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Palabras del director de El Mercurio
Cristián Zegers
Gala Empresarial


martes, 04 de abril de 2017





En nombre de El Mercurio y de E & Y, reciban la más cordial bienvenida, y nuestra especial gratitud por estar con nosotros en esta ceremonia de estímulo a la gestión empresarial y al emprendimiento. Hemos cumplido diez años entregando estos galardones, y estamos más convencidos que nunca de la conveniencia y la justicia de destacar ante el país trayectorias genuinamente representativas de la empresa en Chile, biografías brillantes de ejecución e innovación, que ciertamente aparecen contradictorias con el conjunto de negras imágenes que se obstinan en deformar la realidad de la empresa privada en nuestro país.

Agradecemos, ante todo, a los integrantes del jurado, que estuvo integrado por connotados personeros del Ministerio de Hacienda, Cieplan, la Confederación de la Producción y del Comercio, las universidades Católica y Adolfo Ibáñez, la Confederación Internacional de la Industria de la Construcción, la Compañía General de Electricidad, Transoceánica, Endeavor, la Sociedad Nacional de Minería, Comunidad Mujer, la Asociación de Bancos e Instituciones Financieras, Icare, la Sociedad de Fomento Fabril, la AFP Habitat y la Cámara Nacional de Comercio, además de representantes de E & Y y de El Mercurio

Este jurado resolvió que estas distinciones recayeran este año en Francisco Silva como Empresario del Año; Eduardo Navarro como Ejecutivo del Año; y Víctor Moller como Emprendedor del Año.

Un año atrás, en esta misma ocasión, tuvimos que referirnos al clima de críticas al sector privado nacional, motivado por diversas situaciones de escándalo; pero, en verdad, críticas, muchas de ellas, también instrumentalizadas por diversas políticas impregnadas de ideologismos que han venido golpeando el crecimiento e, inevitablemente, el desarrollo social chileno.

La relación entre empresarios y política ha seguido estando en el centro del debate. No sólo ha dado origen a cambios en la legislación electoral (algunos de ellos discutibles), sino que también se ha abierto una serie de procesos judiciales y administrativos destinados a sancionar diversas conductas ilícitas, todo lo cual ha tenido fuerte impacto en la política, la empresa y la opinión pública. El claro rechazo a estas malas prácticas — algunas de las cuales constituyen delitos, pero también se incluyen conductas que, sin llegar a serlo, son infracciones administrativas o, simplemente, faltas éticas— no sólo es bienvenido, sino también necesario. De otro modo no es posible construir sociedad.

En la pantalla empresarial están lejos de haber desaparecido los factores de muy diversa naturaleza que deprimen nuestras expectativas de desarrollo próximo. Y en un período que sigue siendo complejo para la economía mundial, se han añadido cambios políticos internacionales que abren grandes interrogantes y multiplican la incertidumbre. Vamos a completar un cuatrienio del más bajo crecimiento, y las recientes previsiones del Banco Central hablan a las claras de la profundidad y persistencia del fenómeno.

Ciertamente, hoy se enfrentan factores adversos, que el empresariado no puede por sí solo revertir. Que muchas empresas grandes del Ipsa sigan siendo rentables, no es necesariamente un signo de sanidad indiscutible, como se argumenta , o que permita tener optimismo fundado en el cuadro económico. Más bien ocurre, sencillamente, que su mayor tamaño –tan denostado por el ideologismo del retroceso- les permite tener resultados más equilibrados, provenientes de más fuentes y con balances globalizados en muy diferentes operaciones. Pero no es esa, ciertamente, la condición de la generalidad de las empresas chilenas, especialmente de las medias y pequeñas, que se ven forzadas a exprimir sus costos, reducir personal capacitado, y disminuir al mínimo las inversiones, postergando sus ciclos de desarrollo natural.

No me extiendo más en estos aspectos negativos, porque este año avizoramos una genuina semilla de un cambio de clima empresarial, provocado por una actitud que puede hacer una diferencia significativa en nuestro futuro inmediato.

