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"31 Minutos": ¿Qué fue de ti, Juanín?

sábado, 17 de marzo de 2018

Por Manuel Fernández
Vidactual
El Mercurio




Esta semana se cumplieron 15 años de ese lejano día sábado en que, por primera vez, TVN emitió "31 Minutos".

En el Chile de 2003, la propuesta del noticiero de títeres era refrescante, novedosa... casi revolucionaria. Y no solo por lo inusual de que un programa que contaba con aportes del CNTV -y, por tanto, relegado a horarios insólitos, compitiendo con las televentas o los concursos para desvelados- se convirtiera en un fenómeno masivo; la clave era el enfoque.

"31 Minutos" cambió la mirada que la televisión tenía respecto de los niños como consumidores de contenido; los consideró como sujetos con opinión, aptos para la ironía y el sarcasmo. Y, a la vez, era un programa realmente familiar, pues apelaba no solo a los más chicos de la casa, sino también a esos "niños" de 25, 30, 40 o 50 años... criados viendo la televisión de los 80, que se encarnaba de forma tan desopilante en el Tío Horacio.

Es ahí -y, por cierto, en su banda sonora- donde radicaba parte de la genialidad del programa: en esa capacidad infinita de mostrar una mirada respecto de la televisión chilena. Era meta-televisión, un programa que, desde el humor, desnudaba las costuras, hasta entonces convenientemente ocultas, de esa industria.

En esa elegante insinuación -inesperada para un show de títeres- podría radicar parte del fanatismo y éxito que mantuvo la serie en sus primeras temporadas y que los llevó desde las mañanas del sábado al horario estelar que conservaron hasta el término de su tercer ciclo, en 2005.

Luego vino una película y una larga pausa que se rompió en 2013, con una cuarta temporada, de excelente calidad y factura técnica, pero que pasó mayormente inadvertida. Casi tanto como la efeméride de sus 15 años.

¿Qué pasó entremedio? ¿Se agotó el fenómeno? ¿Funcionaría "31 Minutos" en el Chile de 2018?

Posiblemente, no. Y una hipótesis es que lo que en 2003 eran las costuras de la industria televisiva, hoy son la norma. Todo aquello sobre lo cual la pandilla de Tulio sembraba la duda y hacía que el espectador se preguntara si realmente funcionaba así la industria, se terminó confirmando. Y así, el contenido de "31 Minutos" en la actualidad ya no parece tan diferente respecto de lo que puede ofrecer la pantalla chica en su programación habitual.

¿Para qué escuchar las historias de lo que hacía Tulio Triviño en sus fines de semana, en su mansión o en su baño, si cada mañana los animadores de nuestros matinales lo hacen durante cuatro horas?

¿Para qué ver a un Cossimo Gianni si ya tenemos "Maldita moda"?

¿Para qué seguir a Mario Hugo haciendo llorar a Carlitos Lechuga por haber perdido su globito si ya tenemos a un periodista haciendo llorar a un niño en medio del incendio de Valparaíso?

¿Para que se necesitaría otro reportero con el ego hipertrofiado, como Tulio Triviño o incluso Juan Carlos Bodoque, si ya tenemos a ________________ (escriba en la línea su favorito)?

¿Para qué burlarnos del Maguito Dante Torobolino, cuyas rutinas nunca salían bien, si ya tenemos fracasos reincidentes en el humor de Viña del Mar?

¿Para qué necesitamos a un superhéroe que todo lo resuelve sin medidas concretas, sino solo hablando de los derechos de los niños y adolescentes, si ya tenemos a más de algún político siguiendo el mismo modelo?

¿Para qué observar a Patana despachando en vivo el asalto del que era objeto su casa si ya tenemos "En su propia trampa"?

¿Para qué esperar las encuestas de Mico el Micófono si ya contamos con otras de similar calidad?

¿Para qué oiríamos las divagaciones de Joe Pino si ya tenemos Twitter?

¿Y para qué necesitamos reportajes sobre hombres musculosos, cosas que buscan cosas, ligas de taca-taca, colecciones de pelusas y dimensiones hermosas y desconocidas si ya los noticieros transmiten una hora diaria de ese material?

De forma quizás inconsciente, nuestra televisión parece haber tomado tanto de "31 Minutos", que el resultado fue que su propuesta ya no parece tan rupturista y se podría aventurar que no generaría el mismo fenómeno que hace 15 años (en ese sentido, es un acierto más de sus creadores el dejar de apostar por la pantalla chica y optar por hacer perdurar sus personajes y canciones en otros espacios, como teatros o en Kidzapalooza).

Pero hay algo que no se pudo imitar, ni menos igualar: el humor.

Es que hoy nuestra querida TV -y, a veces, nuestra sociedad en general- hace todo lo antes enumerado, pero a diferencia del programa de títeres, se lo toma en serio.

Como si faltara un Juanín que sirviera de cable a tierra.

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