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El lobo de la Plaza de Armas

sábado, 17 de marzo de 2018

RODRIGO FLUXÁ FOTO JAIME ARRAU
Entrevista
El Mercurio

¿Un joven de 22 años recorriendo Santiago con un millón de dólares en el bolso? ¿Un ex alumno de Instituto Nacional rodeado de metralletas en Tanzania? ¿Un chileno declarando ante el FBI y haciendo caer a una enorme corporación en Estados Unidos? ¿Un vecino de Cerrillos vendiendo los derechos de su historia a Hollywood? Parece mentira, pero es real. Harold Vilches, recién condenado por contrabando, asociación ilícita y lavado de dinero, estuvo al centro de una intriga global de tráfico de oro y, en su primera entrevista, relata sus peripecias de película. "En diez años me voy a reír de todo esto", dice.



Entonces Harold Vilches salió por la puerta principal de su hotel en Dar es Salaam, en Tanzania, y le hizo señas a una van que estaba estacionada en la puerta. Entró y le dijo al chofer en inglés:

-Siga a ese taxi.

Harold Viches estaba acelerado. Venía de ver, en directo, una tonelada de oro de alta pureza y eso es algo que a cierta gente le agiliza el pulso. Junto con él, arriba de la van, estaban su gerente de logística y su encargado de seguridad. El auto de adelante, el taxi, comenzó a acelerar, intentando perderse en las calles de la ciudad. Le dijeron al chofer que pasara lo que pasara, no lo perdiera de vista.

Esto no es una película, pero ya se filmará.

El chofer les hizo caso. Siguió al taxi hasta fuera de la zona turística, esquivando autos y peatones, en una de las ciudades más caóticas de África. Harold Vilches llevaba varios días allá. Y lo habían estafado con 300 mil dólares, los que, de alguna forma, iban en el auto que tenía a la vista, cuando su chofer miró por el espejo retrovisor. Les explicó que, al parecer, una camioneta los seguía.

Esto no es un libro, pero ya se está escribiendo.

La van tomó unas cuantas curvas y la camioneta de atrás también: efectivamente, los seguían. Le explicaron a Vilches que la persecución del taxi se estaba volviendo demasiado peligrosa, que quizá deberían volver al hotel. De pronto, al llegar a un cruce, un cuarto auto se le cruzó detrás de la van. La camioneta de atrás también frenó, bloqueando cualquier intento de retroceder. Estaban encerrados.

-Y ahí se bajaron unos compadres, unos negros con metralletas del auto atravesado y empezaron a apuntarnos. Y ahí dije: "Cagamos" -dice Harold Vilches en un departamento de San Miguel, un jueves de febrero, con 34 grados de calor. Pese a estar en el piso 10, no corre brisa en el departamento. Desde la ventana se ve la Gran Avenida. Está con jeans y polera y hace una pregunta que no es chistosa, pero que al parecer le causa un poco de gracia, porque justo antes de hacerla, batalla con él mismo para no sonreír, como cuando un niño quiere confesar algo, pero no está seguro si lo van a retar o no.

-Porque si te matan en Tanzania, ¿quién creís que se va a enterar?

A Vilches le suena el teléfono. Pide disculpas y contesta, tratando de hablar muy bajo.

-Hola, mamá, ¿cómo está?

-...

-Sí, en la casa todavía.

-...

-Sí, mami, si sé. Besitos.

Harold Vilches tiene 24 años. Cuando las metralletas lo apuntaban tenía 22. Después de colgar el teléfono dice:

-Bueno, sí, ahí me pregunté qué estoy haciendo metido en África. Me había ido un poco al chancho.

Harold Vilches, de niño, de más niño, odiaba las joyas, lo que en su familia era una rareza: en los 80 su padre Mario y su tío Enrique habían creado Joyas Barón, marca que con el tiempo se transformó en un imperio en la compra y venta de metales preciosos.

-No sé por qué, pero me daba vergüenza. Mi papá me obligaba, por ejemplo, a acompañarlos a hacer las donaciones de la Teletón en la tele, porque yo no quería ir. Siempre pensaba que el resto de los niños me iba a molestar.

Los Vilches crecieron en Cerrillos, siempre ligados a distintos grupos evangélicos: Harold tenía que vestirse de gala cada domingo para asistir a la iglesia. Su papá, de hecho, creó su propio culto, cuando él tenía 9 años, transformándose en un interlocutor válido para los políticos que querían asegurarse los votos más conservadores.

A los 13, Harold dejó el colegio Saint Rose, en Lira con Avenida Matta, para entrar al Instituto Nacional. Era, por un lado, una manera de asegurarle buena educación, pero también de que pudiera trazar un camino alejado del negocio familiar, que, aunque nunca dejó de ser lucrativo, había pasado períodos tormentosos: según el registro policial, entre 1998 y 2002 su tío enfrentó al menos cinco imputaciones por fraude al fisco, infracción a la ley de aduanas y delito tributario, lo que tenía a Joyas Barón constantemente en la mira de los policías.

Del Instituto Nacional Harold Vilches egresó con promedio 6,2 y con una idea clara.

-Quería entrar a ingeniería en la Católica, pero no me alcanzó el puntaje. Pensé en irme a la Adolfo, mi papá me la pagaba, pero preferí esperar un año. Lo que sabía es que no quería seguir lo de las joyas. Quería estudiar y trabajar en una empresa como cualquier huevón más.

A mediados de ese año sabático, mientras hacía un curso de inglés y el preuniversitario, recibió la noticia: su papá había sufrido un accidente cerebro-vascular y lo habían encontrado en su local de la galería Santo Domingo, al lado de la Plaza de Armas, tirado en el piso, con la reja de entrada medio abierta, a primera hora de la mañana. Estuvo casi dos meses en coma.

Con su hermana en la universidad y con una relación muy distante con su hermano mayor, Harold Vilches tuvo que ayudar a su mamá con los negocios, que, luego de que su papá se separara de su tío en 2005 y perdiera la propiedad de Joyas Barón, se limitaba apenas a dos joyerías en un mall de Estación Central, además del local del centro. Ojeó el estado de los libros de contabilidad con desgano y llegó rápido a una conclusión: esto da para mucho más.

