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Uno. DE NOCHE EN EL DESIERTO No hay paredes como estas. No al menos en otros lados de la provincia del Huasco, Región de Atacama, donde se encuentran estas laderas rocosas cercanas a Pinte, un caserío situado 87 kilómetros al este de Vallenar, pasado Alto del Carmen, donde solo viven alrededor de 30 habitantes a lo largo de una quebrada estrecha, cuyo paisaje cambia de tanto en tanto: aquí las rocas son reconocidas por su diversidad de tonos, formando verdaderos arcoíris geológicos. Fue en Pinte donde la empresa Chulengo Atacama decidió sacarle partido a esta particular mezcla de colores y aislamiento para crear "Pinte Mágico", uno de los tres proyectos que acaban de ganar el premio Más Valor Turístico 2017 otorgado por Sernatur. "Para nosotros Pinte es un oasis, aquí te mueves por un cajón desde donde puedes redescubrir el cielo y la tierra", dice Alicia Tapia, quien junto a Elías Marín diseñó este nuevo circuito turístico. Alicia solía trabajar como encargada de Cultura y Turismo en la Municipalidad de Freirina, pero como era un cargo más administrativo, sentía que aún podía hacer algo más para dar a conocer los rincones menos conocidos de la provincia. Rincones como esta quebrada. A las diez de la noche, cuando el calor del día ya ha desaparecido en este desierto, las paredes de roca de Pinte esconden sus colores y la oscuridad de la zona -aquí hay casi nula contaminación lumínica- hace que estas murallas funcionen casi como un espejo, reflejando la luz de las estrellas en un espacio que parece más un gran observatorio que un sitio perdido en el desierto. Aquí, Elías Marín aprovecha de hacer una clase de introducción al sistema solar, mostrando las constelaciones que son visibles desde esta quebrada y el significado que los antiguos habitantes de Pinte les daban a estas formaciones. Provisto de un gran telescopio eléctrico, la luz láser verde que emana desde su puntero alcanza a chocar con los montes que nos rodean. "Lamentablemente, hoy la luna está gigante, así es que no se podrán observar todos los detalles de este cielo. La luna a veces se pone celosa y no deja ver nada más", bromea Elías Marín. A pesar de que no hay ni un centímetro de luz artificial brillando cerca del grupo de visitantes que hoy exploramos Pinte, cualquiera podría pensar lo contrario: sobre nuestras cabezas, la enorme luna llena hace que esta quebrada parezca iluminada por una gran ampolleta espacial. Pese a la luz que proyecta, alcanzamos a ver algunas constelaciones, como Tauris, Orión y las Tres Marías. Después de que Elías explica cómo estos cuerpos celestes servían para la orientación de los antiguos habitantes de Pinte, nos refugiamos del frío dentro de un domo blanco. Allí, sin más luz que la de algunas velas repartidas, instrumentos de música andina como la ocarina y la zampoña comienzan a sonar. Dos. EL CAMINO DE LOS FÓSILES Sebastián Álvarez es un auténtico pintano: su casa queda a un par de kilómetros del "centro" de Pinte, el área donde se congrega la mayor cantidad de viviendas, además de un jardín comunitario, la capilla Nuestra Señora de la Merced -construida en 1873-, y un centro para campistas junto al río Tránsito, que da vida a esta zona del Huasco Alto. Precisamente, seguir la huella de este río es la mejor opción para descubrir qué hace verdaderamente valioso a Pinte y sus roqueríos. El valle del río Tránsito es sinónimo de tesoros paleontológicos: está lleno de evidencias físicas que muestran la prehistoria de la Tierra, y salir a caminar por los alrededores de la vertiente asegura encontrarse con al menos alguno de aquellos materiales fósiles del pasado. Partiendo desde el centro del caserío de Pinte, se puede avanzar por esta ruta que surgió en el marco del proyecto Sendero de Chile. Uno de los senderos conduce en 39 kilómetros hacia el pueblo de San Félix. "Es un recorrido que antiguamente usaban los habitantes de estos valles para el intercambio de productos y desplazamientos domésticos", dice Sebastián cuando llevamos los primeros minutos de caminata. Nuestra ruta será más breve que la distancia hasta San Félix, enfocándonos en explorar los cerros multicolores que ya nos rodean. A nuestro alrededor, la luz de la tarde casi no da espacio a sombras, en un área que está a dos mil metros de altura. A medida que nos alejamos de Pinte, los montes rojizos que habían marcado el área inmediata al pueblo van tiñéndose de otras tonalidades, con las zonas más húmedas y cercanas al río Tránsito generando parches verdosos. Allí, la vertiente está casi siempre acompañada de árboles frutales, como