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El Presidente busca una nueva identidad para el país:

Cien años después de la revolución, Putin intenta reinventar a Rusia mirando hacia atrás

domingo, 05 de noviembre de 2017

VIVIAN OSWALD O Globo/Brasil/GDA
Internacional
El Mercurio

MOSCÚ Nostalgia de su antigua grandeza durante el período soviético impulsa la agenda de una superpotencia hoy apagada.



El largo proceso de transformación de Rusia desde la Revolución de 1917 aún no ha terminado, dicen los historiadores. En estos 100 años, la vida cambió innumerables veces y obligó a los ciudadanos, perplejos, simplemente a adaptarse. Después de siete décadas de régimen soviético, el mayor país del planeta perdió más de cinco millones de kilómetros cuadrados, mucho más que la mitad del territorio brasileño. Fue la mayor disminución territorial de la historia del siglo XX.

La ex superpotencia vio que su influencia política se redujo y lo mismo ocurrió con su importancia económica. Vivió y revivió momentos de caos. Pero aún quedan sobre el inconsciente colectivo los antiguos momentos de gloria: la heroica victoria en la Segunda Guerra Mundial, el desarrollo de la bomba atómica, la carrera espacial, la rivalidad con Estados Unidos.

La Rusia de 2017 está en busca de una nueva identidad. Es precisamente eso lo que el Presidente Vladimir Putin intenta construir con mano de hierro desde que asumió el mando en el 2000. En el poder hace casi dos décadas, el líder ruso defiende un nuevo proyecto de nación, siempre volviendo, tal vez de forma contradictoria, a la vocación imperial de esta que fue la segunda potencia del planeta. Su popularidad se alimenta, en cierto modo, de la nostalgia.

"La revolución de 1917 creó la tarea de modernización sistémica del país, de formar las instituciones de la sociedad civil y el Estado de Derecho. Eso es lo que todavía vivimos hoy. La agenda no está finalizada. Por eso, muchos historiadores defienden que la revolución aún no ha terminado", dijo a O Globo el investigador Kirill Soloviev, del Instituto de Historia de Rusia.

La nostalgia de las glorias pasadas impulsa la agenda del presente. Bajo la batuta de Putin, el imperio se reordena y flexiona sus músculos para reconquistar su lugar en el ajedrez de la geopolítica mundial. La retórica militar, por cierto, ha sido una constante en la Rusia de Putin y uno de los temas preferidos en la televisión del país, que muestra diariamente programas sobre guerras actuales y pasadas. Con ayuda del alza de los precios del petróleo y un escenario económico mundial favorable en la primera década en el poder (2000-2010), el líder ruso había dado al país una estabilidad no vista desde hace mucho tiempo. A cambio recibió apoyo de buena parte de la población y una aprobación que, hoy, incluso bajo sanciones, es del 85%.

"La revolución es un mito. Fue un cambio que interesaba a un grupo que quería tomar el poder. Benefició a algunos. La gente vivía mal, pasaba hambre. Nadie tenía nada. ¿La vida es óptima hoy? No. Aprendimos a convivir con la pobreza. Pero no cabe duda de que es una vida mejor", dijo Gleb Andreevich, ex profesor de historia, hoy vendedor en uno de los cientos de tiendas Evrocetr, de smartphones y accesorios.

Esa visión no es un consenso. La profesora Natalia Dimitrovna, de 52 años, habla con nostalgia de los tiempos de la Unión Soviética: "La estabilidad nos daba la tranquilidad de saber que todo estaría bien al día siguiente. Hoy, nadie sabe. ¿Y si pierdo el empleo?", indaga.