El objetivo del crecimiento económico, en efecto, no puede ser solo una obsesión circunscrita al ámbito empresarial, mientras el Estado, la política y las ideas prevalecientes en el debate público no consideren resueltamente deseable ese desarrollo, la única vía para financiar prestaciones sociales justas y estables. Por de pronto, el empresario debe dejar atrás el pudor de obtener rentabilidades legítimas. Por primera vez en mucho tiempo, ello se plantea como un requisito de sentido común. Lo casi vergonzoso, en realidad, para la condición empresarial, es parecer avergonzado de utilidades legítimas.

Lo positivo es que también, aunque parcialmente, en el Estado, los partidos políticos, algunas candidaturas presidenciales, o en quienes avizoran nuestras expectativas de futuro, comienza a extenderse la inquietud por nuestras fallas de crecimiento. Es más posible, entonces, que este tema esté puesto en la próxima campaña electoral como uno de los nudos a resolver, más que, por ejemplo, la necesidad de la reforma constitucional tan postulada y propagada en los últimos años.

Por otra parte, qué duda cabe acerca de cuán necesaria es una mayor madurez en el juicio de la población acerca de la empresa, superando los clichés de la simplificación en que ahora se desenvuelve. El propio empresario puede hacer crecer en sí mismo una mentalidad más abierta en relación con la sociedad exigente de hoy. Acertadamente, creo, se ha llegado a plantear una suerte de imaginario permiso de aceptación social, tan importante, o más incluso, que un permiso ambiental o sanitario, por ejemplo. Lo cierto es que una auténtica acogida general a la empresa es prerrequisito casi obvio para estimular el éxito de toda empresa en particular.

En muchos pronunciamientos empresariales recientes se observa, asimismo, un enfoque más actual y promisorio de los graves fenómenos de la desconfianza o el descrédito de las instituciones. Más temprano que tarde, es probable entonces que aquel prototipo empresarial rígidamente circunscrito al afán productivo de su empresa, bajo el argumento de su pago de impuestos, se convierta en cosa del pasado.

El empresario sabe que hoy no puede estar ajeno a contribuir en la solución para aquellos cientos de miles de chilenos que se sienten privados de redes de protección, inseguros frente a su vejez, y descontentos con su inclusión social. Los problemas ya son de todos por igual. De la ciudadanía entera. Y dando este ejemplo, la recientemente asumida cúpula empresarial protagonizó el singular ejercicio de Las Majadas que tenía por objeto , precisamente, conocerse con muchos otros actores sociales relevantes, y trabajar en adelante, juntos y a la par, en el mismo objetivo país.

En ese espíritu, tenemos que mirar el complejo mundo del mañana, con muchísimos más riesgos que rentabilidades seguras, y con una eclosión tecnológica que amenaza a una proporción significativa, decisiva, del actual empleo. Y si hasta ahora nuestras empresas debían tener siempre presente la vulnerabilidad que conlleva una economía globalizada e hipercompetitiva, a eso se añaden hoy los riesgos de una reemergencia del proteccionismo que creíamos definitivamente superado por los países más avanzados.

Tantas nuevas demandas parecen urgir a una “cultura del encuentro”. Que la sociedad no sienta a los empresarios como contrincantes, sino, valorando la diversidad de funciones, llegue a sentir que todos somos iguales en cuanto a comunidad de destino: si a las empresas les va bien, el cuerpo social debe sentir que también a él le va bien.

Por otra parte, esa tajante división entre sector público y privado que otrora era algo nítido, ahora muestra líneas más tenues y múltiples formas nuevas de colaboración. No hay, desde luego, ninguna incompatibilidad entre la dimensión de libre empresa y la hoy indispensable dimensión social y ambiental. En este nuevo cuadro, el empresariado puede y debe compartir responsabilidades en lo público. La simple lamentación de los errores propios o de otros no sirve de nada. Hay que actuar con máxima energía para corregir los unos y los otros. A todo evento, el sector privado debe asumir que lo público no es otro mundo que no cabe sino soportar y desdeñar. Muy por el contrario, es una faceta de vital importancia e inseparable del mundo de la empresa.

Finalmente, apoyemos a aquellas voces que indican que el empresariado debe ir hoy al contacto directo con la gente: ir al debate de sus posiciones, identificadas y planteadas con precisión, exponiéndolas a la discrepancia, sujetándose a la transparencia, compartiendo las buenas prácticas y estandarizándolas, repudiando sin reservas aquellas inaceptables, en un nuevo y medible estandar ético. Muchos de estos nuevos rasgos que exigen el mundo y el país actual aparecen personificados y compartidos por nuestros galardonados de esta noche.

