Fondos Mutuos
Al amanecer, la lancha de Franz Schirmer se detiene en el delta del Blanco, el punto donde el correntoso río desagua en el lago Todos los Santos. -Aquí es donde empezaremos -dice Franz, empresario y guía local. Uno de los hombres que mejor conocen la ruta que nos aprestamos a recorrer. A buen paso, el desafío es caminar tres días siguiendo la borrosa huella que serpentea a los pies del Tronador, el volcán más grande en la región. Iniciada la marcha, a través de un sombrío laberinto flanqueado por gruesos arrayanes, ulmos y coigües, reconforta saber que Franz sabe exactamente a dónde vamos. No lo sabían bien los jesuitas que, durante décadas, en este mismo derrotero buscaron el llamado Paso de los Vuriloches: en el pasado, un camino secreto; hoy, una de las rutas más cortas para ir de Chile a Argentina, conectando Ralún (la entrada al Puelo y Cochamó) con Pampa Linda, en la provincia de Río Negro, cerca de Bariloche. En total unos cien kilómetros, relativamente fáciles de recorrer a través de la selva fría. Siglos atrás, una misión casi imposible, considerando que el acceso era a través de un pasadizo invisible a los ojos. Fue a inicios del siglo XVII que los españoles organizaron desde Chiloé las llamadas "malocas" o viajes de sangre, que tenían por fin apresar a puelches y poyas en las inmediaciones del Nahuel Huapi para hacerlos trabajar en sus minas y haciendas. Clave en la tarea fue el trabajo de los jesuitas, quienes, junto con descifrar la intrincada geografía, buscaban cristianizar a los indios. La misión, lo sabían, sería más fácil si daban con un misterioso paso a través del cual el esfuerzo del viaje se redujera a la mitad. El problema era que los indígenas se negaban a revelar sus coordenadas. En el afán por descubrir el paso, varios sacerdotes confundieron bondad con ambición. Entre ellos Nicolò Mascardi, quien, junto con buscar el pasadizo, ansiaba llegar a la mítica Trapalanda o Ciudad de los Césares. Mascardi jamás lo logró, pues en su última expedición le agujerearon el cráneo. Décadas después, no correría mejor suerte Juan José Guillelmo. Cuando acababa de descifrar el enigma, el cura fue envenenado con un vaso de chicha servido por un perspicaz cacique que sabía que el hallazgo facilitaría la llegada de los hidalgos. Años más tarde, la ruta se hizo bien conocida. Y, tras el paso de curas franciscanos como Güell y Menéndez (este último, enviado por el virrey Francisco Gil y Lemos, con la orden de encontrar de una vez por todas la famosa Ciudad de los Césares), el camino terminó por convertirse en la llave de lo que hoy se conoce como la Evangelización de la Patagonia. A media tarde, la caminata es aún más intensa que en un comienzo. Cuando el invierno amenaza con apagar el otoño, en silencio avanzamos por un lugar intrigante y deshabitado. En verano, por el contrario, aquí no sería difícil toparse con aventureros que se animan con la que -dicen- es una de las rutas de trekking más bellas del mundo. Una que incluso cuenta con una avanzada de Carabineros donde es posible acampar. Sorteando charcos y troncos que sirven de puentes improvisados, intento seguir los pasos de Franz, un James Bond local que, aparte de ser buzo y piloto civil, es un fuerte montañista. Desde que partimos, hemos ido hacia el sur, siguiendo la cuenca del río Blanco en dirección a la laguna Cayutué. El objetivo del día es llegar, en unas diez horas, a La Junta, el lugar donde el río Blanco se encuentra con el Esperanza. Alienta saber que el premio al esfuerzo será un reconfortante baño en las termas de Vuriloche. Camino. Sudo. -Es más fácil -dice Franz- cuando la caminata se hace al revés. Desde Argentina a Chile, pues buena parte del camino es en bajada. Ahora, como vamos en subida, es mucho más duro. Alzo la vista. La postal impresiona. Es como ver Machu Picchu desde un refrigerador. Gigantescos cerros, murallones verdes, hacen difícil imaginar que, caminando entre estas frías montañas, uno pueda llegar a algún lado. Conteniendo el aliento, hemos ingresado