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Un paseo en la nube de bigote Arrocet

sábado, 09 de diciembre de 2017

Por Arturo Galarce, desde España. Fotos Daniel Ochoa de Olza
Entrevista
El Mercurio

Será un humorista vintage en Chile, pero en España Bigote Arrocet tiene la vida que siempre soñó: está de novio con una multimillonaria, habita una mansión de 14 habitaciones, es estrella de realities y un habitual en programas de farándula. "Sábado" estuvo tres días con él en Madrid para repasar su excéntrica historia. "Soy el number one", dice.



-Estoy cansado de la misma pregunta hue... de los periodistas chilenos.

-¿Qué pregunta?

-"¿Es verdad que a usted le va bien en España?".

Edmundo Arrocet von Lohse, 68 años, traje negro, pañuelo negro con lunares blancos, pelo teñido, ni una arruga, ha convocado la primera parte de esta entrevista en el salón del Hotel Ritz, en Madrid. Está rodeado de pilares de mármol, lámparas de cristal, vajilla inglesa y el lienzo de un evento de la revista Vanity Fair que comienza en un par de horas más, pero que poco le importa: no va a eventos, casi no sale a la calle, repugna la fama, dice, y asegura que tampoco sabe qué es Vanity Fair.

El humorista toma una pequeña tetera y rellena su taza con té verde. Su mano tiembla.

Hace 43 años, Bigote Arrocet desembarcó en España. Fue tras el éxito explosivo de su carrera en Chile, cuando con 21 años debutó en el Festival de Viña de 1971, celebrado por su canción "Juistete, pero gorviste". También regresó el año siguiente, pero su participación en 1974 es la más recordada, por la controvertida interpretación de la canción "Libre", de Nino Bravo, que culminó de rodillas en el escenario, dando paso a los comentarios: a solo cinco meses del golpe militar, muchos lo consideraron un gesto a la dictadura.

Ocho meses después, cuenta Bigote, se fue a España porque Chile se le hizo chico. Hizo shows. Conocía gente, dice, muchos famosos, hasta que en 1976 tuvo una oportunidad como comediante estelar del programa de RTVE Un, dos, tres... responda otra vez, donde imitando la voz y gestos de Cantinflas, interpretó a un mexicano que interactuaba con la conductora del programa. El éxito fue rotundo. En parte, claro, porque RTVE fue la única señal de televisión existente en España hasta 1990.

Más tarde, explicará Andrés Guerra, periodista de espectáculos del diario La Vanguardia, de España, Arrocet pasaría al baúl del olvido:

-Hizo una película con un humorista, una especie de western absurdo que pasó sin mucha repercusión. Desde el Un, dos, tres..., hasta esa película que nadie vio, el paradero de Bigote fue desconocido. Hasta su noviazgo que sorprendió a todos.

Fue en 2013. El año de la resurrección, cuando María Teresa Campos, una de las conductoras de televisión más famosas de España, lo presentó públicamente como su pareja, luego de un largo flirteo por WhatsApp. Y entonces Bigote volvió a la palestra. Lo fotografiaron con supuestas amantes, se hizo pública la historia de un hijo no reconocido, y a comienzos de este año fue fichado por el reality showmás visto de España, Supervivientes, del canal Telecinco. Ahí permaneció por siete semanas viviendo con lo puesto en una isla en Honduras, junto a los demás participantes, mientras afuera los medios filtraban el sueldo que exigió: 24.000 euros semanales (más de 18 millones de pesos chilenos). El columnista del diario El PaísJuan Jesús Aznarez le dedicó un par de párrafos ya avanzado el programa: "Pícaro de amplio espectro, el otoñal tenorio dista mucho de ser un indolente: trabaja duro porque ni son fáciles las acampadas en calzoncillos largos a su edad, ni desorbitar un traspiés para ser captado en vídeo, ni meter barriga, ni sonreír cuando le dicen vago y asqueroso. La convivencia con gaznápiros exige mucho yoga e inteligencia. Bigote las tiene: es el superviviente contemporáneo, porque resucitó de entre los muertos aferrándose al refranero español: el que a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija".

En el salón del Hotel Ritz, Edmundo Arrocet se acomoda en su sitial y traga un poco de su té. Luego dice:

-Desde que llegué que soy number one. Cuando me vine dijeron que no iba a triunfar por ser muy autóctono. Que los españoles no me iban a entender y que tenía qué competir con comediantes reconocidos. Pregunta qué fue de esos comediantes y dime a mí, ¿quién dura 43 años siendo número uno?

