuya adhesión al nazismo Dotti siempre lamentó) mostraría de qué forma una concepción puramente técnica de la administración política (al olvidar que el sentido es ineludible) conduce a un mundo quiescente, administrado rutinariamente, despolitizado, donde la voluntad no importa; pero a la vez pondría de manifiesto las posibilidades que tiene la política de fundar un mundo abierto que se rehace una y otra vez porque se sabe inauténtico (en la medida en que está consciente de que ya ninguna trascendencia parece posible).

Esas convicciones llevaron al profesor Dotti a nombrar a la revista que dirigía como Deus Mortalis. Quiso subrayar, así, la paradoja que constituía a la política moderna: erigir un absoluto a sabiendas de que ese absoluto era, sin embargo, inalcanzable. Olvidar el sentido que late en la política conduce a un mundo tecnificado, donde la voluntad no importa; olvidar que no nos es dado abrazar definitivamente ese sentido conduce, tarde o temprano, al autoritarismo, a la ilusión del absoluto.

La virtud de la política consistiría en habitar una paradoja: fundarse en un absoluto que se sabe frágil. El vicio que la constituye -enseñó el profesor Dotti- consistiría en hacer como si esa paradoja no existiera.

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