-En el rubro había una falta de conocimiento increíble, mucha ignorancia. Uno se daba una vuelta por el centro y todavía había gente que fundía oro con soplete. Ese era el nivel.

Harold Vilches dice que partió sencillo, con una caja chica de diez millones de pesos, tratando de hacerse de todo el oro de minoristas que podía: herencias que necesitaban ser liquidadas, gente que vendía anillos por apuros de plata, monedas antiguas, sistematizando la búsqueda en joyerías pequeñas o alejadas del centro de Santiago, epicentro de ese giro. Marginaba mucho por cada gramo, pero movía pocas cantidades.

Quintuplicó el negocio en dos meses, pero para crecer necesitaba más capital. Con su papá aún internado, sin la certeza de cómo iba a quedar si se recuperaba, le propuso a su mamá liquidar las joyerías del mall, ahorrarse esos arriendos, centrar toda la actividad en el centro y dedicarse a la exportación de oro.

-¿Qué te dijo ella?

-Que no, que era muy arriesgado, que cómo lo iba a hacer. El negocio, como lo teníamos, daba plata, nos dejaba cinco millones limpios al mes, pero no iba a crecer. Traté de explicarle que si marginábamos menos, pero movíamos más, iba a funcionar.

-¿Y sabías cómo exportar oro?

-No.

-¿Y cómo lo hiciste?

Vilches de nuevo evita sonreír.

-Lo googleé. Así tal cual: "cómo exportar oro".

Harold Vilches se matriculó en 2012 en ingeniería comercial en la Universidad Andrés Bello, pero en el turno vespertino, para, de día, dirigir el negocio. Ahí conoció a Scarlett, quien también tenía otro trabajo diurno, era cajera del Banco Estado en el centro. Los dos, entonces, comenzaron a irse juntos a clases en las tardes, al final de cada jornada laboral. Al poco tiempo se pusieron a pololear y unos meses después él le pidió que lo ayudara con la contabilidad en la exportación de oro. Esa era una de las urgencias más grandes del negocio: encontrar personas a las que se le pudieran confiar altas sumas de dinero y tener la paz mental de que no iban a intentar robárselo.

El padre de Scarlett, Carlos Rivas, era taxista. "Conocí a Harold en 2013. Él se iba a casar con mi hija. Lo ayudé en los montos que manejaba", declaró ante la PDI. Se transformó en el gerente de seguridad.

Javier Concha venía de una familia dedicada a la venta de completos. Tenía 26 años y no había ido a la universidad. "Conocí a Harold en 2010. En ese tiempo yo era el pololo de su hermana. Me ofreció 500 mil pesos mensuales para ir a trabajar con él". Era el gerente de logística.

No era la banda perfecta, pero era una banda. Ninguno tenía experiencia en el negocio del oro, y realmente casi en ningún tipo de negocio. Harold tenía que estar encima de todos los detalles, los controlaba por Whatsapp, y cuando viajaban incluso les pedía los Uber desde Santiago.

La empresa de Vilches comenzó a hacer sus primeras exportaciones a través de Trident, una compañía a nombre de un ciudadano holandés, que a su vez enviaba el oro a Dubai y Estados Unidos. Fueron buenos tiempos: en la práctica agotó todas las reservas disponibles de monedas de oro en Chile. Llegó a ganar hasta 30 millones de pesos en un solo día comprando tres mil monedas. En los círculos de venta de oro comenzaron a detestarlo: era tan agresivo, comprando más caro que el resto, vendiendo más barato, que ahogaba a todos sus competidores.

Según los datos oficiales, la exportación de oro desde Chile al extranjero se triplicó en 2013, sin ninguna otra explicación que la entrada del nuevo protagonista al mercado. Ese año alcanzó a juntar 360 millones, con 19 años, capital suficiente para comprar cantidades más grandes de oro.

-Le llevé a Trident 20 kilos que compré con esa plata, que eran 600 mil dólares. El holandés dijo que me pagaba mañana. Pensé: "Llevo un año haciendo negocios con él, nunca me ha cag...". Así que se los dejé. Fui al día siguiente y me dijo que no podía pagar, que no le había devuelto el IVA. Yo le dije: "Que tengo que ver yo con eso, yo pago mi IVA". Insistí varias veces y no me pagó.

-¿Y qué hiciste?

-Nada, ¿qué iba a hacer? Tuve que pagar un crédito de consumo de 30 millones que había pedido. Pagué el noviciado.

-¿Por qué crees que te pasó?

-Porque me veían muy pendejo. Lo que tenía una parte buena, porque nadie se imaginaba que andaba con esa cantidad de plata en la mochila, pero, por otro lado, se aprovechaban. Era lo estresante del negocio, que siempre hay alguien que te quiere quitar lo que tienes.

-Muchos negocios que manejan esas cantidades de plata, como el narcotráfico, incluyen la violencia física para cobrar deudas. ¿Nunca lo evaluaste?

Harold Vilches esta vez sí se ríe.

-Pero, mírame, yo no soy así, no me nace.

-¿Y así no más? ¿Perdiste 360 millones y ya está?

-Es que así soy yo, no me quedo pegado, tomo decisiones rápidas. Si hice 360 millones en un año, podía hacerlos de nuevo.

Harold Vilches va manejando por avenida Suecia casi al llegar a Pocuro. Va a bordo de un Kia Morning rojo. Casi que da disculpas por eso.

-Es que estoy en plan de ahorro, porque quiero comprarme una mina.

En su muñeca izquierda tiene un reloj Longines La Grande Classique, que, en oferta, cuesta cinco millones de pesos.

-Igual me da lo mismo el auto, mientras me lleve de un lado para otro.

