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-Nació hipocondríaco el pobre, y toda su vida fue así. -¿Y usted lo aguantaba? -¿Y qué querías que hiciera? Si yo lo quería. No fue fácil la vida de María Elvira Reyes (80) junto a Andrés Rillon, su marido por 59 años, padre de sus seis hijos y quien murió a los 87 años, el 6 de enero pasado. Porque el recordado Don Pío del Jappening con ja, y uno de los cerebros de La Manivela y Mediomundo, vivió afectado por enfermedades graves que en realidad no tenía. -Fue espantoso, toda su vida vivió con miedo el pobre. Tenía miedo a todo. A morir de cáncer, a enfermarse y no tener un médico cerca -dice su viuda. -¿Y usted podía vivir con esa neurosis? -Me costaba, pero yo tenía todos los ravotriles y las pastillas de la fe: yo, con las oraciones, lo arreglaba todo. Pero además, él era un personaje muy inteligente, tan seductor, y cuando tú vives con gente así, pueden hacer muchas burradas, miles, pero uno los perdona siempre. María Elvira Reyes y Andrés Rillon se conocieron en Viña del Mar, en 1954. Él vivía ahí y ella pasaba sus veranos en la casa que su familia tenía en esa ciudad. Un día él la vio en la ventana y se hizo invitar a la casa de los Reyes Silva. Recuerda que esa vez él hizo magia con los naipes. -Lo pasamos bomba y a la semana ya estábamos pololeando. Apenas María Elvira cumplió 21 años, se casaron. Llevaban tres de pololeo. No pudieron hacerlo antes, porque si bien Rillon había estudiado leyes, no se había titulado y el padre de ella le exigía el diploma. Andrés Rillon había intentado titularse varias veces, pero distintas supuestas enfermedades, casi siempre cáncer, terminaba por echar abajo la tarea. Como él mismo lo relató en su autobiografía Cosas que podrían interesar a más de alguien, fue tanto el costo psicológico y físico, que decidió que no se titularía nunca. Finalmente, lo hizo a los 37 años. Un amigo le pagó cinco meses de sueldo para que lo hiciera. Cuenta su viuda que una de las primeras veces que él tuvo un episodio psicológico extraño fue cuando una noche Rillon escuchó el mar muy fuerte y pensó que venía un tsunami. Fue tal su susto, que durmió en un cerro en Valparaíso por siete días. Un psiquiatra le dijo que el problema era que la educación católica y conservadora que había recibido en su casa lo habían vuelto un hombre contenido y que eso se había transformado en neurosis. Y que la culpable era su madre. Él, indignado, no volvió nunca más a la consulta. Episodios así de desconcertantes, dice María Elvira Reyes, sucedieron cientos de veces y marcaron su vida, la de ella y la de sus hijos. Desde que Andrés Rillon falleció, la familia Rillon Reyes se ha reunido varias veces. -Nos lo hemos llorado todo -dice la viuda. En cada ocasión han hablado de lo que significó él para cada uno de ellos, cómo los influenció y las cosas buenas y malas que conllevó ser su hijo, hija, nieto, nieta y esposa. -A mis hijos yo los crié, pero tienen un 50 por ciento Rillon. Poseen un sentido del humor tremendo. Cuando se juntan, es tremendo: hacen fiesta y terminan bailando sobre las mesas. Yo no tengo humor, pero me río mucho. -¿Usted siempre le entendió su humor? -Sí, si él fue así la vida entera. Por ejemplo, íbamos a Viña y en el peaje le preguntaba a la niña: "¿El señor Zamora llamó preguntando por mí?". Súper serio, las niñas no sabían qué contestar, hablaba puras cabezas de pescado. -¿Y usted no se enojaba? -No, yo me reía. Este hombre me hizo mucho reír, pero también me hizo mucho llorar. -¿Por qué? -No fue un tan buen padre, por ejemplo; yo tuve que ser mamá y papá de seis hijos. Mi hijo Andrés contó una anécdota en el funeral: que lo había llamado hace como tres años para decirle: "Papá, tengo que agradecerte dos cosas: mi nombre, que en todas partes me abre las puertas, y segundo, que me dejaste muy solo, entonces nunca me impusiste nada". Andrés padre le respondió: "Lo hice absolutamente adrede para no echarte a perder la vida". Eso se lo dijo porque como él era absolutamente neurótico e hipocondríaco, les podía hacer mal. Andrés Rillon, según cuenta su viuda, era de esos hombres que vivían una vida puertas afuera y que cuando estaba en la casa interactuaba poco con la familia. -Yo ni sabía de él, pero de repente nos pegábamos una conversa de una noche entera, ni dormíamos, y me daba cuenta de que él lo tenía todo registrado, porque tenía una sensibilidad sin piel. Se daba cuenta de todo lo que pasaba. Mis hermanas me decían, "¿cómo aguantas vivir así?", y yo les respondía que a mí me conquistaban su inteligencia y su sensibilidad, aunque él no lo demostrara. Como dijo mi primo Sergio en el funeral: a