Dólar Obs: $ 953,75 | -0,27% IPSA -0,25%
Fondos Mutuos
UF: 37.227,29
IPC: 0,40%


El extraño mundo de los sin smartphone

sábado, 15 de abril de 2017

Por Carla Mandiola G. ilustración Francisco Javier Olea
Reportaje
El Mercurio

Con más celulares que habitantes, en Chile la adicción al teléfono celular -o nomofobia- va en aumento y para la mayoría hoy el smartphone es el elemento tecnológico más importante en sus vidas. A contracorriente, unos pocos se rehúsan a estar conectados todo el día, argumentando que se sienten libres sin Whatsapp y respondiendo mails solo cuando quieren hacerlo. Así es volver a los celulares básicos.



La idea del estudio The World Unplugged Project era simple: mil estudiantes debían pasar 24 horas sin usar sus celulares. Para tener distintos puntos de vista, los organizadores de la Universidad de Maryland invitaron a personas de 10 países, desde Chile hasta China, quienes al terminar escribieron lo que sintieron.

Las conclusiones fueron lapidarias: un día desconectados significó angustia y síntomas de depresión. Uno de cada tres admitió que prefería renunciar al sexo que a sus celulares, dijeron que sentían que les faltaba una parte de ellos mismos, y la mayoría ni siquiera logró dejar su smartphone por 24 horas.

Intenté estar dos días sin mi celular y tampoco concluí algo positivo. Me desperté tarde porque dependo de su insoportable alarma. Me perdí en un camino que conozco, porque no tenía el mapa de mi celular diciendo qué hacer. Descubrí que solo me sé dos números de memoria. Sentí frustración al querer tomar una foto. La ansiedad por no usar Whatsapp aumentó cuando dos personas me mandaron mails preguntando si me pasaba algo. Y sentí que me estaba perdiendo cosas importantes -que en realidad no tenían relevancia-, lo que solo intensificó la angustia.

Esa clase de síntomas son parte de la nomofobia, abreviación de la frase en inglés "no mobile phobia"; es decir, el miedo incontrolable a estar sin teléfono, que se acabe la batería o no tener cobertura. Según especialistas, salir a la calle sin celular puede generar problemas de concentración, inestabilidad emocional e incluso agresividad.

El uso descontrolado del celular también creó el "cuello de texto", una enfermedad causada por la posición de la cabeza al mirar el teléfono que puede alterar la curvatura de la columna vertebral, generar tensión muscular prolongada y artritis. Además, la quinta infracción más frecuente en automovilistas es el uso del celular mientras manejan, superando a desobedecer un disco Pare o tener el permiso de circulación vencido, según el anuario estadístico de tránsito de Carabineros. Un estudio del Automóvil Club de Chile señaló que 83 por ciento de los automovilistas revisan sus mails mientras conducen y 68 por ciento contesta su celular mientras maneja.

Y todos estos problemas van en aumento en un país donde hay más celulares que personas. Según el Instituto Nacional de Estadísticas, en 2016 existían 26.614.789 teléfonos móviles para una población de 18.191.884 chilenos, es decir, 1,4 celulares por persona.

Libre y feliz

Álvaro Anguita miraba constantemente su smartphone para hablar en más de 10 grupos de Whatsapp, compartir las fotos, enviar audios de los conciertos a los que iba e incluso, era de los pocos que seguía enganchado a Pokemon Go. Tiene 29 años, es técnico cinematográfico, director del premiado cortometraje Las cosas simples, y como la mayoría de los usuarios de celulares, se despertaba y dormía mirando su pantalla.

-Si iba a algún lado, usaba el mapa de mi teléfono; si tenía que tomar una micro, buscaba en una aplicación cuánto le faltaba para llegar. Tenía que salir con un cargador, porque se descargaba muy rápido por todo lo que lo usaba. En él escuchaba música en la aplicación de Spotify y utilizaba Whatsapp para todo. Para los proyectos cinematográficos tenía un grupo para los de dirección, otro para la producción, y uno para los de foto. Era agotador.

