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La fábula del conejo y el maní

sábado, 06 de agosto de 2016

por Carla Mandiola fotos andrea chile
Entrevista
El Mercurio

Se hizo millonario vendiendo maní, pero en pocos años perdió prácticamente todo por malas decisiones y no patentar nunca su marca Nuts4Nuts. Hoy, Luis "Conejo" Martínez recuperó una de las esquinas más importantes de Nueva York y tiene dos carros con los que pretende recuperar su imperio. Y no solo eso: ahora también quiere llevar las empanadas a las calles de Manhattan. Esta es la historia de su auge, caída y recuperación, contada por él mismo, desde la Gran Manzana.



Por esa esquina, la calle 45 y Broadway, caminan miles de residentes y turistas, encandilados por las luces de los anuncios que cubren los edificios. Están las tiendas Swatch, Disney, Forever 21 y el teatro Minskoff. Y entremedio está Luis Martínez, más conocido como el Conejo, y su carro, que expele el olor del maní que lleva años preparando.

Desde el 15 de julio pasado, volvió a Estados Unidos después de haber perdido el imperio que lo hizo famoso. Renovó los dos permisos originales con los que comenzó en 1995 con su empresa Nuts4Nuts y consiguió carros donde confitar el maní que ahora vende a dos dólares.

Dice que el primer día vendió 708 dólares y que anotó el número en un papel para no olvidarlo.

Es martes y el Conejo se sube al metro, como todos los días de la semana. A través de su celular reflexiona sobre cómo logró tener éxito, cómo cayó y cómo volvió a ser lo que él quería.

-Estoy feliz, volví a rejuvenecer, parezco como de 21 años.

1. El escape

La historia comienza hace 57 años, cuando en San Joaquín nació Luis Guillermo Martínez Moreno. Vivía en una pieza con su madre, Marta Moreno, y a su padre, el jinete Guillermo Martínez, apenas lo conoció. Su sobrenombre, Conejo, fue inventado por uno de los curas de su liceo, que le pedía que cerrara la boca porque "iba a rayar el piso con sus dientes". Empezó a trabajar apenas pudo. Fue salvavidas en una piscina, arrendó películas y fue ascensorista del Banco Estado.

-Me quedaba parado en el piso 4, donde estaban las secretarias lindas de los gerentes para ver si pinchaba con alguna, porque siempre fui enamorado.

A los 33 años, Luis Martínez se aburrió de subir y bajar pisos. Entonces, un amigo le habló de Estados Unidos, donde los latinos encontraban mejores trabajos. Él ni siquiera sabía dónde quedaba ese país, pero aun así sonaba como una mejor opción. El 21 de marzo de 1991 compró un pasaje a Nueva York con sus ahorros.

-En Chile, todo es plomo, negro y azul. Cuando llegué vi a señoras con el pelo morado, llenas de bolsas, caminando por la Quinta Avenida. Dije, de aquí no me voy más.

Gracias a un primo, encontró empleo cuidando caballos de carrera en Belmont Park, un hipódromo en Nueva York. Ahí, admite, trabajaba con papeles falsos y un seguro que no eran suyos. Nunca había cuidado animales y no sabía lo que estaba haciendo; ni siquiera hablaba inglés. Ganaba 150 dólares a la semana, lo mismo que cuando era ascensorista, solo que aquí tenía que despertarse a las cuatro de la mañana y siempre sentía miedo por la reacción de los animales. 

-Salía a buscar trabajo y lo único que decía era "I need job". Pero gracias a una polola que tenía en Chile, que conocía a alguien de acá, encontré una segunda pega. Iba a recoger la ropa a departamentos de tipos con plata y la llevaba al dry cleaner, en el piso 26 de la torre de Donald Trump. Entremedio, me probaba las chaquetas en los ascensores, porque igual soy pretencioso. 

Todos los días tenía una hora de almuerzo y el Conejo, vestido con su terno azul que le exigían en el trabajo, recorría Manhattan para aprender los nombres de las calles. Fue en uno de esos paseos, por la calle 53, cuando vio un carro que vendía maní a un dólar.

-Le pregunté al vendedor si me lo dejaba el paquete a 50 centavos, y me respondió: "¿Acaso eres chileno, hue...?". Se llamaba Jorge González, nos llevamos bien inmediatamente. Veía que él le gritaba a la gente: "Hi, how are you, you wanna try?", pero no sabía inglés: solo leía un papelito. Me preguntó cuánto ganaba que andaba tan terneado: 150 aquí y 150 paseando caballos, a la semana. Él me dijo que ganaba eso en un día. No le creí y me pidió que me quedara al lado, mirando. A la salida de un metro, él decía: "Free sample, check it out, hi, you look gorgeus". Y vi cómo le caía la plata. Entonces me pidió que trabajáramos juntos.