Después se pone a hablar del libro que un periodista norteamericano está haciendo con su corta vida, del que ya ha aprobado varios capítulos y de los derechos de su historia que le vendió a uno de los productores de MoonLight, ganadora del Oscar a mejor película el año pasado. El acuerdo dura siete años y le asegura un piso mínimo de dólares, aunque la película o serie no se haga. Si se filma, se lleva un porcentaje de la venta, así que su prioridad es esa.

-¿Cómo te gustaría que fuera?

-¿Cachái El lobo de Wall Street? Algo así me imagino, se parecen un poco las historias.

-Pero el lobo de Wall Street pasaba jalando y en orgías, no suena muy evangélico.

-Bueno, como El lobo de Wall Street, pero sin cocaína ni mujeres.

Cuando a Vilches le preguntan en qué cosa, mirando hacia atrás, se equivocó, su primer instinto es hablar largo sobre una serie de peripecias que resultan increíbles, pero que están documentadas. Pero en vez de eso dice lo que cree que todo el mundo quiere oír:

-Me equivoqué en hacer las cosas malas que hice.

Luego del problema con Trident, Harold Vilches hizo una serie de cambios para empezar de cero: comenzó a vestirse con chaquetas para verse mayor, se cambió a un edificio al lado de los Cobres de Vitacura con dos oficinas, dos baños, cuatro privados, uno de ellos acondicionado para poder fundir oro y, lo más importante, decidió que de ahí en adelante se iba a saltar los intermediarios, en ambos extremos de las transacciones.

Le escribió a Fujairah, la empresa india con base en Dubai, a la que Trident le vendía su oro. Un ejecutivo vino a Chile, con dos paradas en su agenda: él y Codelco. Esa vez le propusieron un contrato descabellado que lo comprometía a venderles, durante tres años, dos mil kilos de oro, partiendo por 40 kilos mensuales, que se transformaban en 80 dentro de pocos meses. Como no tenía capital para ese tamaño de envíos, Fujairah se comprometía a depositarle en Chile paulatinamente, antes de los envíos, el dinero para hacer las compras.

El problema era dónde conseguir el oro. Vilches fue de nuevo a su computador.

-Busqué cuáles eran los principales exportadores de oro de Perú, una lista que estaba en la página de aduanas, y les mandé mails a los principales. El tercero fue el que me respondió de vuelta. Me dijo que lo fuera a ver a Lima.

Rodolfo Soria Cipriano, en línea, aparecía como un prolífico empresario minero que también había llegado a las páginas policiales, cuando, en pleno San Isidro, un grupo de narcotraficantes intentó, disparos de por medio, robarle 55 mil soles, unos 17 mil dólares de hoy.

-Cuando aterricé en el aeropuerto de Lima había una camioneta esperándome. Traté de bajar el vidrio para tomar aire y se demoraba caleta: ahí me dijeron que, por seguridad, estaba todo blindado. No tenía idea en lo que me estaba metiendo. Me junté con él en un restorán en Miraflores. Lo primero que me dice es que exportaba 3 mil kilos al mes. Eso era lo que yo necesitaba para dos años: brutal. Eso sí, me dijo, estaban teniendo un problemita.

En diciembre de 2013 autoridades peruanas habían decomisado 508 kilos de oro ilegal, posiblemente extraído del Amazonas, en el Puerto de Callao, la mayor incautación de la que se tuviera registros, avaluada en 18 millones de dólares. La noticia fue un escándalo internacional que puso el foco en la crisis medioambiental que la extracción provocaba y en la inoperancia del gobierno local para controlar a la mafia organizada capaz de mover esas cantidades. Por lo mismo, los controles aduaneros se pusieron más estrictos que nunca.

-Yo tenía la idea de comprarle legal, pero el negocio no funcionaba así. Me ofreció traspasarme el riesgo de la exportación a cambio de bajarme el precio. Él me dejaba el oro en Arica, y yo lo sacaba de Chile.

Terminaron de comer y quedaron en cerrar el negocio más adelante. Antes de despedirse, Harold recuerda que Soria le hizo una recomendación: que no trabajara con otros vendedores peruanos, porque muchos eran peligrosos.

-Y sobre todo -dice Vilches- que no me fuera a meter donde un tipo que se llama Peter Ferrari, otro de los grandes exportadores. Me dijo que era un loco, que mataba gente, que estaba con los narcos.

-¿Y tú que hiciste?

-Me fui a juntar con Ferrari.

-¿Por qué?

-Quería cachar qué onda.

Otra camioneta blindada pasó a buscar a Harold Vilches al hotel.

-Me llevaron a un barrio que era como La Dehesa de Lima. Era una mansión como de narcos: una casa de seguridad con puros locos armados y te revisaban entero por si tenías micrófonos, te obligaban a dejar el celular afuera. Ferrari era cuático, muy pasado a rollo, no salía de su bóveda, porque decía que el FBI podía entrar en cualquier momento. No estaba tan equivocado.

Peter Ferrari, cuyo nombre real es Pedro David Pérez, está actualmente preso en Perú y acusado de lavado de dinero en Miami. Se espera que sea extraditado.

-Entonces me dice que él podía ponerme el oro en Estados Unidos; el oro y cualquier cosa que quisiera. Y por el mismo precio. Yo miraba alrededor y decía: "Hago esto, me meto con éste y se chacrea ya la huevada".

Finalmente, semanas después, Vilches cerró el negocio con Soria, en Santiago, cara a cara: su nuevo socio no hablaba por celular y solo usaba teléfono satelital. Había, eso sí, un pequeño detalle: el oro estaría disponible en Tacna, no en Arica.

Javier Concha, el expololo de su hermana, su experto en logística, viajó al norte, a asegurarse de que todo estuviera en orden. Tuvo que comprar un auto a nombre del suegro y arrendar un departamento con vista al mar en Arica.

El primer viaje, fechado el 11 de junio según la investigación de la PDI, fue tenso. Los tres cruzaron temprano por Chacalluta y pasaron sin problemas. El auto iba cargado.

