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Rescate El relato que sorprendió a Modiano:

El escape de una librera por la Europa nazi

domingo, 09 de abril de 2017

Roberto Careaga C.
Artes y Letras
El Mercurio

Llega a Chile "Una librería en Berlín", el testimonio reencontrado de Françoise Frenkel, una polaca que, de tener una vibrante librería en la Alemania de los 30, debió escapar de los nazis por Francia. Reverso íntimo de los relatos oficiales de la II Guerra Mundial, es parte de una oleada de libros en el tono liderados por "Suite francesa", de Irène Némirovsky.



Arriba, en el quinto piso del hotel La Roseraie, en Niza, vivía una mujer austríaca que bordeaba los 70 años y pasaba los días escribiendo sobre el arte de los encajes. También una española republicana que moriría de inanición, un matrimonio que llevaba dos años con las maletas y baúles listos para partir a Palestina, y dos estudiantes sin un peso. El cuarto piso estaba ocupado por varios polacos, actores, escritores, políticos y críticos de arte, que llevaban una vida de debates y proyectos. En el segundo, familias esperaban día a día una posibilidad de escapar. Porque salvo un alegre príncipe hindú que ocupaba todo el segundo piso, en ese hotel todos planeaban un escape. Todos eran judíos. También Françoise Frenkel, una ex librera que venía huyendo desde Berlín e imaginaba cómo llegar a Suiza. Según escribió, ese lugar debería haberse llamado El Arca de Noé, pero la salvación no aparecía en el horizonte: empezaba 1942, Europa era azolada por la Segunda Guerra Mundial y los nazis extendían su caza antisemita. .

Nacida como Frymeta Idesa Frenkel, en Lodz, Polonia, en 1889, decidió cambiarse el nombre por Françoise: estaba enamorada de la cultura francesa. No solo estudió Letras en la universidad La Sorbona, en 1921 decidió abrir la primera librería francesa en Berlín. Se llamaba La Maison del Livre y en los 18 años que operó se convirtió en un punto de encuentro de los amantes de las letras galas y en un verdadero centro cultural de la capital alemana. Pero el ascenso del nazismo arrinconó a la tienda dramáticamente: primero censurada y luego directamente hostigada, Frenkel terminó liquidando apurada la librería tras la Noche de los Cristales Rotos, el ataque generalizado contra judíos el 10 de noviembre de 1938. Luego huyó. Cruzó a Francia para iniciar una dramática fuga que se extendió por años. Solo en 1943 logró cruzar clandestinamente a Suiza y salvar de las garras nazis.

Aunque respetada como librera en su momento, Frenkel fue otra anónima en el peregrinaje de judíos europeos que buscaban refugio durante la guerra. Su huida es otra de tantas, ella tuvo suerte. Su nombre está desperdigado en unos pocos registros oficiales de la época. Pero hubo una diferencia: instalada por fin en Suiza, Frenkel escribió el testimonio de su drama y lo publicó. El libro apareció en 1945 al alero de la pequeña editorial suiza Jeheber y su título era "Rien où poser sa tête" (que podría traducirse como "Nada o poner la cabeza"). Y aunque en su momento tuvo poco eco, hace algunos años alguien encontró un ejemplar en una feria de Niza, lo leyó con sorpresa, empezó a hablar de él, alguien escribió una reseña del libro en Internet y, de pronto, la prestigiosa editorial Gallimard estaba reeditándolo en 2015. Como promotor del hallazgo estuvo el Nobel Patrick Modiano, que cayó hipnotizado ante la voz sin rostro de Frenkel.

Disponible desde esta semana en Chile, el libro en español se llama "Una librería en Berlín" y arriba tras recibir elogios en España y Francia. Sobre todo en este último país, donde el testimonio de Frenkel ha pasado a sumarse a un coro de voces literarias que narran a contrapelo de las versiones oficiales la tragedia. El libro es parte de una oleada de narraciones a ras de suelo que, en el revés de los relatos políticos o bélicos, muestra sin filtro el impacto que tuvo la guerra en la vida cotidiana de los franceses. Así como antes leer "Suite francesa", de Irène Némirovsky, permitió ingresar al sentir de las clases acomodadas parisinas durante la llegada de los nazis, en su relato Frenkel revela la deriva de una masa de supervivientes que se mueve en los intersticios de la persecución alemana. "Para todos, la existencia había perdido la ilusión y el entusiasmo... También, por rachas, caíamos en una indiferencia lúgubre, en una inercia absoluta", se lee.