Pew Research Center, un think thank en Washington DC, demostró que los estadounidenses entre 18 y 24 años envían 110 mensajes diarios en sus celulares. Y una investigación patrocinada por Nokia concluyó que de las 16 horas que una persona está despierta, en promedio revisará su celular cada seis minutos y 150 veces por día.

Para no estar siempre pendiente de su celular, Álvaro Anguita trataba de guardarlo cuando estaba con otra persona. Pero si escuchaba un ruido o vibración, no podía evitar mirarlo.

La relación con su smartphone tuvo un quiebre en enero de este año, después de un accidente irreparable: se le cayó y la pantalla se rompió en pedazos. Intentó seguir usándolo así, pero dejó de funcionar.

Una de las novedades que más ruido provocó en el Mobile World Congress de Barcelona, en febrero pasado, fue el relanzamiento del celular Nokia 3310, conocido como "el teléfono indestructible". Es uno de los celulares más vendidos en la historia, dura 22 horas de conversación y un mes de autonomía, algo impensado para un smartphone. El clásico Nokia volvió con el juego de la Serpiente, y es incompatible con Whatsapp.

Sebastián Sösemann tiene 31 años, trabaja en ventas de una marca de ropa y hace cuatro meses decidió dejar su smartphone, porque no soportó lo invasivo que se convirtió Whatsapp en su vida. Quiso dejarlo cuando se dio cuenta de que no podía parar de revisar su teléfono, aunque no hubiera nada nuevo en él.

-Me sentía medio esclavo de él. Recibía constantemente mensajes de mi trabajo que perfectamente podía recibir el día siguiente; información pertinente, pero que no tenía urgencia. El teléfono se estaba metiendo en mi vida personal y decidí volver a uno tradicional.

Entonces, Sösemann se compró por Amazon un celular sin conexión a internet, pero con una batería que duraba 30 días. Y comenzó a leer sus correos solo cuando tenía un computador al frente. Hasta aprendió a pedir un Uber sin usar el móvil. Se sentía descansado, incluso más feliz, y se dio cuenta de que el mundo no se acababa si no estaba todo el día conectado.

-Me humanicé más porque tenía que juntar el valor para llamar a alguien. Escribir un mensaje, lo que todos hacen para comunicarse, no requiere de nada. Ahora tenía que escuchar el tono de voz, la entonación, la intención del otro. Todo lo que había perdido usando Whatsapp.

Pero pronto Sebastián Sösemann sintió que se aislaba socialmente del resto: ya no tenía notificaciones informando los cumpleaños de sus amigos, no podía ver las fotos de sus familiares y los fines de semana no recibía mensajes de nadie invitándolo a salir.

-No te enteras de las cosas que hace o dice el resto, porque la gente da por sentado que si manda algo por Whatsapp, uno lo va a leer. Al final me volví un cacho, porque la gente me tenía que llamar para avisarme de las cosas y mi jefe tenía que repetirme lo que había dicho por la aplicación.    

Por la presión social, volvió a tener un smartphone.

-Y culpo en un ciento por ciento a Whatsapp. Si no existiera la necesidad de esa aplicación, no tendría un smartphone. Pero parece que necesito la aceptación social. Hasta volví a la adicción de Candy Crush.

Más extremo es Gonzalo Rojas Sánchez, abogado, columnista y profesor de derecho en la Universidad Católica, quien dice que nunca en su vida ha tenido un celular. "A mis 64 años vivo completamente libre y feliz. Cuando alguien necesita ubicarme tiene dos posibilidades: me llama a un teléfono fijo, en el que hablo una vez cada 20 días, o me manda un correo, de los cuales recibo entre 250 y 300 diarios", dice sentado en su oficina, en un edificio en Vitacura donde no funciona el citófono. El lugar está tapizado con libros antiguos que decoran las paredes y en su escritorio está el único atisbo de modernidad: un computador Mac blanco que no tiene conexión a internet.