-En las puertas llevábamos un millón y medio de dólares para comprar 40 kilos. Llegamos a la dirección, en una parte muy cuica de Tacna. Estaba Soria, que se movía a todos lados con un equipo de seguridad armado. Entramos el auto con el portón eléctrico y ahí desarmamos la puerta. Nos mostraron el oro y ahí era pasando y pasando.

-¿No pensabas que te podía quitar el oro?

-Me pasaba rollos, pero después me relajé.

-¿Por qué?

-Porque tenía mis técnicas. Por ejemplo, si alguien tenía un arma, yo le decía "¿qué pistola es esa?" y le pedía que me la pasara, que me explicara cómo funcionaba, para entrar en confianza. Además, siempre les hacía ver que la plata era realmente de Dubai y que si pasaba algo, ellos la querrían de vuelta. El mensaje que les pasaba era: "Si pasa algo, cag... los dos". Y tenía otro seguro.

-¿Cuál?

-Que si me pasaba algo, se moría el negocio también, no verían más plata. La plata manda.

Después de almorzar, los chilenos cargaron las puertas del auto con los 40 kilos de oro y compraron chucherías para volver a Chacalluta a las dos de la mañana.

-Tuvimos que despertar a los rati para que nos revisaran. Les decíamos que veníamos de carretear y le mostrábamos los gorros y polerones que habíamos comprado.

Según el registro de Extranjería, cruzaron otras cuatro veces ese mes: el 15, el 20 y el 24. En todas repitiendo la misma ruta: Tacna, Arica y embarque aéreo a Santiago, presentando facturas que justificaban el oro como compras a pirquineros de la región. En el último, tuvieron un incidente en el aeropuerto. Según el testimonio del oficial de aduanas, que es parte de la carpeta de investigación, "a la 1 de la mañana dos sujetos llegaron a consultar si podían trasladar una gran cantidad de oro en el vuelo de las cinco de las mañana. Nosotros les dijimos que no, pero a la hora de embarcar un tercer sujeto tomó la bolsa como equipaje de mano y la subió de todas maneras".

Ese tercero era Harold Vilches.

-Ni se sabían la reglamentación, no tenían ni idea por qué nos estaban parando. Y si uno se muestra seguro, al final no hacen nada.

En todo caso, de ahí en adelante, hicieron los otros traslados formalmente a través de la empresa Brinks.

Ese primer año traficando oro, Vilches ganó tanta plata que el Banco Santander tuvo que excusarse por no tener suficiente efectivo para hacer uno de sus retiros. Sus facturas sumaron un total de 56 millones de dólares, abarcando el 58 por ciento del mercado. En la práctica, vivía una doble vida: acarreaba mochilas con millones de dólares de día por el centro de Santiago y en las noches se juntaba a jugar FIFA en el Playstation con sus amigos. En la universidad, sus compañeros comenzaron a sospechar, a inventar historias sobre él. Primero llegó a clases montado en un Kia Cadenza. Después en un Audi. Y, finalmente, en un BMW. Frente a los profesores, la verdad, se aburría.

-Se me hacía muy fácil. Tenía un solo cuaderno y ni anotaba. Ganaba 400 palos; me trataban de enseñar cosas que ya sabía hacer.

Vilches, en rigor, ganaba tanta plata que ni siquiera sabía qué hacer con ella. Se compró, la mitad al contado, una casa de 615 millones de pesos en Chicureo y una parcela en Tunquén. Invitó a sus papás a Buenos Aires por tres semanas, con todo pagado. Cotizó la compra de un helicóptero para evitarse los traslados. Si hubiera querido, podría haber dejado de trabajar, con 23 años recién cumplidos.

-Pero sabes lo que me di cuenta.

-¿Qué?

-Que me gusta más la sensación de ganar la plata que acumularla.

-Pero te comprabas muchas cosas.

-Pero más que eso, es la libertad que te da. Un día caminaba con mi señora y hablábamos que no conocíamos Nueva York, y a los dos días estábamos allá.

El mayor gusto que se dio Vilches no fue ningún lujo. El Kia rojo pasa ahora afuera del Costanera Center, toma el túnel San Cristóbal.

-Es acá a la vuelta.

El auto se estaciona en la calle Reina de Chile, en Recoleta. Casi a los pies del cerro Blanco. Vilches apunta a un galpón. El cartel de afuera dice: "Andina Turbomecánica".

-Era mi joyita.

Entonces toma una hoja de cuaderno y un lápiz pasta rojo y se pone a dibujar un plano de los dos pisos del lugar. Cuando, en vez de hacer una delgada línea, raya con fuerza el papel, significa que ahí había un vidrio blindado y una pared con perfil de acero. Hay diez de esas líneas gruesas.

-Alarma israelí perimetral, entradas independiente para los autos, cercos eléctricos, un casino para diez personas.

En acondicionar ese búnker se gastó 100 millones de pesos. Como dice un fiscal que le siguió la pista más de un año, "si empiezan a bombardear Santiago, ese es el lugar donde me gustaría estar".

Harold Vilches no entra a ese galpón hace más de un año. Los nuevos arrendatarios se toparon con un sistema absurdo de seguridad para resguardar repuestos de turbinas a gas.

-Lo que más me duele es la bóveda: dos por dos, hormigón, como una habitación de pánico. Le iba a poner esas puertas con manijas redondas, como de los bancos en las películas...

Al octavo viaje a Perú no fue él; mandó a sus dos escuderos, quienes estando en Arica, tras pasar 48 kilos de oro desde Tacna, se encontraron con una sorpresa inesperada: en Santiago, dos días antes, delincuentes habían robado un camión de valores en el Aeropuerto de Santiago, llevándose 6 mil millones de pesos: el "robo del siglo". Brinks había suspendido momentáneamente sus servicios. Entonces, el gerente de logística y el gerente de seguridad, el suegro y el excuñado, estaban parados sin saber qué hacer con el cargamento.

-Era fin de semana largo -dice Vilches, en el auto, ya de vuelta en Providencia. Y ellos querían venirse, pasarlo en Santiago. Yo les decía que no, que se esperaran a que se repusiera el servicio de Brinks.

