Dólar Obs: $ 954,58 | 0,40% IPSA -0,25%
Fondos Mutuos
UF: 37.237,20
IPC: 0,40%
Entrevista Autora de novelas y cuentos

El "estilo tardío" de Marcela Serrano

domingo, 02 de octubre de 2016

María Teresa Cárdenas M.
Revista de Libros
El Mercurio

Tomando elementos de su propia biografía, la exitosa escritora chilena publica su décima novela. Una historia de traición, de perdón y de creación de vínculos. Titulada La Novena , ya se encuentra en librerías.



Si antes fueron amigas, primas, madres o pacientes unidas por la misma terapeuta, ahora son mujeres de generaciones sucesivas las que habitan su nuevo libro. El título, La Novena , alude al fundo de Amelia, llamado así por ser la novena parte de la gran hacienda Santa Amelia que le perteneció a su abuela. La abuela enviudó siendo joven y sacó adelante a su familia gracias a la fertilidad del valle; algo similar le ocurriría a la madre de Amelia. Y ella misma buscaría refugio en esas tierras. "La cadena será interminable", dice Mel, la hija, que también ha heredado el nombre de sus antepasadas.

A pesar de esta férrea cadena de mujeres, Marcela Serrano (Santiago, 1951) advierte: "En esta vuelta no me pueden 'acusar' de que solo me centro en personajes femeninos: desde el punto de vista literal, el protagonista es un hombre". Se trata de Miguel Flores, un joven dirigente universitario que en 1985 es arrestado en una protesta y relegado a una localidad apartada, en el valle central. Dos agentes de la policía civil lo llevan a su destino, lo dejan en el retén donde deberá firmar diariamente y lo abandonan a su suerte. En primera instancia, esta será la soledad en una mediagua sin servicios mínimos. La Novena es la décima novela de Marcela Serrano - Nosotras que nos queremos tanto , Hasta siempre, mujercitas , La Llorona , Diez mujeres , entre ellas- y la primera después de su volumen de cuentos, Dulce enemiga mía . Y de la muerte de su madre, la escritora Elisa Serrana. "Probablemente, la escribí porque ella había muerto. El valle y ella eran la misma cosa, me resultaba una especie de homenaje", reconoce.

-Usted ha dicho que se atrevió a escribir cuando su madre dejó de hacerlo. ¿Cómo se asume sin ella?

-Dejando de lado los lugares comunes sobre la pérdida y los dolores que conlleva, creo que su muerte me hizo más libre. O será que, una vez más, tomé la posta: me fui a vivir al campo, como lo hizo ella. Abandoné el mundo formal, cosa que antes hacía a medias. Ella debió decidirlo por razones de fuerza mayor; yo, por opción. Sin embargo, siempre termino imitándola. Creo mucho en la teoría de Edward Said sobre "el estilo tardío": el momento de su muerte fue como levantar la barrera del camino cuando pasa el tren y sabes que ya puedes cruzar. Entonces entiendes que el futuro llegó y te chasconeas. No pierdes más el tiempo.

Una parte importante de este "estilo tardío" ha sido para Marcela Serrano retomar, después de 30 años, su afán por las artes visuales. Licenciada en Grabado en la Escuela de Arte de la Universidad Católica, cuenta que hoy hace collages . "En una mano cuelga la tijera, en la otra el lápiz Bic, y pelean entre ellas".

-Amelia llama "fantasmas porfiados" a esas mujeres que persistieron en el campo. ¿Hay una identificación entre la tierra y lo femenino?

-La tierra es capaz de parir, de hacer crecer y de nutrir. También de organizar la vida en torno a sí misma. Eso es tremendamente femenino. En mi familia, los hombres se dedicaron a perder las tierras y las mujeres, a conservarlas. Son esos "fantasmas porfiados" los que han cuidado de la tierra para depositarla en manos de Amelia y también en las mías, y así lo haré yo con mis hijas, como lo hizo ella con la suya. Es, en efecto, una cadena interminable, tanto en la novela como en mi vida real. En ese sentido, es perfectamente autobiográfica.

