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MEMORIALISTAS CHILENAS | Periodista y política:

Marta Vergara, una vida irreverente en el siglo XX

domingo, 22 de enero de 2017

Marilú Ortiz de Rozas
Artes y Letras
El Mercurio

Periodista y defensora de los derechos de la mujer, publicó "Memorias de una mujer irreverente", en 1962, cuando se creía al final de su existencia. Esto marca el tono confesional y reflexivo de la obra; sin embargo, la muerte le llegaría en 1995. Una vida de sacrificios y desafíos narra esta audaz mujer que conoció la pobreza, la discriminación, la guerra, la viudez, y partió a probar suerte, sola, al extranjero.



A todo había llegado tarde, afirma una y otra vez en su autobiografía Marta Vergara, pero si hay alguien que embistió de frente el siglo XX fue ella. Y este choque, violento por su crudeza, es lo que le permitió volverse una lúcida cronista de esta época marcada a fuego por las guerras, las persecuciones y las desigualdades en distintas esferas. Épico es el combate que daría por los derechos de las féminas, tanto en el país, con el Memch -Movimiento Pro-Emancipación de las Mujeres de Chile-, que lideraba Elena Caffarena, como desde el extranjero, a través de la Comisión Interamericana de Mujeres -hoy en el seno de la OEA-. Relata esa lucha paso a paso, batalla a batalla y sin tregua: "La gente piensa en el aire cuando le falta y no cuando respira normalmente. Es natural. Creo, sin embargo, en el beneficio de saber cuánto costó ganar lo que hoy nos favorece, y quizás garabateando estas líneas pueda ser que un día una mujer cualquiera se detenga a reflexionar con simpatía en el esfuerzo de unas cuantas exaltadas de otros tiempos por hacerles la vida menos dura".

También se comprometió en la defensa de las clases oprimidas, de las cuales ella formó parte a pesar de sus orígenes, pues su familia se arruinó prematuramente, dejándola en una situación de pobreza que nunca se le despegó del alma, ni de la pluma, tal como ella lo relata, con metáforas elocuentes. "De los pobres no solo se le pegan a uno los piojos, sino algo más (...) Nos meten en sus miserias, sus problemas y sus enfermedades". Mas su incursión en las filas del Partido Comunista chileno no comulgó con su condición de mujer y librepensadora, lo que era sorprendente para una de su época, y razones más que suficientes para que su relación con el PC tuviera los días contados. "Yo creía que la igualdad de derechos para las mujeres estaba por encima de la lucha de clases", sostiene.

A la vez, su orfandad -no tenía una familia consistente, ni mecenas, ni marido poderoso- va configurando la originalidad de su persona, e incluso de su voz. Esta surge de una introspección honesta y muy singular hasta entonces, pues al haberse salvado a sí misma, al haberse creado un rol en la sociedad con su propio esfuerzo, Marta Vergara no siente vergüenza, sino más bien un cierto orgullo al relatar las humillaciones vencidas en el camino. Ella da un propósito a su vida que va más allá de su individualidad, lo que le confiere la autoridad para narrar su historia -y la de su época-, de la cual sale triunfadora, tanto por la tenacidad en sus luchas como por la calidad de su prosa.

Una infancia truncada por un terremoto

La infancia de Marta Vergara es clave para entender la naturaleza e identidad del personaje. Nace en 1898, en un Valparaíso que se viene abajo junto con su familia luego del violento sismo de 1906. "Con el terremoto no solo se derrumbó nuestra casa, sino toda la situación económica de mi padre, y lo más esencial, de mi vida afectiva. Mi madre murió días después. Yo me quedé años y años con la sensación de que el suelo se hundiría en cualquier instante", escribe.

Ante este triste episodio comienza la itinerancia de ella y de sus hermanas por internados, casas de parientes y pensiones cada vez menos dignas; la era de las privaciones, que detalla sin eufemismos: "Me asaltaban incomodidades de toda índole y me sentía confundida y humillada con la pobreza que trataba de esconder como un bulto robado bajo la ropa".

La imagen del padre, que no logra protegerlas, es igualmente definitoria en su temprana conciencia de que tenía que autosocorrerse e independizarse. Sin embargo, lo interesante y consistente de su contienda, es que no se vuelca "contra los hombres", porque no culpa ni guarda resentimiento ni a su padre ni a su primer marido, un alcohólico que no fue sino otro peso más para ella (y muriéndose le hizo un favor).

De su padre dice: "...la situación de un caballero aristócrata venido a menos estaba, al parecer, ya muy abandonada de la mano de Dios. Y fue esa condición de hombre olvidado por las fuerzas humanas y divinas, lo que impidió que durante el transcurso de su vida, ni aun en los momentos de mayor violencia de su parte, llegara a sentir por él rencor o enemistad".

La situación para ella en Chile en un momento se volvió insostenible, pero con el coraje de quien decide no hundirse en pleno naufragio, gasta sus últimos ahorros en un pasaje en barco a Francia. Explica: "quería por lo menos conocer París antes de morir. Si la desesperación me llevaba a suicidarme, que fuera en la capital del mundo". Y con la lucidez que siempre la caracterizó, asume que allá ella ya no tendría apariencias que cuidar y aumentarían las posibilidades de encontrar trabajos para sobrevivir, muchos de los cuales en Chile le eran negados por su condición social: "En el extranjero podría hacer, desconocida, una cantidad de cosas, incluso fregar pisos", afirma.