Los gerentes no le hicieron caso. Fueron sin avisarle al aeropuerto. Un oficio de aduana lo relata. "La aerolínea avisa de la situación. Se los hace pasar a los dos a la oficina. Muestran documentación de una factura a nombre de una empresa de Harold Vilches. Consultados, dicen que es oro de pirquineros informales, que no tienen papeles y que ellos los ayudan con los papeles. Internamente se hace un llamado a Perú, se le piden las fotos del decomiso en Callao y los lingotes son iguales. Se retiene el oro y se le da aviso a autoridades".

Harold Vilches estaba furioso.

-Este negocio tiene esa trampa: uno está obligado a trabajar con gente de extrema confianza. Me hacían pasar muchos malos ratos, es estresante estar a cargo de todo. Les había dicho específicamente que esperaran.

Esos 48 kilos equivalían a 1.454 millones de pesos.

-Ahí empezaron todos mis problemas.

Había una cosa que no sabían ni los policías ni los funcionarios de aduana: Harold Vilches no estaba en la incautación de Arica, porque estaba, en esos mismos días, explorando una nueva ruta para doblar sus exportaciones.

Meses antes, mientras cambiaba dólares en la casa de cambios Essex, en Moneda con Estado, escuchó a dos tipos, con acento argentino, hablar sobre oro. Los abordó y les dijo que él quería comprar, en grandes cantidades. Eran dos burreros que lo traían desde Mendoza, con 99 por ciento de pureza, comprado a una minera establecida, certificada, que prefería sacarlo por Chile y evitarse el impuesto de 35 por ciento vigente en Argentina.

Vilches llamó por teléfono al jefe de ellos y coordinó una entrega pequeña de prueba: cinco kilos. Los argentinos eran muy precavidos: simulaban tener contratos de trabajo en Chile, se pegaban las láminas de oro a su cuerpo y por cada diez kilos venía un equipo de cuatro personas, que ayudaba a asegurarse que nadie los siguiera.

-Se pasaban muchos rollos. Llegaron esa vez, les pagué y me dijeron que cuándo quería más. Yo les dije: mañana. Después me aburrí: cambié un millón 200 mil dólares, lo escondí en el Audi y partí yo solo a Mendoza.

-¿Cómo movías esa cantidad por Santiago?

-Así no más. En billetes de 100.

-¿Y cómo se ve un millón 200 mil dólares?

-Imagínate una bolsa grande Nike. Ya, eso, lleno.

Harold Vilches llegó al paso Los Libertadores con el auto repleto de plata.

-Sabía que no me iban a pillar: no tienen cómo olorosar billetes ni oro. Llego a la revisión y los funcionarios de aduana me empiezan a decir: qué rico el auto, a cuánto lo he corrido. Un chiste.

Vilches llamó por sorpresa a su proveedor argentino. Le dijo que estaba en Mendoza, que quería comprar 30 kilos y que lo pagaba en efectivo. Tuvo que esperar un par de días a que lo juntaran. Se quedaba en el Sheraton y salía las noches a jugar al casino.

Los viajes a Mendoza se multiplicaron. La ruta argentina sumaba, pero no alcanzó a solucionar el problema de la incautación en Arica. No pudo cumplirle el contrato a Fujairah. Desde Dubai, cuenta, le dijeron que no era asunto de ellos, que se las arreglara.

-Ahí me empecé a estresar, a bicicletear. Tuve que volver a mandar gente a Tacna y traerlos nosotros mismos por tierra. Y coordinar lo de Argentina. Estábamos ganando plata como locos, pero estaba medio superado.

El papeleo falso era feroz y lo coordinaba su mujer, que a veces tenía que recibir el oro. Cada embarque al extranjero incluía una factura de exportación, un instructivo, un mandato, las guías de despacho al aeropuerto desde el bunker de Recoleta, el certificado de origen de la empresa, los correos de certificación del mandante, una planilla con el cálculo del precio de la importación, una declaración jurada y el análisis de un laboratorio.

Su empresa comenzaba a hacer agua. El 28 de octubre el Banco Santander emitió una alarma bancaria, por movimientos anómalos. La cuenta había sido creada en julio y dos meses después registraba pagos por 7 millones de dólares. Vilches estaba en la fila de una sucursal, esperando para hacer un giro, cuando le dijeron: no podremos trabajar más con usted. Su cajero le dijo que, por el destino de los pagos, había funcionarios del banco que pensaban que podía estar involucrado en una red de financiamiento de terrorismo islámico.

-¡El nivel de tontera!

Ese mes Vilches decidió no enviar más oro a Dubai, no respetar el contrato. Antes de hacerlo cobró las garantías depositadas por 5,2 millones de dólares. Fujairah se querelló por estafa. El caso aún sigue abierto. Como lo ve él, eran los riesgos de un negocio que ambas partes sabían que era ilícito. Es como querellarse si se pierde un cargamento de drogas.

Vilches ya tenía una solución para seguir exportando. A través de Soria, su contacto peruano, conoció a dos representantes de la empresa NTR (Northern Texas Refinery) en Miami, un gigante mundial de la compra, venta, refinación y almacenamiento de oro, plata y otros minerales preciosos. En noviembre ya estaba en el Hyatt de Coral Gables, donde Renato Rodríguez y Samer Barrage, los encargados para Latinoamérica, lo pasaron a buscar para ir al restorán Houston's, en Miami Beach. Ahí le ofrecieron un trato similar: adelantarle dinero para que él haga las compras y las lleve personalmente, en la maleta de mano, en vuelos Santiago-Miami. Partieron con 25 kilos a la semana, luego subieron a 40. La operación era aún más sofisticada. Vilches fundía el oro que recibía de Argentina, los mezclaba con otros elementos, como cobre, para simular la composición que tiene el oro proveniente de las monedas. Además, se había comprado una máquina que permitía grabarle a los ligotes "aurum metals" encima, el nombre de su empresa. Harold Vilches envió a su gerente de logística a hacer un curso de capacitación.