Bigote chileno

Edmundo Arrocet repasa su historia. Recuerda su infancia en Buenos Aires. Recuerda el barrio que no quería abandonar cuando a los 11 años sus padres decidieron emigrar a Chile y así expandir sus negocios de restauración hotelera. Lo matricularon en el Internado Salesiano Don Bosco, donde lo apodaron el Gorila, por la cantidad de vellos que cubrían su cuerpo. No lo soportaban por su acento argentino, y varias veces se agarró a combos, hasta que un cura le hizo dio un consejo: "Habla como chileno, Edmundo".

-Me iba al auditorio y ahí empezaba a imitar el acento -dice Arrocet-. A los 15 días hablaba más chileno que ellos.

A los 13 años, dice, sus padres se separaron y tomó la decisión de irse a vivir a la calle, a dormir junto a un incinerador de basura en Vicuña Mackenna. La calle le era familiar: como sus padres estaban más preocupados de la separación que de ir a verlo, cuenta que los fines de semana salía a pelusear con un compañero, con el que juntaba algunas monedas lustrando zapatos. Dice que ahí aprendió a hablar en coa. No terminó el colegio. Llegó hasta cuarto de humanidades. Tras su adolescencia, después de meses de insistir, consiguió una prueba de talento con el animador Mario Kreutzberger.

-"¿Qué sabís hacer, cabrito?", me dijo -cuenta Bigote Arrocet-. Él estaba con Arturo Nicoletti. Yo hice mi rutina de imitaciones, y los hue... ni me miraron. Cuando terminé, Kreutzberger me dio una palmada y me dijo: "Dedícate a otra cosa mejor, cabrito". Y bajó las escaleras. Me cayó como las hue...

Bigote Arrocet hace una pausa, parece que lloriquea un poco, emocionado, pero luego sigue.

-No tenía un peso, era mi ilusión. Cuando salí caminé y me topé con una fuente de soda donde estaban haciendo picarones y yo no los podía ni comer. Me dije: este conch... se va a enterar quién soy yo.

Semanas después, Arrocet consiguió trabajo en la Taberna Capri, donde se hizo conocido en el medio por sus imitaciones de Julio Iglesias, Sandro, Tom Jones y Elvis Presley. Rápidamente saltó a las noches del Bim Bam Bum como plato fuerte. Ocho meses más tarde, llegó al Festival de Viña del Mar 1971. Cuando terminó su actuación se encerró en una de las tres habitaciones que reservó en el Hotel O'Higgins: rezó, lloró, pidió que los humos no se le subieran a la cabeza.

Arrocet acerca su rostro y muestra los dientes. Son blancos y gruesos. Los palpa, para demostrar que son suyos y que los mantiene así de impecables por respeto a su público. Los lava con una mezcla de agua oxigenada y agua corriente. Abre su chaqueta: lleva un cepillo en el bolsillo.

-Yo era un showman-dice-. Yo rompí con la máxima de que el humorista es la última chupádel mate en el Festival de Viña. Yo revolucioné el humor. Usaba cuatro trajes de alpaca a la semana cuando la gente estaba acostumbrada a ver todos los hue... piojosos. Por suerte, siempre supe mantener los pies en la tierra.

-¿Cómo era la noche en la Unidad Popular?

-Igual que en todas partes: copete, marihuana, falopa, mujeres. La noche siempre intenta atraparte, pero yo no caí. Para mí, la Unidad Popular era una época muy mala, que viví con mucha rabia, porque yo era del pueblo y nunca antes vi a un gobierno donde la gente tuviera que hacer cola. Ser del pueblo no era fácil, pero yo como artista no puedo decir nada, porque el que más caro ha cobrado en esa época he sido yo. Nunca me faltó nada.

-Pero fue en el Festival de 1974, cuando cantó "Libre"...

-Esto va a terminar como una entrevista política...

-Es que precisamente esa canción fue interpretada como un acto político.

-La derecha lo interpretó así y me da lo mismo. Yo nunca canté esa canción al lado del Presidente (Pinochet) como se ha dicho. Ese fue Juan Bau (cantó la misma canción en 1976). A mí nunca me fue a ver Pinochet. Cuando hice esa imitación fue porque de verdad había muerto Nino Bravo, y yo encontré que se daban las condiciones, porque en la UP no podías salir del país. Acuérdate bien. Estábamos como en Cuba. En el gobierno militar nadie te prohibía salir. ¿O los militares te prohibían salir?

