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El extraño mundo de San Marino

domingo, 26 de junio de 2016

POR Gazi Jalil F., DESDE SAN MARINO.
Reportaje
El Mercurio

San Marino se puede recorrer entero en una tarde. No solo es uno de los países más pequeños del mundo. También posee la fortaleza medieval mejor conservada de Europa, donde se mezcla la historia con las tiendas de lujo. Pero hay algo que causa aun más curiosidad, más que las fantásticas torres de piedra que siempre muestra en sus postales: tiene la peor selección de fútbol. Después de estar allá, uno entiende por qué.



Nadie se da vuelta a mirarlo. Nadie le pide un autógrafo. Nadie se acerca para una foto. Ni siquiera la mesera que nos atiende se sorprende con su presencia.

En cualquier otro país, Danilo Rinaldi no podría caminar tranquilo por la calle. Dos días antes de nuestro encuentro había marcado el gol con que su equipo ganó el campeonato nacional. Es más: desde que fue contratado como delantero, hace cuatro años, el club ha ganado todas las copas de la liga. Y aún más: es una de las principales figuras de la selección de su país.

Pero mientras tomamos una cerveza, sería mucho decir que alguien reparó en su presencia.

Rinaldi levanta los hombros:

-Así es en San Marino -dice.

Pese a su nombre, San Marino no tiene mar. Ni siquiera ríos. Tampoco aeropuerto ni estación de trenes. Menos aduana y no es necesaria ninguna formalidad fronteriza al entrar: ni llenar papeles ni explicar el motivo de la visita ni mostrar el pasaporte. Por eso, en este punto del viaje en bus, no sé dónde estoy. No sé si el paisaje que se ve por la ventana aún es Italia o si ya llegamos.

-Ya llegamos -me aclara Massimiliano, un sujeto ni joven ni viejo que va sentado a mi lado, mientras el bus sube por una carretera que serpentea por la ladera del monte Titano, en el corazón de los Apeninos.

Massimiliano habla fuerte, como si no se escuchara a sí mismo. Me pregunta si vi el pórtico que pasamos hace un rato, una especie de puente peatonal blanco con un mirador.

-Bueno, esa es la frontera. Pero solo sirve para que sepan los turistas.

Durante el resto del viaje, Massimiliano me ilustrará sobre la vida en San Marino, la comida en San Marino, el paisaje en San Marino y la gente en San Marino. Le pregunto de qué trabaja. De mozo, dice. Le pregunto dónde queda su restaurante. Allá arriba, dice. Le pregunto arriba, dónde. Y Massimiliano indica hacia el peñón más alto de la montaña.

-Allá.

Entre las nubes, emerge la silueta de la Torre Guaita, una imponente construcción medieval que es la postal más conocida de esta república que apenas aparece en el mapa, ubicada unos 400 kilómetros al norte de Roma, habitualmente relegada de los circuitos turísticos tradicionales, a veces confundida como parte de Italia y otras veces desconocida para el viajero menos informado.

Casi no se oye hablar de San Marino. Las pocas ocasiones en que se le menciona son siempre por un puñado de datos que parecen sacados de un libro de récords. Massimiliano los enumera: es el país más pequeño de Europa, después de El Vaticano y Mónaco. Tiene apenas 61 kilómetros cuadrados. Y cuenta algo más de 32.000 habitantes, menos que cualquier comuna de Santiago. Ostenta la mayor esperanza de vida en el mundo, con 85,6 años, según la OMS. Y es una república vieja, la más antigua de todas, fundada oficialmente en el año 301. Y solo para abundar, Massimiliano menciona que aquí se redactó la primera Constitución de Europa.

Pero tal vez este país sea más conocido no tanto por su fantástico casco antiguo, ni por sus calles empedradas, ni por sus tres torres medievales que se ven antes de llegar, sino que por una curiosidad que ha dado la vuelta al planeta: tiene la peor selección de fútbol de toda la historia.

-¿Fútbol? No sé nada de fútbol -me reclama Massimiliano.