él le costó saber amar bien. -¿Y usted siempre se sintió amada por él? -Sí, a pesar de hartas infidelidades. En su autobiografía, Rillon abordó ese tema. Algunos miembros de su familia no tomaron bien que hiciera públicas esas confesiones. María Elvira cuenta ahora que por algunas de estas infidelidades se fue de su casa. La primera sucedió una vez que él llegó y le dijo que estaba enamorado de su secretaria y que iba a dejarla. Ella lloró mucho y al otro día viajó a Uruguay, sin decirle a nadie, a la casa de una hermana de su marido. Sus seis hijos se quedaron con la empleada doméstica. Él, viendo que la perdía, se arrepintió y la fue a buscar. -Cuando me contó casi me morí, pensé después cómo voy a subsistir, pero dije no importa, lo mando a la punta del cerro. Estando allá (en Uruguay), a la semana me llamó por teléfono, me dijo que había tenido fiebre amarilla, que había delirado, que era un imbécil, que estaba loco y me fue a buscar, y yo lo perdoné. La segunda vez fue más grave. -Yo estuve separada seis años y medio de él (entre 1991 y 1997), porque me agoté de sus infidelidades y sus formas. Me fui a vivir con mi hija menor, y lo pasé fantástico. Cuenta que volvió porque falleció un muy buen amigo de él, entonces lo fue a ver. Hablaron y él le pidió que se quedara. Comenzaron a salir de nuevo y volvieron. -Yo nunca he mirado a ningún otro hombre que no sea Andrés. Siempre me pareció que todos los otros hombres eran menos inteligentes que él. Dice que cuando estuvo separada, se produjo algo muy bueno: él se acercó a sus hijos, que tomaron la costumbre de almorzar con él como una manera de acompañarlo. -Ahí dije: "Ahora me puedo morir en paz. Porque mis niños se conectaron por fin con Andrés". A lo mejor fui yo la que no hice buen puente entre ellos y su papá. María Elvira Reyes estudio pedagogía en la Universidad Católica, cuando ya tenía seis hijos. Ella necesitaba trabajar, porque el dinero no les alcanzaba. -No teníamos ni una chaucha, porque siempre fuimos muy pobres. Con decirte que ahora nos reíamos porque no va a haber posesión efectiva: Andrés no tenía nada, ni un centavo, el departamento en el que vivíamos se lo compró mi hijo mayor para que pudiéramos vivir. Andrés siempre trabajó, le pagaron montones, pero lo botó todo. En la fotografía se gastó mucha plata. En mi casa ahora hay 40 fotografías gigantes, preciosas, de él. Como abogado, Andrés Rillon trabajó fue director del Registro Electoral hasta 1977, pero en su vida ejerció muchas otras profesiones: fue crítico de cine, fotógrafo, actor, director de teatro y de televisión; además, escribió cuentos, poesía y un libro. El cambio de vida entre su primer trabajo como abogado y el segundo, mucho más ligado a las artes, se dio gracias a que conoció a Jaime Celedón, quien estaba entonces en el Teatro Ictus. Rillon comenzó como asistente de dirección con él. Con este grupo creó La Manivela, un programa que se transformó en referencia de entretención y calidad en la incipiente televisión chilena de los 70. -Cuando llegó al mundo del teatro y luego de la televisión, ¿usted lo acompañó? -No, nunca fui al teatro, nunca fui al cine, porque yo tenía mi mundo y él me decía: "Ese mundo no es para usted". Yo solo iba a los estrenos. "Cuando conoció a Celedón y se engancharon, fueron grito y plata. Lo único triste es que él se murió con la pena, porque no lo pusieron entre las fotos que decoran el teatro Ictus. Eso me lo dijo a mí". -¿Por qué no lo pusieron? -Por problemas políticos, él era íntimo amigo de todos los del Ictus, trabajaba muy bien con ellos, pero eran de izquierda y él de derecha, muy anticomunista. Su viuda recuerda que con el Ictus la vida de Rillon se puso totalmente bohemia, aunque no dejó de trabajar en el Registro Electoral y tampoco dejó de llegar a dormir a su casa. -Él fue un papá muy guaguatero, pero muy lejano después, cuando los niños crecían. Y en la adolescencia, nada. Nunca fue a una reunión de colegio, nunca supo nada de ellos ni siquiera en qué curso estaban. -¿Usted lo entendía en esa ausencia? -Sí, pero siempre se lo dije. Y bueno, eso tiene costos. Todos mis hijos han pasado por el psiquiatra. -¿Por la relación con el padre? -Y por mí también. Yo tengo que tener culpa igual. Los niños me han dicho: por qué no le paré los carros, por qué no me preocupé que se hiciera ver. -¿Qué preocupaciones tenía usted? -Que los niños fueran felices, que comieran; mi obsesión era que comieran bien, porque éramos repobres, tenía que lograr que con lo que ganábamos Andrés y yo, me alcanzara. Muchas veces íbamos a Viña y los niños llevaban un amigo y éramos 12, y yo no tenía plata para comer; entonces, pescaba