El caso de Némirovsky es ejemplar en la oleada de rescate de este tipo de textos. Autora de más de 15 libros, después de morir en Auschwitz en 1942 su obra pasó prácticamente al olvido. Entre lo que dejó, estaba el manuscrito sin finalizar de "Suite francesa", que sus hijas guardaron por años y que solo en 2004 fue publicado: ahí apareció no solo una novela deliciosa, sino también el retrato de un paisaje social casi no contado del París ocupado por el nazismo. El libro significó el descubrimiento de una autora y coincidió con el destape de otro autor que había quedado bajo del velo después de la Segunda Guerra Mundial: el húngaro Sándor Márai, un escritor muy exitoso en los años 30, que soportó apenas a los nazis en su país y ya no pudo hacerlo cuando los soviéticos tomaron el control de Hungría. En 1948 se fue a Estados Unidos.

A inicios de este siglo, Márai fue lentamente recuperado. La publicación en español de "El último encuentro" (1999) literalmente lo descubrió para el mundo hispano: sus novelas eran espejos de una sociedad centroeuropea refinada que se aproxima al fin de una época. Márai era ese cronista: el del fin de una era. Escribió esa novela en 1942, justamente cuando Némirovsky se encaminaba al campo de concentración y la desconocida Françoise Frenkel se refugiaba precariamente en Niza. Paralelamente, en el frente soviético de la Segunda Guerra Mundial, el periodista Vasili Grossman cubría batallas en Ucracia y recogía material para la que sería una de las grandes novelas del horror del régimen estalinista y el antisemitismo durante el conflicto. Prohibida en tiempos de Jruschov, y ya muerto Grossman, "Vida y destino" solo se publicó oficialmente en 1989 y en español en 2011, convirtiéndose en una de las grandes obras sobre la guerra.

La librería

Françoise Frenkel es casi una completa desconocida. Apenas hay unos cuantos datos que confirman la existencia de su librería en Berlín y una escueta cronología de sus pasos, que documentan su ruta de escape por París, Aviñón, Vichy, Niza, Annecy, Ginebra y finalmente de nuevo Niza, donde murió en 1975. Nadie sabía que era una escritora, acaso porque no lo era: simplemente era la autora de un relato urgente que ella entendió como un imperativo: "Es deber de los supervivientes rendir testimonio con el fin de que los muertos no sean olvidados ni los oscuros sacrificios sean desconocidos", anotó como prólogo de su libro. De Frenkel, por supuesto, no hay fotos. Solo quedó su escritura y eso basta para Modiano: "La gran singularidad de 'Una librería en Berlín' procede justamente de que no podamos identificar a su autora de una manera precisa", anota el escritor, que llega a comparar la lectura del libro con lo que fue para él leer a los 14 años a Shakespeare o Stendhal sin saber absolutamente nada de sus identidades.

"Prefiero no conocer el rostro de Françoise Frenkel, ni las peripecias de su vida tras la guerra, ni la fecha de su muerte. De ese modo, su libro será siempre para mí la carta de una desconocida, olvidada en la lista de correos desde hace una eternidad y que parece que recibes por error, aunque tal vez eras en realidad su destinatario", escribe Modiano en el prólogo del volumen.

Lo que hace Frenkel toma los ribetes de una confesión. Es el relato de una caída. Las primeras cincuenta páginas de su libro son luminosas: es la historia de una joven polaca, aparentemente de clase acomodada, que mientras estudia Letras en París es cautivada por el oficio de librero. Trabaja en bibliotecas y librerías, pero hacia 1920 decide abrir su propia tienda en su país. Pero de paso por Berlín para visitar a unos amigos, la convencen de que allá será mejor: "Es casi una misión", le dicen, aludiendo a la ausencia casi total de libros y revistas en francés en la capital alemana. Un año después, abre La Maison del Livre en un barrio residencial, la que luego traslada hasta una zona comercial y se convierte en un punto cultural de aquella urbe. Frenkel nunca lo menciona en su texto, pero con ella estuvo su esposo, Simon Raichenstein.

Como anota Frenkel, La Maison del Livre tuvo variados clientes: "Un público curiosamente mezclado. Conocidos artistas, vedetes, mujeres de mundo que se inclinan sobre las publicaciones de moda y que hablan en voz baja para no distraer al filósofo inmerso en un Pascal. Cerca de una vitrina, un poeta hojea piadosamente una bella edición de Verlaine, un sabio con gafas escruta el catálogo de una librería científica y un profesor de instituto ha reunido delante de él cuatro gramáticas para comparar seriamente los capítulos relativos a la concordancia del participio seguido de un infinitivo", escribe y luego comenta las visitas de autores franceses que dieron charlas en la librería: Claude Anet, Henri Barbusse, Julien Benda, Colette, Dekobra, André Gide, Henri Lichtenberger, André Maurois, Philippe Soupault y Roger Martin du Gard, entre otros. También, reseña Modiano, es muy probable que haya sido frecuentada por Vladimir Nabokov y otros escritores rusos que huían de la Rusia bolchevique. "Creo que basta con leer las nouvelles y las novelas «berlinesas» de Nabokov, escritas en ruso y que son la parte más emocionante de su obra, para seguir el rastro de Françoise Frenkel por Berlín", escribe Modiano.