El pasado soviético todavía no es un asunto que esté en calma. Una de las mayores especialistas en Rusia, Masha Lipman -quien divide su tiempo entre Estados Unidos, donde enseña en la Universidad de Indiana, y Moscú, donde edita la revista Counterpoint- afirma que el país necesitaba una nueva identidad tras el fin de la URSS. Y explica que el proyecto de nación del actual líder ruso apunta a consolidar el poder político, promover el desarrollo económico y reconciliar los muchos lados de un país aún dividido. En 2016, Putin afirmó que existe "una única Rusia". Es de esta premisa, según Lipman, que parte su proyecto de nación, la que se renovó tras la anexión de Crimea en 2014. Rusia se habría convertido en una fortaleza rodeada bajo amenaza del enemigo de Occidente.

"Apoyar al líder no es solo una cuestión de lealtad, sino de seguridad nacional e incluso de identidad nacional. Ser ruso de verdad es apoyar a Putin y conmemorar la anexión de Crimea. El pensar diferente a eso es ser no ruso, no patriótico, y hasta un traidor", afirma.

Bajo las sanciones económicas de Occidente desde entonces, Rusia hoy ya no vive la bonanza de los primeros años de Putin. Sin embargo, su peso continúa siendo fundamental en las cuestiones globales. La relación con los estadounidenses sigue siendo mala. Ni siquiera la elección del republicano Donald Trump -a quien los rusos veían con buenos ojos- fue capaz de acercar a los dos países. Rápidamente la larga agenda de las diferencias se impuso. Esta va desde Siria hasta las acusaciones de que hackers rusos, por orden del Kremlin, habrían influido en las elecciones estadounidenses.

"Rusia descubrió que Trump depende de las instituciones democráticas estadounidenses y que su poder de decisión es limitado. Ahora, él y EE.UU. están bajo el fuego cerrado de la propaganda rusa", dijo el especialista senior del Centro Carnegie de Moscú, Andrei Kolesnikov.

Para muchos analistas, entre ellos Evgeny Satanovsky, Rusia y EE.UU. viven de nuevo las tensiones del siglo pasado.

"Son las relaciones de la Guerra Fría. No hay ilusiones ni expectativas", dijo.

En ese contexto de deterioro de las relaciones con Occidente, China, aún comunista, se convirtió en un socio importante. Temas como la península coreana aproximan a los dos países. Rusia apoya la solución negociada defendida por los chinos y se opone a la instalación de un escudo antimisiles en Corea del Sur.

"Si no podemos establecer vínculos estrechos con Estados Unidos, ¿por qué no hacerlo con China, especialmente cuando tenemos tantas cosas en común?", pregunta Satanovsky.

Heridas abiertas

Los años de rivalidad con Estados Unidos recuerdan tiempos en que el país era mucho mayor. El divorcio de las repúblicas de la URSS fue rápido, pero las heridas todavía duelen. Las relaciones con las ex repúblicas nunca dejaron de ser problemáticas. Para Kolesnikov, esos países son considerados por Putin un imperio imaginario.

"Pero cada uno de ellos, incluso dentro de la Unión Económica Euroasiática, está jugando su propio juego", dijo.

Rusia frenó una guerra con Georgia en 2008 y tiene relaciones difíciles con Ucrania. El relato del Kremlin sobre una Rusia fuerte es reiterado en lo cotidiano. En el metro de Moscú, vagones circulan con la colección "Grandes Generales"; incluso con un inmenso retrato de Joseph Stalin, maldito por décadas, pero a quienes los rusos atribuyen la victoria en la Segunda Guerra. Hace 20 años, difícilmente se vería un retrato así de Stalin en exhibición.

Natalia Dimitrovna se refiere a Vladimir Lenin como dyedushka (abuelo) Lenin. La referencia revela respeto y nostalgia, como quien recuerda a un querido miembro de la familia, riguroso, pero también dulce y protector. Como ella, muchos rusos, más viejos y más jóvenes, preservan la memoria de la superpotencia desaparecida. Y, como todos los nostálgicos, sueñan secretamente con la vuelta del pasado.

Decenas de personas fueron detenidas ayer durante el tradicional desfile anual de los ultranacionalistas, opuestos a Putin.

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