El 25 de enero el Security también dio la alarma bancaria: su cuenta registraba actividad por 13 millones de dólares. También se la cerraron. Tuvo que crear una empresa en Estados Unidos y abrir una cuenta en JP Morgan para poder seguir recibiendo los pagos.

Vilches viajó un puñado de veces, pero sus gerentes, sumados, lo hicieron casi veinte. Les tenía arrendando un departamento amoblado en la calle 79sw con la 12th street. El oro seguía fluyendo.

En febrero, los ejecutivos de NTR le cobraron el favor y le pidieron que viajara a África para ver si podía crear una ruta que permitiera traer oro de Tanzania a Miami, pasando por Chile, de una tonelada mensual. Su familia le pidió que no fuera. Compró pasajes para él y sus escuderos. Un español, al que solo conocía por teléfono, sería su único contacto allá.

-¿Suena a qué te fuiste haciendo como adicto a ese peligro?

-Puede ser un poco. Mirado ahora, no tenía ningún sentido ir. Pero era un millón de dólares limpio cada envío. Lo único que hice los primeros días fue estar en el hotel, casi no salía. Ahí si estaba cagado de miedo. A los días llega el español con unos negros al hotel. Uno andaba de militar y era jefe de una tribu. Nos subieron a una camioneta y nos llevaron a un barrio repleto de avionetas, con puros narcos africanos. Nos pasaron por revisiones de rayos X. De repente llegó un camión y ahí estaba: una tonelada de oro. Ahí me empiezan a decir que deposite 30 mil dólares para no sé qué cosa de impuestos. Y los tipos con metralletas.

-¿Qué hiciste?

-Le dije que no poh, cómo iba a depositar. Pero estaban los negros con metralletas. Así que deposité.

En Miami, NTR estaba esperando la confirmación para depositarle a su vez, a él, 42 millones de dólares.

-Y ahí me dicen que deposite de nuevo, otros 90 mil. Y así hasta los 300 mil.

-En el fondo te asaltaron.

-Claro.

Quedaron en pasarle el oro en el aeropuerto, pero, ya de vuelta en el hotel, el tanzano que andaba con ellos se agitó, tomó un taxi y entonces: Harold Vilches y la van. Y la persecución. Y el auto cruzado y las metralletas apuntándolo.

-Nos subieron al otro auto. Yo no sabía si era un secuestro, si nos iban a matar o qué. Nos llevaron a lo que se supone era una comisaría, que en realidad era un gallinero. Y ahí nos explican, en un inglés pésimo, que en realidad ellos tenían otra empresa de exportación de oro y querían venderme, y que el auto que me estaba persiguiendo era de otra banda que exportaba y que me estaban salvando de ellos. Al final, todos me querían sacar plata. Ahí ya nos fuimos.

En el aeropuerto, se entiende, no estaba la tonelada. Vilches iba de puerta en puerta tratando de encontrar el camión. Su suegro le tuvo que decir:

-Ya fue Harold, nos cagaron.

Fue un golpe a la moral. En Santiago, su nombre, ya estaba subrayado en aduanas y había orden de revisar a fondo cualquier cargamento de oro que saliera por el aeropuerto. Harold dice que, para probar, intentó enviar uno legal, con videos de las fundiciones de monedas.

El 24 de abril, en Pudahuel, pese a tener el mismo papeleo de las veces anterior, le requisaron cinco barras de oro, avaluadas en 448 millones. La Fiscalía Occidente tomó el caso. Harold Vilches pensó que sería como la causa de Arica o la de Fujairah, que no parecían avanzar. En febrero de 2016, un episodio tragicómico casi termina por hundirlo: el gerente de logística trajo desde Miami una bolsa de monedas de cobre a Chile, pensando que eran de oro. Cuando llenó el papeleo en aduana, los investigadores se tomaban la cabeza tratando de dilucidar el truco que escondía la maniobra. Tuvieron que ir a explicarles a la gente que los estaba investigando, que solo había sido un error.

Tres meses después, el 1 de mayo de 2016, su suegro intentó ingresar a Estados Unidos por una vía distinta: Houston. Como nunca antes, lo hicieron desnudarse y le hicieron pruebas al cargamento de oro, pero finalmente lo dejaron pasar, dándole solo un papel que oficializaba el registro. Vilches pidió que le sacara una foto y se lo mandara. En una esquina, muy chico, tenía escrito: FBI.

En su oficina en el aeropuerto, el comisario Juan Figueroa se reclina en su asiento, con cara de satisfacción.

-Se lo resumo así. Él se creía muy inteligente, trataba a los policías de tontos, pero, ¿qué pasó al final? Los inteligentes fuimos nosotros.

El jefe de la brigada antinarcóticos lideró un equipo que estuvo más de dos años siguiéndole la pista a Vilches. Tuvo que poner a uno de sus detectives a instruirse desde cero sobre el mercado del oro, porque los policías más antiguos, los que conocían al padre y al tío de Harold, ya estaban retirados. Lo primero que tuvieron que dilucidar fue de dónde venía el oro. Le pidieron al Banco Central el total de monedas de oro acuñadas, para explicarse los volúmenes exportados. Incluso, solicitaron un oficio escrito al presidente de Codelco por si tenía alguna explicación para el aumento de oro. Nelson Pizarro respondió que no tenía idea.

Tras el segundo decomiso, el de Santiago, Vilches y su equipo tenían los teléfonos intervenidos. El fiscal de la causa, Tufit Budafel, siempre tuvo la idea de que tenía que haber una mente maestra detrás de la millonaria operación y no un veinteañero tímido egresado del Instituto Nacional.

Por las intervenciones y seguimientos, la policía logró identificar a los argentinos, los roles de cada uno de los miembros y el bunker. El 28 enero de 2016, estaban listos para cursar las detenciones, cuando llegó un oficio desde el Departamento de Estado Norteamericano a la Fiscalía Occidente pidiéndole a colaboración para desbaratar una red de tráfico de oro desde Sudamérica a Miami.

