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"En su propia trampa"

Coliseo romano

viernes, 30 de septiembre de 2016

Por Rodrigo Munizaga
TV
El Mercurio




El placer de ver el sufrimiento del otro. Contemplar cómo se desangra -en sentido figurado- y paga por sus crímenes cometidos frente a nuestros ojos. Esa premisa, de cuestionable moral, es la que sustenta "En su propia trampa", programa de Canal 13 que el pasado domingo estrenó su sexta temporada, nuevamente con altísimo rating. El espacio, estandarte de una oleada de programas sobre criminalidad (como "Nadie está libre" o "Alerta máxima: tras las rejas"), convierte los delitos en un show de cámaras indiscretas y a su conductor, Emilio Sutherland, en un "juez del pueblo".

En el debut, el protagonista fue el ex arquero argentino de Deportes Concepción Nicolás Villamil, acusado de apropiación indebida de algunas propiedades, quien evidentemente no estaba en sus casillas y contaba historias inverosímiles. Recreando una entrevista y un supuesto robo, Villamil termina humillado ante las cámaras y Sutherland lo enfrenta, sin que haya participación policial ni se haga seguimiento a su caso. Con música humorística, contemplamos cómo el tipo ha caído "en la trampa".

La televisión es cíclica, y tras la caída de la farándula, la criminalidad en todas sus formas ha vuelto a dominar la sintonía, como sucedió en los 90 con los programas de Carlos Pinto. Desde la exaltación de un programa como "Caso cerrado" hasta los temas policiales que abordan los matinales, el menú actual se ha volcado a los crímenes, asaltos y -especialmente- estafas, que provocan empatía en una teleaudiencia insegura de todos y que siente que no hay justicia, entonces hay que tomarla por sus propias manos. El mensaje es claro. Y también cuestionable: ¿un estafador merece ser humillado frente a las cámaras en vez de ser juzgado por un tribunal? ¿Cuánto morbo necesitamos saciar para quedarnos tranquilos?

Cierto: "En su propia trampa" y otros programas funcionan porque están hechos como espacios de entretención. Es evidente y terrible: ese momento en que, como en los tiempos de los coliseos romanos, la gente disfruta mirando cómo el león -en este caso una cámara- destroza y se come a una persona. Por el solo afán de divertirse un rato.

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