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El ex puntero y lateral izquierdo de 62 años sigue siendo uno de los mayores ídolos de la historia de Cobreloa, y fue titular de la Roja en la malograda generación de los 80:

Las mil historias de Héctor "Ligua" Puebla, el siete pulmones chileno

sábado, 04 de noviembre de 2017

Rodrigo Labrín
Deportes
El Mercurio

El zurdo repasa su dura niñez, los años de servicio militar en los que debió dejar el fútbol, cómo se las arreglaba para jugar con unos "chuteadores" que le quedaban "volando" y desclasifica que por usar el pelo largo no lo quiso Naval y ahí apareció Cobreloa. Elogia a la "generación dorada" y dice, convencido, que "en esta selección yo hubiese sido titular". También recuerda los malabares que hizo para conseguir la camiseta de Maradona.



Debería llamarse Héctor Martínez, pero por lo que algunos llaman "cosas de la vida" terminó inscrito con el apellido paterno Puebla, Héctor Puebla. El siete pulmones de Cobreloa y la selección chilena nació en Valle Hermoso, al lado de La Ligua, y como su papá de sangre no lo reconoció, fue la nueva pareja de su madre, don Luis Puebla, el que lo crió y lo hizo salir adelante. "Él es mi papito", dice.

Tito fue el mayor de una familia de seis hermanos que debió liderar junto a sus padres, Luis y Catalina, para sacarla adelante. A los ocho años ya organizaba las papas en sacos, las cargaba, cuidaba de sus hermanos, intentaba hacer las tareas de los colegios, hacía esfuerzos para leer y más encima jugaba a la pelota cada vez que el tiempo se lo permitía.

El ex capitán loíno cuenta que solo llegó a sexta preparatoria y que cuando le preguntaron por los pulmones que le quedaban tras jugar por Chile en la Copa América de 1987, respondió en serio que tenía "uno nomás, como todo el mundo", porque él no tenía idea que eran dos. "No me jodan, si con suerte fui al colegio", tira el puntero izquierdo, reconvertido más tarde como lateral zurdo.

Puebla es un crack de esos que escasean. Camina por La Ligua con la complicidad de toda una comuna que lo quiere. Si hubiera nacido en estos tiempos, seguro tendría una calle con su nombre, o hubiera recibido llaves de la ciudad, o habría sido declarado hijo ilustre. Como es de la generación del Maracaná, la del escándalo del "Cóndor" Rojas que fue suspendida deportiva y moralmente, solo tiene un rincón en un café de la ciudad (Café Lihuen) que su dueño, Álvaro Garay, bautizó como la esquina del Tito, donde Héctor acude cada vez que las cosechas de paltas y papas lo dejan descansar un rato. "Me levanto a las seis de la mañana, me subo al tractor, estoy hasta las cinco de la tarde preocupado de que todo ande bien y me devuelvo para conversar con algunos amigos", cuenta.

Uno de los temas de café es siempre el mismo: el presente del atribulado Cobreloa, su gran amor, al que sigue por cielo, mar y tierra. "A veces intento seguir por radio los partidos, pero la verdad es que estamos mal. No sé si alguna vez recuperaremos el tranco. Tengo miedo de que Cobreloa desaparezca y sufro mucho. El club me dio todo: gracias a Cobreloa tengo casa, un campito (La Viña), una camioneta, algo de plata para pagarle a un par de trabajadores, y lo más importante es que pude financiar los estudios de mis hijos", dice.

En plena plaza de La Ligua se despide de beso de su hija Javiera, que trabaja en el Cesfam de La Ligua como enfermera, y siente orgullo de haberle dado educación a ella y también a su otro hijo, Eduardo, que es profesor de educación física. "Yo era un patipelado y cuando veo a mi niña con su uniforme, se me infla el pecho y me dan ganas de llorar", narra este hombre de 62 años, uno de los máximos referentes de la historia de Cobreloa, el nombre con más partidos con la camiseta naranja (663), el que tiene más títulos (5) y uno de los más goleadores, con 46 anotaciones.

Lota, los zapatos, los cartoncitos

Tito tiene historias para lo que le pidan. Cuando se fue al servicio militar, entre 1975 y 1976, no supo nunca más de fútbol. Se puso los bototos, partió a un regimiento de Iquique y cuando volvió a su vida normal en La Ligua ya no tenía ni "chuteadores". Por eso cuando le salió una prueba para ir a Lota Schwager en 1977 llegó con un bolsito chico, con unos zapatos 41 y no 39 como es su número de calzado, y apareció en el Federico Schwager con mil sueños, pero sin haber tocado la pelota por casi dos años. "Tomé un bus, me estaban esperando y estuve casi un mes jugándome mi futuro. El tema de los zapatos grandes los solucionaba poniéndome muchos calcetines, vendas y hasta cartoncitos, y me salvé porque don Vicente (Cantatore) me dejó en el equipo por mi buen estado físico".

