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Centenario Autora estadounidense (1917-1967)

Carson McCullers y la atracción de los opuestos

domingo, 12 de marzo de 2017

Pedro Pablo Guerrero
Revista de Libros
El Mercurio

A cien años de su nacimiento y cincuenta de su muerte, vuelven a circular en España -con prólogos de Paulina Flores y Rodrigo Fresán, entre otros autores- las obras más famosas de la autora sureña: "La balada del café triste", "Reflejos en un ojo dorado", "Reloj sin manecillas" y la recopilación "El aliento del cielo".



"Yo tengo más que decir que Hemingway, y Dios sabe que lo he dicho mejor que Faulkner", desafiaba Carson McCullers en 1958, en el apogeo de su carrera. La elección de ambos escritores no era arbitraria. Como advierte la narradora Paulina Flores en su prólogo a la nueva edición de La balada del café triste (Seix Barral), la mayor parte de los críticos escribe de Carson McCullers agrupándola junto a las demás autoras sureñas de comienzos del siglo XX: Eudora Welty, Katherine Anne Porter y Flannery O'Connor. Acto seguido, el cliché se refiere a todas como hijas literarias de William Faulkner. Los autores de Mientras agonizo y El viejo y el mar eran efectivamente las dos figuras paternas a seguir en ese entonces. Dos caminos, dos modelos, dos opciones. "William Faulkner, cuyo barroquismo sureño y prosa gongorina son la distensión y extensión opuestas a la brevedad y concisión de Hemingway", resumió Carlos Fuentes la disyuntiva.

McCullers, por supuesto, no quería parecerse a ninguno de los dos. Del laconismo de Hemingway la separa un estilo rico en descripciones, por momentos exuberante, cargado de imágenes complejas, de ambiguo simbolismo y con una fuerte carga atávica y emotiva. Graham Greene consideraba a McCullers y a Faulkner los dos únicos escritores, desde la muerte de D.H. Lawrence, con una sensibilidad poética original. "Yo prefiero a Miss McCullers que a Mr. Faulkner porque ella escribe con mayor claridad; y prefiero a Miss McCullers que a D. H. Lawrence porque lo que ella escribe no tiene mensaje", dijo el novelista inglés.

Pero esta filiación con el autor de El amante de lady Chatterley aproximaba a McCullers a un irracionalismo que tampoco le acomodaba. La autora había rechazado, tildándola como "desafortunada", la etiqueta de "escuela gótica" o "gótico sureño", surgida para referirse a la narrativa, bastante homogénea, de esa región de Estados Unidos. La mezcla de horror, belleza y "ambivalencia emocional" del relato gótico procedían, recordaba McCullers, de medios románticos o sobrenaturales, mientras que en los cuentos de Faulkner provenía de un "realismo peculiar e intenso". Por el contrario, "la moderna escritura sureña más bien parece estar en deuda con la escuela rusa, ser más bien parte de la progenie de los realistas rusos", afirmó en un breve y decisivo ensayo publicado en 1941. La influencia no era accidental. Las circunstancias en que se desarrollaron ambas literaturas eran llamativamente similares. "Tanto en la Rusia de los zares como hasta el momento presente en el Sur, una característica dominante ha sido el escasísimo valor de la vida humana", escribió.

Niña prodigio renegada

A los 40 años, Carson McCullers ya había publicado las novelas que la hicieron mundialmente famosa: El corazón es un cazador solitario (1940), Reflejos en un ojo dorado (1941) y Frankie y la boda (1946), y la colección de relatos La balada del café triste (1951), encabezada por esa nouvelle magistral que le daba su título al libro, aparecida en Harper's Bazaar en 1943. Dos becas Guggenheim y frecuentes invitaciones a dar conferencias en universidades de la Ivy League, le habían permitido vivir en Nueva York y Europa junto a su marido, Reeves McCullers, un militar retirado que terminó por suicidarse en un hotel de París el año 1953. El matrimonio tuvo dramáticos quiebres y reconciliaciones marcados por el delirium tremens de él y la pésima salud de ella -arrastrada desde que contrajo una fiebre reumática en su adolescencia-, que la llevó a la muerte en 1967, a los 50 años, tras varios derrames cerebrales, tumores malignos y fracturas de huesos.

