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el observador urbano

Emprendedores urbanos

sábado, 22 de julio de 2017

Miguel Laborde
Nacional
El Mercurio




Aumentan los vecinos que deciden ser actores de sus barrios. Es el caso de dos concuñados que, en un lento paseo por el suyo -en San Miguel-, decidieron iniciar su transformación. Era un día del año 2009 cuando se detuvieron ante unas rayas nuevas en un alto muro ciego. Otro daño más, otro paso al abandono.

Ellos (David Villarroel y Roberto Hernández) tenían un sentimiento fuerte hacia ese barrio, que a pesar de estar junto a la avenida Departamental y la Autopista Central, seguía siendo acogedor. Muchas familias de obreros de las antiguas fábricas Madeco y Mademsa se conocían desde siempre, de los años 60, cuando se construyó la población San Miguel.

Tesoneros, estos dos parientes soportaron la indiferencia de autoridades y vecinos cuando propusieron hacer algo con los muros ciegos de los 41 blocks.

Creativos, se les ocurrió, ya que se acercaba el año 2010, inscribirlo para proyecto Bicentenario; subrayaron que se cumplía medio siglo desde que se construyera el barrio, y acertaron al proponer que la primera creación mural se dedicara a temas americanos, comenzando con tres célebres sanmiguelinos: Los Prisioneros. Finalmente, pusieron la idea a disposición del vecindario, para que la gente pudiera aceptarla o rechazarla, lo que activó la participación ciudadana.

En el camino, tuvieron que crear una entidad con personería jurídica (Corporación Cultural Mixart), lo que les facilitó el apoyo de las organizaciones comunitarias y el patrocinio de la Municipalidad de San Miguel. Con esos respaldos sumaron otro miembro al equipo, el muralista Alejandro "Mono" González, este año candidato al Premio Nacional de Arte. Era el último día de la recepción de proyectos para el Fondart cuando llegaron con su carpeta lista para crear un "Museo a cielo abierto en San Miguel".

Ahora, cuando uno vuelve a caminar por el lugar, siete años después, el pequeño barrio de 6.500 habitantes ya es otro. Se multiplicaron los grandes murales de 80 metros cuadrados, e incluso se ven obras visuales en algunas casas de dos pisos del área norte, y en talleres, locales comerciales, quioscos...

Antes, por el antiguo deterioro del espacio público (propiedad virtual de quienes iban a consumir drogas), la gente ya ni pintaba sus viviendas, como si se resignara a la decadencia. Por la ubicación, de excelente conectividad -metro incluido-, blocks y casas iban camino a la demolición, para ser sustituidos por altas torres de departamentos.

El vecindario es ahora el "propietario" del conjunto. Las fachadas se ven reparadas, pintadas. Entraron al programa "Quiero a mi barrio", y a través de la municipalidad y la Intendencia metropolitana optaron a fondos de hermoseamiento de plazas y recuperación de áreas verdes.

Hoy, muchos grafiteros y muralistas aspiran a ser parte de este conjunto urbano que está haciendo historia, donde, con diferentes técnicas, artistas chilenos y algunos extranjeros que vinieron a hacer residencia en el mismo barrio han hecho realidad lo de crear una muestra de arte abierta y gratuita para todo transeúnte o automovilista que se desplace frente al sector.

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