el naranjo, y otros clásicos de la zona como el tamarugal. Mientras caminamos por una huella que también usan los pintanos para acarrear su ganado por estos montes, vemos unas nubes escurridizas que hacen notar aún más los contrastes del valle. Entre el verde de los árboles, hay laderas montañosas que pasan del ocre al violeta y en un mismo punto uno puede quedarse mirando lomas de distintos colores, una tras otra. Así, cuesta dejar de admirar los contrastes para bajar la mirada al sendero. Pero es necesario hacerlo: justamente, entre la aparente nada de la tierra suelta y las piedras, está aquello que más anhelan ver los visitantes: una abundancia de fósiles del período Jurásico, cuando toda esta zona estaba cubierta por mar. "Para nosotros es muy importante informar cómo era este lugar antes. Que la gente vea este espacio y se conecte con ese pasado, porque eso además hace que se respeten más los hallazgos históricos", dice Sebastián Álvarez cuando miramos el valle sobre una loma de veinte metros de altura. A nuestros pies, se ve una especie de "animita" geológica, con algunas piedras reunidas una sobre otra. Al observarlas detenidamente, se puede ver que la piedra superior no es solo otra roca desprendida de estos cerros, sino que tiene una clara forma de concha marina. La presencia de aquellos restos oceánicos demostraría ese pasado acuático, muy distinto a la actualidad desértica de esta quebrada. "Antes la gente veía estos fósiles, les parecían curiosos, los recogía y los llevaban a sus casas. Estas laderas tenían muchas más muestras, pero solo recientemente hay más conciencia de cuidarlas, de no dejar que la gente se lleve alguno", comenta Sebastián, recordándonos -por si acaso- que aquellos restos paleontológicos marinos se encuentran protegidos por la Ley de Monumentos Nacionales. Al cabo de dos horas de caminata por el valle y sus laderas, ya son varios los restos fosilizados que han aparecido por el sendero. Algunos son tímidas hendiduras que dejan moldes poco marcados en las rocas, apenas permitiendo adivinar a qué podrían corresponder. Otras, en cambio, parecen trasladarte a otro tiempo: restos de especies marinas encapsulados por estas piedras hacen que la imaginación se eche a adar y, por un breve segundo, este arenal y sus colores se vuelven a inundar con los mares del Jurásico. Tres. PINTE EN UN MUSEO Entre las viviendas del eje central de Pinte hay una construcción que llama la atención. Es el Museo de Pinte, que está junto a la fachada de la capilla de Nuestra Señora de la Merced, cuya puerta azulina mira hacia el jardín comunitario. La idea de abrir un museo en este lugar reafirmó la renovada actitud de los pintanos, que quieren repotenciar el valor de estos cerros. A partir de los fósiles más impactantes que se han encontrado en la quebrada, la comunidad decidió levantar una exhibición de estas reliquias. El proyecto fue ideado por la junta de vecinos y consiguió el financiamiento a través de la Municipalidad de Alto del Carmen, Conama, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo y un GEF (Fondo para el Medio Ambiente Mundial). A cargo de la muestra quedó Gabriel Rivera, mejor conocido como "Gabito": es el presidente de la Junta de Vecinos de Pinte y quien se encarga de cuidar la historia local. "A fines de los 80 vino un científico alemán a hacer un estudio y nos enseñó sobre estos fósiles. Ahí aprendí su importancia y empecé a juntarlos. En 2002 decidimos que había que hacer un museo, porque las mejores piezas se estaban perdiendo", dice Rivera. Cuando la comunidad se organizó, cuenta Gabito, decidieron replicar las características arquitectónicas de este lugar: juntaron adobe y empezaron a construir. Para 2004, el Museo de Pinte estaba inaugurado. Gran parte de la colección está formada por los fósiles que el propio Gabito Rivera reunió durante su juventud, aunque el resto de la comunidad también ha aportado otro tipo de antigüedades, como radios y muebles del Pinte del siglo pasado. La variedad de la muestra logra entenderse sin problemas, con una clara división de períodos que ayudan a ubicar estos vestigios en la cronología de la Tierra. Las tres salas que forman el museo incluyen también fotografías de otros hitos de Pinte, como La Pirámide, un cerro de formación natural que brota del suelo con sus paredes lisas y geométricas, como si hubiese salido de Egipto. "Queremos que con esto no solo la gente de afuera le dé valor a Pinte", afirma Rivera, "sino que nosotros mismos podamos aprender de lo que nos rodea. Saber que esas rocas bonitas en realidad tienen siglos y siglos de historia detrás".