al corazón del Parque Nacional Vicente Pérez Rosales, uno de los más bellos y desconocidos de Chile. También el más antiguo. Eso luego de que lo visitara Theodore Roosevelt, el Presidente de Estados Unidos que impulsó el primer sistema de parques de Estados Unidos. Tras conocer la zona, el propio Roosevelt animó a las autoridades chilenas a que lo protegieran. No sin lanzar una frase que aún hoy emociona: "Chile es el país más bonito del universo". La anécdota la conoce bien Franz Schirmer. Él es heredero de una de las principales familias que colonizó esta zona tras crear el imperio comercial que por décadas facilitó el paso desde Chile a Argentina a través del lago Todos los Santos. Fue Ricardo Roth, bisabuelo de Franz, quien animó a Roosevelt a que viajara de Puerto Varas a Bariloche, pasando por Peulla. Ahí se sumó el perito Francisco Moreno y, frente a una chimenea, acordaron proteger el lugar para siempre. Fanático de la historia, junto al hotel que tiene en Petrohué, el propio Franz levantó -a puro ñeque- un museo donde se resumen los avatares en la región.Fue en ese museo donde, en rigor, comenzó este viaje, inspirado en la historia más extraordinaria de las que ahí se cuentan. Justamente la que ahora nos tiene transpirando, con la esperanza de llegar al pozo termal que aún no aparece. A la entrada del museo, grandes láminas ponen en valor el sitio arqueológico (a treinta kilómetros del aeropuerto de Puerto Montt) donde a mediados de los 70 se descubrió la cultura que hoy se reconoce como la más antigua de América: Monte Verde, un asentamiento de cazadores-recolectores, hoy fechado en 14.500 años de antigüedad. El sitio donde los arqueólogos no solo encontraron vestigios de la primera vivienda de América (amén de las primeras cuerdas, estacas y nudos), sino que también restos de un mastodonte y de al menos veinte plantas medicinales. Algunas, solo posibles de obtener en lo que hoy conocemos como Argentina. ¿Cómo las consiguieron? -Probablemente -dice Franz, ya instalado en la poza termal, el gran premio al duro día de caminata- los monteverdinos cruzaban en verano desde Argentina a Chile a través de los Andes. Y si lo hicieron, fue por este paso. El mismo que conocían puelches y poyas, y que finalmente fue utilizado por los jesuitas. Al ocaso, el humo en la piscina de cancagua no deja ver el rostro de mi particular guía. Solo escucho sus palabras. -Hasta ahora, la idea de que los monteverdinos utilizaron este camino es una hipótesis. Pero si en la ruta se llegara a descubrir algún vestigio de ellos, el Paso Vuriloche se convertiría en la ruta de trekking más antigua de América y una de las más interesantes de todo el planeta. Amanece. Comienza el día dos. Desde La Junta, el desafío es llegar a las Lomas de Huenchupan. En total, 15 kilómetros que Franz estima podremos aplanar en ocho horas a tranco firme. Poco a poco, ganamos altura. Franz es tan bueno para caminar como para hablar, así que, mientras ascendemos, intento imaginar cómo habría sido este paraje miles de años atrás. Franz explica que ahora vivimos en el Holoceno, fines del Cuaternario. Los monteverdinos, en cambio, lo hicieron cuando acababa el Pleistoceno, el tiempo más frío de la gélida Era del Hielo. Por donde caminamos ahora, dice Franz, no había bosques. Solo hielo por todos lados. Si avanzar hoy por aquí es difícil, diablos que debe haber sido difícil cuando no había polar ni Gore Tex. La cosa es... ¿De verdad aplanaron este camino los monteverdinos? Tras estudiar ingeniería comercial en la Diego Portales, Franz partió a integrarse a un banco en Suiza. Su trabajo era soñado, pero un día lo llamó su abuela y le ofreció hacerse cargo del hotel familiar en Petrohué. Para entonces, el imperio del clan (que por décadas había controlado el turismo en el llamado Cruce de los Lagos) venía a la baja. Franz dudó. Pero cuando estaba a punto de iniciar un almuerzo de negocios en Lugano, de pronto entendió que lo suyo no eran las barras de oro ni las propiedades de alto valor, sino que el