Entre sus cuatro hermanas -Elena, Paula, Margarita, Sol-, Marcela le dedica este libro a la menor. "Fui una tarde a ver a la Sol y le conté que estaba pensando en esta novela. 'No te creo, me dijo, ¡yo la tengo escrita en mi mente hace tiempo!'. Ella es una rigurosa historiadora que no se mete con la ficción, pero cuando sube a un avión le da por escribir en su mente. Y como quien juega a ser entre cineasta y novelista, empieza a contarme la primera escena, que es, efectivamente, la del libro. Yo le conté la mía. Y me dijo sin pudor: 'La mía es mucho mejor, la tuya es una lata'. Y siguió sin quién la parara. Yo siempre ando con una libreta y empecé a anotar algunas cosas. La novela tomó su propio rumbo, pero me costó convencerla de que no era 'su' novela".

La escritura le tomó a Marcela Serrano cerca de dos años, y no quiso empezarla hasta que su casa en Mallarauco estuviera lista. "Necesitaba narrarla desde su lugar de origen. Era importante para mí escribir al ritmo del campo, con ese silencio, con esa lentitud, con esa falta de urgencia".

La novela se ambienta en 1985 y 2005, y el epílogo está fechado en el presente. Un período de grandes transformaciones en el país, que van quedando reflejados en el relato con evidente mirada crítica. "Cambió todo -enfatiza-. Cambió el sistema político, se consolidó la democracia, cambiaron sus élites y sus paradigmas. El dinero penetró todos los ámbitos de la vida nacional, transformándose en otro dictador y cambiando las relaciones institucionales y personales al punto de estar sumidos hoy en esta terrible crisis de confianza. Somos víctimas del consumo y del mercado y de nuevas aspiraciones; por lo tanto, también cambió la forma de autovalorarnos y relacionarnos colectivamente. Si a esto sumamos la velocidad, la ciudad, el tráfico, el abuso permanente, la vida ha terminado por convertirse en una gran urgencia y en una fuente inagotable de soledad".

Pero también hay buenas noticias, dice: "Hoy no se castigan las diferencias, y nadie podrá ser relegado ni encarcelado ni torturado ni desaparecido".

En su mediagua, Miguel recibe la visita de Amelia, quien se convierte en su protectora; lo invita a su casa, le presta libros y sostienen largas conversaciones. Las defensas y los prejuicios del joven van cayendo, a medida que avanza en su aprendizaje social y sentimental, y en la lectura de Mary Barton , de Elizabeth Gaskell, libro preferido de Amelia. Hasta que se produce un fatídico quiebre.

-La escritura de la primera parte está marcada por el ritmo campesino -explica-, por esa lentitud suave, donde nunca pasa nada, donde el sol tarda en ponerse, donde se vive un poco autárquicamente, donde la velocidad pierde sentido. Luego, cuando cambia el paisaje, cambia la vida de la novela y la escritura pasa a ser otra.

-¿Por qué trata el tema de la traición con matices?

-Ningún sentimiento humano es puro, y madurar es entenderlo así. Creí al comienzo que escribía una novela sobre la traición, y de repente, a pesar mío, me fui dando cuenta de que se trataba del perdón. Y así siguió hasta advertir que también era una novela sobre la creación de vínculos. Pero no era una cadena causal entre vínculo, traición y perdón, por el contrario, tienen sucesiones extrañas. Lo que hace al ser humano único son sus contradicciones y quise explorar esa materia.

-¿Piensa, como Amelia, que "la fuerza o la debilidad para enfrentar el horror viene del pasado"?

-Es mi marca indeleble. Algunos sostienen que una infancia infeliz enriquece al escritor. En ese caso, yo sería paupérrima. Tuve una infancia poco convencional, con un padre muy creativo y un poco excéntrico y una madre que escribía. Éramos cinco hermanas y el telón de fondo fue siempre un campo grande que tenía mi padre en el sur: ahí crecimos, sin luz eléctrica ni gas ni vecinos, vivíamos en los potreros y el río, los caballos eran los fieles compañeros y cuando nos caíamos, la curandera nos arreglaba los huesos y punto. Cuando tenía 21 años nos expropiaron esa tierra y nunca nos repusimos de su pérdida, aunque intelectualmente estábamos de acuerdo con el proceso. Solo entonces miramos hacia el valle central, donde estaba la familia de mi madre. Supongo que busqué por largos años un lugar donde volver a sentir esa pertenencia y creo que por fin lo he encontrado. Sí, un pasado como aquel te blinda y te da armas para enfrentar lo que sea.