La primera señal de que las cosas andan mal, Frenkel no la cuenta: su esposo deja Alemania en 1933 ante el clima adverso para los judíos. Ella se queda sola a cargo de la tienda. Y resiste todo lo que puede: mientras avanzan los años, también llegan los hostigamientos. De tener casi todas las revistas y diarios franceses, solo le permitieron seguir con Le Temps. Luego se lo impidieron. Después las autoridades nazis la vigilan. Cada vez se le hace más difícil importar libros, sacar divisas, llevar el negocio. Hasta que en 1939 se da cuenta de que ya no puede seguir en Berlín. Al dejar Alemania con destino a Francia, presencia en los agentes de la aduana nazis el peligro en estado puro: "Visión del nacimiento de ese monstruoso y siempre creciente termitero humano que se extendía rápidamente por todo el país con un siniestro chirrido metálico, termitero de un incalculable potencial de fuerzas colectivas", anota.

La fuga

Lo que sigue en el relato de Frenkel es, casi siempre, la desesperación. Lejos de su familia -aparentemente se separó de su esposo en París en 1940 y este murió dos años después en Auschwitz-, se mueve aceptando la ayuda de múltiples amigos y desconocidos que la reciben temporalmente. La amenaza de perder la visa para seguir en Francia es permanente, mientras la posibilidad de un permiso para entrar a Suiza se vuelve cada vez irreal. Consigue una relativa estabilidad viviendo en Niza entre diciembre de 1940 y noviembre del 42. Muy relativa: la comida es escasa, no tiene permiso para trabajar, a ella y a todos los extranjeros en el régimen de Vichy les piden constantemente revisar su documentación y se acercan como una niebla los días en que los nazis deportarán a los judíos.

"Los refugiados que vivían en los Alpes Marítimos asaltaban literalmente los consulados: el americano, el español, el suizo, el sueco. Hacían cola para intentar una gestión desesperada; pero la mayor parte de estos servicios de visado ya no funcionaba. Nos sentíamos aprisionados, bloqueados", escribe sobre su residencia en Niza, donde Frenkel pasa de hoteles a esconderse en viviendas privadas. Y tras las primeras redadas nazis en 1942, la ex librera ingresa a lo clandestino: al circuito de la falsificación de documentos y guías pagados que prometían la libertad. "Los accidentes, robos, chantajes, arrestos, deportaciones e intentos frustrados se propagaron rápidamente por el país", cuenta Frenkel, que sin embargo paga para un traslado a Suiza.

Mientras organiza su fuga, otros escritores que retratan la vida de su época entran bajo el velo: Némirovsky morirá en Auschwitz, mientras en Brasil un autor austríaco, también judío, decide un final: el gran escritor y biógrafo Stefan Zweig, prohibido por los nazis desde 1936, había abandonado su país en 1939 para iniciar un periplo que lo llevaría hasta Petrópolis, donde en 1942 se suicidó aterrado por el avance de Hitler por el mundo. Sus obras nunca dejaron de circular, pero en los últimos años han tenido una segunda vida.

Lejos de todos los focos de la guerra, Frenkel emprendió ese año un último viaje hacia Ginebra. No resulta. Los papeles falsos fallan. Todo falla. Pasa varios meses detenida en el pueblo de Annecy, con la amenaza creciente de ser trasladada a un campo de concentración. Pero cuando no parece haber esperanza, sus amigos de Niza le consiguen un abogado que la saca de la cárcel. Y luego, ya sin nada que perder, se suma a un grupo para cruzar la frontera clandestinamente. En el último momento, debió saltar una valla y mientras lo hacía un soldado fascista la divisó y le disparó. Pero erró. En junio de 1943, Frenkel consiguió llegar a Suiza. A los pocos meses, a orillas del lago de los Cuatro Cantones, escribió el testimonio que ahora conocemos como "Una librería en Berlín", que hoy puede leerse ejemplarmente junto a novelas como "Suite francesa", de Némirovsky, y "El ultimo encuentro", de Márai.

"Prefiero no conocer el rostro de Françoise Frenkel. Su libro será siempre para mí la carta de una desconocida", dice Patrick Modiano.

"Es deber de los supervivientes rendir testimonio con el fin de que los muertos no sean olvidados", escribe Françoise Frenkel.

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