Cuando Edmundo Arrocet llegó a España un mes después de su participación en el festival de 1974, los medios no sabían dónde ubicarlo políticamente: algunos le preguntaban si venía escapando de la dictadura, o si se había ido gracias a la ayuda de los militares. Lo llamaron Edmundo "Arrochet".

-¿Cómo habría sido su vida si se hubiera quedado?

-Habría sido un monstruo. Imagínate lo que me querían a mí... Si le hubiera dicho:"Presidente, deme un programa de televisión", ahí habría estado con un programa. ¿Y quién me lo quita? Yo era el número uno, cómo no me lo iban a dar.

Edmundo Arrocet se pone de pie y cruza el salón del Ritz a toda velocidad. Ha oscurecido y su chofer está afuera. Cuando pasa, nadie se detiene en él. A la salida, un grupo de fotógrafos está agolpado esperando la llegada de los famosos al evento de Vanity Fair, pero ningún flash apunta a Arrocet.

-No me vieron -dice Bigote, antes de subirse al auto que lo espera-. ¿No te fijaste que me tapé la cara con la bufanda?

Inventor

de casi todo

Miércoles. 16:00 horas. Urbanización Molino de la Hoz, a 25 minutos de Madrid.

Arrocet se sube a un ascensor. Viste polera beige con manchas de pintura blanca. Está en el interior de la mansión de su novia, María Teresa Campos, compartiendo los rincones de la casa que habita desde que comenzó su noviazgo con la periodista española. Bigote abre puertas. Muestra la piscina temperada, muestra las murallas alfombradas del hall, muestra la oficina que nadie usa, la sala de juego con mesa de DJ que nadie usa, el gimnasio que nadie usa, la cocina de la otra casa (son dos casas en una) que nadie usa, los 14 dormitorios que nadie usa. De pronto se detiene: dice que no le importa el lujo. Que nada de esto le importa. Que lo que añora es una marraqueta con mortadela y una bebida en una plaza.

Edmundo sale al jardín. Su lugar favorito. Explica cómo es un día suyo: se levanta a las 12 del día, pinta un poco, come lo suficiente, sale si es necesario, y se duerme de madrugada. Ahora apunta una vieja encina, pintada de rosado.

-La iban a echar abajo, pero yo no dejé -dice, acariciando las ramas del árbol-. Yo mismo lo pinté. Y mira las flores. El árbol está muerto, pero yo le embuto estas flores de plástico.

Ahora habla de su paso por el reality.

-Me encantó. Porque pasé hambre, fatiga, frío; entonces, mi corazón se volvió a templar: me contacté con el resto del mundo que también pasa hambre y frío.

-Justo cuando fue confirmado para el reality, se hizo conocida la historia de Alexis Ledgard, un hijo suyo no reconocido. Él dijo que sentía rabia hacia usted.

-Eso fue sorpresivo. Yo siempre siempre supe de él y siempre lo visité cuando era chiquitito. Mis otros hijos siempre lo supieron. Nunca fue algo oculto. Tampoco me molestó su aparición en TV, porque también está en su derecho. Habla mal de mí, le dije, para que saquísbuen dinero. En los tiempos que corren, nada es gratis. Yo a Chile no le he cobrado nunca una entrevista, pero si lo hiciera las cobraría como las cobro acá.

-¿Cuánto vale una entrevista suya acá?

-Depende. 35 mil, 60 mil euros.

-Dicen que después de su fama en los 80 ya no tuvo más presencia en los medios de España. ¿Qué hizo todos esos años?

-Viajé. Fui a Chile. Me dediqué a los negocios. Vamos a inaugurar una planta de energía eólica con unos empresarios españoles en el desierto florido. Y acá me he dedicado a otros negocios: ya lo conversé con Fernando Fischmann, que lo conozco, porque tengo la idea de hacer la piscina más grande de Europa en las afueras de Madrid, junto a las ruinas de Segóbriga, una ciudad romana abandonada a la que nadie le da bola. Y también seguí haciendo galas. Eventos en ciudades. Acá no se olvidan de uno.

Según el periodista del diario La Vanguardia, Andrés Guerra, no guarda recuerdos de eso.

-Si ha participado en eventos, han de haber sido muy pequeños -dice Guerra-. Lo suyo ahora es por el noviazgo con María Teresa, que ella sí es muy conocida. Edmundo Arrocet sigue siendo un celebrityB, o C, que claro, ahora aparece en las páginas del corazón, pero siempre asociado a María Teresa. Un reportaje suyo, si no es por Teresa, interesa poco acá en España.

