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1933-2016 | Sobre su dramaturgia:

Luis Rivano: Retratos de la otra marginalidad

domingo, 18 de septiembre de 2016

Juan Andrés Piña
Homenaje
El Mercurio

Parte de la generación del 50, su teatro todavía es un rico mundo por descubrir, con héroes que ejercen oficios poco reconocidos en el imaginario social, pero que defienden su origen y reivindican los gustos populares.



El recién fallecido Luis Rivano debe ser uno de los pocos casos de la dramaturgia latinoamericana -ni qué decir la chilena- con un sello tan original y distinto del resto de sus contemporáneos, poseedor de una percepción divergente e inédita sobre nuestra realidad social, aun cuando comparte con ellos, la Generación del 50, algunos temas comunes.

El rasgo diferenciador de su teatro, así como de sus novelas, es que sus protagonistas casi siempre están ligados a circuitos marginales, aunque no en el sentido intelectual que este término adquirió posteriormente: su existencia ocurre en una periferia auténtica, probablemente la más despreciada. En la dramaturgia convencional preocupada del tema de la pobreza y de la indignidad, sus representantes están identificados con niveles reconocibles y aceptados socialmente: obreros, dirigentes, pobladoras, pequeños comerciantes, trabajadores ocasionales, campesinos o mineros. En cambio, los héroes de Rivano ejercen oficios poco reconocidos en el imaginario social, como los cantantes de bares de extramuros, matarifes, bailarinas de mala muerte, artistas fracasados o feriantes, cuando no personajes que derechamente habitan en la ilegalidad: los choros, los cafiches, las prostitutas, los lanzas, los vagos de los barrios bravos y los delincuentes de poca monta.

Es decir, aquellos que todos desprecian -incluso quienes tienen un mínimo nivel de conciencia o de organización laboral-, individuos que se enfrentan solitarios a un mundo hostil que los mira como un peligro para su propia supervivencia. Por su carácter de extrema segregación, muchos de los protagonistas descreen de las utopías del futuro, de que llegará un mundo perfecto que mejorará las condiciones de vida y nivelará la existencia de las personas.

Desde la mirada intelectual, en este mundo despojado solo existen sombras y tragedias, un sufrimiento permanente. En cambio, la mayoría de las obras de Rivano (sobre todo "Los matarifes", "Por sospecha", "¿Dónde estará la Jeannette?" o "Escucho discos de Al Johnson, mamá") está lejos de ser un catastro de miserias y dolores, aunque por cierto estos no dejan de aparecer. Al revés de la visión sórdida con que se acostumbra a enfocar este universo, su mirada reivindica lo luminoso y lo festivo de esta cultura popular, y el amor que por ella sienten sus integrantes. Obviamente aquí no dejan de surgir el sufrimiento y el fracaso, pero la perspectiva es distinta: nace naturalmente desde los personajes, y no son impuestos como arquetipos desde otra clase social que no los conoce ni los comprende, y cuya percepción compasiva es equívoca o ignorante.

Habitualmente, en estas historias terminan por imponerse la tragedia, la desgracia, la fatalidad o la frustración y, por ello, en ocasiones su tono está muy cercano al melodrama. Pero, a diferencia de la dramaturgia nacional donde crece esta obra, sus protagonistas son poseedores de cierta luminosidad, de una lucidez, de una vitalidad avasalladora, de un goce diferente, opuesto a cierta mirada oscura del teatro chileno que ha incursionado en estos temas.

Aunque se lamenten de una situación económica precaria o reconozcan definitivos fracasos en sus vidas, normalmente los personajes defienden su origen y reivindican los gustos populares: el bolero, el tango, las comidas simples, los pooles, los cabarets, los barrios de la periferia de Santiago, los prostíbulos, los amores de juventud, la amistad forjada en la cárcel. La mayoría de ellos sabe que les será difícil remontar la indigencia o el desamparo que los acongoja, y cuando para conseguirlo aspiran a cambiarse de clase social, siempre terminan añorando el origen: Rosicler, Carlos Alberto ("¿Dónde estará la Jeannette?"), Roberto ("Los matarifes"), Onofre ("Un gásfiter en sociedad") o Remigio ("El hombre que compraba y vendía cosas").

La estructura esencial de estas obras es casi novelesca: los personajes se narran mutuamente ese mundo pretérito que los ha llevado al presente y de esta forma se reconstruye la historia actual. Hay habitualmente la nostalgia por un pasado que jamás retornará, que el tiempo ha ido mejorando y embelleciendo (basta detenerse en los títulos de algunas de estas obras, esencialmente evocativos). Muchas de sus escenas tienen esa fisonomía de narración más literaria que teatral, esa verbalización de los personajes rememorando y contándose una y otra vez, de manera infatigable, los mismos acontecimientos. Se trata de hechos insignificantes en un contexto histórico más amplio, pero decisivos en la vida de los protagonistas, incidentes que modificaron para siempre su itinerario individual.

La estructura de su teatro es casi novelesca.

Aunque se hayan representado en muchas ocasiones desde su primer estreno en 1976, las obras de Luis Rivano todavía constituyen un rico mundo que descubrir. Su vigorosa dramaturgia debería estar presente en futuros montajes que seduzcan también a las nuevas generaciones.

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