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El trabajo de la Iglesia Católica para acoger a los inmigrantes en Chile y evitar su discriminación

domingo, 13 de noviembre de 2016

Juan Antonio Muñoz H.
Nacional
El Mercurio

No es fácil. Políticas migratorias que califican como "no acogedoras y anticuadas" y actitudes discriminatorias se multiplican por nuestro territorio. "Falta comprender que la migración ha existido siempre y que, tras un período de ajustes, siempre es un motor de desarrollo", puntualiza el Instituto Católico Chileno de Migración.



María y José fueron prófugos con Jesús en Egipto y allí vivieron como refugiados. El Papa Francisco es un migrante en Roma. La Madre Teresa de Calcuta, albanesa, lo fue en Inglaterra y luego en India. La Iglesia Católica es esencialmente migrante -por misión y convicción- y por eso cultiva con celo el cuidado de aquellos que por alguna razón han debido abandonar sus países de origen, a la vez que se empeña en que la sociedad comprenda que los migrantes no son una invasión ni un problema, sino parte de la vida humana desde que el mundo es mundo.

En Chile, las acciones son múltiples, incluidas asesoría jurídica, bolsas de trabajo y clases de idioma. La Iglesia de San Agustín, en pleno centro, ha anunciado de manera experimental que habrá allí clases de español para los haitianos, una iniciativa que existe en muchos rincones del país.

En Pisiga, en la inhóspita frontera con Bolivia, pese al extremo frío y la altitud, tres Hijas de la Caridad, a quienes les dicen "las guerreras del desierto", mantienen una casa de acogida para las mujeres bolivianas que han sido "rebotadas", a las que aportan refugio y comida.

Se acaba de anunciar la creación de una casa para los inmigrantes varones en Iquique. Y desde hace apenas dos semanas Radio María emite, todos los sábados a las 18:30 horas, el programa "Voces migrantes", que surgió como una necesidad. Suma y sigue: son cientos las instancias, donde confluyen, entre otros, los programas de los padres scalabrinianos en la Parroquia Italiana, al frente del Instituto Católico Chileno de Migración (Incami), y del Servicio Jesuita a Migrantes (SJM).

Por todas partes, la Iglesia Católica trabaja en este tema que cada vez es más importante y, por muchos, poco comprendido. Está a la vista en el extranjero, donde desde la caída del muro de Berlín en 1989, 40 países han construido 64 muros, y también en nuestro territorio.

"¿Por qué Chile no puede ser un modelo de buenas prácticas con los migrantes? Decirles 'bienvenidos, esta es su casa'. Sería un ejemplo para el mundo", dice el padre Miguel Yaksic, director nacional del SJM.

El sacerdote Lauro Bocchi, vicepresidente ejecutivo de Incami, agrega: "Hoy en día, el divisor político de aguas es la migración; así se resuelven las votaciones. Ya no es un tema de derechas e izquierdas. Veamos lo que ha sucedido en EE.UU. Es muy importante entender esto, pues lo único que consigue es encarnar más violencia".

Lo apoya el padre Leonir Chiarello, director ejecutivo de SIMN (Scalabrini International Migration Network): "Esto parte de la base de que los migrantes son un problema. Y en realidad es al revés. Después de un período de ajustes, la migración siempre es un motor del desarrollo. Un par de datos: Forbes dice que de las 400 personas más ricas de Estados Unidos, el 13 % son inmigrantes, y que el 28 % de las empresas más influyentes son de inmigrantes también".

"Chivos expiatorios"

La tan recurrida canción "Si vas para Chile", de Chito Faró, pone énfasis en nuestra solidaridad con los extranjeros. Leonir Chiarello cree que es "es parte de la cultura chilena, pero cuando falta el trabajo o hay problemas financieros se crean focos de rechazo y discriminación".

"La gente suele ver un solo lado. Aquí hay cerca de 500 mil inmigrantes, pero hay más de un millón de chilenos que viven afuera. Ellos son inmigrantes en otros países. La migración es parte del patrimonio de la humanidad; todos somos inmigrantes de algún modo o lo fueron nuestros antepasados", dice el padre Bocchi.

Yaksic, en cambio, es tajante. "En Chile sí hay discriminación, racismo y xenofobia. Tenemos políticas no acogedoras y anticuadas, y es habitual que quienes nos preocupamos de este tema recibamos por ello algunas agresiones. Pero sería injusto decir que todos son así", sostiene.