-Edmundo, ¿por qué cree que en Chile ya casi no lo recuerdan?

-Es normal. Es problema de ellos. Como me metieron en política, yo creo que seré motivo de orgullo para los que piensan de una forma y no para los que piensan de otra. Por ejemplo, en Chile se reconoce a los deportistas que triunfan en el extranjero, que me parece muy bien, pero son pan para hoy y ruina para mañana. Nosotros llevamos 55 años arriba del escenario y por eso no entiendo cómo en Chile no hay una calle en honor a Gloria Simonetti o al Pollo Fuentes. Y unos grandes, que a lo mejor cuando se mueran recién les harán una plaza: Los Huasos Quincheros. Me duele que sean así en Chile.

-¿Qué le pasa entonces cuando dicen que se emparejó con María Teresa por interés?

-Nada. Mientras yo sepa la verdad, no me importa. Yo soy famoso desde el año 74. Cuando dicen ese tipo de cosas me entra la risa. Llevamos cuatro años juntos.

-¿Leí que duermen en piezas separadas? ¿Por qué?

-Porque toda la vida he dormido así. Con mis antiguas mujeres también. Tengo un biorritmo nocturno; entonces, para qué les voy a amargar la existencia. Yo me levanto a las cuatro de la mañana a pintar, a leer, a ver televisión, a escribir. Además, si me siento mal y tengo que ir al baño, a meter ruido... no, yo para eso no sirvo. Soy pudoroso con esas cosas. No me gusta ni que se hagan chistes escatológicos ni con malas palabras. A mí nunca me vas a escuchar un chiste en doble sentido.

-¿Ha visto el Festival de Viña nuevamente?

-No. No llega acá el festival.

-¿Conoce al animador? ¿Rafael Araneda?

-No, no sé quién es. ¿Qué fue de César Antonio Santis? ¿Vodanovic? Esos sí que eran monstruos.

-¿Pero al menos está al tanto del humor en Chile? La mayoría de los últimos comediantes se dedican al stand up.

-¿Sí? No tenía idea. El stand up me parece muy bien, pero no es más que eso. Nosotros éramos artistas. Un tipo que se aprende un libreto es un actor. A esos, si los dejas solos en el escenario, no saben qué hacer. Les pegan una paliza. Nosotros con el Coco Legrand, o Carlos Helo, fuimos los que inventamos eso. Lo que pasa es que los más jóvenes se agarraron de una parte de lo que nosotros hacíamos para alargar el tema y le pusieron nombre. Antes que yo saliera, los humoristas solamente contaban chistes.

Y entonces Edmundo, ahora estirado sobre un sillón en el living de la mansión, revela que en realidad ha sido inventor de muchas otras cosas: por ejemplo, explica que a los 11 años diseñó un proyecto para convertir el Mapocho en navegable, inspirado en el río Sena, pero que de alguna forma Sebastián Piñera le arrebató la idea. También el Túnel San Cristóbal. Idea suya, dice, no tomada en cuenta por el alcalde de entonces. Y bueno, también las motos techadas antes que salieran al mercado y un zapato con seis hebillas que, por suerte, aún nadie se lo copia. Dice también que es negociante, que en Chile es dueño de terreno de almendrales y viñas en la Cuarta Región, y que en España también gestó un par de empresas, que según una publicación del sitio español Vanitatis, no registran actividad comercial desde mediados de los 90.

-Siempre he sido negociante, mi cabeza no para -dice Arrocet, buscando correos de negocios en su iPhone-. Me acuerdo de que una vez la infanta Pilar, hermana del Rey de España, me presentó a Iván Zamorano en un evento. Yo no tenía idea quién era, pero conversando se nos ocurrió importar pisco a España. Avanzamos harto, pero no concretamos la idea.

Minutos más tarde, María Teresa Campos, su novia, baja del segundo piso y se sienta junto a él. Se hacen bromas, los dos, solos, rodeados de la inmensidad de esta casa que ella intenta vender hace varios años en 4,5 millones de euros.

-No hemos encontrado comprador -dice María Teresa, 76 años, ocho más más que él, una señora pequeña, de ojos grandes, que aunque recuperada del derrame cerebral que sufrió mientras Arrocet estaba en el reality, camina muy lento escaleras abajo-. Antes vivía con mi hija, mis nietos, pero ya todos se han ido. Esta casa es mucha casa para dos. Cuando la vendamos la idea es irnos a algo más tranquilo, pero siempre con verde, con vista a un jardín, pero no tan grande como esto.

