El Evangelio de la Misa del domingo toca varios temas: el amor coherente a Jesús, que hace morar a Dios en el alma; el valor trascendente de las palabras de Jesús mientras estuvo con sus discípulos, el papel esencial del Espíritu Santo en la vida cristiana, la paz de Cristo, la partida del Señor al cielo. Ante la imposibilidad de comentar todos estos temas, podemos detenernos en las palabras "Mi paz les dejo, mi paz les doy". Todo el período litúrgico de Pascua combina la alegría con la paz. Recordemos que al aparecerse Jesús a sus discípulos el Domingo de Resurrección, les repite dos veces su saludo de paz. No es fácil poseer una paz profunda y permanente, como todos desearíamos tener. Hay períodos de la vida más apacibles que otros, pero en todos ellos se mezcla lo agradable con lo inquietante, lo que resulta bien con lo que falla, lo que cumple con las expectativas y lo que las frustra. Hay quienes creen tener una paz completa, pero es probablemente porque no se conocen bien a sí mismos. Incluso suponiendo que una persona consiga un grado suficiente de paz personal, el modo de ser o la actuación de los demás por algún lado va a alterar ese aparente equilibrio. La convivencia humana conlleva contradicciones, sobresaltos, cuando no agresiones pequeñas o grandes que inquietan o alteran la propia paz. Por todo esto, Jesús aclara que Él no ofrece una paz fácil en este mundo, como si fuera un psiquiatra que recomienda pastillas. El Maestro no es un demagogo religioso, de los que tanto abundan. A las dificultades habituales de la vida, Él más bien agrega las dificultades de quien aspira a bienes más altos para sí mismo y para la humanidad entera. ¿Qué paz podemos entonces pedir a nuestro Redentor? La que da el Espíritu Santo, nos dice este Evangelio. Porque el Espíritu Santo es Defensor y Consolador. Él nos hace presente en esta vida las enseñanzas del Señor, y nos permite entender todo lo que sucede en el contexto de una paz superior. Solicitamos para el mundo entero la paz de quien desea vivir una vida cristiana coherente: en ella el amor de Dios es integrado en las obras de la vida cotidiana, porque "el que me ama guardará mi palabra". La paz de quien busca la protección de Dios en la tribulación, que nunca faltará. La paz del que desea contagiar a los demás su amor por el Señor Jesús. También dice el Señor en el Evangelio de este domingo: "Si me amaran, se alegrarían de que vaya al Padre". Solamente en la eternidad alcanzaremos junto a Jesús la plenitud de esta paz que todos deseamos. astorquizaf@gmail.com