¡Dios mío, ten piedad de mí!
domingo, 23 de octubre de 2016
Vida Social
El Mercurio
Jesús oraba frecuentemente. A veces se apartaba de la gente, e incluso pasaba la noche en oración. Lo consignan muchos episodios en los Evangelios. Y también, de muchas maneras enseñaba a sus discípulos a orar. En el texto de la liturgia de hoy le interesa especialmente que tengamos la actitud apropiada para rezar. Pone en contraste en la parábola un fariseo y un publicano. El fariseo "se tenía por justo y despreciaba a los demás". De pie enumeraba en su oración las virtudes, con las que piensa con orgullo, está adornada su vida. El publicano se mantenía a distancia, sin atreverse a mirar hacia el cielo y se golpeaba el pecho, reconociendo su condición de pecador. Este último volverá a su casa justificado. Esa es la oración que llega a Dios. Aquí está el secreto de la eficacia de la oración auténtica. Nunca es magia ni mecanismo para que Dios conceda lo que le pedimos. El publicano reconoce su indignidad, el fariseo se dirige a sí mismo y se olvida que es Dios la fuente de toda perfección. Toda oración cristiana se une al diálogo entre Jesús y su Padre. Está caracterizada por la humildad y la confianza. Deja un espacio para la acción de Dios que nos justifica. Así se comprende por qué a veces nuestra oración no es eficaz. No sabemos como hacerlo o no tenemos las actitudes adecuadas. Por eso también nosotros debemos pedir: ¡Enséñanos a rezar! El Catecismo de la Iglesia Católica recuerda que la oración también es un combate: "Es un don de la gracia y una respuesta decidida por nuestra parte. Supone siempre un esfuerzo". "Es un combate contra nosotros mismos y contra las astucias del Tentador que hace todo lo posible por separar al hombre de la oración, de la unión con su Dios". Que al celebrar la Eucaristía este Domingo nuestra disposición sea de humildad, lo que da abundantes frutos a nuestra oración. Y que impregne la nueva semana que hoy comienza. aarteagm@gmail.com
