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Rol de "árbitro" en las negociaciones políticas:

En medio de la crisis española, el rey mejora su imagen

viernes, 29 de abril de 2016

Martín Rodríguez Yebra LA NACIÓN/ARGENTINA/GDA
Internacional
El Mercurio

MADRID Felipe VI sube en los sondeos, e incluso se ganó elogios de dirigentes republicanos.



El complejo tablero que dejaron las elecciones del 20 de diciembre en España puso en un campo minado a Felipe VI, obligado a arbitrar entre candidatos que se detestan entre ellos y a ensayar fórmulas para salir del bloqueo que impide formar un gobierno estable.

En cuatro meses el rey concedió la cifra récord de 52 audiencias privadas a líderes políticos, hasta que el martes tiró la toalla: constató que el acuerdo es imposible, y se convocarán nuevas elecciones para junio. Pero el fracaso también alivió a la Casa Real.

La figura de Felipe VI es la única que emerge fortalecida de un proceso desgastante: las encuestas castigan a Mariano Rajoy (Partido Popular, PP), Pedro Sánchez (Partido Socialista, PSOE), Pablo Iglesias (Podemos) y Albert Rivera (Ciudadanos), por la incapacidad de negociar, y, en cambio, destacan positivamente el rol del rey.

Tras la tercera ronda de consultas, hasta un republicano militante como Iglesias lo cubrió de elogios por su "equilibrio, sensatez y sabiduría" para ejercer las funciones constitucionales como Jefe de Estado.

Al rey le corresponde encargar la formación del gobierno al candidato que considere en condiciones de conseguir la confianza de la mayoría del Congreso. Solía ser un trámite. Pero cuando el resultado es incierto la ley le deja un margen de acción política, que podía poner en peligro la neutralidad a la que está obligado. Sobre todo cuando lucha por recuperar el prestigio de la corona, herido de gravedad en los años finales del reinado de su padre.

Jugó con cautela. En enero le encargó el gobierno a Rajoy, primero en votos. Pero cuando este, sin aliados a la vista, declinó la invitación, le pasó la responsabilidad a Sánchez, también escaso de apoyos.

Nunca un perdedor de las elecciones había recibido el encargo real. Rajoy lo tomó a mal, a tal punto que su relación con el rey quedó tocada. Sin embargo, el movimiento de Felipe VI puso un límite temporal a las negociaciones.

Tenía la opción de no encomendarle a nadie la misión, con lo que habría dejado un período indefinido para que los políticos pactaran. Prefirió presionarlos: si se vencía el plazo -como ocurrió-, la salida sería repetir elecciones.

Una encuesta de Sigma Dos destacó esta semana que el 54% de los españoles califican con un bien o muy bien el manejo de la situación que hizo Felipe VI. En cambio, todos los candidatos salen golpeados: ninguno alcanza una nota de 5 sobre 10 en los sondeos.

Ante la fragmentación, la Casa Real se fijó la meta de que nadie pudiera sospechar que se favorecería a un partido por sobre los demás.

El encargo a Sánchez fue una prueba de fuego. Podría formar gobierno con Podemos e Izquierda Unida, dos partidos que tienen entre sus objetivos declarados el fin de la monarquía.

El debate sobre el modelo de Estado no está zanjado, y podría abrirse si el próximo gobierno iniciara un proceso de reforma constitucional. Pero el clamor republicano no prendió en los días de incertidumbre posterior a las elecciones.

Rivera y Sánchez destacaron la "imparcialidad" del rey y la "estabilidad institucional" que ofrece. Rajoy -todavía molesto por el encargo al socialista- fue más parco.

Felipe VI se encargó de pedirles el martes a los líderes que no hicieran una campaña de reproches y que ajustaran los gastos proselitistas. Sabía que el mensaje iba a trascender: hace juego con el intento de mostrar una institución más austera que la que condujo su padre.

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