Bigote interrumpe.

-A mí me gusta más el mar.

Aplausos para Bigote

-No tengo idea a qué vengo. Toda mi vida he improvisado.

Es jueves. Edmundo Arrocet acaba de bajar del tren de alta velocidad que lo trajo hasta Barcelona luego de tres horas, junto a su mánager Mariví Tejela. Cuando sale de la estación, dos mujeres, Ainhoa y Tamara García, lo identifican. Son estudiantes universitarias. Ambas lo conocen por el reality. Una de ellas llama por teléfono a su abuela.

-¿A que no sabes con quién estoy, abuela? Con el Bigote. El Bigote Arrocet.

Edmundo Arrocet, parka naranja, chaleco negro con manchas naranjas, se escabulle de una cámara que lo espera y toma un taxi y se pierde.

Minutos más tarde estará en un camarín del canal RTVE, esperando salir al aire en el programa Hora Punta, que esta tarde recordará al extinto espacio que lo vio nacer en España, el Un, dos, tres.... Frente al espejo, Edmundo se quita la camisa, dejando a la vista las marcas del acné adolescente que conserva en su espalda y el bronceado que lleva desde su participación en el reality.

Ahora lo llaman.

Se calza el terno rápido, toma el ascensor y entra a la sala de maquillaje, donde hace bromas, coquetea y se deja espolvorear y peinar por las tres maquilladoras que sonríen con sus bromas. Cuando está listo, camina al plató y saluda al público. La mayoría, explican, ha venido hasta acá por los 5 euros que les paga la agencia que los trajo, y cuyo precio incluye el compromiso de aplaudir y vitorear cada vez que un productor se los diga.

-No tengo idea quién es el animador del programa -dice Edmundo, minutos antes de que se lo presenten.

A las seis de la tarde, el programa parte. Una mujer pequeña se contorsiona aplaudiendo en el público. En el set está Edmundo, acompañado de las gemelas Hurtado, dos protagonistas del extinto programa y que rápidamente se roban la película haciendo bromas. También está Mayra Gómez, una de las conductoras del Un, dos, tres...Mientras el programa avanza, a Edmundo se le ve silencioso. Tampoco le dan mucho la palabra, pero cuando habla, saca algunas carcajadas del público, sobre todo cuando proyectan alguno de sus sketches, esos donde imita la voz de Cantinflas. De pronto, las hermanas Hurtado y Mayra Gómez explican que si bien el programa les dio una fama inusitada, no ganaron suficiente dinero. Edmundo guarda silencio. Cuando el programa termina, de regreso al camarín, pregunta:

-¿No escuchaste lo qué dijeron? ¿Qué no ganaron dinero? A estos no les pagaban, pero a mí sí. A mí sí me tenían que pagar. Siempre he cobrado lo que valgo. Además, ellas se tenían que hacer famosas, yo venía siendo famoso.

Dice que hace cuatro años lo invitaron al Festival de Viña, pero se negó cuando le mencionaron la cifra.

-Es que tú eres chileno, me dijeron. ¿Por qué tengo que cobrar más barato que un extranjero? Oye, yo lleno en España. No. Se acabó ahí la conversación. Si no me pagan lo que pido no voy.

-¿Cómo cree que le iría si regresa a Viña del Mar?

-Lleno. Dejo la cag...

-¿Cómo está económicamente? ¿Está bien?

-Jajajá. Te estoy diciendo que tengo negocios. ¿Qué creís? Por supuesto. Si no gasto plata. Yo no gasto, tío. Todo lo que entra ahí se queda, para los niños. Más todo lo que hemos montado en Chile.

Y Edmundo Arrocet, la sonrisa fluorescente, sube a un taxi en las afueras del canal para desaparecer en la noche de Barcelona. Días más tarde, Arrocet volvería las pantallas al hacer noticia por un hecho no vinculado a su noviazgo: fue fotografiado por una pasajera cuando era bajado de una micro a la que supuestamente se subió sin pagar. En su estilo, relajado, explicaría a los canales que todo se trató de un mal entendido, sin necesidad de precisar las palabras que, días antes, al interior de la mansión de María Teresa Campos, mencionaba sin empacho:

-Mientras sigan hablando, mejor para uno.

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