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Hilda Müller Hess

Todas las vidas de Madame Veronique

martes, 10 de octubre de 2017

Por Sergio Caro
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El Mercurio

La emblemática cronista de El Mercurio, que durante cinco décadas aconsejó a las lectoras sobre diversas materias domésticas, al mismo tiempo luchó por conseguir el voto de la mujer a través del Partido Liberal Femenino y fue una de las socias fundadoras de la Cruz Roja chilena.



Cuando una señora no sabía cómo combinar las cortinas con los muebles o eliminar una mancha de su vestido favorito, o una señorita necesitaba hacer frente a las insinuaciones de un pretendiente atrevido, había una experta consejera a la que siempre podían acudir. Era Madame Veronique, columnista de la página femenina de El Mercurio desde comienzos de los años 20. Pero detrás de este seudónimo -algo usual entre quienes escribían de moda en la prensa del siglo pasado- estaba Hilda Müller Hess (1891-1969), quien durante décadas participó activamente en el movimiento femenino que buscaba que las chilenas pudieran llegar a las urnas. Y hasta formó su propio partido, el Liberal Femenino, como finalmente se denominó a la facción de mujeres de dicha tienda política.

Hilda Müller provenía de una familia de ascendencia alemana y, al igual que la elite de mujeres que tuvo acceso a la educación, junto con desarrollar sus inquietudes intelectuales, adhirió a los ideales de sus contemporáneas: pertenece a la misma generación de escritoras e intelectuales chilenas como Gabriela Mistral, Amanda Labarca y Marta Brunet, quienes buscaban conquistar mayores espacios para las mujeres. Para ellas, el derecho a voto era un paso indispensable para enfrentar la inequidad de género. La cronista de El Mercurio logró que este tema fuera apoyado hasta por los sectores más conservadores del Partido Liberal, que desde su convención de 1938 planteó la urgencia de impulsar el proyecto de ley que otorgara plenos derechos civiles a las chilenas. También organizó la sección femenina de su tienda política, el Partido Liberal Femenino, donde tuvo cargos directivos y fue candidata en dos elecciones municipales.

Otro ámbito en el que destacó fue la beneficencia. Por ser una de las socias fundadoras de la Cruz Roja chilena, en 1964 recibió una condecoración especial junto a Amanda Brieba -presidenta de la institución de voluntarias- al cumplir 50 años de servicio. Ambas eran las últimas sobrevivientes del grupo de jóvenes que el 15 de agosto de 1914 habían acudido al Liceo de Niñas N°2 de Santiago a inscribirse en el libro de registro de la entidad que iniciaba su funcionamiento en Chile. Amanda Brieba, en su libro "Memorias de mi vida de Cruz Roja", recordó que a Hilda Müller la apodaban la "gringa flaca, porque era delgada y muy joven". Por ser la menor del grupo, ella además le decía "la Junior". Ambas también participaban en la Mesa Redonda Panamericana de las Mujeres de Santiago de Chile, cuyas reuniones a menudo se realizaban en la casa de Brieba, quien destacaba la camaradería reinante. Así, por ejemplo, en una oportunidad encontraron un traje de huaso, y una de las presentes se lo puso, y terminaron todas cantando y bailando. Hilda también fue socia fundadora de la Defensa Civil y encabezó el Club Femenino América, que se encargaba de confeccionar y recolectar ropa para los niños desvalidos, además de visitar hogares de ancianos.
 
Madame Veronique

En el periodismo fue donde Hilda Müller desarrolló su labor más prolífica. Como otras escritoras de comienzos del siglo XX, colaboró con distintos medios de la época, como El Diario Ilustrado y Zig-Zag, pero sería en El Mercurio donde nacería su principal alter ego. A comienzos de la década de 1920 firmaba sus columnas -fundamentalmente de moda- con el seudónimo de Gesina en la página femenina del periódico, que inicialmente se publicaba solo los domingos, y paulatinamente se extendió a más días de la semana.

En 1925 se convirtió en jefa de la sección, según contó ella misma a Interview (revista nacional dirigida por Carlos Fortín Gajardo que circuló entre 1933 y 1934). Esta publicación consiguió entrevistarla, ya que Madame Veronique se incorporaba como colaboradora, rol que desempeñaban también autores como Mariano Latorre y Pablo Neruda.

Desde principios de siglo era usual que en la prensa nacional las columnas de moda fueran firmadas por nombres en francés, pero Hilda partió usando este seudónimo en una sección de El Mercurio con consultas de las lectoras (quienes también usaban pintorescas firmas, como Cara de Muerta, Desesperada o Tintorera), donde respondía cómo sacar manchas y daba consejos de belleza o decoración. Luego lo amplió a la página femenina del diario, pero como ella enfatizó a Interview: "Yo jamás he accedido a conceder entrevistas, pues me gusta trabajar en el anonimato. Ocho años hace que dirijo la página femenina de El Mercurio y nunca conoció nadie a Hilda Müller Hess, sólo Interview ha logrado descubrir mi personalidad legal".

Madame Veronique no limitaba su campo de acción a las labores domésticas, la moda y la decoración. Tenía especial preocupación por las relaciones humanas, entre padres e hijos y por la "falta de filosofía del vivir", como manifestó a la citada revista. En sus columnas de "Consejos de Mme. Veronique", aplicaba seguramente su experiencia en la Cruz Roja para enseñar cómo actuar en caso de accidentes en el hogar, o se adelantaba a su época al hacer ver que los escolares necesitaban tener un lugar propio para estudiar en lugar de la misma mesa donde se comía o se planchaba, además con la radio encendida: "la reflexión exige silencio y aislamiento. Usted misma, amiga, mientras cuenta los puntos de un tejido, se molesta si la interrumpen".

