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"El Dylan", de Bosco Cayo, en Matucana 100:

El cuerpo que nos interroga

viernes, 14 de abril de 2017

por Andrea Jeftanovic
Teatro
El Mercurio




El estreno de la obra "El Dylan", de Bosco Cayo y dirigida por Aliocha De la Sotta, no puede llegar en un momento más adecuado, justo cuando la película "Una mujer fantástica" de Sebastián Lelio, con guion de Gonzalo Maza, recién premiada en el Festival de Berlín, refresca la discusión pública acerca del cuerpo transexual. Una discusión que no es nueva, pero que cada cierto tiempo indica lo detenida que están las leyes respecto a la identidad de género. Por mucho tiempo hemos pensado la sexualidad como un hecho esencialista y binario (hombre/mujer o hetero/homosexual); en ese sentido, el cuerpo transexual desafía la biología y a la sociedad, es un cuerpo en transformación que se mueve en un territorio más amplio. Para una parte de la sociedad es un "cuerpo monstruo", lo que ha motivado una serie de violencias, desde simbólicas, legales y, en especial, físicas, que cada tanto se traducen en crímenes.

Bajo el principio irrenunciable de la tolerancia y el respeto a todo ser humano, hay algo más allá en ese cuerpo desde el momento que nos ofrece una ventana de cuestionamiento para complejizar y cuestionar la naturaleza de los cuerpos, el deseo y la inscripción cultural y cívica. Porque nuestra identidad es un entrecruzamiento de todas esas dimensiones. Quizás acá valdría la pena recordar al entrañable personaje de Agrado en la película "Todo sobre mi madre", de Pedro Almodóvar, cuando dice: "Me ha costado mucho ser auténtica. Pero no hay que ser tacaña con todo lo relacionado con nuestro aspecto. Porque una mujer es más auténtica cuanto más se parece a lo que ha soñado de sí misma".

Ese fue el desafío vital de "El Dylan", el joven enfermero de la Ligua, que luchó por sacar afuera la mujer que tenía adentro pero que fue blanco de todo tipo de violencias hasta que un apuñalamiento le costó la vida. La obra ficciona este asesinato real para repensar el comportamiento de la sociedad en torno a este cuerpo, a "El Dylan", el protagonista, que en el montaje ya no está; solo quedan quienes fueron los testigos de su trágica existencia: la madre, el profesor del liceo, la vecina, unos amigos, los periodistas, los médicos. La dramaturgia es poderosa; de hecho, fue seleccionada para la Muestra Nacional de Dramaturgia, y se articula a partir de un zurcido de voces, más que de personajes, que ensamblan testimonios que a veces actúan a modo de coro griego o voz fragmentada o desdoblada. Esto no es menor, porque la identidad de género también pasa por un acto de habla, que es repetición y cultura. Y, al mismo tiempo, es un relato móvil que se construye intervenido por el discurso de la educación, de la salud pública, de la ley, del espacio (urbano o rural). Lo interesante es que en este transcurrir de discursos se llega a un punto en el que se reconstruye la vida del joven asesinado en la boca de otros. En especial, desde la boca de la madre que exige reconocimiento y justicia por su hijo a los medios de comunicación, a los políticos, a las organizaciones por los derechos homosexuales.

Este juego de perspectivas y voces es seguido por un excelente elenco, en el que destacan las actuaciones de Guilherme Sepúlveda, que ya había sobresalido en el montaje "Inútiles", y Jaime Leiva, que ofrecen una deliciosa interpretación. Además, se suman, de un modo muy atractivo, Mónica Ríos, Juan Pablo Fuentes, Paulina Giglio. Un diseño escenográfico mínimo realza el trabajo actoral atrapado en piruetas fonéticas y coreográficas que hablan de una clara propuesta de dirección en manos de Aliocha de la Sotta que sabe trabajar con lo mínimo para llegar a lo máximo. Los intérpretes están todo el tiempo sobre el escenario, sin nada que los oculte, expuestos a nuestra mirada que los sigue en sus versiones masculinas y femeninas, colectivas e individuales. Ser "él" o "ella" puede ser un simple cambio de ropas, nada más. La composición musical, con temas de Fernando Milagros junto a una banda sonora de clásicos -por ejemplo Queen-, da un ritmo vertiginoso.

No es primera vez que la dupla Aliocha de la Sotta y escritura por Bosco Cayo, con su compañía Teatro La Mala Clase, montan trabajos sobre (y para) jóvenes; antes estuvo "Leftraru". Su proyecto no es menor: desde el año 2009 hasta la fecha, han llegado con su trabajo escénico a más de 150.000 jóvenes chilenos, lo que refuerza la capacidad del teatro como herramienta pedagógica.

Imposible no recordar otro montaje que también se basa en un "crimen pasional" como lo fue el descuartizamiento de Hans Pozo (y su tratamiento en los medios), llevada al teatro por Luis Barrales. Porque estos cuerpos oscilan en la clandestinidad del sexo prohibido o se hacen visibles en una morbosa crónica roja. Es en el momento del crimen cuando se hacen visibles, y son lamentados por la comunidad. Quizás "El Dylan", como otras obras que tocan el tema, se queda en la reflexión de la denuncia y la culpa colectiva frente a estas violencias, pero insisto, hay algo más. Habría que pensar que el transexual es una persona que requiere una reasignación genérica completa para participar de la opción con la que se siente identificada (diferente a su biología) renovando una historia cultural en los propios términos corporales. Su cuerpo es una prueba de la naturaleza múltiple y polimorfa de la sexualidad humana, en evolución y constante cambio. En ese sentido, el montaje -siempre en la voz de los otros-, atestigua ese itinerario por la incomodidad en la infancia, la búsqueda en la adolescencia, la definición audaz en la mayoría de edad.

La muerte violenta de "El Dylan" pone en evidencia la ignorancia y la discriminación que despierta todo lo diferente, en este caso contra un joven nacido y criado en La Ligua, con nombre de artista y que se sentía mujer. Lo suyo es un triste caso de transfobia que debería despertar nuestra compasión y condena, pero también nuestro deseo de autenticidad y de nacer de nuevo cuantas veces sea necesario.

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