De su origen familiar solo conservaba el segundo nombre, Carson. Había eliminado el primero, Lula, a los 13 años. Nunca volvió a usar su apellido de soltera, Smith. Nieta de un héroe de la Guerra Civil, había nacido el 19 de febrero de 1917 en Columbus, Georgia. Tocó el piano desde los 6 años. Decidió incluso ser concertista, pero a los 16 descubrió su pasión por la literatura. Leyó vorazmente a los grandes autores rusos y norteamericanos, concentrándose en Eugene O'Neill. Bajo su influencia escribió obras de teatro en las que hacía actuar a sus hermanos.

Aunque abandonó el proyecto de ser pianista, siguió tomando clases hasta los 17 años por el afecto que la unía a su profesora, Mary Tucker, y a su marido, un oficial del ejército norteamericano. Cuando este fue transferido, Carson sintió que su familia adoptiva la traicionaba y, en venganza, le confesó a su maestra que ya no le interesaba la música y que se haría escritora. El relato "Wunderkind" fue la transposición literaria de esa decepción y ruptura. Su protagonista es una adolescente educada por un maestro de piano que la trata como a una hija y la considera una niña prodigio. Pero luego de su primer concierto, la inseguridad se apodera de ella. ¿Y si en realidad no tiene talento? ¿O si lo perdió al dejar atrás la infancia? El primer cuento de Carson McCullers, publicado en diciembre de 1936, expone las dudas que siempre tuvo la autora y que vio aumentadas, como en un espejo deformante, en el fracaso literario de su marido, tema de otro relato descarnado ("¿Quién ha visto el viento?").

La música, sin embargo, siguió presente en su obra narrativa, y no solo como una cantera de temas. En la cuidada estructura de sus novelas se puede ver el influjo de la composición melódica. "Este libro está planeado de acuerdo con un diseño definido y equilibrado. La forma utiliza siempre el contrapunto. Como una voz en fuga, cada uno de los personajes principales es una totalidad en sí mismo, pero su personalidad adquiere una nueva amplitud cuando se la contrasta y entreteje con los otros personajes del libro", anota en el bosquejo de su novela "El mudo", que luego rebautizó El corazón es un cazador solitario.

La novela debut de Carson McCullers fue aclamada en todo el mundo y hoy se le considera un clásico de la literatura contemporánea. Su organización narrativa era inédita. Cuatro personajes giran en torno a un quinto, sordomudo, que apenas tiene profundidad psicológica en sí mismo, pero actúa como el centro de gravedad de las personalidades que lo rodean. Un sol en torno al que giran planetas disímiles. Uno de ellos es negro y no se representa según los estereotipos raciales de la época. Es un médico culto, pero dogmático, que preconiza, sin éxito, el control de natalidad entre los empobrecidos afroamericanos del sur. Otro de los personajes es un joven de ideas revolucionarias, alcohólico por desesperación. La única mujer protagonista sueña con tener un piano y dedicarse a la música. Se hace amiga de un joven de su edad, pero su primera experiencia sexual -de la que no se dan detalles- resulta traumática.

Reflejos en un ojo dorado , segunda novela de la autora, transcurre en una guarnición militar donde se cruza la vida de un joven soldado con la de un capitán neurótico, ilustrado y ambicioso. Su atractiva mujer lo engaña con un comandante cuyo matrimonio también es un fracaso. Al mismo tiempo, el capitán se siente atraído por su superior. Conforman, en la práctica, un trío, porque todos saben del adulterio, pero ninguno quiere renunciar al tipo de vida que lleva.

Carson McCullers conoce de psicología. "La mente es como un tapiz ricamente tejido, en el cual los colores provienen de las experiencias de los sentidos y el diseño está trazado por las circunvoluciones del cerebro. La mente del soldado Williams era una mezcla de colores y tonos extraños, pero no tenía trazado alguno, carecía de forma", escribe en Reflejos en un ojo dorado al referirse al solitario militar que cataliza a un grupo de personajes en crisis.