emprendimiento y la aventura. El sello de su linaje. Tras renunciar, le dijo a su abuela que tardaría dos años en regresar. Antes debía aprender hotelería. Y como Franz es un tipo aplicado, excelente para planificar, como todo buen suizo (tiene esa nacionalidad), consiguió trabajo en el Post, el hotel más cool en Zermatt, la vieja estación de esquí de los Alpes. De vuelta en Chile, aplicó lo aprendido. Y, junto con modificar la administración, se dio cuenta de que para triunfar debía agregar valor a la clásica oferta turística en la región. Con ese ideario, Franz no solo creó la sociedad que levantó, hace unos años, el centro de esquí del volcán Osorno, sino que se integró al directorio de la Fundación Monte Verde, organización que hasta hoy pelea -entre otras cosas- porque el Estado chileno valore un sitio que, a todas luces, debiera ser Patrimonio de la Humanidad. -El problema -dice Franz, sin descansar ni por un minuto- es que uno de los requisitos que pone la Unesco es que el sitio no sea privado. Y, lamentablemente, cuando una ex autoridad se enteró de lo que significaba, lo adquirió para él. La historia de Monte Verde no es menos enredada que el sinfín de huellas y riachuelos que, una y otra vez, aparecen ahí enfrente. Franz conoce los detalles del proceso porque, en los últimos años, terminó por entablar genuina amistad con el gran héroe de esta historia: Tom Dillehay, el arqueólogo norteamericano que descubrió Monte Verde hace ya cuatro décadas. -A Tom -dice Franz- le costó veinte años que la comunidad científica internacional reconociera que Monte Verde era, en verdad, el poblamiento más antiguo de América. La historia es así. Para cuando se halló Monte Verde, un brumoso campo a orillas de un sereno estero poblado por vacas (todo comenzó cuando un lugareño halló lo que pensó era el molar de un bovino mutante, en verdad restos de un animal prehistórico), existía consenso de que el asentamiento humano más antiguo en América era Clovis, en Estados Unidos. Descubierto por Edgar Billings, hoy hay certeza de que Clovis fue habitado entre 12.900 y 13.500 años atrás. Ese hallazgo, más el trabajo publicado por Vance Haynes en la revista Science en 1964, fue la base de otro consenso. Durante la última glaciación, tiempo en que los océanos bajaron y apareció Beringia -un puente de 1.500 kilómetros de ancho que terminó por unir Asia y América-, el homo sapiens no solo había cruzado, sino que, paulatinamente, pobló el continente de norte a sur. Monte Verde echaba abajo la teoría. ¿Cómo podía haber humanos en el extremo sur del mundo miles de años antes que en Clovis? Para demostrarlo, con magros recursos, Dillehay viajó innumerables veces a Chile, pagando costosos estudios, amén de realizar muchas excavaciones. Cuento corto: Dillehay fechó Monte Verde en 14.500 años de antigüedad. Y la teoría terminó por aceptarse tras un congreso al que asistió el propio Billings. El mito dice que, iniciado un almuerzo en una picada de Puerto Montt, Billings alzó su copa y brindó por Tom y la nueva era que comenzaba. La pregunta desde entonces sigue ahí. ¿De dónde salieron los monteverdinos? ¿Cuándo llegó el primer hombre a América? Las cosas se enredaron aún más cuando el propio Dillehay fechó nuevos restos y aseguró que los monteverdinos ya estaban allí al menos hace 33 mil años. En resumen, tras dimes y diretes, la llamada Teoría Tardía del Poblamiento de América fue reemplazada por la del Poblamiento Temprano, que de todos modos aseguraba que había ocurrido de norte a sur, solo que antes. Pero... ¿De verdad fue así? Hoy hay quienes lo dudan. Por al menos dos razones. Una es que, cuando ocurrió lo de Beringia, la actual Canadá estaba cubierta por hielo y habría sido imposible avanzar hacia el sur. A favor de la idea, sin embargo, están los que aseguran que en aquel tiempo entre los bloques de hielo se había formado un pasadizo. Por otra parte, hay quienes especulan que los asiáticos no habrían avanzado por el centro, sino por un camino entre el hielo. Otros dicen que por una ruta