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Alfredo Jaar "El mundo del arte en Chile no me entendió, no me daban pelota"

sábado, 04 de noviembre de 2017

por MURIEL ALARCÓN LUCO fotos sergio lópez isla
Entrevista
El Mercurio

De paso por el país, el artista visual chileno más destacado del último tiempo habla sobre la timidez que marcó su carrera, la distancia que aún mantiene con los artistas de su generación y la incomprensión de su familia en torno a su trabajo. También repasa su relación con su hijo Nicolás, un referente de la música electrónica en el mundo: "Cada día nos sorprende con su talento".



-¿Es usted feliz?
Alfredo Jaar, 61 años, arquitecto de profesión y el artista visual más importante de Chile, toma un té de hierbas en el living de un hotel boutique en el Cerro Alegre.
A pesar de definirse como "un artista de origen chileno", ha vivido solo un cuarto de su vida acá, y desde hace 35 años regresa "silenciosamente" solo una a dos semanas al año para ver a su familia, pero también para dictar charlas y conferencias a audiencias compuestas principalmente por jóvenes.

En un cálculo rápido, Jaar dice que viaja unos 200 días por año.

En sus conferencias, el artista se dedica a deconstruir sus obras, subrayando que el arte tiene la capacidad de provocar cambios.

La conferencia de hoy buscará precisamente interpelar al público con la pregunta "¿Es usted feliz?", por medio de una intervención audiovisual montada en el Parque Cultural de Valparaíso, además de gigantografías que están instaladas en la Ruta 68. Todo como parte de la apertura de la vigésima Bienal de Arquitectura y Urbanismo, en la cual él es el invitado principal.

-Es una pregunta que va a la esencia de lo que se cuestionan los artistas -dice Alfredo Jaar en un español casi sin acento.

La primera vez que el artista hizo esa pregunta fue entre 1979 y 1981 para su proyecto Estudios sobre la felicidad. En esos años, por medio de performances, fotos y entrevistas, quiso responder "como artista al contexto de la dictadura de manera poética y simbólica", en espacios públicos santiaguinos. Una obra que surgió, explica, ante "la imposición de un nuevo modelo de ser feliz".

-Un modelo neoliberal que se instauraba con fuerza -explica-. Yo quería cuestionar: ¿queremos esto?, ¿somos felices ahora con esto?

Fue su trabajo más importante antes de marcharse de Chile en 1982, radicarse en Nueva York y convertirse en quien es hoy: un referente mundial del arte conceptual.
"¿Es usted feliz?" es, además, una de las obras claves que descifra JAAR: El lamento de las imágenes, un documental de la directora Paula Rodríguez, estrenado el 5 de octubre pasado, que aborda el proceso creativo del artista y está musicalizado por su hijo, el reconocido músico electrónico Nicolás Jaar, de 27 años.

A Jaar le habían propuesto actualizar "¿Es usted feliz?" una decena de veces, pero él no había querido.

-¿Qué busca ahora?

-Lo mismo que antes. Cuestionar el modelo existente. Yo creo que el arte tiene esa capacidad de hacerte parar. Y esta obra dice: "A ver, pare: ¿qué quiere?, ¿adónde va?". Y eso solo se puede saber a través de una pregunta tan simple, pero tan filosófica como "¿Es usted feliz?".

Timidez de origen

Alfredo Jaar siempre viste de negro. Frente a audiencias, en su vida cotidiana. La costumbre la adoptó cuando era adolescente, aburrido de que su pelo rojo llamara la atención.

-Yo antes era colorín, colorín, colorín. Ahora no se nota. Odiaba mi pelo. No lo soportaba.

El color sobresalía en la isla francesa Martinica, en el Caribe, donde Jaar vivió, junto a cuatro hermanos, entre 1961 y 1971. Ahí, dice, creó grandes lazos con la cultura negra, después trascendentales en sus trabajos.

Su padre decidió el destino para la familia, aconsejado por su abuelo, que residía ahí, buscando un mejor trabajo cuando la fábrica de libros que tenía en Chile quebró. Alfredo Jaar, que estudió entre los 5 y los 15 años en un colegio francés, recuerda:

-Yo era el único chiquito blanco y además tenía el pelo rojo. Era el hazmerreír. Yo creo que el origen de mi timidez tiene que ver con eso también. Quería ser normal, rubio o negro, no colorín. Entonces, descubrí el negro. Y el negro neutralizaba el rojo (de mi pelo) y el blanco (de mi piel).

Su padre, preocupado por su excesiva timidez, lo llevó a un psicólogo que sugirió un curso de magia para su desplante. A Jaar la magia lo entusiasmó. Ensayaba incansable. Solo. Frente a un espejo. Y cuando sentía que dominaba el truco, lo presentaba.

