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La revolucionaria teoría de Tim Harford

El poder del desorden

martes, 26 de septiembre de 2017

Por María Cristina Jurado. Ilustración Francisco Javier Olea.
Reportaje
El Mercurio

No solo caos hay en el desorden sistemático. A veces, argumenta este economista de Oxford y exitoso columnista del Financial Times, en la entropía y la confusión reinan la creatividad, la resiliencia e innovación. ¿Por qué? Es lo que responde en su libro "Desordenado", que escaló a los primeros puestos de los rankings internacionales. Lo explica, de primera mano, desde Londres.



El 27 de enero de 1975, el premiado músico de jazz y pianista clásico norteamericano Keith Jarrett aprendió de golpe las virtudes del desorden. Esa noche, una Ópera de Colonia nevada por entero lo recibió para el que sería su concierto triunfal en Alemania. Mil cuatrocientas personas irrumpirían en el prestigioso edificio antes de una hora y Jarrett se alistaba. Meses antes había hecho un solo requerimiento: que su piano fuera un Bösendorfer. Pero el teatro falló. Y cuando Jarrett se sentó frente al instrumento, mucho más pequeño que lo normal, advirtió que estaba desafinado, las notas negras no funcionaban y los pedales se pegaban. Decidió cancelar la función. Pero los ruegos de la organizadora del concierto pudieron más y, finalmente, Keith decidió hacer lo que pudiera. Cuando la Ópera se llenó y Jarrett tocó la primera nota se produjo un silencio sobrecogedor. Ese sonido se convirtió en una cascada de notas complejas nunca tocadas antes y el resultado fue extraño pero sublime, atestiguan quienes asistieron: con un instrumentista agitado, nervioso, inseguro, el pequeño piano entregó su capacidad al máximo para que Jarrett fuera escuchado en un hall inmenso. Cuando, de regreso en Estados Unidos, el músico escuchó la grabación, supo que había acertado. Con el tiempo, "The Köln Concert" vendió tres millones y medio de copias y batió el récord de ser el álbum de un pianista en solitario más vendido del mundo.

La anécdota, que abre su libro, ilustra bien la teoría del economista de Oxford y columnista del Financial Times Tim Harford, autor de ocho textos y coganador del premio Bastiat de periodismo económico en 2006. En su tesis, esbozada en "Desordenado", Harford afirma que vivimos en un mundo que aplaude la tendencia al orden y a la estructura y penaliza el caos, la confusión y el desorden. Pero el mundo se equivoca, analiza. Lo desestructurado es una oportunidad. Y da sus razones desde Londres, donde comparte su vida con su mujer y sus tres hijos, Stella, Africa y Herbie, "maestros del desorden", según él.

-El principal argumento en "Desordenado" es que situaciones de desorden, que crean problemas, que generan obstáculos y conexiones inesperadas, invariablemente producen respuestas creativas. ¿Qué ocurrió con Jarrett en Colonia? Dos cosas. Cuando uno se enfrenta a una situación difícil e inesperada, la atención y el sentido de alerta aumentan, se agudizan. Esa alerta produce una respuesta creativa e impensada. Y, como no puedes usar tus viejos trucos y estrategias porque el problema es inédito, debes intentar cosas nuevas, cosas diferentes. Y muchas veces el resultado es brillante y mejor. Tal vez siempre fue un camino mejor, pero jamás lo intentaste. Por eso, el desorden despliega la creatividad.

Y es que el caos obliga a usar herramientas dormidas que jamás se vieron ni se utilizaron antes, añade Harford. Herramientas que cada persona tiene en su interior, subutilizadas. Frente al caos, resolver en el momento obliga a recurrir a soluciones originales.

Harford, un economista que hace doce años hizo el crossover hacia una literatura de observación social, apoyada en investigaciones en psicología, sociología, filosofía y neurociencia -y ciencia computacional-, señala que todos sucumbimos a la tentación de tender hacia una realidad perfecta y estructurada, hasta por instinto. Nos han enseñado que el orden es la base de la eficiencia y el éxito. Es así con el orador que sigue un guión, el escritor que destierra distracciones, el líder que demanda buena onda en su equipo y el jefe que exige escritorios inmaculados. Error, dice Tim.