Danilo Rinaldi, de manga corta, deja entrever sus brazos tatuados. Mientras toma su cerveza, dice que antes de radicarse aquí jamás había oído hablar de este país. Nació en Argentina y jugaba en un equipo de cuarta división, cuando su primo, que ya vivía en San Marino, lo llamó y le dijo que se viniera.

Ahí recién supo que su abuelo era sanmarinense. El dato le facilitó todo desde que llegó en julio de 2008: obtuvo la nacionalidad, consiguió empleó en una fábrica de muebles, donde trabaja hasta hoy,  y se fue a probar a un equipo de fútbol: el Virtus.

-Quedé enseguida -recuerda.

Cuatro meses después, debutaba por la selección del país.

En San Marino hay una numerosa colonia de argentinos. Cerca de 600, calcula Rinaldi. Al menos diez de ellos juegan en el campeonato de fútbol local, una liga semiprofesional en la que participan 15 equipos. Rinaldi milita hoy en La Fiorita.

Lo primero que le llamó la atención, dice, fue el público que iba a verlos jugar. Lo resume en una palabra:

-Nadie.

Para un sudamericano como él, acostumbrado a ver partidos a estadio lleno, jugar con 60 personas en las graderías es menos que nada.

-No hay barra. No hay cantos. No hay gritos. No hay banderas. Era como jugar en un estadio vacío -describe.

Pero más que eso, reconoce que lo que más le chocó fue otra cosa: la falta de pasión de sus mismos compañeros de club.

-Perdemos un partido y es como si no hubiera pasado nada. Yo quedo caliente toda la semana, pero ellos al rato ya se están riendo y hablando de lo que van a hacer al otro día. Al principio los quería matar, pero me he tenido que adaptar y aceptar que aquí es así.

No es tan raro si se considera que los sanmarinenses que se dedican al fútbol no necesitan del deporte para escapar de nada ni para mejorar sus expectativas. En San Marino no hay pobreza, el desempleo es mínimo y es uno de los países con mayor calidad de vida en Europa. Ni siquiera hay delitos y la única ocupación de la policía, a juzgar por la garita ubicada frente a la entrada del casco histórico, parece ser controlar el tránsito, que tampoco es tanto.

Bajo esta realidad, el futbolista de aquí juega solo porque le gusta. A veces, según Rinaldi, se parece más a un grupo de amigos que a una liga en competencia.

Sin embargo, dice que desde que juega por la selección hay algo mucho más duro que ha tenido que enfrentar. Peor que el escaso público y peor que la falta de pasión:

-Es difícil acostumbrarse a la derrota.

Llegué en el día más frío de la primavera. Dividida en nueve ciudades, llamadas castillos, la capital de la república es la cittá de San Marino, que está a 739 metros de altura, en la cima del monte Titano. Las nubes, cargadas de lluvia, no pasaban solo por arriba, sino que también se veían hacia abajo, como un gran océano gris que no dejaba observar nada más.

Pese al clima, la parte antigua de la ciudad estaba repleta de turistas con sus bastones de selfies, que subían y bajaban por un laberinto de calles estrechas y construcciones de piedra que parecían sacadas de una película.

Massimiliano lo había adelantado:

-Todos comparan San Marino con lo que ven en El señor de los anillos. Pero esto es mejor.

Se trata de una impresionante y bien conservada y convincente fortaleza medieval. Al primer vistazo se entiende por qué atrae a más de tres millones de visitantes al año, en su mayoría italianos.

Se puede recorrer entera en una tarde. A ratos parecía un mall al aire libre, donde convivían las vitrinas de Fendi, Tom Ford, Swarovski y Chanel con las tiendas de souvenires baratos y restaurantes de pastas. A ratos parecía una miniciudad detenida en el tiempo, con basílicas, museos, casas, hoteles, oficinas y el palacio de gobierno. Y a ratos, cuando el cielo se destapaba, parecía una gran terraza desde donde se podía dominar todo: a un lado, la ciudad italiana de Rimini y el mar Adriático; al otro, las montañas, los valles y las siembras; y al otro, los caminos y la frontera con Croacia.

