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La raíz del descontento

domingo, 05 de marzo de 2017

Juan Carlos Eichholz Profesor Universidad Adolfo Ibáñez Director del Centro de Liderazgo Adaptativo
Reportajes
El Mercurio




¿Podría un personaje tipo Donald Trump ganar las próximas elecciones presidenciales en Chile? Mi opinión es que no. ¿Por qué? Eso es lo que intentaré develar en las líneas que siguen.

Quizás Ud. sea de la idea de que Alejandro Guillier es nuestro propio Trump, y que, por lo mismo, mi pronóstico es errado. En ese caso, tendría que reconocerle un punto, porque es cierto que hay varios aspectos en los que se parecen: ambos dan respuestas simples a problemas complejos, ambos son populistas, ambos son advenedizos en la política y buscan distanciarse de ella, y ambos tienen un pasado mediático exitoso. Sin embargo, la clave está en entender que, más allá de sus rasgos personales, ellos representan en el imaginario colectivo símbolos diferentes, lo que habla de fenómenos sociales también diferentes.

En Chile y Estados Unidos existe un descontento latente -y los síntomas abundan-, pero la raíz de ese descontento no es la misma. Y eso es lo que necesitamos comprender con mayor profundidad para saber luego qué hacer.

La globalización y "el modelo"

Seguramente ha escuchado la alegoría de la caverna de Platón. En simple, uno de los varios habitantes de la cueva sale por primera vez al mundo exterior y se deslumbra con lo que ve: árboles, lagos, astros, hombres de otras latitudes, y tanto más. Vuelve a la caverna para contarles a los suyos lo que ha visto e invitarlos a que salgan a conocerlo, pero estos, en lugar de seguirlo, lo matan. ¿Por qué lo hacen? Porque esa realidad que se les describe representa para ellos una amenaza a lo que son, a sus creencias, a su modo de vida. De igual manera que la globalización constituye una amenaza para ese americano que decidió votar por Trump y matar a Clinton -o ese inglés que decidió votar por el Brexit y matar a Cameron.

Y es que Clinton representa a esa élite integrada al mundo, que habla de diversidad, de innovación, de colaboración, de alianzas, todo lo cual es leído por ese americano de clase media tradicional como un atentado a su modo de vida, crecientemente desmejorado desde la crisis subprime de 2008. Trump, por el contrario, resalta el valor de ese estilo de vida pasado, y lo acuña en su eslogan de campaña: "Make America great again".

¿Sirve la alegoría de la caverna para describir el descontento en Chile? No lo creo. Aquí el tema no es la globalización -todavía-, sino el llamado "modelo". Una forma de entender el fenómeno es ponerse en los zapatos de ese joven de clase media que, creyendo en la promesa de un país de oportunidades para quienes se esfuerzan, entró a una universidad privada, con un crédito y con el sacrificio financiero de sus padres -que solo completaron la educación secundaria-. Durante la carrera dio todo de sí para obtener su cartón, nada más para descubrir, después de varios meses buscando trabajo, que el sueldo que recibía era insuficiente para pagar el crédito y que su título poco valía. Y, peor aún, después se enteró de que los dueños de su universidad -supuestamente sin fines de lucro- tenían montado un gran negocio a través de ella. ¿Con qué se queda ese joven -y todo su círculo cercano- después de esta experiencia? Con una sensación de engaño: "Yo me esforcé para surgir, como me dijeron, pero los únicos que se beneficiaron son los mismos poderosos de siempre, que abusan de nosotros. El modelo es una estafa".

Haciendo la conexión con la política, en esta historia Sebastián Piñera representa el modelo, mientras que Guillier ese anhelo de reemplazar el modelo por parte de todos aquellos que se sienten engañados. ¿Reemplazarlo con qué? No importa; solo reemplazarlo.

El efecto tribal y el síndrome del abuso

Como se ve, la raíz del descontento no es la misma en Estados Unidos y en Chile. En ambos casos, sin embargo, y como siempre ocurre a nivel social, ese descontento se traduce en una crítica ácida al establishment -que antecede a todo cambio de era-. Y no solo ácida, sino también demoledora, porque las tecnologías de información de hoy dan poder a la gente como nunca antes había ocurrido, poniendo en entredicho la existencia misma de la democracia representativa.