Como Empresario del Año recibe el premio Francisco Silva, un renovador por excelencia de la industria bancaria, a la cual muy temprano, desde su regreso al país tras especializarse en Estados Unidos, aportó la tecnificación que hoy le es consustancial. En la Universidad de Stanford, el posgrado de Francisco fue en ingeniería antisísmica, lo cual —hay que admitirlo— fue un detalle sugestivamente previsor, como cautela, por quien creo que intuía su posterior dedicación a la gestión financiera…

Confluye en su formación la variada experiencia en varios bancos privados, y también su correlato en períodos de emergencia , que él vivió nada menos que desde el Banco Central, a comienzos de los años 80, en plena crisis. De esta visión, necesariamente impregnada de realismo y cambios fortísimos, surge una consultora impulsada por él, y unos primeros socios, que parte por asesorar a bancos extranjeros especializados, y que de ahí da el gran salto del emprendimiento al adquirir la sucursal de uno de ellos en Chile, fusionarla con la de otros, y hacer nacer así al actual Grupo Security, del cual Francisco es cabeza. Trabajan en él cuatro mil personas, está hoy conformado por 13 compañías, proyectado a diversas áreas y países, y con la responsabilidad de administrar activos por 17.OOO millones de dólares.

La percepción que tenemos de Francisco Silva es una capacidad invaluable para formar equipos, trabajar tesoneramente hasta aspectos que parecen mínimos, pero no lo son. Y , lo que es más trascendente, destaca en él estar permanentemente dispuesto al trabajo de servicio que trasciende los marcos de su propio emprendimiento. Prueba de ello es la notable presidencia de Icare que ejerció hace pocos años, y durante la cual ese foro alcanzó un nuevo nivel de interés en el debate de las ideas y preocupaciones actuales de la empresa.

Hoy nos amenaza —previene él— una cuarta revolución industrial, con automatización a niveles que no se sospechan y consecuenciales impactos que pueden ser brutales. Ella exigirá muchos empresarios con la sensibilidad tan abierta y diligente, con actitud sencilla y positiva, como la que posee Francisco Silva.


Como Ejecutivo del Año, el jurado eligió a Eduardo Navarro Beltrán, gerente general del conglomerado de Empresas Copec, cargo que asumió extraordinariamente joven, y en el que su desempeño ha sido influyente en su más reciente proceso de internacionalización que ahora la tiene convertida en una compañía con operaciones en casi 20 países. Sus cercanos ancestros riojanos han modelado todo un carácter en nuestro galardonado. Independientemente de su menor tamaño relativo entre las regiones de la Península, La Rioja ha cultivado siempre intensos vínculos con Chile. Hay un orgullo especial en la tradición –mal que mal en esas tierras se habló por primera vez el español que llegó a nosotros-, y también la alegría y el buen hacer vinífero que también compartimos. Formado en la Universidad Católica, desde Empresas Copec Eduardo ha mantenido con ella un vínculo traducido en docencia durante varios lustros, y, además, en muchos proyectos con sello en la innovación.

Con sólidos valores, tiene viva conciencia de que en el empresariado “se cometen errores, como en todo grupo humano”, y ese es “el desafío actual: la tarea permanente de que las cosas hay que hacerlas cada vez mejor”. Para lo cual —sostiene— “toda empresa exitosa debe pensar en décadas”. Tiene que saber adaptarse al cambio permanente, leer los tiempos, fortalecer la gobernanza, aumentar la transparencia, revisar las formas como se crea valor, incorporar nuevos productos y servicios. Lo contrario, entonces, de aquellas empresas en que parece verse, más bien, una clara aversión al riesgo.