En Lota Alto y en Lota Bajo, el "Ligua" se ganó el cariño de todos y en especial de Víctor Merello, con quien es amigo hasta hoy. "El 'Chueco', que es el gallo más derecho que conocí, me regaló zapatos número 39, lo que me sacó un tremendo problema, porque con los zapatos a la medida anduve mucho mejor", evoca el ex lotino, cuyo primer contrato fue por 15 mil pesos al mes. "No era mucho, pero alcanzaba para mandarles a mis viejitos", cuenta.

En Lota fue feliz, pero lo que no sabía era que a partir de 1980 lo sería aún más al vestirse de naranja y firmar su primer gran contrato, casi 150 mil pesos. "Me quería morir con tantas lucas, no sabía qué hacer", rememora y agradece hasta el día de hoy a Dios por haber tenido el pelo largo, lo que le impidió fichar antes en Naval de Talcahuano. "Me querían llevar, pero sin chasca, era el gobierno militar, la Marina, así que por suerte hasta ahí nomás llegaron las conversaciones", recuerda.

La vida en naranja y rojo

A Cobreloa llegó en 1980, se casó con su amada Ernestina, que había conocido de niño en Valle Hermoso, y vivió la época dorada, la que difícilmente se repetirá alguna vez. Ganó con los "Zorros del Desierto" cinco títulos nacionales (1980, 1982,1985, 1988 y 1992), una Copa Chile (1986) y obtuvo dos subcampeonatos de la Copa Libertadores (1981 y 1982). "Aún muchos lamentan esas copas Libertadores. Pero la historia la escriben los campeones y nosotros no supimos hacerlo. Me voy a morir con esa rabia, porque cuando Peñarol nos hizo el gol en el último minuto, lo primero que se me vino a la cabeza fue la cara y el sufrimiento de los mineros que dejaban la vida sacando cobre. Pero yo no soy de llorar, perdimos, la cagamos y ya está. Soy hombrecito y no supimos ganarla en cancha. Los lloroncitos conmigo no corren", sentencia.

Por eso Puebla cree que la actual generación dorada de Chile es la mejor de la historia y punto. "Ganaron, y aunque digan que algunos son indisciplinados o qué sé yo, da lo mismo. Fueron campeones de América dos veces, enfrentando a Messi y a los argentinos, que sabemos lo agrandados que son, y nadie, pero nadie podrá borrarles ese logro".

Seguramente hay muchas cosas que este liguano dejó de contar o simplemente olvidó decir. Pero antes de terminar esta nota cuenta que está cansado de dar entrevistas y que si fuera por decisión propia, preferiría que la prensa y la gente se olvidaran para siempre de él. "De verdad, quiero que esta sea mi última entrevista", sentencia, pese a que él mismo sabe que eso es imposible, porque con siete pulmones tiene aire para rato. Enhorabuena.

"Me levanto a las seis de la mañana, me subo al tractor, estoy hasta las cinco de la tarde y me devuelvo (al café) para hablar con los amigos".

"A veces intento seguir por radio los partidos, pero la verdad es que estamos mal. No sé si alguna vez recuperaremos el tranco. Tengo miedo de que Cobreloa desaparezca y sufro mucho".

"Para mí el mejor jugador de esta generación es Alexis Sánchez. Es un delantero guapo, no se achica ante nadie y marcarlo debe ser una pesadilla".

"Esa camiseta de Maradona hay que andarla escondiendo, porque en cualquier momento te la pueden robar. Yo la cuido como hueso santo y la voy cambiando de lugar y de escondite".
ERNESTINA FERNÁNDEZ,
esposa de Héctor Puebla.

"(Sobre la 'generación dorada') Ganaron, y aunque digan que algunos son indisciplinados o qué sé yo, da lo mismo. Fueron campeones de América dos veces, enfrentando a Messi y a los argentinos, que sabemos lo agrandados que son, y nadie, pero nadie podrá borrarles ese logro". ''Cuando Peñarol nos hizo el gol en el último minuto (en la final de la Libertadores), lo primero que se me vino a la cabeza fue la cara y el sufrimiento de los mineros que dejaban la vida sacando cobre".

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