Y, por supuesto, detrás de esa crítica a la élite se va incubando la desconfianza. Comienza a hacerse cada vez más profunda la división entre "ellos y nosotros", reforzada por el fenómeno de la posverdad, que hace que cada uno se informe en las redes sociales más cercanas, escuche solo lo que reafirma sus creencias y arme constructos que le permitan sostener que "nosotros somos los buenos y ellos los malos". Un síntoma llamativo de todo esto han sido las historias tejidas en torno al SuperTanker, un simple avión que por un par de semanas se transformó en el símbolo de la batalla ideológica en torno al modelo.

Pero, de nuevo, los fenómenos son diferentes. La crítica al establishment y la desconfianza son expresiones comunes del descontento social, pero la raíz es distinta: la globalización en Estados Unidos y el modelo en Chile. En la primera lo que se gatilla es el efecto tribal; en la segunda, el síndrome del abuso.

Los miembros de la tribu se identifican en su historia, sus valores, sus ritos y símbolos. Cuando se sienten amenazados se vuelven hacia adentro buscando protegerse, como hacen los gorilas. Y cualquiera que les hable a esos temores y ofrezca protección será vitoreado y convertido en un paladín. Como Trump.

Quienes se sienten abusados, una vez que logran sacar su voz -y las redes sociales ofrecen ese espacio hoy-, quieren venganza y seguridad de que esos abusos no se repetirán. ¿Cómo lograr esa seguridad? Eliminando el modelo. Y cualquiera que no sea de los abusadores y que ofrezca eso será vitoreado y convertido en un paladín. Como Guillier.

En Chile, sin embargo, Trump sería visto como uno más de los abusadores, alguien que se benefició del modelo, por lo que su incursión populista no llegaría muy lejos. Seguiría el destino de un Franco Parisi.

Nivel de conciencia y modelo siglo XXI

Con todo, Trump resultó elegido en Estados Unidos y Guillier podría serlo en Chile. ¿Significa eso que Trump acabará con el descontento por la globalización y que Guillier podría acabar con el descontento por el modelo? La respuesta es no.

La globalización es un paso adelante en la evolución de la humanidad, que conlleva, como todo paso transformacional, un período de adaptación complejo, cargado de incertidumbre y de pérdidas de corto plazo para muchos. Entre esos que pierden están los votantes de Trump, que se fueron quedando atrás en el tren de la globalización, hasta que su carro se descolgó del resto. En gran parte, esto fue responsabilidad de quienes iban conduciendo el tren, que no se dieron cuenta del sentir de quienes iban atrás. El desafío ahora es volver a reconectar esos vagones, yendo más lento si es necesario, pero no a costa de hacer que el tren vaya en sentido contrario al que venía.

La globalización es sinónimo de integración, lo que supone mayor conciencia del otro. Ir en esa dirección es progresar; imponerse y negar al otro, como hace Trump, es evadir los desafíos que tenemos por delante como humanidad.

El modelo ha sido un paso adelante en la evolución de Chile, que también ha significado incertidumbre y pérdidas para muchos, en especial para aquellos que creyeron y luego se sintieron engañados. Pretender acabar con el modelo es retroceder a los años 60, cayendo preso de la añoranza de que todo tiempo pasado fue mejor. Es lo que muchos proyectan en Guillier, sin darse cuenta de que al hacerlo están evadiendo el desafío que enfrenta el país. ¿Cuál es ese desafío? Humanizar el modelo y adaptarlo a lo que es la sociedad del siglo XXI, alimentándose de la meritocracia y la diversidad con el propósito de lograr que sea bueno para todos y no solo para algunos. Eso supone integrar valores que no estuvieron presentes en su origen. A la competencia hay que agregarle colaboración; a la eficiencia, innovación; al comando y control, confianza y transparencia; a la tarea, sentido; a la homogeneidad, heterogeneidad; a la rentabilidad individual, el valor compartido.

Al final, si entendemos bien la raíz del descontento, no solo sabremos que Trump no sería elegido en este país, sino que ni lo que representa Trump es la solución en Estados Unidos ni lo que representa Guillier lo es en Chile. Al mirar un poco más allá, sabremos que ambos nos llevan a evadir los desafíos que subyacen al descontento.

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