Uno podría quedarse por un buen rato solo viendo a las parejas tomarse fotos con la Torre Guaita detrás, a los grupos escolares guiados por sus profesores de historia, a los equipos de ciclistas aprovechando las pendientes para entrenar y a los ancianos subiendo apenas las escaleras que terminaban en otras escaleras.

No se podía hacer mucho más, tampoco. Tal vez una compra sin impuesto en alguna tienda, una cerveza en algún bar, entrar al Museo de la Tortura o al Museo de Vampiros y Licántropos, ver el cambio de guardia, pasear en el funicular o, si había suerte, revisar si en el vuelto venía un euro acuñado en San Marino, una rareza para los coleccionistas, que aquí se vende al doble o triple de su valor.

Pero ya está. Era todo.

Afuera del casco antiguo, no había tanto más. Un martes, a las siete de la tarde, penaban las ánimas en el resto de la ciudad. Los turistas habían desaparecido en masa, todo el comercio había cerrado, no se veía más que un par de restaurantes abiertos, no había taxis y apenas circulaban unos pocos autos.

Massimiliano también lo había adelantado:

-Yo que tú me alojaba en Rimini. La gente viene aquí solo por el día.

Algunas estadísticas de la selección de San Marino:

Clasificación para la Eurocopa 2006: Pierde 13 a 0 con Alemania.

Clasificación para la Eurocopa 2012: Pierde 11 a 0 con Holanda.

Clasificación para la Eurocopa 2012: Pierde 8 a 0 con Finlandia.

Clasificatorias para el Mundial de Sudáfrica: Pierde 10 a 0 con Polonia.

Clasificatorias para el Mundial de Brasil: Pierde 9 a 0 con Ucrania.
Dos datos más:

El único triunfo oficial que registra: 1-0 contra Liechtenstein (en 2004, partido amistoso).

En 2014 tuvo 61 derrotas consecutivas. Solo rompió la racha tras un empate a cero con Estonia.

El partido que Danilo Rinaldi recuerda con más emoción ocurrió el 12 de octubre de 2012, contra la selección de Inglaterra, en el estadio Wembley, por las clasificatorias rumbo al Mundial de Brasil 2014.

-Fue increíble. Ochenta mil personas -dice, como si aún las estuviera viendo.

En la víspera, entrevistado por medios argentinos, Rinaldi declaró que si perdían por cuatro a cero, sería una hazaña para San Marino.

Perdieron cinco a cero.

Aun así, Rinaldi lo describe como un momento estelar de su vida.

Para Adolfo Hirsch fue igual de importante. También es argentino, también tenía un abuelo sanmarinense y también tiene la nacionalidad. Se conocen desde niños con Rinaldi. Hoy viven en la misma ciudad, Falciano, y en el mismo edificio. Ambos, al poco tiempo, trajeron a sus novias y se casaron aquí. Trabajan en la misma fábrica de muebles. Se juntan para salir y hasta vacacionan en los mismos lugares. Y los dos juegan por la selección, aunque en el campeonato local son rivales. Hirsch pertenece al Folgore.

-Ese partido contra Inglaterra fue mi primer encuentro como visita y lo recuerdo entero -cuenta Hirsh, con quien me junto más tarde, después de su horario laboral, en el lobby del hotel.

Sabe que estoy aquí por lo contrario de lo que cualquier futbolista desearía.

-Sí, mucha gente se burla de nosotros -admite-. Nos tratan de muertos, pero hablan sin saber lo mucho que hacemos. Me levanto a las seis de la mañana, entreno duro. Uno sabe que no puede ganar por la calidad del rival y por la realidad nuestra. Pero tratas de que la derrota sea por lo menos posible. A veces termino amargado, triste. Es lo normal. No tengo dudas de que somos los peores, pero mejoraremos con los años.

A diferencia de Rinaldi, Hirsch sí sabía de San Marino. De hecho, obtuvo el pasaporte de la república antes que el argentino. Su padre pensaba que algún día le sería útil. Es de Pergamino y jugaba en Banfield, un equipo de tercera división.

