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Fuera DE CONTROL

sábado, 24 de junio de 2017


Tierra de nadie
El Mercurio

La desconsideración por el prójimo, la resignación al abuso, a la decadencia, a la mediocridad, incluso a la violencia, es lo que más me desconcierta del Chile de hoy.



Por momentos la ciudad parece fuera de control. No solo en sus procesos de crecimiento y modos de vida (desarrollo inmobiliario sin escrúpulos, infraestructura vial destructora del paisaje, escasez de espacio público), sino también en la manera como los ciudadanos la habitan, la utilizan y la perciben. Si la ciudad es un organismo enorme, vivo y complejo, en permanente transformación, es necesario que sobre ella opere un ente organizador; un "cerebro", que sería una autoridad superior, o, en un plano más abstracto, una "conciencia" colectiva que nos permita analizar, reflexionar y decidir sobre el espacio que moramos. En una ciudad atomizada y segregada como Santiago, nada de esto es obvio.

Digo que la ciudad parece fuera de control cuando todo se inunda predeciblemente a la primera lluvia, cuando el tráfico sufre de congestión crónica y cuando el transporte público es siempre insuficiente; pero mucho más fuera de control me parece el comportamiento cívico, cuando resultamos ser la sociedad con más evasores (es decir, delincuentes) del transporte público en el mundo. Increíble récord. Así también fuera de control es la invasión perversa del cartel del comercio ilegal sobre nuestras veredas; el avasallamiento del grafiti sobre nuestros mejores edificios; el saqueo y despojo de todos los bronces ornamentales de la ciudad para ser fundidos y vendidos al kilo; la permanente degradación de nuestros árboles urbanos, el triste estado de nuestros parques, el aberrante cableado aéreo, el abuso del espacio público, incluidos ruidos molestos y publicidad excesiva... Naturalmente que no hay policía suficiente en el mundo para impedir la evasión, el comercio ambulante, el grafiti, el saqueo, el desorden público. Lo que hay son normas y lo que nos falta -y es fundamental preguntarnos por qué- es la convención de la ciudadanía para respetarlas y hacerlas respetar. Esta carencia de sentido cívico, esta permanente trasgresión, la desconsideración por el prójimo, la resignación al abuso, a la decadencia, a la mediocridad, incluso a la violencia, es lo que más me desconcierta del Chile de hoy, pues claramente no siempre fuimos así.

En una sociedad en que de pronto todos buscan identificar a culpables y responsables, por acción u omisión, de todos los males que nos aquejan, como si un ejército de justicieros de sofá bastara para progresar, pocos parecen concentrarse en los procesos de solución. Y es ahí, en el plano de las ideas potentes y sobre todo en el del liderazgo, donde debemos tomar decisiones. Muchas ciudades han logrado realmente erradicar sus males, revertir sus conflictos y resurgir, convocando y reencantando a sus habitantes; pero en todos esos casos ha habido una figura, un individuo capaz de liderar. Es hora de que alguien sea empoderado con la misión de civilizar Santiago y explotar su potencial.

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