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La realidad del Papa Francisco

jueves, 21 de diciembre de 2017

Francisco Javier Errázuriz Ossa Cardenal
Opinión
El Mercurio

"...es inimaginable que el Papa Francisco haya afirmado que Dios no redime a los individuos, sino a las relaciones sociales. Nunca separaría a las personas individuales de la redención que Cristo nos ofrece...".



Me han estimulado a escribir esta columna personal las suposiciones equivocadas y las distorsiones con las cuales se nos presentó una lamentable imagen del Papa Francisco en el texto "Los peligros del mate", publicado recientemente.

De mi parte deseo colaborar con todos los que lo están esperando para darle la bienvenida, porque lo conozco personalmente desde hace más de diez años y, desde que fue elegido Papa, trabajo con él cada año durante quince días, distribuidos en cinco sesiones anuales.

Con la austeridad de la manera de vivir que lo caracterizaba ya como arzobispo de Buenos Aires, abandonó la residencia del palacio apostólico, y quiso compartir los espacios y las comidas de todos en la Casa Santa Marta. En esta sencillez suya no cabía ninguna adicción; tampoco al mate. Su sobriedad le pidió que cambiara hasta el auto previsto para el Papa por el tipo de vehículo que emplea la clase media en Italia. Ya al día siguiente a la elección hizo algo desacostumbrado en el Vaticano: no se subió al auto elegante que lo esperaba, sino al pequeño bus que trasladaría a los cardenales.

Es inimaginable que el Papa Francisco haya afirmado que Dios no redime a los individuos, sino a las relaciones sociales. Nunca separaría a las personas individuales de la redención que Cristo nos ofrece. Por eso nos invita una y otra vez a ir al encuentro de la persona de Cristo para conocerlo, amarlo, agradecerle y asemejarnos a Él. Dios nos propone colaborar con Él. Esta obra suya y nuestra repercute en la calidad de las relaciones sociales y de la cultura. Lo expone su primera exhortación apostólica: "La alegría del Evangelio", que contiene el programa de su pontificado.

Cada domingo al mediodía, el Papa dirige unas palabras a quienes acuden a la plaza San Pedro a rezar el Angelus con él, a escucharlo y recibir su bendición. El domingo antepasado llegué tarde a la misa con la comunidad chilena en Roma, porque el gentío de quienes llenaban la plaza me impedía avanzar. Se llena la plaza, porque al Papa Francisco se lo admira en el mundo entero. Ha acercado a Jesucristo aun a muchos que no creían en Él. Unos lo admiran por su cercanía y su comprensión del hombre contemporáneo. Otros, por haber alentado el compromiso ecológico mediante su encíclica Laudato si' . Otros, por su apoyo a los migrantes y a los pobres, que son descartados. Otros, porque aprecian su espiritualidad y su entrañable amor a Jesucristo y a la Virgen María.

Su trato es sencillo, directo, personal. En Buenos Aires utilizaba la locomoción colectiva, porque quería vivir cerca de las inquietudes de todos, y anunciarles con cercanía el Evangelio. Siempre se distinguió por ser misericordioso. Lo caracteriza la intención de que la Iglesia sea una Iglesia "en salida", para acercarse a las personas, apreciar sus búsquedas de verdad y de bien, acompañarlas en sus caminos y, dondequiera que se le necesite, ser también un "hospital de campaña". Nos propone ser una Iglesia acogedora, y nunca una Iglesia excluyente.

Es cierto que antes de ser elegido Papa, daba la impresión de ser una persona reservada, un poco retraída en su trato grupal; no así en sus discursos y homilías. Por eso, al verlo como un Papa con gran capacidad de comunicación con el pueblo, el cardenal de Lima le expresó que en él se había producido un gran cambio. Le respondió el Papa: "El Espíritu Santo me ha cambiado". En el mismo sentido me confidenció, ya el día de su elección: "Dios me ha dado una gran paz". Es la paz que le da la libertad para tratar con todos en el espíritu de Jesucristo, y decir una palabra de aliento y esperanza en tantas periferias, invitando a vivir en comunión, como también a perdonar y reconciliarse, como lo hizo recientemente en sus viajes a Colombia y a Myanmar, países tan heridos por la violencia como necesitados de trabajar por la paz.

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