2. El salto

Sergio Nocco, un argentino que era el dueño de los carros del sector, empleó a Luis Martínez para que lavara los carros por 5 dólares. Después ofreció empujarlos por las empinadas calles hasta llegar a las esquinas donde los maniceros vendían. Luego, cargó maní en un camión hasta Brooklyn. Dice que hizo hasta 14 viajes diarios con una licencia de conducir falsa.

-Más tarde le compré el certificado de nacimiento a un boricua y me hice pasar por él para poder vender. Por eso tengo esta barba de puertorriqueño. Con mi licencia falsa me lancé al estrellato. Me fui a la Quinta Avenida y ahí dejé la cag... vendiendo. De repente pasaba la policía y me decía "give me your license". Se la pasaba, seguía vendiendo, y me gritaban "Gabriel". No miraba, porque se me olvidaba que yo era Gabriel.

Con su licencia, Sergio Nocco le pasó su propio carro de maní y después de más de tres años aprendió inglés. El Conejo cuenta que trabajó hasta que en 1994 juntó 13.000 dólares. Quería volver a Chile porque extrañaba a su mamá y sus amigos, y sobre todo por el clima: no soportaba el frío.

-Unos 20 maniceros me hicieron una fiesta de despedida en Long Island y llegó una amiga con una gringa, Carrie. Ella me dijo "Hi" y yo le respondí "Hi, I'm Conejo". Hasta ahí nomás llegué, porque no hablaba más inglés. Siempre le pedí al Señor que me mandara una compañera, porque estaba cansado de estar solo. No volví a Chile y dos meses después me casé con ella. No hablábamos mucho, tuvimos tres hijos rápido.

El entonces alcalde de Nueva York, David Dinkins, hizo un sorteo con los permisos para vender en las calles. Luis Martínez y Carrie, que trabajaba cuidando niños, ganaron uno cada uno. Y se instalaron por primera vez en Broadway con Nuts4Nuts. El Conejo dice que el primer día vendió 600 dólares. Y que llegó a vender 1.962 dólares en una jornada.

-Yo no soy el que trajo el maní a Estados Unidos. Mi mérito es otro: atreverme a vender donde ningún otro lo había hecho, en Times Square.

Con el éxito, arrendó un departamento en pleno Manhattan, en la Avenida 10 con la 45. Un amigo le atendía el segundo carro y logró expandirse a las avenidas que rodean Broadway. Asegura que llegó a tener hasta 18 carros: 10 legales y 8 ilegales. Con el negocio establecido dice que se compró una casa en Long Island, además de una camioneta para él y otra para su esposa. También contrató a dos choferes, uno para transportar los carros legales y otro para los ilegales.

Su hijo mayor, Luke, padecía el síndrome de Kabuki, una enfermedad congénita que provoca retraso mental. En 2000, junto a su familia, viajó a Chile para ir a la Teletón. Frente a las cámaras, le propuso a Don Francisco traer un carro de maní y donar todo lo recaudado. Le mandaron uno desde Nueva York. Era el comienzo de Nuts4Nuts en Chile.

-En la tele me preguntaron si estaba dispuesto a ayudar a más chilenos y yo dije que sí. Cuando llegué a la bodega que teníamos en Nueva York, mi hermano me dijo que habían 12 chilenos en fila, buscando pega.

Antes de irse, dejó un carro en Manquehue con Apoquindo. Un amigo que conoció cuando fue salvavidas estaba a cargo y al poco tiempo lo llamó para decirle que era un éxito. Entonces el Conejo viajó a Chile para comenzar su imperio. Dice que arrendó un departamento en Reñaca, y logró tener carros "desde el Festival de Viña del Mar hasta Estación Central", dándole trabajo a más de 250 personas. Según cuenta, llegó a tener más de 100 carros en Chile.

3. La caída

-No tenía idea del tema laboral ni tributario. Yo soy de la calle, soy creativo, no soy controlador. Tuve un contador y no me gustó, tuve una contadora y me cag... Tenía 30 carros en Santiago, una bodega y 10 personas que trabajaban en los computadores que les compré. Se me acercó tanta gente, creí en todos y cag... Abrí en Concepción, Arica, Antofagasta, Calama, Iquique. Después me ofrecían 20 millones por la esquina y la vendía. Y me compraba otras en el centro de Santiago, no paraba.

En 2004, recibió el premio Espíritu Emprendedor, entregado por la U. del Desarrollo. Según recueda Luis Martínez, a su lado estaba Horst Paulmann, presidente de Cencosud.

-Él me dijo: "Me encanta tu ñeque", y le respondí: "A mí me encantan tus Jumbo". Logré tener carros en los supermercados. Empecé a hacer charlas motivacionales. De todos lados me llegaba plata, pero no me daba cuenta qué pasaba en la administración. Yo era loco, lo único en lo que pensaba era en abrir y poner carros en todos lados. Quería conquistar el mundo. Sentía que hacía lo mismo que McDonald's.