-Pero la plata que ganaba no me alcanzaba para vivir. Económicamente no iba a ningún lado, hasta que me llamó Danilo y me dijo que me viniera, porque aquí había trabajo y fútbol.

Ya lleva siete años en este país y su hijo de 3 nació aquí. En la fábrica de muebles cumple turnos de siete horas y media y luego entrena tres días a la semana. Cuando debe viajar por la selección, corre el "permiso deportivo": igual le pagan los días no trabajados. Lo mismo ocurre con sus demás compañeros seleccionados. Entre ellos hay abogados, un farmacéutico, estudiantes, un dueño de bar, un empleado bancario, un bartender, un empleado de una empresa de aceite de oliva, otro de una empresa de iluminación, oficinistas y un sindicalista. El actual DT Pierangelo Manzaroli está a cargo de dos selecciones más: la infantil y la Sub-17.

-En San Marino la gente lo tiene todo. Desde que nacen, no les falta nada. Es difícil que tengan la misma pasión que nosotros. Nunca tuvieron necesidad de demostrar algo como nosotros. Por ejemplo, aquí nadie compra en cuotas -describe Hirsch.

Nada de lo que ha visto, dice, se parece a su vida en Argentina. Encuentra que la gente es muy cerrada, que es difícil hacer amigos y que cada cual hace su vida. Pero también se impresiona con lo organizado que es San Marino:

-Todo funciona bien aquí, las calles limpias, la tranquilidad, la seguridad. Dejas tu auto afuera y no pasa nada.

Hirsch se acomoda en el sillón:

-El mundo tendría que ser así.

Al lado de Danilo Rinaldi está Magaly Rivas, que pide una bebida. Tiene tres meses de embarazo. Apenas se le notan. Le faltaba un año para terminar Leyes en Buenos Aires, cuando decidió venir a acompañar Rinaldi, quien entonces era su novio y que hoy es su marido.

-No quise dejar solo a Danilo -explica.

Llegó sin saber una palabra en italiano. Algo ha aprendido en este tiempo, dice, pero admite que aun le da vergüenza hablarlo.

-Lo bueno es que aquí la salud es gratis -señala-. El sistema funciona muy bien. Lo peor es la soledad, estar sin tu familia. Estaba acostumbrada a que en Navidad nos juntáramos 50 personas en la casa. Ahora estamos los dos solos.

Esa misma soledad la sintió Rinaldi cuando llegó a San Marino. Hoy, algunos fines de semana van a dar una vuelta a Rimini, la ciudad italiana más cercana. O van a la playa en Ancona. O a esquiar.

En dos días más, todo su equipo, La Fiorita, se juntará en una cena para celebrar el campeonato. En julio disputarán el primer encuentro por la Liga Europea de la UEFA, donde se enfrentan los mejores equipos del continente.

La Fiorita ha estado en la misma instancia en los últimos tres años. Nunca ha ganado un partido, ni de local ni de visita, por lo que nunca ha pasado de la primera fase.

El futbolista lo cuenta tranquilo, mientras toma el último sorbo de su cerveza.

De pronto, en el bar donde estamos, una joven se acerca a Rinaldi. Tiene ojos verdes y pelo castaño. Cuando está a su lado, lo mira como si sospechara quién es, le sonríe, le pasa un papel y le pide algo en italiano.

-¿Un autógrafo? -le pregunto.

Rinaldi se ríe y me acerca el papel.

-Es la cuenta.


San Marino es el país más pequeño de Europa, después de El Vaticano y Mónaco. Tiene apenas 61 kilómetros cuadrados.

El único triunfo oficial de la selección de San Marino fue en 2004: 1-0 contra Liechtenstein. En 2014 tuvo 61 derrotas consecutivas.

"En San Marino la gente lo tiene todo. Por eso, es difícil que tengan la misma pasión que nosotros", dice Adolfo Hirsch, futbolista argentino nacionalizado.

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