-La magia me obligaba a actuar ante un público -recuerda-, y nunca me dejó. Yo siempre pienso como mago cuando hago arte. El efecto de suspenso, de sorpresa, de iluminación, de llevar a lugares desconocidos.

Gracias a la magia, Jaar empezó a dibujar. Al regresar a Chile, en 1971, y tras el golpe, siguió dibujando, también escribiendo, y tiempo después, porque en ese momento no tenía conciencia de lo que hacía, reconoció y decidió que eso sería "arte". No había artistas en su familia y su padre quería que él estudiara medicina. Pero Jaar, por puntaje, solo pudo entrar a arquitectura. Hoy se define así: "Como un arquitecto que hace arte".

-Para el arquitecto, el contexto lo es todo. Cuando un arquitecto crea un proyecto tiene que responder y entender el contexto. No puedes crear una casa sin conocer a la gente a la que le vas a construir la casa, sin saber de dónde viene el sol. De la arquitectura yo adopté este modus operandi, esta especie de manifiesto mío que es "para actuar en el mundo, necesito entender el mundo". Y esa fue la fórmula que utilicé. Significa que hay que entender, y para entender hay que investigar. Cuando he logrado un nivel aceptable de comprensión del contexto, puedo actuar.

Luego Jaar se define como "un artista de proyectos y no de taller".

-El artista de taller trabaja en su taller y se sienta frente a una tela o papel blanco y crea cosas de su imaginación. Yo jamás he creado algo que no obedezca a nada. No lo sé hacer. Mis obras son respuestas a contextos específicos, y por eso me paso la mitad de mi vida viajando.

En 1982, un año después de casarse con la chilena Evelyne Meynard, ambos se radicaron en Nueva York. Ella primero se dedicó a la danza contemporánea, y posteriormente a la arquitectura y al diseño.

En un inicio, Jaar trabajaba como arquitecto de día y se dedicaba al arte en un taller por las noches. Desde esa época exploró formatos como el video, la instalación, la performance, la escultura, y la fotografía. "El arquitecto financiaba al artista", dice.

"Sofocado por la dictadura", Jaar asegura que partió de Chile, además, porque se sentía una especie de "bicho raro" en el medio local.

-El mundo del arte en Chile no me entendió -sentencia-. No me daban pelota, digamos, entonces no tenía ninguna razón para quedarme.

Jaar recién supo que era artista cuando fue invitado a la Bienal de Venecia en 1986. Fue el primer latinoamericano en conseguirlo. Hasta entonces, dice, "no contaba con un reconocimiento exterior que permitiera afirmar con fuerza ser un artista".

-Nunca dudé de que era artista, pero eso no servía. Volvía cada año a Chile, le mostraba a mi familia lo que hacía en diapositivas y cuando terminaba, aplaudían. Quince minutos después, se acercaba mi papá y me decía: "Alfredito, ¿cuándo vas a empezar a trabajar?". A él le costaba muchísimo identificar lo que yo hacía.

Jaar dice que la escena del arte en Chile lo comenzó a acoger solo a través de las nuevas generaciones.

-Con ellas tengo mayor contacto.

Un vínculo forjado cuando mostró su trabajo por primera vez en el país -y la única vez en grande- en 2006, en el marco de una retrospectiva de su obra que hizo en la Sala Telefónica, bajo el título Jaar SCL 2006.

-A partir de ahí me han descubierto las nuevas generaciones, y a partir de ahí se crean nuevos lazos por el medio audiovisual del país. Desde entonces les he seguido la pista a varios artistas jóvenes, quienes han sido muy generosos. Me ha hecho muy feliz, pero aún existe la distancia que había antes con [los artistas de] mi generación.

-¿A qué atribuye la distancia?

-Yo no venía del arte. Venía de Martinica. No había estudiado arte, no pertenecía a los círculos. Era un outsider. No sé si se sintieron amenazados, pero me rechazaron, y me parece que ese rechazo sigue estando todavía en el aire.

-¿Le pesa hoy?

-Honestamente, a esta altura no me afecta. Ha habido excepciones. Soy gran amigo de Raúl Zurita. De mi generación, él se ha acercado a mí de manera muy generosa.

En 2013, Jaar ganó el Premio Nacional de Arte sin haber postulado.

-Quedé perplejo y entendí que era un gesto muy generoso del país de reconocerme. Mi familia gozó más el premio que yo en ese sentido. Para ellos siempre fue muy difícil identificar lo que hacía su hijo o su hermano. Y hablaban de mí, pero sin realmente saber qué hacía este hombre, y de repente era Premio Nacional.