La fuerza de atracción que ejerce una personalidad sobre otra es un sello de la autora desde su primer relato conocido, "Sucker", acerca de un muchacho adoptado que trata de captar la atención de su "hermano" mayor, con el que comparte dormitorio y del que solo recibe rechazos y humillaciones.

La balada del café triste (Austral, $7.500, Nueva Altamira) lleva estas relaciones asimétricas a un grado superlativo. La protagonista es una mujer de un metro ochenta que camina, se viste y bebe como un hombre. Es dueña del mayor almacén del pueblo y destila el mejor whiskey de la región. Ha vivido sola todo el tiempo, con excepción de los 10 días que duró su matrimonio con un rufián. Una noche llega hasta su casa un hombrecillo jorobado que, entre lágrimas, le dice ser un pariente lejano. Contra todos los pronósticos, le permite quedarse. Incluso lo consiente hasta dejarlo convertirse en el amo y señor del café que abre en su casa. El primo Lymon es insidioso, malintencionado y farsante. Tiránico, como ese otro niño eterno que imaginó Günter Grass. La giganta, en resumen, está embelesada por el enano. ¿Por qué no? "En primer lugar, el amor es una experiencia común a dos personas. Pero el hecho de ser una experiencia común no quiere decir que sea una experiencia similar para las dos partes afectadas. Hay el amante y hay el amado, y cada uno de ellos proviene de regiones distintas", dice la narradora de la novela. "Y el amado puede presentarse bajo cualquier forma. Las personas más inesperadas pueden ser un estímulo para el amor... Es solo el amante quien determina la valía y la cualidad de todo amor".

Esta teoría se inspira en el amour fou (loco), viejo tópico que representa la fascinación disparatada entre seres muy diferentes, que terminan por hacerse daño. En su prólogo a El aliento del cielo (Seix Barral), que reúne tres novelas y todos los cuentos de Carson McCullers, Rodrigo Fresán afirma: "Los relatos y nouvelles de Carson McCullers -así como sus novelas- se ocupan de un solo tema: el Amor". A los hombres y a las mujeres, pero también al arte, dice Fresán.

El reconocimiento de Harold Bloom

Traducida al español desde fines de los años 50, la obra narrativa de McCullers vuelve a circular en nuevas ediciones. Su influencia en la literatura hispanoamericana no se puede distinguir fácilmente de la que ejerció Faulkner sobre escritores tan distintos como Juan Carlos Onetti, Gabriel García Márquez y Juan José Saer. Sin embargo, es probable que una atenta lectura de Carson McCullers esté detrás del cuento de Ricardo Piglia "El laucha Benítez cantaba boleros", sobre la relación entre un veterano ex boxeador convertido a la lucha libre y un prometedor peso mosca de 17 años.

Quizás debido a su éxito de lectores, cierto ninguneo rodeó a la obra de Carson McCullers. Provenía de escritores serios, intelectuales, correctos. Arthur Miller dijo de ella: "Emocionante, sí. Pero una autora menor". Sin embargo, Harold Bloom puso las cosas en su lugar en el prólogo a su antología crítica para la colección Modern Critical Views (2009): "El lector común... ha aceptado a McCullers con mucho más entusiasmo y exuberancia de las que suele dedicarle la tradición crítica... Pocos escritores han expresado tan vibrante y económicamente un universo desesperado por amar y por ser amado y, simultáneamente, han reconocido que la realidad de semejante anhelo casi inevitablemente decaerá y se hundirá en las ciénagas de lo que Freud llamó 'la ilusión erótica'. McCullers, gracias a una disciplina tan sutil como clara, le confiere una absoluta dignidad estética hasta al más grotesco de nuestros deseos y nuestras imperecederas fantasías".

En un mundo en que las minorías vuelven a sentirse amenazadas y las migraciones trasladan al "otro" hasta lugares impensados, la obra de Carson McCullers recuerda la condición humana del que es visto como raro, distinto o perdedor . La convivencia, nos advierte su narrativa, no será fácil.

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