Según el académico, "está la dimensión lúdica en el celular, el juego. La gente tiene muy poquito espacio para jugar y lo logran en sus teléfonos. Y también está la dimensión dramática. La gente cree que está haciendo cosas muy importantes en el celular, que está tomando decisiones, que cuando tuitea va a cambiar el mundo. Y yo no vivo ni el mundo lúdico ni el dramático, vivo normal, hago mi pega, gozo con el fútbol, me tomo en serio la vida política de mi país, pero no tengo por qué saber qué es lo último que ha tuiteado Alberto Mayol. Qué me importa".

Patricia Bagladi, bibliotecaria, también pertenece al extraño mundo de los que no tienen celular. Solo dos veces cedió frente al tema y compró uno: la primera vez fue porque vive sola y después de enfermarse, su familia le exigió saber de ella en todo momento. La segunda vez fue cuando en un trabajo le pidieron estar disponible a todas horas. Solo las personas mencionadas conocían su número. Después de sanarse y de terminar con ese trabajo, apagó el celular y volvió a guardarlo en una caja que no ha vuelto a abrir.

-Sin celular te ejercitas mentalmente. No dependo de un dispositivo, dependo de mí, y eso es muy importante. No es que quiera vivir en una isla, es que trato de mantener mi individualidad: yo soy independiente y si me controlan, no va a funcionar. Uno se crea dependencias que no necesita. Y si yo me quiero perder, que nadie sepa de mí, nadie va a saber de mí.

Adicción real

En 2016, GFK Adimark y Entel hicieron un estudio sobre la nomofobia en Chile. Concluyeron que de todos los dispositivos tecnológicos, el smartphone es por lejos el más importante para los chilenos, más que el computador o el televisor. Por eso, más de la mitad de las personas reconoció que prefiere devolverse a buscar su smartphone si se da cuenta de que ha salido sin él. Otros datos destacados fueron que 55 por ciento prefiere que se le queden las llaves en la casa antes que el celular, 31 por ciento que preferiría salir sin billetera, 56 por ciento de los usuarios de un teléfono móvil dijo haber recibido una petición para dejar de usarlo o utilizarlo menos, y 33 por ciento afirmó que eso se lo piden constantemente.

Después de que en enero su smartphone se rompiera en pedazos, Álvaro Anguita -el director de Las cosas simples- decidió probar con un celular sin internet, pero con cámara. Atrás quedaron los grupos de trabajo en Whatsapp y cuando le preguntaban cómo podían contactarse con él, Anguita les respondía que le mandaran un mail o lo llamaran por teléfono a su nuevo celular que duraba días encendido.

-No siempre puedes responder altiro cuando te mandan un mail, pero la gente espera la inmediatez, y la exige. Eso me molestaba mucho cuando tenía un smartphone. Antes estaba preocupado de cargar mi teléfono todo el día, pero llegué a un punto en que a veces se me olvida y ya no es tan terrible. Y si estoy en una locación sin un computador y necesito ver algo, le pido el teléfono a un compañero y reviso solo lo que quiero ver. No lo echo de menos.

El psicólogo social Adam Alter planteó en su libro Irresistible: The rise of addictive technology and the business of keeping us hooked, que los productos tecnológicos como los celulares crean una dependencia real. "En el pasado pensábamos en la adicción como algo ligado mayormente a sustancias químicas: la heroína, la cocaína o la nicotina. Hoy existe el fenómeno de las adicciones conductuales en las que la gente pasa casi tres horas al día pegada a su celular", dijo el psicólogo a New York Times. "Las adicciones conductuales se han generalizado. Un estudio en 2011 sugería que 41 por ciento de nosotros sufre por lo menos una de ellas. El número seguramente ha aumentado con la adopción de plataformas de redes sociales, así como con las tabletas y los teléfonos inteligentes".

El celular que hoy Álvaro Anguita ocupa ni siquiera tiene una cámara incorporada. Dice que ya no hay vuelta atrás.

-No sé si dejar el smartphone me ha hecho usar más la cabeza, pero sí me hizo tener más conciencia de lo que pasa alrededor. Volví a mirar para arriba, para los lados, a la gente, en vez de mirar a una pantalla hacia abajo.

 Imprimir Noticia  Enviar Noticia