A su juicio, existe un "micro machismo" o "micro racismo" que dan cuenta del problema. Y cita un caso: "a un trabajador haitiano muy fuerte, sus compañeros de trabajo le dicen 'Vos soi máquina', pero esto finalmente se traduce en que, como tiene más fuerza, lo hacen trabajar más. En Antofagasta, las chilenas hablan de las colombianas como 'quitamaridos', lo que además implica machismo, porque parten de la base de que los maridos son inocentes".

Para Bocchi, cuando la economía entra en problemas los primeros que sufren son los inmigrantes. "Son el chivo expiatorio. El concepto de carga social que supone el inmigrante es un mito, salvo en condiciones muy vulnerables".

También sucede lo que advierte Yaksic: "Hay gente que defiende la migración de manera honesta, pero otros lo hacen porque ven en ella una oportunidad de mano de obra barata; se aprovechan de la vulnerabilidad. Se resume en la idea 'queremos tu mano de obra, pero no a ti'. En Chile, contrariamente a lo que se supone, no hay ningún flujo explosivo de migrantes. Chile es un país de ingreso medio, estable".

Chiarello refuta que haya una "invasión" de extranjeros. "El 3 % de la población mundial es migrante y este país tiene el mismo porcentaje. En relación con los países de la región, está muy por debajo".

Sensibilización

La atención que el Papa Francisco ha dedicado a los refugiados ha traído aparejadas críticas de sectores que creen que la Iglesia es facilitadora de la migración. "Algunos dicen que la gente viene a Chile porque nosotros estamos aquí y no es así. Venimos porque hay inmigrantes. Si no los hubiera, no vendríamos", explica Lauro Bocchi.

De hecho, Incami tiene 50 años de trabajo y en sus dos primeras décadas se dedicó a la atención pastoral y social de los inmigrantes europeos después de la Segunda Guerra Mundial. A partir de 1973, atendió a los chilenos exiliados y en los 90 promovió un programa de acompañamiento y reinserción de los retornados. Es a partir de 1993, con el incremento de la inmigración limítrofe hacia Chile, que se inició el trabajo con los latinoamericanos.

Comunicación radial

María Elena Fernández, editora de Radio María, relata que "en los últimos años nos empezaron a llamar con asiduidad personas de Venezuela, Perú, Bolivia, pidiéndonos que informáramos sus actividades. Esto nos hizo ruido y nos dimos cuenta de que nuestra comunidad ha cambiado mucho y que el país está poco preparado. Por eso resolvimos hacer el programa 'Voces migrantes'. Radio María es escuchada en todo el continente y eso genera también un vínculo de quienes están aquí con sus familias".

El padre Carlos Irarrázabal, director de la emisora, observa que hay muchos chilenos "que están a la defensiva con otras culturas y que son poco amigables. Otros, claramente se aprovechan de la indefensión. La Iglesia tiene el deber de hacer visibles los problemas y acoger a quienes lo necesitan. Por lo demás, los inmigrantes han traído grandes beneficios para la religión. Los pueblos latinoamericanos que han llegado nos dan cancha, tiro y lado en aspectos de piedad. Son súper piadosos y eso contagia".

Esa visibilidad de los problemas a la que alude Irarrázabal es una realidad en la experiencia de Miguel Yaksic. Lo dice porque el Servicio Jesuita a Migrantes, que lidera, tiene un programa de sensibilización que busca transformar la percepción y el discurso social ante los extranjeros para facilitar su inclusión.

"Para nosotros es fundamental lo que llamamos área de incidencia: realizamos incidencia política para fomentar la creación de una nueva ley de migración en Chile, que está muy atrasada, así como políticas públicas adecuadas que valoren el aporte de los que llegan en la construcción de una sociedad intercultural. El límite de la soberanía de los estados y de las fronteras está en el respeto de los derechos fundamentales".

Se han ido dando pasos, pero aún hay un largo camino que recorrer. Hace un tiempo, por ejemplo, el SJM denunció que había gran arbitrariedad en las fronteras y que muchas cosas quedaban a discreción de los funcionarios de la PDI.

"Había situaciones impensables, como que los funcionarios hacían filas de negros y de blancos, y que se les pedía, a algunos sí y a otros no, cosas que no están establecidas en la normativa chilena. Eso lo único que consigue es que se favorezca el ingreso clandestino, porque las personas no tienen otra alternativa. Aparecen entonces las redes de tráfico y la trata de personas", concluye Yaksic.

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