El proceso electoral presidencial ha concluido, gracias a Dios y al Servel, que es su instrumento en la tierra. Confirmando que en prácticas y estilos las elecciones políticas tienen mucha similitud con las guerras (su ejecución es denominada "campaña", es conducida por un "generalísimo" que es asesorado por un "comando"), las recientes acciones proselitistas han terminado con un virtual armisticio. En esa línea, el encuentro de los candidatos en disputa al despuntar la noche electoral pudiera homologarse con los encuentros en que, con diversas variables, se pacta el alto o cese el fuego entre beligerantes, conforme a las reglas de las Convenciones de La Haya de 1907. Una suspensión convencional de las hostilidades constituye frecuentemente el preludio del fin de una guerra y la firma de un tratado de paz. Ese perfil auspicioso tuvo el aludido encuentro de los candidatos y el contenido de sus intervenciones, que reiteraron prácticas de nuestra historia republicana por las que tácitamente se ha reconocido el pronunciamiento ciudadano, actitud incuestionable cuando, como en este caso, las diferencias de votos eran claras y no eran discutidas. Fue un buen punto, ojalá final y no simplemente suspensivo, de una inútil confrontación hiriente, descalificadora, colmada de imputaciones sin pruebas de respaldo. El clima creado con esa y otras actitudes semejantes influyó en la comunidad nacional, que en las últimas semanas estuvo inquieta, dubitativa y preocupada ante la incertidumbre de los resultados y los anuncios de los agoreros de cada trinchera. Desde cada una de ellas se dispararon sin tregua repelentes proyectiles. La certeza de la información entregada de los resultados electorales, primero por la radio y televisión, confirmada plenamente luego por el recuento oficial, contribuyó a que se superara la inquietud y la desconfianza que lo afectaba. Chile una vez más ha sido ejemplo de conducta cívica, factor que si bien no se coteja en las bolsas internacionales, suele ser citado en estudios de ética pública, lo que no es menor. Los armisticios internacionales son base o concreción de la paz, objetivo y razón de ser de las relaciones entre países. Los armisticios políticos debieran buscar el mismo propósito al interior de los pueblos. Son, asimismo, oportunidad para reconstruir las bases del contrato social que los configuró como nación, comunidad de poblaciones y territorios, con intereses, tradiciones y sueños. Así se ratifica la "amistad cívica", entendida en la concepción aristotélica como fraternidad civil que establece una relación política y ciudadana que en cuanto fraternidad civil ayuda a una mayor estabilidad, estableciendo un estimulante clima de cooperación, una mayor solidaridad y una mejor convivencia entre los ciudadanos, y en cuanto concordia, evita la discordia o lucha entre las clases sociales. Sin duda que esos elementos de la sensibilidad social han sido, al menos, deteriorados entre nosotros, y restablecerlos será una tarea tan compleja como imprescindible para el gobierno que se inicia. También lo será, en lo que corresponda, para la oposición, cuyo rol se anuncia como compactador antes que excavador, según alguna vez se programó. Los desafíos del presente y del porvenir requieren de mínimos entendimientos y respaldos que permitan que el país se administre y se gobierne, concurriendo el aporte que cada uno pueda prestar desde su respectiva posición, que es capaz de sublimarse si lo que se pretende alcanzar es el bien común. Esta disposición de generosa abdicación de los posicionamientos extremos es tanto mayor para los partidos políticos, articuladores de la gobernabilidad que se pretende y, en parte importante, responsables de la situación que se enfrenta. Ella exige en ellos una reflexión urgente de los errores cometidos y una definición de sus correctivos, así como abrir espacio a nuevos dirigentes que conozcan el pasado, aprovechen sus lecciones y, asimismo, sean capaces de enfrentar el presente y abrir caminos al futuro. No deja de ser preocupante que en el escenario político nacional haya desaparecido prácticamente la expresión del centro, que fue tradicionalmente factor de equilibrio entre derechas e izquierdas, sectores ambos que hoy albergan fundamentalismos de uno y otros sesgo. El sorpresivo armisticio político de estos días despunta esperanzas de un acuerdo nacional de gobernabilidad conceptualmente entendible, sin caer en discusiones lingüísticas que complacen a algunos de los nuevos líderes políticos. Hay que asumir la tarea de reconstruir sobre ruinas.