Los usos sociales eran preocupación de la página denominada indistintamente "Para el hogar" o "Para la mujer". "La mujer puede corresponder al saludo de un caballero solamente con una ligera inclinación de cabeza o esbozando una sonrisa, sin mayor efusión", decía Madame Veronique en 1950. En tanto que a los maridos les recordaba que "es fea costumbre decir 'mi mujer' (...) Es de mejor gusto y tratamiento más indicado emplear siempre el término esposa". Asimismo, aclaraba que mientras no se formalizara un compromiso solicitando la mano de la señorita, el caballero no tenía el deber de frecuentar a la familia de esta. En tanto, la joven "ha de tratar al festejante como un amigo íntimo que carece de las prerrogativas inherentes a la calidad del novio".

Sobre los modales, Veronique era taxativa: "el bostezo es síntoma de aburrimiento, por lo cual resulta un insulto o por lo menos una descortesía bostezar ante las personas que nos acompañan". Agregaba que también podía no ser señal de cansancio, sino de mala respiración. En caso de necesitar rechazar una invitación, diferenciaba la forma de presentar excusas según el grado de cercanía, para no herir susceptibilidades. En cuanto a las visitas, las consideraba "moneda corriente con la cual se pagan las deudas mundanas", de ahí que aún cuando no se tuviera simpatía por una persona, "se le hace una visita lo mismo, porque si no, se corre el riesgo de romper el vínculo social que nos une a nuestros semejantes".

Junto con entregar estas recetas, en ocasiones deslizaba algunas críticas. Por ejemplo, tras describir las preocupaciones de la mujer moderna (su arreglo personal, uso de cremas, la moda, vida social), concluía que "se comprende en lo absurda y vacía que es una existencia consagrada al arreglo del cuerpo y a las distracciones. No hay más remedio que dedicar una parte del día a la meditación y la lectura vale decir, a la vida espiritual, a la verdadera vida". Y hablando de las virtudes para encontrar pareja, concluía que "no hay duda de que una mente hermosa lleva más lejos que un hermoso rostro".
 
La candidata

Hilda Müller Hess trabajó en El Mercurio hasta comienzos de los años 60. En forma paralela también había incursionado en radio. En la emisora que entonces tenía el diario, ella fue la primera locutora mujer, y realizó programas sobre temas femeninos en las radios Chilena, Americana, Cooperativa Vitalicia y Agricultura. Se casó con Federico Nieny Jensen, de una familia alemana que tras la devastación de la Guerra Mundial emigraron a Chile y se desarrollaron como emprendedores. Tuvieron dos hijos, Carlos e Hilda (quien aún vive). La columnista tuvo también dos hermanos, Walter y Ricardo Müller Hess, el primero empresario, y el segundo, arquitecto y atleta participante en los Juegos Olímpicos de 1936.

Junto a su labor en la prensa, el alter ego de Madame Veronique era una activa militante de la sección femenina del Partido Liberal, colectividad que la envió además como su delegada a congresos en el extranjero dedicados a las reivindicaciones de la mujer. La ley que estableció que las chilenas podían votar en todo tipo de elecciones (podían hacerlo solo en las municipales) se promulgó en enero de 1949, en el gobierno de Gabriel González Videla. En este período se abrieron nuevos espacios para las mujeres, a partir de la decisión del Presidente de la República de nombrar por primera vez a mujeres en cargos públicos como intendenta, embajadora y ministra de Estado. Hilda Müller Hess se presentó como candidata a regidora por Santiago en la elección municipal de abril de 1947. Y aunque en 1933 había dicho que prefería trabajar desde el anonimato, en sus avisos de campaña, bajo su nombre ponía entre paréntesis su célebre seudónimo de columnista: Mme. Veronique. No ganó, pero al día subsiguiente de la elección el
Partido Liberal Femenino publicó un aviso en El Mercurio agradeciendo "a todos los electores, hombres y mujeres" que la habían favorecido con su voto.

Insistió en la elección de 1950, esta vez representando a Providencia. El Partido Liberal hizo un llamado a votar por ella, considerando la obra que por tantos años había desarrollado "con su seudónimo de Mme. Veronique, en bien de las mujeres y de su patria", además de su labor social a través de las instituciones en que participaba. Nuevamente no fue elegida. 

Siguió participando en política, encabezando el Centro Liberal Femenino que trabajó a favor de la candidatura senatorial y luego presidencial de Arturo Matte. Pero, sobre todo, nunca dejó de trabajar, ya que había enviudado joven y necesitaba mantener a sus hijos.

Trabajaba tanto, "que no la veía casi", recuerda desde Concepción su nieta Mariely Nieny, quien a los siete años se vino desde Requinoa a la casa de su abuela para ir al colegio en Santiago. Aunque en sus columnas demostraba su pericia al dar recetas, "no le gustaba mucho meterse a la cocina", agrega Mariely. Cuando no estaba encerrada en su escritorio, le gustaba bordar en punto cruz. Otra faceta desconocida que recuerda su familia es que Hilda Müller sabía leer las líneas de las manos. Tal vez lo aprendió después de 1933, ya que cuando en la revista Interview le preguntaron acaso había estudiado "ciencias ocultas", fue enfática: "no me interesan esas ciencias, ni tengo tiempo, por las diferentes actividades que me absorben por entero y no me dejan un segundo libre. Amo el trabajo como a mi vida misma y con la frente en alto batallo para llegar a la conquista de la vida ideal".

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