Arte autorreferencial

Alfredo Jaar vive en un loft en el Soho, en Manhattan, en un espacio que describe "como biblioteca". En su colección hay 12 mil libros. En su taller, en Chelsea, lee 29 diarios del mundo cada día. Le interesa seguir eventos y acumular información. Cuando un hecho noticioso llega a un "punto climático", decide intervenir. Obras que lo pusieron en el mapa mundial del arte en el pasado -sus intervenciones en lugares como Times Square, o a propósito de situaciones como el genocidio en Ruanda- son siempre replicadas, hasta en 30 idiomas, en decenas de países del mundo.

-Mi trabajo está basado en eventos de la vida real. Leo muy poca ficción. Lo que sucede en la vida real es tan, tan alucinante, que no necesito ficción. El año pasado ocurrieron tres eventos muy extraordinarios. El Brexit, vino el "No" en Colombia y después apareció Trump. Paralelo a eso, habíamos tenido una crisis migratoria que siempre ha existido, y a eso hay que sumarle el surgimiento de un comunismo que bordea el fascismo. Ocurren grandes conflictos hoy, sumado a la negativa de otros gobiernos a animarse a cambiar.

-¿Cree que el arte en Chile se hace cargo de esos problemas?

-No sé. No estoy informado. En general, me parece que no, el arte chileno es muy autorreferencial. Tiene una gran reflexividad conceptual, pero en general es muy autorreferencial y yo no me identifico con eso. A mí me interesa ser un ciudadano del mundo y responder al contexto en el cual trabajo. Es por eso que mi trabajo no solo tiene que ver con Estados Unidos, donde vivo, sino con situaciones de todo tipo, en decenas de países.

A pesar de la pronta consolidación de su carrera en el extranjero, Jaar y su mujer solo supieron que no volverían a Chile en 1989.

-A medida que pasaban los años, cada vez que volvía, había una distancia mayor entre yo y mi nueva manera de pensar, mi cultura, mis amigos. Mientras más pasaba el tiempo, más difícil iba a ser. Sentía que había acumulado un bagaje cultural que creó un vacío cada vez mayor, y llegó un punto en el que ese quiebre era tan grande que ya no se podía llenar.

-¿A qué ha debido renunciar?

-En realidad, a muy poco. Tal vez, lo más importante, a una vida familiar tradicional. Yo no he estado ni con mi mujer ni mi hijo toda la cantidad de tiempo que hubiera querido estar, pero eso fue el precio a pagar por el trabajo que hago. Y ahora mi hijo está teniendo el mismo tipo de vida. Este año, Nicolás ha hecho 150 conciertos por el mundo, está persiguiendo el mismo camino. Hemos sacrificado mucho la vida familiar para poder desarrollar estas carreras. Nos vemos, pero no tenemos rutina. Son momentos cortos de gran intensidad, que reemplazan una rutina diaria.

-¿Cuándo se dio cuenta del gusto de él por la música?

-Uno es la respuesta a todos los estímulos que recibe. Nicolás nació en un hogar lleno de estímulos. Teníamos una colección gigantesca de discos. Le interesaba el jazz, el rock, colecciona música africana, de origen portugués, polaca... música del mundo. Además, como Eve era bailarina, tenía interés por la música y fue otra fuente para él.

Desde niño, Jaar hijo acompañó a sus padres a museos, galerías, bienales, ferias de arte y conciertos. Con estudios de literatura comparada en la Universidad de Brown, The Guardian lo describió como "el hombre del Renacimiento de la electrónica".

-Desarrolló un talento extraordinario por la música -dice, orgulloso, el padre-, y a los 14 componía música sin estudios formales. Nicolás es tan autodidacta en la música, como yo soy en las artes visuales. Es la mayor fuente de felicidad mía y de Evelyne. Cada día nos sorprende con su talento.

-¿Cuáles de sus aprendizajes le ha transmitido a Nicolás?

-Nicolás recibió una visión global, sin límites, del arte y la cultura. Entre los tres tenemos regularmente conversaciones alucinantes sobre arte y cultura. Por supuesto que he compartido mi experiencia con él. Pero, a estas alturas, aprendo más yo de él, que él de mí.

-¿Es usted feliz?

-No. Siempre he citado a otro gran intelectual, Antonio Gramsci, para responder esta pregunta. Él se definió como un pesimista con intelecto, pero optimista con la voluntad. Y yo me identifico con esta máxima. Conozco la complejidad de los tiempos en los que vivimos. Aparte de los problemas que tenemos en Chile o en Estados Unidos, donde vivo, hay conflictos mayores, frente a los cuales soy muy pesimista. Hay especies de nuevos fascismos que están naciendo en otras partes, entre otras cosas. Pero mi voluntad sigue siendo optimista, y es la que me permite seguir trabajando.

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