-¿Cuáles son las "armas" de Miguel, con una infancia precaria y sin madre?

-Miguel Flores no sufrió el efecto postraumático de Amelia, no necesitó echar mano al legado del pasado para resistir. Al contrario, la vida le abre puertas y él sabe cómo mantenerlas abiertas. De La Novena a Manchester y luego a Londres: él lo absorbe todo, es una verdadera esponja. Y gracias a Amelia y su experiencia durante la relegación, puede llegar a Manchester y estudiar lo que ya Amelia le había enseñado.

La relación entre ambos es ambigua, oscila entre la amistad, el amor filial y el amor a secas, y la única que parece conocerla es Sybil, la prima inglesa y gran amiga de Amelia. "No sabemos lo que le pasó a Amelia con esta relación, nunca tenemos su punto de vista, por lo tanto solo hay que sospechar: ¿fue Miguel Flores su amigo, su hijo o su amante? Quizás las tres cosas. Quizás solo fue un oído abierto a tantas cosas no dichas; con él Amelia lograba hablar como consigo misma, y adquirió relevancia a través del tiempo por el tema de la traición. Sybil, en cambio, adopta la forma de los matices, de las contradicciones humanas, y en ella se encarna quizás más que en nadie el binomio traición-perdón", señala.

-En Miguel la experiencia del exilio fue beneficiosa personal y profesionalmente, ¿quiso reflejar ese lado menos difundido del exilio?

-Hubo exilios y exilios: los que vivieron con la maleta hecha y los que decidieron aprovechar ese tiempo. Pero lo que sí les sucedió a casi todos es que la vivencia en continentes o países ajenos les obligó a ampliar la mirada. Tuvieron que aprender otros idiomas, otras costumbres, otra gente. Volvieron con un bagaje cultural enorme. A pesar del dolor y del castigo monstruoso, todos nos enriquecimos.

-Ahora es Elizabeth Gaskell; antes fue Luisa May Alcott, y también ha dicho que admira a Charlotte Bronte. ¿Tienen vigencia estas escritoras del siglo XIX?

-¡Pero claro que tienen vigencia! ¿Qué sería de nosotras sin Jane Austen, sin Emily Bronte, que me gusta más que su hermana, sin George Eliot? No solo soy una gran admiradora de ellas, sino que las veo como un parteaguas para toda mujer que haya decidido escribir. Son nuestros referentes. De ellas hemos aprendido más que de los grandes clásicos masculinos y personalmente me sentiría una huérfana sin sus presencias. Elegí a Elizabeth Gaskell por varias razones: por ser la gran centinela de su época, por la finura de su escritura, por ser tan poco conocida y leída en esta parte del mundo y, lo que no es menor, por su gran sensibilidad y compromiso social.

-¿Piensa volver a publicar cuentos?

-Me siento básicamente una novelista y el proyecto que me da vueltas hoy no solo es una novela, sino tres, ¡qué horror!, una saga o algo parecido. Me gusta mucho el género del cuento y siempre estoy escribiendo alguno en mi cabeza, pero no sé si los llevaré al papel ni menos si los publicaré. De verdad, debo confesar que me carga publicar. Quizás parte del estilo tardío sea escribir y guardar los manuscritos en un cajón.

-¿Por qué entonces ha publicado diez novelas y un libro de cuentos?

-Publiqué las primeras novelas desde la absoluta inocencia, sin tener idea de lo que significaba. En el camino empezó la contradicción: si las guardaba en el cajón, nadie las leería. Cuando una se pasa mucho tiempo escribiendo, imaginas que el mundo que has creado es real y andas con él a cuestas, como si fuera un hijo pequeño. Entonces, me sentía, me siento, responsable por ellas y sin derecho a cortarles la vida. Y esa vida son los lectores. Se los debo a ellas, a las novelas. Pero no sé por cuánto tiempo más.

"En esta vuelta no me pueden 'acusar' de que solo me centro en personajes femeninos". 

 Imprimir Noticia  Enviar Noticia