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Atrapados por diagnósticos inadecuados

martes, 27 de diciembre de 2016


El Mercurio

Jorge Marshall
Economista y Ph. D. Harvard

Llevamos más de tres años en una trayectoria de crecimiento en torno a un 1,8% anual y aún no logramos construir un buen diagnóstico de las causas que explican este fenómeno. Por esta razón, los "brotes primaverales" que ven algunos o el entusiasmo por los aprontes electorales que invade a otros, pueden terminar siendo solo ilusiones que nos atrapen en una espiral de espejismos. Si queremos salir de esta condición debemos partir por revisar con pragmatismo las reales perspectivas de crecimiento y sacar las conclusiones que nos devuelvan a la senda del desarrollo.

La hipótesis que manejan Hacienda y el Banco Central apunta a que luego del superciclo la economía se ha estado ajustando a una pronunciada caída en la demanda (especialmente de la inversión). La receta para recuperar el crecimiento consistiría en moderar los excesos que se habían acumulado en el período de la abundancia, mantener el estímulo monetario y cuidar las cuentas fiscales.

Se trata de un enfoque sólido y que hasta ahora ha permitido sortear exitosamente un período difícil, sin sobresaltos en la desocupación o en el mercado del crédito. Sin embargo, esta visión no indaga en las causas de fondo de la caída del crecimiento de tendencia desde un 5% a un 3%, por lo que sus recomendaciones nos dejan expuestos al riesgo de una "prolongada debilidad" de la economía, como lo advirtió recientemente una clasificadora de crédito.

Una hipótesis muy diferente es la que se ha consolidado en la derecha, que sostiene que "los problemas económicos son más bien políticos". De acuerdo con esta visión, la economía está atrapada por las expectativas y la desconfianza, que a su vez están afectadas por la incertidumbre que generan las reformas impulsadas por la Nueva Mayoría. De esta manera, solo el cambio político podría alterar la trayectoria del crecimiento. Aún más, bastaría que la probabilidad de dicho cambio se asentara en el escenario electoral para que las empresas activen sus procesos de inversión y volvamos al crecimiento que teníamos hasta 2013.

Como fundamento, se sostiene que después de la crisis financiera internacional de 2008-9 la economía mundial redujo su crecimiento en una proporción que no permite explicar la magnitud y persistencia de la baja en el crecimiento de Chile. A su vez, se señala que el efecto del menor precio del cobre en el ingreso nacional está, en gran medida, compensado por la baja del petróleo. La conclusión es que las variables externas no explicarían el origen de la situación en que nos encontramos.

Estas dos hipótesis son muy diferentes en sus fundamentos y sus alcances, pero ambas tienen el problema de subestimar lo que ocurre en el escenario internacional. En el primer caso, es más bien porque el foco está en la brecha de actividad y no en el crecimiento, mientras en el segundo se trata de un diagnóstico elaborado a través de lo que se observa en el espejo retrovisor, más que lo que hay hacia adelante en el camino. Por eso son diagnósticos inadecuados para diseñar un programa de reactivación.

Hay tres aspectos del escenario internacional que estos análisis pasan por alto. Primero, el dinamismo del comercio mundial es lo más relevante para una economía pequeña y abierta como la chilena. Resulta que los flujos del comercio mundial han pasado desde un crecimiento promedio anual de 7,3%, entre 1987 y 2007, a uno de 2,4% anual, entre 2013 y 2016, llegando a un 1,7% este último año (OMC). Esto significa que las oportunidades para generar nuevas actividades competitivas en los mercados internacionales son menores a las que había hace 10 años y no hay señales de que esta situación tienda a cambiar.

Segundo, se están produciendo alteraciones muy significativas en la estructura del producto mundial que modifican el panorama para la mayor parte de las economías emergentes. Mientras a comienzos de la década pasada, China e India representaban en conjunto un 12% del producto mundial, en la actualidad son el 26%. Es decir, en el lapso de 10 años, algunos países emergentes -como Chile- aportaron las materias primas para que otros -como China- lograran una rápida industrialización y una posición de ventaja en los mercados internacionales de bienes.

Ahora que el superciclo terminó, las oportunidades de incursionar en nuevos mercados son radicalmente distintas para estos dos grupos de países. Por ejemplo, a comienzos de la década pasada nos propusimos convertir a Chile en una potencia alimentaria mundial, y ahora constatamos que la participación de las exportaciones chilenas en estos rubros solo se ha mantenido constante.

Tercero, la tecnología que se necesita para agregar valor a las materias primas también está cambiando rápidamente. En la actualidad, convertir productos naturales en exportaciones con mayor valor requiere de tecnologías avanzadas, incluyendo la informática, la inteligencia artificial, la robótica o la nanotecnología. Sin embargo, en el transcurso de una década, nos hemos rezagado significativamente en áreas como el fomento de la ciencia o el gasto en investigación y desarrollo, el que se ha reducido desde un 0,65% a un 0,35% del PIB (IMD).

Por lo anterior, un diagnóstico más realista del panorama que enfrenta Chile debe reconocer que una parte significativa de nuestro crecimiento, desde mediados de la década pasada, respondió a los impulsos que venían desde el exterior, sin que existiera una estrategia de desarrollo que incorporara las tendencias que ocurrían en la economía mundial. Ahora que enfrentamos las consecuencias de esta pasividad debemos reconocer que el mundo es distinto: es más incierto, más complejo y más diverso.

En síntesis, solo un buen diagnóstico permite seguir por el camino del pragmatismo, identificar las oportunidades efectivas de crecimiento y orientar el esfuerzo de todos hacia los objetivos más relevantes.

UNA PARTE SIGNIFICATIVA DE NUESTRO CRECIMIENTO, DESDE MEDIADOS DE LA DÉCADA PASADA, RESPONDIÓ A LOS IMPULSOS QUE VENÍAN DESDE EL EXTERIOR, SIN QUE EXISTIERA UNA ESTRATEGIA DE DESARROLLO.

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