Muchos creen que lo mejor es la "haute cuisine". Pero, como decía Alessandri (adivine cuál) "no hay que llamarse a engaño". La cocina auténticamente inglesa fue, en el siglo XVIII, de las mejores del mundo y hoy, donde sobrevive, sigue siéndolo. El secreto es su sencillez, siempre garantía de refinamiento. Y, respetando la diversidad de tradiciones y latitudes, también es buenísima la vieja cocina chilena, que es imprescindible recuperar. Es el momento: hoy se prefiere, en vez de "cuisine", un simple, sabroso, hogareño "cooking". ¡Viva la comida materna, los postres de infancia, las leguminosas, ignominiosamente excluidas de los lugares snobs! ¡Viva la chuchoca! Esto meditábamos deambulando por Curicó. Porque entramos a un restorancillo cualquiera, donde nos dieron una excelentísima, cuidada y abundante carne mechada con zanahoria y ajo, presentada con su simple reducción de caldo de cocción (la "maestra", naturalmente, jamás ha oído estos términos). ¡Oh, si supiera aquella anonimísima vieja las cumbres de perfección a que ha llegado! ¡Comida casera! No es que no se coma bien en algunos restoranes, sino que el placer allí está bonificado por el no tener que lavar platos ni ordenar el desastre que queda en la cocina después de un acceso de genio culinario. Además, suele querer uno algo extravagante, que requiere un encatrado para fabricarse y servirse: se va entonces a un lugar donde haya personal y batería de cocina adecuados al efecto. Pero, naturalmente, nadie resistiría comer todos los días un postre cubierto por una cúpula de perfecto caramelo enrejado. A la semana lloraría por un simple plátano.