Desempeñó muchas labores menores en su vida, incluso, años más tarde, trabajó un tiempo de obrera en Estados Unidos, pero en París comenzó a brillar para ella una buena estrella, la misma que su padre insistía que él no tuvo. Consigue un nombramiento de corresponsal de "El Mercurio", y sus escritos gustan. Empieza a codearse con artistas e intelectuales de avanzada, que traen a su vida otros logros no cuantificables monetariamente, pero que llenan su espíritu de Marcel Proust -un autor favorito- de viajes y de experiencias inconcebibles para una mujer "como ella". Y estos personajes con los que la desconocida empieza a relacionarse valoran sus capacidades y lo que ella ha construido, y le van tendiendo una mano. Si su camino propio se forja desde su infancia, este fragua en París.

El escritor Leonardo Penna fue quien descubrió en ella el potencial para representar a nuestro país en las primeras comisiones internacionales que trabajaran por los derechos de la mujer. Penna, quien aparece de improviso en su modesto hogar parisino, le cambia la vida: "Venía de la Embajada de Chile, donde acababan de recibir un cable un tanto original. Se les rogaba descubrir a una compatriota capaz de representar al país en una reunión de damas que tendría lugar en La Haya", refiere. Marta Vergara, en efecto, era la indicada, y asumió esa misión con fervor, integrando, a lo largo de su existencia, diversas asociaciones que lucharían por la condición femenina y la equidad de género.

Chile, el PC, Chamudes y Estados Unidos

La crisis de los años 30 la obliga a regresar a Chile, luego de cinco años en París. Cambiaron el pasaje en primera clase de su amiga Laura Rodig por dos de segunda para financiar el retorno. Se instala un tiempo en casa de una de sus hermanas "bien casada", y por intermedio de Rodig conoce a Marcos Chamudes, entonces dirigente comunista, quien daría un nuevo vuelco a sus días: "Caí en amores de estudiante revolucionaria a los treinta y cinco años, ya viuda y navegada. Casi, casi como don Quijote cuando sale a vivir su vida heroica a los cincuenta".

Mas contra lo que debería luchar ahora no eran molinos de viento, sino prejuicios reales, porque su novio era nueve años menor, además de "judío, comunista, con un apellido no reconocido; el todo constituía una conjunción de características inaceptables en mi medio familiar y en esa época". Ella igual se casa con Chamudes.

Pronto va a compartir humildes habitaciones con él, y su causa, que los conmueve a ambos. Sin embargo, con el correr de los años se irán desilusionando progresivamente del comunismo, hasta desencantarse del todo; por lo demás, el compañero Chamudes es expulsado de las filas del PC chileno y su fiel compañera también (aunque no declaradamente, precisa ella).

Nuevamente sin trabajo, emigran a Estados Unidos a comienzos de la década del cuarenta. A veces deben separarse, ya que tenían que tomar las oportunidades laborales donde surgieran: Nueva York, Vermont, Nueva Orleans, Washington. En tanto, Chamudes adopta la nacionalidad estadounidense y es enrielado en el ejército, en plena Segunda Guerra Mundial, y comienza a ejercer como fotógrafo, con maestría. Él plasma el desembarco en Francia, ella relata desde Estados Unidos el impacto de la bomba atómica y el horror que le produce la persistente segregación racial.

Al regresar Chamudes a Estados Unidos, consigue un puesto como fotógrafo en la Organización de las Naciones Unidas en Nueva York, la ciudad que lo había "embrujado" y Vergara culmina su misión feminista trabajando en la Comisión Interamericana de Mujeres en Washington. La distancia entre ambas ciudades era poca para un cariño tan grande y para una pareja tan moderna.

En Washington siguen los encuentros y desencuentros memorables para Marta Vergara, que narra con abundancia de detalles en la fase final de su autobiografía. Tal vez el más memorable de aquellos es el que concierne a Gabriela Mistral. "El segundo y último encuentro fue tanto o más desgraciado que el primero (...) Las emociones fuertes me trastornan. Gabriela merecía que en alguna forma le hubiera virado el ataque. ¿Cuándo me pondría lo suficientemente dura en este mundo?", se pregunta con impotencia.

De los últimos acontecimientos de su vida personal, narra que su marido es nombrado en la sede de Naciones Unidas de Ginebra, y aunque no lo dice explícitamente, al parecer ella decide acompañarlo. "Marcos y yo abandonamos Nueva York una noche de febrero de 1948 (...), nos despedimos de la ciudad en compañía de Rosamel del Valle y Mario Carreño".

Lo que ocurre después, ella lo resume de la siguiente manera: "Entraba en la vejez. En la separación de mi vida por etapas quizás ésta sería la última, quizás ya no tendría nunca más la fuerza para pelear otra batalla".

Sin embargo, encontrará la fuerza para escribir "Memorias de una mujer irreverente", que fue publicada en Santiago por Editorial Zig-Zag en 1962 -a sus 64 años- obteniendo el Premio Municipal de Literatura. El libro fue reeditado en 1974 por Editorial Gabriela Mistral, y en 2013, por Catalonia. En esta obra testimonial y testamentaria se declara "cercana a la hora de la muerte" y anuncia que a partir de entonces simplemente querría descansar en paz. "Conciencia mía, ya estoy vieja y estrujada, me gusta oír música, leer, ir al cine y jugar canasta. ¡No me lleves a sumarme de nuevo a otra cruzada!", exhala, al concluir su autobiografía. Ignoraba que le quedaban aún treinta y tres años por vivir; ella fallecería en 1995, Chamudes en 1989, ambos en Santiago. Lo poco que se sabe de sus años finales es que estaba ciega, vivía en un hogar para ancianos y una pariente cuidaba de ella. Por cierto, a su propia muerte Marta Vergara probablemente sí llegó tarde.

"Sin implicante de prostitución, nadie era, sin embargo, más que yo una mujer de la calle". (Marta Vergara)

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