-Una de las investigaciones que me sorprendieron se relacionaba con un grupo de empleados en una oficina. Se concluyó que la decoración, el tamaño del lugar y su distribución no tenían ninguna importancia en los parámetros de productividad. Pero que la gente se sintiera dueña de su espacio y lo administrara a su voluntad, era clave. Y ahí reflexioné sobre mis hijos.

Harford aprendió, en conversación con diversos expertos para escribir su libro, sobre su familia. Con sus niños aplicó la máxima de "respetar su desorden para lograr creatividad e innovación" y la comprobó. "Instintivamente, siempre quise tener el control sobre sus dormitorios. Les decía que limpiaran, ordenaran. Pero opté por dejar que ellos tuvieran el control de su espacio, aunque estuviera desordenado, y vi el cambio".

El economista también aprendió para sí mismo. Harford, hasta ahí un fanático del orden, reparó en que su cocina estaba siempre impecable, pero su escritorio era un laberinto.

-Al investigar para escribir "Desordenado" entendí por qué. La cocina está ordenada porque cada cosa tiene su lugar. Sé donde van los cuchillos, los vasos, los platos. Todo se desordena al cocinar, pero después vuelve a su propio espacio. Pero mi escritorio, el archivo de mi computador y mi email, no. Siempre hay algo en uso, nada tiene un lugar permanente porque el desafío en el trabajo cambia permanentemente. Al cocinar, son siempre los mismos problemas, en el escritorio cada problema es distinto.

En su trabajo de periodista, observó, había siempre nuevo material entrando, nueva información y nuevos desafíos que llegaban por segundo. "Entrevisté a un psicólogo, Steve Whittaker, un especialista en lugares de trabajo. Él me dijo que uno de los problemas que mucha gente tiene es ordenar y archivar su información demasiado rápido, sin procesarla. Todo se ve perfecto, pero no se alcanzó a entender de qué se trataba en realidad ni menos cómo se conectaba con el resto. Superficialmente, tu escritorio y computador se ven perfectos, pero, en el fondo, son un caos. Si conservas todo a la vista, tus decisiones serán mejores y más rápidas".

Consciente del éxito mundial -8 millones de copias vendidas de sus cuatro libros- de la japonesa Marie Kondo, quien enseña el poder del orden en el espacio, y de 'La Magia del Orden', Tim Harford dice:

-No creo que Marie Kondo tenga una teoría opuesta a la mía. Me gustaron sus libros y he intentado aplicar sus consejos en mi casa. Ella dice que los sistemas organizacionales no funcionan, son una trampa, y yo estoy de acuerdo. Básicamente, ella argumenta que, en verdad no se puede ordenar, a lo más simplificar. Su primer libro no es en realidad 'la magia de ordenar', sino 'la magia de deshacerse de millones de cosas".

El escritor asegura que la propuesta de Kondo solo sirve para los problemas estáticos, como arreglar una cocina. Pero jamás para los dinámicos, como el funcionamiento del email o el trabajo intelectual y académico.

-¿Está sobrevalorado el orden?

-Creo que sí. Creo que nos sentimos mejor cuando formamos hábitos y caemos en una rutina, porque así no tenemos que tomar decisiones a cada instante y por todo. 'Oh, haré lo de siempre, veré a los de siempre, iré donde siempre'... es más fácil. Y cuando algo se sale de este esquema, nos produce ansiedad. Pero si lo resolvemos, nos deja recuerdos más memorables. Es así cuando uno conoce a gente nueva y cuando opta por destinos desconocidos para hacer un viaje.

Harford se define como un tímido que, para enriquecerse, se obligó a tener conversaciones con desconocidos y a hacer amigos, a salir de su círculo. Lo recomienda, junto con esforzarse por pensar fuera de la caja y planificar veraneos inéditos.

Al vencer el desafío nuestro mundo se abrirá, asegura.