los cuadros de mi papá y los vendía. Andrés estaba feliz en Santiago, actuando con el Ictus, no tenía idea de esto. -¿Y usted no le decía nada? -Peleábamos, pero media loca yo también. Muchas veces las niñitas hicieron la reflexión: loco él, pero usted igual loca de aguantarle. Entre los comportamientos que su familia califica como "raros", está el hecho de que Andrés Rillon no fue al matrimonio de ninguno de sus hijos: decía que si los veía casándose, le iba a dar un ataque al corazón. -A algunas de las fiestas fue, pero se mantuvo escondido todo el tiempo que estuvo allí -dice María Elvira. Tampoco aceptaba conocer a sus consuegros, lo que provocó más de una situación compleja a sus hijos. Y a ninguno de los nietos los fue a ver cuando nacieron, normalmente lo hacía de casualidad, cuando se los topaba en algún evento familiar. Cuenta su viuda que después de que se murió un muy buen amigo de él, Rillon no quiso pisar nunca más un cementerio, lo que cumplió incluso con la muerte de sus padres: no fue a su funeral. -Yo le decía de todo. Cuando estaba en cama, ahora último, le decía: "Fuiste un muy mal padre". "Su mamá dice que fui mal padre", les decía él a las niñitas. "Sí poh, papá", le contestaban. "¡Y todo lo que les di!", les respondía de vuelta... Él quería mucho a sus hijos, pero a su forma. Con la autobiografía, algunos de ellos se molestaron con él. -Para mí fue todo al revés: descubrí cómo no picarme. Finalmente encontré la paz completa con él, y no es que no me escandalizara. El argumento que les dio a sus hijos fue que para él, escribir el libro había sido una especie de psicoanálisis, muy sanador. -Él era un ser atormentado -dice María Elvira. -¿Y no se medicaba? -No, aunque al final logré que tomará antidepresivos. Reconoce que cuando sus hijos y sus yernos y nueras tuvieron grandes problemas, él siempre fue un buen consejero. -Mi nuera en el funeral dijo que a él le debía no haberse separado de mi hijo. Que un consejo de él le había ayudado a salvar su matrimonio. Es que él era muy sabio, muy conocedor del ser humano. Yo aprendí mucho de humanidad con Andrés. Él me abrió el mundo. Sin embargo, en los últimos años, estar con él se había transformado en un pequeño costo para su mujer. A Rillon no le gustaba quedarse solo, por lo que muchas veces acompañaba a María Elvira a su trabajo en la Municipalidad de Las Condes: él se quedaba esperándola en el auto toda su jornada. -Los guardias le agarraron cariño y lo iban a acompañar -dice ella. Tampoco podían viajar, porque él no quería ir a ninguna parte donde no hubiera un centro asistencial cerca, por lo que sus visitas a casas de veraneo de sus hijos o viajes al extranjero se habían restringido mucho. -Hoy siento que tengo mucha energía. Quiero viajar, me invitaron a Europa, a Estados Unidos, durante mucho tiempo estuve muy encerrada, así es que ahora voy a salir. -He llorado mucho, porque me da pena: él lo pasó muy mal y yo lo entendí, pero muchas veces mis hijos o mis nietos no. Yo le dije mil cosas mil veces, pero que lo entendí de alma, lo entendí. El 8 de diciembre, que fue el día que entró a la clínica, Andrés Rillon y María Elvira Reyes cumplieron 59 años de matrimonio. -Una semana antes que se muriera hablamos de su vida, se levantó a tomar desayuno conmigo y me contó de nuevo la historia de las manos, cuando a los cinco años su mamá se las quemó en el fogón porque lo pilló en una actitud muy sexual. Me hizo el resumen de su vida, más sintética que otras veces. Y yo me quedé tan impactada por la manera en que me la contó, que le dije: "Viejo, por primera vez te siento tronco (fuerte). Siempre habías sido tan débil, por primera vez no soy yo la que te tiene que afirmar". Entonces me pescó y me abrazó. Yo creo que esa fue nuestra despedida. -¿Cree que él estaba más reconciliado con su vida? -Sí, pero más que nada, creo que se le había quitado el miedo a la muerte, sabía que se iba a morir y estaba en paz. Por fin estaba en paz. -¿De qué se arrepiente hoy? -De no haber buscado a alguien que le hubiera quitado la angustia, para que sacara todo lo bueno que tenía para dar y que no fue posible, porque la angustia fue el monstruo que le producía temor. Para él, todo era temor. Él visitó todos los psiquiatras del mundo y ninguno le achuntó. Las niñitas ahora me decían: "¿Por qué no fue a más psiquiatras?". Y eso es parte de lo que yo me reprocho, cómo no haberlo ayudado más. Él era un hombre muy inteligente y racional. Esa angustia permanente que él tenía, yo la compadecía. "Nunca he mirado a otro hombre que no sea Andrés. Siempre me pareció que todos los otros hombres eran menos inteligentes que él"