junto al océano que se comieron las olas. La segunda razón, aún no validada por la ciencia, es que en los últimos años se han descubierto posibles asentamientos aún más antiguos que Monte Verde. Entre ellos Toca da Esperança, en Brasil, donde se halló un guijarro con marcas de golpes datado según sus descubridores en 200 mil años atrás. Junto con esos hallazgos, han surgido extrañas teorías como la que asegura que el poblamiento original de América no habría sido protagonizado por homo sapiens, sino que por alguna variante de homo erectus que habría llegado 300 mil años atrás. En contra de las especulaciones están los estudios de ADN que revelan la presencia de un único linaje paterno fundador (denominado DYS199T), detectado tanto en América del Sur como en las américas del Centro y Norte. Certeza que se enmarca en la idea de que el continente habría sido poblado hace 20 o 30 mil años. La segunda y extenuante jornada concluye en un simple refugio en las Lomas de Huenchupan, desde donde se tienen formidables vistas del Tronador y sus glaciares. Parte del plan del soñador Franz Schirmer es reemplazar los rupestres refugios que hay en la ruta, por cómodos paradores similares a los que se encuentran en Nepal o Nueva Zelandia. Una vez más, antes de dormir es imposible no pensar en que donde ahora con suerte puedes ver zorros o ratas, alguna vez deambularon paleolamas, gonfoterios, tigres dientes de sable o las rarísimas macrauchenias, animales con el aspecto de grandes camellos y trompa corta (digna de alguna tierna animación de Pixar). Lo que le quita al sueño a Franz, sin embargo, poco tiene que ver con la fauna. Sí con encontrar pruebas de que los monteverdinos usaron el paso. En esa tarea, Franz ha recorrido varias veces el Vuriloche en compañía de científicos, incluido el propio Tom Dillehay. Lo hicieron a fines del año pasado, luego en febrero y en marzo de este año. Hay planes para volver en octubre. Eso a sabiendas de que el territorio más de una vez fue cubierto por ceniza volcánica. Y, por lo mismo, el hallazgo podría estar en el fondo de un volcán sumergido o en la oscuridad de un alero rocoso. Por ahora, nada han encontrado, salvo la certeza de que el lugar es especial, de leyenda, tanto que algunos han imaginado que hasta Butch Cassidy y Sundance Kid estuvieron aquí, traficando ganado hacia Ralún. De pronto el horizonte se abre y a lo lejos se vislumbra la pampa argentina. Antes de concluir el periplo, Franz asegura que el turismo en la zona de Puerto Varas ha bajado y hoy está en riesgo porque, en definitiva, el "producto es malo y poco rentable". Franz Schirmer pone como ejemplo a la pesca: "Se ha deteriorado por el cero control a los pescadores furtivos". Dice entonces que habría que poner foco en el trekking y la naturaleza: "A favor tenemos un entorno seguro, sin osos, serpientes ni terrorismo". Al final del camino aparece Pampa Linda. Y aunque para quien escribe el viaje ha sido una gran aventura, para Franz -que no cejará hasta encontrar rastros de los monteverdinos- apenas es un tránsito más por una ruta que está decidido a aplanar todas las veces que sea necesario. -La vida -dice Franz Schirmer, antes de sacarse la mochila- no es muy diferente a subir una montaña. Todos sueñan con llegar a la cumbre, pero pocos son los que parten. Y de los que lo hacen, muchos quedan en el camino, maldiciendo porque les duelen los pies o todo el peso que han llevado consigo. Soy de los que piensan que, si planificas y das los pasos correctos, al final sí o sí llegarás a donde querías. ¿Hay algo más antiguo que eso?
Con los años, Franz Schirmer se ha ido convenciendo de que sí. Y, mientras sumamos zancadas, resume el proceso a través del cual él mismo se transformó en investigador.
Nuevamente amanece y, en el último día de caminata hay que avanzar desde Huenchupan a Mallín chileno: la pampa inundada cerca de la cual está la frontera y hay ríos como El Traidor, que ganó su nombre porque, cuando hay lluvias fuertes, multiplica su caudal en cuestión de minutos.