El imperio del maní crecía y el Conejo hoy enumera los carros que instaló en Chipre, Suecia, Italia, Dinamarca, España, Francia y Alemania. El Conejo, su esposa y sus tres hijos se fueron a vivir al Huinganal, en La Dehesa, a una casa de 1.000 metros cuadrados, con piscina y siete perros labradores, recuerda.

-Mis hijos no jugaban con nadie. No sé para qué me fui para allá, me perdí. Soy de los barrios, de Estación Central, Departamental. Ahí tenía que habérmelos llevado, me equivoqué, fue un error. Pensaba en la gringa, en ellos, quería que vivieran lo mejor posible. Me hizo mal Chile, porque me volví loco, me gustó una chilena, la Carrie se enteró, y se llevó a los niños a Estados Unidos.

En 2009, Luis Martínez se separó. Su mujer le dijo que podían intentarlo en Estados Unidos, pero el Conejo cuenta que no estaba listo para dejar Chile y se fue a vivir solo a una casa en el Camino El Alba, en Las Condes.

-Me volví loco con el carrete, las mujeres, el juego. Hice asados por 30 días, invitaba a todos, compraba la carne, el trago. Perdí el rumbo. Empecé a perder las esquinas, comenzaron los problemas, me demandaron porque no había pagado imposiciones. Estaba triste, sin mis hijos, solo. Vendí una plata que nadie se imagina, más de 200 millones mensuales, entre todos los carros que tuve. Pero los fui perdiendo y no supe defenderme. No era mía la marca, cualquiera podía usarla, y eso pasó.

Abrió un local de completos en el subcentro del Metro Escuela Militar, New York Hot Dog, pero lo administró mal y se lo vendió a un ruso. Después de años sin estar detrás de un carro, el Conejo regresó a la calle a vender. Se instaló en Portugal y dice que lo llevaron detenido por no tener permiso.

La última esperanza que le quedaba, la esquina de San Antonio y Moneda, duró poco, porque su permiso caducó. En agosto de 2013, apareció en el programa En su propia trampa Néstor Jiménez, socio de Luis Martínez, donde reconoce que usaba a personas de escasos recursos y a discapacitados para que consiguieran las patentes para los carros de maní y luego quedarse con las ventas.

-Néstor se agrandó, pero no es malo como dicen ahí. Es demasiado apretado, mientras yo le regalaba plata a todo el mundo.

Ese mismo año, Martínez dejó Chile y regresó a Estados Unidos, con 300 dólares en el bolsillo. Dice que volvió a pasear caballos por Belmont Park. Dormía en una pieza cerca del establo y por las tardes iba a ver a algunos amigos que todavía tenían carros de maní. Uno de ellos le prestó el suyo para que volviera a preparar maní y almendras confitadas.

-En la noche, como a las once, esperaba afuera de Chanel a que botaran esas bolsas elegantes, negras, de cartón grueso. Las llenaba con los paquetes de maní y los vendía entre los establos. Como hablo inglés y algo de italiano, empecé a vender "two for three dollars, everybody can try, I'm El Chapo de los maní". Vendí todo, como 300 dólares en tres horas.

Dejó el trabajo con los caballos y consiguió un carro de maní. Vendió de manera ilegal por siete meses, hasta que lo llamaron desde Chile: había una posibilidad de recuperar las esquinas del centro. Sin pensarlo, viajó de regreso.

No llegó a acuerdo con la municipalidad de Santiago, pero sí abrió un Nuts4Nuts en San Bernardo y Melipilla. Y se instaló, sin permiso municipal, en avenida Providencia y Pedro de Valdivia.

-Andaba triste, igual le ponía empeño, pero no era lo mismo. La gente me gritaba cosas, que cómo estaba tan cag..., y yo lo único que quería era salir adelante. En Chile tienen un concepto totalmente errado, creen que porque alguien tuvo plata y después no, está muerto. En Santiago no me sentía bien, porque mis hijos estaban lejos, no tenía dónde vivir. Me levantaba a trabajar, almorzaba en el Mercado y lo que ganaba lo gastaba en la hípica. Me tenía que ir de allá.

4. El regreso

Al teléfono desde Nueva York, donde atiende dos carros de maní en pleno Broadway, Martínez dice:

-Entreno, todos los días corro al menos 15, 20 minutos, porque estoy solo, no tengo mujer y tengo que botar la energía. No voy a parar, imagina lo que voy a vender en invierno. A los chilenos aquí les vendo a 1 dólar, antes les regalaba, pero ya no. Ahora voy a tener más ojo, quizá no los voy a invitar a que se queden en mi casa, pero sí los voy a ayudar, porque siento que Dios quiere algo conmigo, porque soy un hombre trabajador.

Dice que hoy su jornada termina a las 2 de la mañana, hasta que vende su último maní. No planea volver a Chile ni tampoco candidatearse para concejal, como había anunciado. Un amigo argentino le dejó un carro y hoy sueña con llevar las empanadas chilenas a Manhattan.

-No soy ni el dueño ni el gerente ni nada, pero sé que voy a volver a tener hartas lucas. Porque yo soy el manicero.

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