Estrategias para innovar

En 1976, el ídolo del rock y la música experimental inglesa David Bowie se instaló en Berlín Oriental. Cansado de sus esquemas musicales de siempre -y consciente de que debía escapar de las drogas- buscó en esa ciudad aires nuevos. Para esto se asoció con Brian Eno, un tecladista conocido por revolucionar todo lo que tocaba. A los estudios Hansa, donde se congregaron, Eno llegó con un mazo de cartas, que llamó "Estrategias Oblicuas". Cada carta tenía una instrucción: "Enfatiza los errores", "Solo una parte, no el total", "Cambia roles en los instrumentos", "Mira el orden en que haces las cosas". Bowie y sus músicos decidieron seguir las instrucciones y pronto creyeron volverse locos. Eno tenía antecedentes: en una grabación con Phil Collins había puesto al músico a lanzar latas de cerveza en el estudio, mientras los demás tocaban. Pensar cosas inconexas, forzar la mente y la voluntad frente a lo nuevo les rindió: el estudio berlinés se convirtió en un caldero de nuevas ideas, sonidos y ritmos. Y, al año siguiente, Bowie lanzó dos de sus mejores álbumes creativos: "Low" y "Heroes", que se dispararon en los rankings.

Desde Londres, Tim Harford recuerda su propia experiencia con las "Estrategias Oblicuas".

-Fue una instancia muy poderosa. Me junté con colegas estadounidenses en un estudio de radio sin tener idea sobre qué hablaríamos. Me dijeron que querían un programa sobre los Nobel de Economía, porque éramos todos economistas. Y me pidieron introducir mis 'ideas desordenadas'. Saqué un mazo de 'Estrategias Oblicuas' y comenzamos a aplicar las cartas con ideas disparatadas a la conversación. Seguíamos cada instrucción para dar un giro a los temas. ¡Y fue increíble¡ ¡Había tanta energía en ese estudio! Hasta yo, el autor del libro, necesitaba ese empujoncito.

-Usted habla del poder de la diversidad como una ventana hacia el éxito.

-Cada persona tiene una caja de herramientas mentales. Algunas enseñan física, otras son una bala para las matemáticas, otras cocinan, otras entienden de motores. Cuando se tiene un trabajo creativo por hacer y se tiene que reunir a un equipo, si uno contrata solo a los que considera mejores, a los más expertos, terminará con gente como uno. Y probablemente no sea el mejor equipo. Entonces, creo que lo que hay que hacer es buscar gente con diferentes destrezas, un poco como George Clooney en "La Gran Estafa". Porque lo que en realidad sirve es la diversidad: distintas edades, sexos, razas, gente que haya vivido en otros países, ricos y pobres. Gente que mire el mundo desde diferentes ángulos.

Al conformar equipos de trabajo o al contratar, hay que tomar decisiones deliberadas, asegura Harford. La diversidad no ocurre por accidente y es la gran manera de conseguir ideas frescas.

Y, entre las vueltas de tuerca que este economista le dio a ciertas verdades aceptadas, cuestiona a la tecnología. La excesiva tecnología y la automatización -de autos, aviones, equipos médicos, laboratorios, etc.- dice Tim, de tanto acortarnos camino, se han convertido en una amenaza.

-¿Por qué dice que la automatización ha dejado al ser humano sin reacción?

-La paradoja es que, mientras más crece la automatización, más grande es el peligro. Porque cuando falla, quedamos sorprendidos, inermes. Si tuviéramos una tecnología que falla a cada rato, no confiaríamos tanto y usaríamos nuestros sentidos, nuestro entrenamiento, nuestra experiencia. Recuerdo un terrible accidente aéreo que se produjo porque, en medio del vuelo, falló el piloto automático que guiaba a la nave. Acostumbrados a que la tecnología hiciera el trabajo, los aviadores no supieron qué hacer frente a la emergencia.

Da otros ejemplos. Como el excesivo uso de Google Maps y los sistemas de meteorología computacionales que dejan a los seres humanos con su inventiva y su expertise sin update. Cuando fallan, sus usuarios quedan en ascuas: olvidaron sus propias herramientas.

"Yo sugiero el sistema inverso. Que el hombre tenga el control y la máquina observe para ayudarnos en caso de necesidad. Porque la tecnología no se cansa, no se aburre, no se duerme: es un buen vigía", concluye.

Y continúa pensando fuera de su caja.

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