-Nosotros les pasamos prácticamente todo -dice el comisario Figueroa-. Ellos no sabían el origen del metal y los fuimos guiando sobre las cuentas que el sujeto había abierto en Estados Unidos.

El sujeto es Harold Vilches.

En abril de ese año, dos detectives de la PDI viajaron a Miami para reunirse con el FBI. Desde ahí en adelante tenían un grupo de comunicación en sus teléfonos para coordinar los seguimientos, tanto en Chile como en Estados Unidos. Cuando Vilches o sus ayudantes aterrizaban en Miami, alguien los seguía. Él entendió que el cerco se cerraba. En marzo, el dueño de la casa de cambio lo llamó para ofrecerle un kilo de oro desde Argentina y él le respondió:

-No gracias, mucho atado.

Luego de recibir la foto desde Houston de su suegro, con las letras FBI pequeñas, Vilches cerró todas las operaciones. Alcanzó a liquidar algunos de sus bienes, como la casa en Chicureo, no quedó con nada a su nombre. Compró dos camiones y comenzó una empresa legal de transporte, que incluso tuvo como cliente a Agrosuper. Se cambió a un departamento en Las Condes y repactó una vieja deuda con tesorería. De hecho, vendió su Audi para pagar una cuota de 20 millones.

Así cayó Harold Vilches. La madrugada del 2 de agosto de 2016 seis detectives le tocaron la puerta de su departamento.

-Me preguntaron si tenía arma o drogas. Le dije: "¿cómo no vas a saber quién soy, después de todo el tiempo que me vienen siguiendo? No soy una persona mala, ni un criminal".

Él mismo les pidió a sus trabajadores que abrieran la bóveda del búnker. Había cinco barras de oro y 119 millones de pesos con lo que pretendía comprar una casa a sus papás. Cuando lo llevaban a la patrulla, lo interceptó el periodista Emilio Sutherland con un equipo de televisión. Solo atinó a decir: "Tío Emilio". En el reportaje emitido por Canal 13 lo mostraban como uno de los culpables de la deforestación del Amazonas. Sus compañeros de universidad recién entonces entendieron el desfile de autos.

Después de la formalización quedó con arresto domiciliario, pero días después la Corte de Apelaciones de Santiago lo revocó, decretando prisión preventiva. El ex fiscal Ignacio Pinto, tomó su defensa. "Se predispuso a la opinión pública para hacerlo parecer como el líder de una peligrosa mafia, adelantando pruebas por televisión y eso es grave. O sea, implicar que él solo estaba devastando la selva virgen. Él estuvo siempre tranquilo, pero cuando su mujer también cayó presa se desesperó".

-Yo estaba piola, hubiera aguantado -dice Vilches-. Me asignaron a un sector tranquilo de la cárcel, con Patricio Santos, los de Forex y otra estafas piramidales. Hablábamos de negocios. Jugaba pimpón y ténis todos los días. Veía hasta Netflix. Pero en Chile se usa la prisión preventiva como moneda de cambio, te chantajean con eso. Acepté colaborar, decir que todas las exportaciones habían sido ilegales, cuando no era así, para que mi mujer pudiera salir.

El 7 de octubre de 2016, los gendarmes fueron a buscar a las cuatro de la mañana a Vilches a su celda. Lo trasladaron por el túnel que une Santiago 1 con el Centro de Justicia, y lo llevaron a una sala para que hiciera su declaración. Cuando entró, vio a una decena de abogados y policías, incluidos dos oficiales del FBI. Y contó la historia: Perú, África, Argentina, las metralletas, las puertas del Audi, la mansión narco.

-Parecían cabros chicos escuchando un cuento, no podían creer que fuera verdad.

Pero era. Durante dos meses, el FBI contrastó sus declaraciones. Tuvo que ir, de hecho, en tres ocasiones a puntualizar algún detalle a la embajada de Estados Unidos.

El 12 de diciembre le levantaron el arraigo a Vilches para que pudiera ir a Estados Unidos por cuatro días. Viajó junto con el fiscal Budafel y dos policías de investigaciones. Allá se alojó en un hotel del FBI y preparó, frente a los agentes y el fiscal norteamericano, por tres días la declaración que tenía que hacer el 15 frente al Gran Jury de Miami, en la causa contra la gigante NTR.

-Cuando entré a la pieza con los FBI quedé loco: sacaron una carpeta y tenían todas mi conversaciones, mails, mensajes, Whatsapp, desde, no sé, cinco años atrás. Era a otro nivel: no tenía otra opción que cooperar.

Al Grand Jury, Vilches entró solo. Dice que una de las juradas, ciudadanos elegidos al azar, al final de su testimonio le dijo: "Usted se equivocó, pero podría ser mi hijo".

Los cuatro días en Miami fueron muy tensos y terminaron enfrentando al fiscal chileno con los policías de la PDI. El propio Harold no ayudó. Apenas aterrizaron, le dijo a uno de los policías que lo había seguido por dos años:

-¿Tu conocías Miami?

-No, dijo el policía.

-Agradéceme que te traje, si no cuando ibas a venir.

El comisario Figueroa en su asiento reclinado:

-Para nosotros, él es un delincuente. No por que sea más educado o no se parezca a los narcotraficantes, va a dejar de serlo.

Para la fiscalía chilena, en cambio, era un momento importante: una cooperación exitosa con el FBI, un favor adentro para cobrar.

-Y Harold es un niño sano, humilde, que se vio envuelto en un lío que lo superaba. Pero en ningún caso es una persona peligrosa. Podría ser amigo de los hijos de cualquier persona -dice Tufit Budafel.

El 30 de enero de este año a Vilches le leyeron su sentencia en Chile, tras un procedimiento abreviado negociado entre las partes. Mientras el fiscal enumeraba los delitos que se le imputaban -asociación ilícita, uno de ellos-, él miraba a su banda: su mujer, su suegro y su ex yerno. Ninguno tuvo pena de cárcel efectiva. Pese a la gravedad de las imputaciones, el no tener antecedentes les jugó a favor.

