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La inflación, que termina el año con un registro por encima del 7%, le está pasando la cuenta al crecimiento. Por una parte ha generado mayor incertidumbre en las decisiones financieras y de inversión; tiene influencia directa en la demanda, porque reduce el ingreso disponible de los hogares con mayor propensión al consumo, y le ha quitado holgura a la política monetaria. Por estas razones, revertir la tendencia inflacionaria es la prioridad para recuperar el dinamismo en 2008.
Hasta abril, el panorama aparecía despejado: la inflación estaba en torno a 2,5% y los radares del Banco Central sugerían que ésta "disminuiría" en los meses siguientes, lo que de paso ilustra la dificultad de proyectar el futuro a partir de las regularidades del pasado. Hacia mediados de año, el diagnóstico había cambiado totalmente, cuando se hizo evidente que una seguidilla de efectos adversos, de origen interno y externo, estaba empujando los precios de los alimentos y de los productos energéticos.
Los precios internacionales del trigo, el maíz y la leche aumentaban desde comienzos de año, y se manifestaron en el IPC con un corto rezago. Por otro lado, el precio del petróleo y de la gasolina han estado por sobre lo proyectado durante la mayor parte del año. A su vez, las menores lluvias y las limitaciones de la oferta han provocado aumentos significativos en el precio de la electricidad.
Los cambios en los precios relativos que están detrás del repunte de la inflación producen una redistribución del ingreso. De hecho, el crecimiento de los ingresos reales del trabajo había repuntado hacia fines de 2006, alcanzando un 6,3% en el primer semestre de este año, para luego caer bajo el 4% en el último trimestre. Los perceptores de estos ingresos tienen una mayor propensión al consumo, por lo que la aceleración de la inflación tiene un efecto contractivo de corto plazo en la demanda.
En este escenario ya complejo, emergió en agosto la crisis crediticia en los países desarrollados, especialmente EE.UU. El enfriamiento del crédito se ha acentuado en las semanas recientes, por lo que las proyecciones de crecimiento mundial se están ajustando rápidamente a la baja. Aunque la desaceleración de las economías desarrolladas no se traslade a los mercados emergentes, que han construido buenos sistemas de amortiguación, el panorama internacional no será un factor de dinamismo en 2008.
Estas condiciones plantean un difícil dilema para la política monetaria. De hecho, en los dos últimos trimestres, las medidas de la tendencia inflacionaria (que mide la presión de precios que persiste en un horizonte de mediano plazo) han sido moderadas, lo mismo que las expectativas. Esto refleja la credibilidad en el régimen de políticas macro y en la independencia del Banco Central. Pero esta información no ha sido suficiente para evitar las cuatro alzas de tasa, en circunstancias de que la actividad estaba mostrando claros síntomas de desaceleración.
La combinación de alta inflación y bajo crecimiento es muy incómoda para el Banco Central. Si aplica mayor dureza en sus políticas, aumenta la probabilidad de baja en el empleo y en la actividad. En cambio, si intenta estimular la demanda, las presiones inflacionarias se pueden intensificar. Sin embargo, con el actual nivel de la inflación los riesgos son asimétricos, por lo que el instituto emisor ha actuado resueltamente para despejar la amenaza de que la inflación se haga persistente.
En la medida en que esta estrategia logre su propósito y la inflación vuelva al entorno de la meta de 3%, la tasa de interés se podrá sumar a la tarea de generar un sano estímulo de la demanda agregada, como ocurrió entre 2002 y 2004. En este sentido, hay que esperar que la tasa de política permanezca inalterada por varios meses, a la espera de que la decisión del Banco Central rinda sus frutos, con lo cual es razonable anticipar que el próximo movimiento de la tasa de interés, aunque tome un tiempo, será a la baja.
Los bancos centrales de los países desarrollados enfrentan un balance de riesgos diferente, marcado por la rápida caída del crecimiento en el corto plazo y el aumento del riesgo inflacionario en el mediano plazo. En estas condiciones están aplicando una potente dosis de estímulo en la economía, ya sea a través de bajas en la tasa de interés o mediante fuertes inyecciones de liquidez. Esta prescripción ha sido efectiva y probablemente se mantendrá en los próximos meses, hasta que la actividad se estabilice y existan señales de reactivación. Entonces, los bancos centrales volverán a pisar el freno para moderar los efectos del repunte inflacionario mundial que se vivirá en 2008.
Nuevo escenario
Hay que reconocer que el panorama mundial de la inflación cambió. Por casi una década, la globalización ejerció una presión deflacionaria. Ahora, en cambio, el aumento en la demanda mundial por productos básicos ejercerá una fuerza en el sentido inverso. Por esta razón, la inflación de los próximos años será mayor que en el período reciente y con ello, también la tasa de interés. Mantener una inflación baja y estable ha sido una de las claves del crecimiento de Chile en el período reciente, porque permite que el sistema de precios ayude a tomar mejores decisiones, genera un ambiente de baja incertidumbre para los inversionistas y permite que la política monetaria tenga un rol estabilizador del ciclo de corto plazo. Por esta razón, en la medida que la inflación retome su cauce coherente con la estabilidad de precios, esta política retomará el impulso reactivador.