Eduardo Navarro ha sido protagonista e impulsor de las últimas adquisiciones de Copec, que se extienden en un variado registro de expansión, por ejemplo en Estados Unidos, en la distribución de combustibles, y en la prosecución, al mismo tiempo, del proceso de control sobre activos en Perú, Ecuador y Colombia, con una inversión asociada que ascenderá aproximadamente a 750 millones de dólares. Además, en el rubro forestal se anota una nueva planta de paneles en Michigan, con una inversión de 400 millones de dólares, lo que significará la construcción de una de las mayores plantas de tableros aglomerados en Norteamérica y una de las de mayor productividad en el mundo.
La clave a remover para obtener más y mejor emprendimiento entre nosotros —piensa Navarro— está en cómo se comparte con el entorno en el más amplio sentido. En la experiencia que observa en países desarrollados, lo que más llama su atención es el hecho de que las instituciones reguladoras buscan facilitar los negocios, en vez de caer, como en Chile, en la dilación injustificada, una suerte de burocracia de los permisos —la “permisología”, como él la llama—, con las incontables y tantas veces inconducentes comisiones e instancias entremezcladas de decisión técnica y política. “La burocracia en Chile se ha convertido en un serio obstáculo para el emprendimiento y el desarrollo del país, que provoca pérdidas enormes de eficiencia…” Se trata de un juicio concluyente que en si mismo es un programa para encarar entre todos, por su incidencia en el sano emprendimiento.

Pero aun por encima de ello, no puedo menos que destacar el sentido de urgencia con que Eduardo Navarro pide recuperar para Chile “la capacidad de reconocer y sentir orgullo por lo que hacemos y hemos hecho como país”.

Como Emprendedor del Año el jurado escogió a Víctor Moller. Caracteriza su fisonomía empresarial el énfasis puesto en una altísima innovación, siempre ligado al campo natal de sus mayores, e incluso en la misma región del Biobío, siguiendo una notable tradición familiar: ya en 1917 estudió su padre en el MIT —y fue ministro de Agricultura en los años cuarenta del pasado siglo—. Hoy Víctor encabeza Hortifrut, la segunda compañía del mundo en berries —comercializa mil millones de dólares en ellos— y la primera en producción y distribución de arándanos, literalmente desde la plantación hasta el cliente final. Produce en 10 países y comercializa en 37, empleando a 12 mil trabajadores.

Hortifrut ha erigido un sistema de 30 alianzas en el mundo, una de ellas recién formalizada nada menos que en el mercado chino. Mientras estudiaba agronomía en EE.UU., Víctor observó que los berries desaparecían de la mesa durante gran parte del año. De ahí parte toda su obsesiva y exitosa concepción de negocio. Con el tal vez clásico revés inicial: esas 9.000 cajas de frambuesas enviadas a Norteamérica, de las cuales no obtuvo beneficios por fallas en la cadena de comercialización. En vez de desanimarse, ello hizo imperativa su resolución de entrar con toda dedicación a la integridad del proceso, sin limitarse a ser productor.

Hoy actúa directamente desde Miami para el mercado estadounidense, con cinco oficinas y 74 empleados. Resume la definición de su negocio en una simple frase: “Todos los berries y a todo el mundo”. Y, en efecto, produce berries en Argentina o México con la misma naturalidad y completitud de procesos que en Asia y el norte de África, procurándose los mejores socios locales, desde genetistas hasta productores y demás. En Chile, Hortifrut tiene ya 33 años de existencia, y es una empresa abierta en la bolsa local.

El credo de Víctor Moller se apega a lo esencial. El valor que otorga a la estabilidad política, lo que permite asumir riesgos, hasta el punto en que duela, en que un emprendedor, por ejemplo, esté dispuesto incluso a hipotecar sus bienes personales y familiares con mirada de largo plazo y razonable expectativa de su desarrollo exitoso. Por eso insiste en que Chile debería incentivar precisamente eso: el clima que permita e induzca a tomar tales riesgos.

Esta mirada de conjunto a nuestros galardonados respalda el hecho de que mal puede haber un gran país sin grandes empresas, y no puede haber grandes empresas sin empresarios muy eficaces, como lo son ellos. Y, contrariando ciertas generalizaciones erróneas, con su brillante y esforzada trayectoria pueden demostrar que nada “se les ha dado gratis”.

El nuestro es aún un empresariado relativamente nuevo, con apenas algunas décadas de exposición protagónica directa a la vida económica mundial. Pero creo firmemente que tiene la capacidad que lo ha llevado a niveles inimaginables hace apenas 50 o menos años. Los hoy premiados demuestran que Chile cuenta con capital humano de excelencia.

Muchas gracias.

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