A Vilches lo condenaron a cinco años de libertad vigilada y a pagar una multa de 14.493.185.470 pesos, una de las más altas a un individuo en Chile. Los jueces no aceptaron el pago en cuotas, ni la reducción del monto. Si no puede pagar, y el juzgado lo estima conveniente, el número tiene que transformarse en días de presidio efectivo: 2.551 años. Tendría que estar preso hasta el año 4569.

Hay gente que cree que tiene un parte de la plata escondida. Harold Vilches se ríe en el patio del Centro de Justicia.

-¿Tienes 14 mil millones?

-Obvio que no, nica. ¿Quién tiene eso? Además, está calculado sobre el total del de montos, no sobre mis ganancias. Como si yo hubiera encontrado el oro en la calle y lo hubiese vendido. Además, yo pagué el IVA en las facturas falsas y al exportar, no lo pedía de vuelta, por razones obvias. Solo quisieron dar una lección con un monto impagable.

Unos metros más allá de Harold Vilches, en el mismo Centro de Justicia, el senador Iván Moreira acaba de firmar su propia salida alternativa por el caso Penta. Tiene que pagar 35 millones de pesos.

-Además, en algunos casos la elusión es pecado mortal, como el mío, y en otras es casi una gracia, un signo de habilidad financiera.

Del Servicio de Impuestos Internos dicen que le aplicaron el Artículo 21 de la legislación tributaria: o sea, una multa de 35 por ciento de los desembolsos totales. Como sea, hay concordancia en un dato: en poco más de tres años Vilches movió 70 millones de dólares, sin haber terminado la universidad.



Último miércoles de febrero, cuatro de la tarde. Harold Vilches espera a que lo atiendan en la caja del Servipag ubicado detrás de la municipalidad de Santiago. Está con bermudas y una polera azul y zapatillas. Detrás de él en la fila hay una peluquera dominicana, un bombero y una cajera de farmacia.

Luego de terminar el trámite, sale por calle Santo Domingo. Trae una mochila colegial en la espalda.

-¿Con cuánto plata andas atrás?

-No, no, ya no. Se acuerdan todos de mi por la tele.

Vilches ha tenido algunos problemas para adaptarse a su nueva vida. Trabaja desde la casa en nuevo emprendimiento: importa platino, paladio y plata y lo reparte entre las joyerías del centro. Ha hecho de Uber. Para el procedimiento abreviado, un asistente social hizo una lista con sus gastos: un millón y medio al mes. Hay días en que se aburre, añora, más que la plata, su poder de decisión:

-Hoy ya soy como todos; si necesito 300 palos para armar algo, tengo que proyectarme a dos años, juntar plata. Antes pensaba el negocio y lo hacía en la mañana siguiente. Era muy rica la sensación.

El jueves pasado retomó las clases, en el año de su titulación. En uno de los cursos les enseñaban a los alumnos a preparar currículos ganadores, mostrando sus fortalezas, escondiendo sus debilidades. Cuando le preguntaron, dijo que no tenía nada que poner, solo había trabajado independiente. Al final de la clase se acercó a la profesora y le contó la historia. El diagnóstico de ella fue: tienes que poner todo lo que has hecho, hacer charlas con eso.

Harold Vilches camina por las galerías de las joyerías del centro. Dos personas lo saludan con respeto. Es una leyenda: el lobo de la plaza de Armas. Un caballero lo para en un pasillo, frente a un cine XXX. Le dice, sonriendo:

-¿Qué pasa animal?

Su mujer hoy trabaja en un supermercado. El gerente de seguridad volvió a taxear. El de logística ayuda a su familia con los completos.

-¿De qué te arrepientes mirando hacia atrás?

Ahora, la respuesta de verdad:

-Fui muy ambicioso, inmaduro en algunas decisiones, me pegué saltos muy grandes, creyendo que nadie nunca me iba a pillar. Pero nunca le hice daño a nadie. Ah, y me debí comprar una mina.

Con su testimonio se lograron condenas de entre 7 y 10 años para los ejecutivos de NTR. La empresa quedó reducida a casi nada. Vilches tuvo que enviar de vuelta las llaves del departamento que arrendaba en Miami Beach; extrañamente el dueño trabajaba en el palacio de justicia de la ciudad.

Con lo que le contó al FBI, Bloomberg News hizo un extenso reportaje el año pasado. Desde entonces, le llegan mensajes de todas partes del mundo. Harold Vilches muestra el Facebook de su teléfono.

A las 0:25 horas un comerciante de Culiacán le escribió: "Craaaak. La isiste bro".

El 7 de marzo, desde Gotemburgo: "Felicitaciones Harold por la estrategia que hizo con el oro. Merece un trofeo por si gran inteligencia, de enfrentar a gente de mentalidad arcaica. Usted es un genio".

Harold Vilches camina ahora por los lugares de su historia: la galería Santo Domingo, el local donde su papá sufrió el accidente vascular, la casa de cambio donde, dice, ha vuelto a ver a los mismos argentinos, negociando oro con otros compradores. Mirando a la puerta dice:

-En diez años me voy a reír de todo esto.

Harold Vilches pone esa cara de nuevo: el niño que hace algo malo.

-No te quise contar, para no asustarte.

La pequeña mochila en su espalda.

-No pasa nada, tranquilo.

Está repleta de billetes.

"Nadie se imaginaba que andaba con esa cantidad de plata en la mochila, pero, por otro lado, se aprovechaban. Era lo estresante del negocio, que siempre hay alguien que te quiere quitar lo que tienes"

"Así soy yo, no me quedo pegado, tomo decisiones rápidas. Si hice 360 millones en un año, podía hacerlos de nuevo"

"Nos subieron a una camioneta y nos llevaron a un barrio repleto de avionetas, con puros narcos africanos"

"Hoy ya soy como todos. Antes pensaba el negocio y lo hacía en la mañana siguiente. Era muy rica la sensación"

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