Lo vio a los siete años, en el centro de Santiago, y se le volvió a aparecer a fines de los 80, mientras estudiaba Literatura en la Universidad de Harvard, un día en que revisaba microfilmes en la biblioteca. El fantasma de Arturo Godoy, muerto en 1986, lo noqueó. El iquiqueño que se enfrentó dos veces, en Nueva York, con Joe Louis, el campeón de los pesos pesados, se convirtió en una obsesión para Roberto Castillo Sandoval (1957). Habló en Chile con la familia del boxeador y viejos periodistas deportivos que lo habían conocido, pero también con eruditos de la derrota, como Jorge Teillier, quien lo convenció de escribir una novela y así se ganó el derecho de figurar en la dedicatoria de Muriendo por la dulce patria mía , publicada en 1998, tras diez años de pesquisas y escritura. Diecinueve más pasaron antes de que apareciera una nueva edición, con cambios. La diferencia más notoria es el epílogo agregado ("¡Esa ficción miente!"), en el que recuerda cómo fue recibida la primera edición. "Además, hay varios capítulos que se fueron", explica Roberto Castillo, de paso en Chile, aprovechando las vacaciones en el Haverford College, Pensilvania, donde enseña español y literatura. "Cuando Andrea Palet me propuso reeditar la novela, ella le quería meter mano, pero me dio la oportunidad de hacerlo yo primero. Agarré el archivo que tenía en WordPerfect y me senté dos meses y medio. Lo revisé línea por línea, párrafo por párrafo y le pegué una limpiada completa". Un par de capítulos se fueron por motivos técnicos. "La novela daba muchos bandazos de tiempo y personajes. Me parecía que esos capítulos funcionaban como tapones de ciertos impulsos narrativos", explica Castillo. "La otra razón es que los capítulos de Julio Martínez y de Sergio Livingstone fueron ejercicios literarios. Los entrevisté y traté de reproducir sus voces. Uno las escucha, pero era un juego incluso un poquito vanidoso: demostrar que puedo imitarlos me convertía en una especie de Kramer. Por último, el capítulo de Godfrey Stevens estaba de más: quedaba suficientemente establecida la narrativa del héroe que va a tierras lejanas y vuelve derrotado, pero obtiene una victoria moral". -Desde 1998 ha pasado mucha agua bajo el puente. ¿Se puede seguir hablando de triunfos morales después de haber ganado, por ejemplo, dos copas América? -Cuando enseño Literatura colonial, les hablo a mis estudiantes de la teoría de Braudel sobre la larga duración de la Historia. Para evaluar realmente un ciclo histórico e interpretarlo se necesitan largos lapsos de tiempo, cosa que para los millennials es desesperante. Yo les digo: "No, pues, hay que esperar". Lo mismo diría frente a los triunfos deportivos chilenos: podría ser el fin de un ciclo de derrotas, pero también podría ser un chispazo y vamos a volver al largo ciclo de las victorias morales o el casi casi: casi ganamos la Copa Confederaciones, casi fuimos al Mundial... La aparición de Muriendo por la dulce patria mía , en 1998, estuvo rodeada de polémica, sobre todo con la familia de Arturo Godoy. Ahora que ya están muertos su viuda, su hijo y los cronistas deportivos que conocieron al boxeador, Castillo advierte: "La gente me pregunta mucho menos por la parte anecdótica del boxeo y más por la literaria. Ha desaparecido una generación que tenía una relación emocional muy fuerte con Godoy. Antes era más difícil meterse con su héroe". Venir del mundo de la literatura colonial le sirvió al novelista para enfrentarse al personaje con más libertad. "Junto con toda la mezcla de géneros y estilos narrativos, está la idea de que esos textos coloniales a lo que se refieren no es a una verdad objetiva, científicamente comprobable, sino a una realidad entendida retóricamente", dice Castillo. "A través de un texto verosímil, se alcanza una verdad que es superior a la verdad objetiva. Era parte de lo que me interesaba: cómo dar cuenta literariamente de lo que significa la figura de Godoy y este tipo de narrativa heroica en un contexto como Chile". -Cuando publicó la novela estaba en boga el enfoque de ciertas novelas como alegorías nacionales. ¿Quiso conscientemente hacer una? -Sí, me interesó mucho esa idea. En el tiempo en que escribía la novela, Doris Sommer enseñaba en mi Departamento en Harvard. Yo no tomé ninguna de sus clases, pero iba a "mironear", de oyente, sobre todo en sus clases sobre Chile, cuando hablaba de Martín Rivas . Me interesó mucho, pero al mismo tiempo, frente a toda teoría que cabe tan bien, que pega tan justo, que es una revelación tan grande, yo tengo una tendencia a advertir que hay un límite. Y la alegoría tiene limitaciones muy grandes. Te da una cosa demasiado completita. Muy cerrada. Es una cuestión retórica. No deja ver la cualidad humana de la persona. En parte, para hacer un homenaje a esa idea de alegoría es que, al final de la novela, está el Circo de las Maravillas. Pero visto con los ojos del niño Arturo Godoy, para quien eso no es una alegoría nacional, sino algo que todavía no puede entender. Otra modificación importante, en términos gráficos, fue el cambio de la imagen de portada. En la primera edición se fusionaban el Combate Naval de Iquique con la pelea entre Godoy y Joe Louis. "En Iquique hay, o había, esa tradición de nombrar a los niños Arturo, y todo el mundo se llamaba así. Incluso, a algunos les pusieron Arturo Arturo. Pero eso impedía ver lo que es diferente en la figura de Arturo Godoy. Él es visto como el hiperchileno, pero al mismo tiempo era muy diferente. 'Si todos los chilenos fueran como tú, otro gallo cantaría. Tú no eres el típico chileno', como decía su mujer en el libro". -¿Por qué no ha vuelto a publicar otra novela? ¿Tiró toda la carne a la parrilla? -Yo creo que es el peso de la distancia. No podía seguir la conversación literaria. Para mí en ese entonces era muy difícil acceder a canales de visibilidad y de exposición públicas si no estaba acá. Yo no era parte de la Nueva Narrativa, corría en paralelo. Ahora me doy cuenta de cómo ha cambiado Chile. Me encuentro muy en sincronía con la autoficción que se escribe hoy. No es que la anticipara en Muriendo... , pero ya había una idea de mostrarse, que en esa época pasó inadvertida. -¿En todos estos años no ha vuelto a escribir otra novela? -Sí, pero están las presiones del trabajo. Y también soy lento y reticente a mostrar mis cosas. Después que terminé Muriendo... empecé una novela que gira en torno a la historia de los primeros trasplantes de corazón. El doctor Kaplan y su paciente María Elena Peñaloza son los personajes centrales. Es bien parecida a mi primera novela en esa idea de mezclar mundos y tiempos diferentes. Solo le he mostrado una parte a Zurita. Me decidí a terminarla, a pesar de que está en el cajón hace 15 años. Tengo una idea de cómo va a ser el final, pero debo escribirlo todavía. Mientras eso ocurre, Hueders editará en marzo su libro de obituarios ficticios Los muertos del año . "En una época en que no se me ocurría nada, leía los obituarios del New York Times, que publicaba en diciembre los mejores del año. Elegí varios, los traduje y después les empecé a meter mano: ¿qué pasaría si este fuera colombiano? ¿Y si a esta china la pongo en Santiago?", explica Castillo, quien además publicará en 2018 sus traducciones de La letra escarlata y de unos cuentos de Hawthorne.