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Crítica de Arte Museo Nacional de Bellas Artes y U. Autónoma:

El museo florido

domingo, 10 de abril de 2016

Waldemar Sommer
Artes y Letras
El Mercurio




Los volúmenes tienden a dominar en las exhibiciones de este comienzo de otoño en Santiago. Pertenecen a autores conocidos, tanto los de nuestro principal museo como los de un flamante local universitario. Así, en el Museo Nacional de Bellas Artes expone Fernando Casasempere. Especialmente llaman la atención allí los aspectos cuantitativo y experimental. Residente desde hace tiempo en Londres, el ceramista halló eco dentro del ámbito internacional mediante una instalación inspirada en el espectáculo de nuestro nortino desierto florido. Y utilizó el mejor escenario posible, la gran explanada del magnífico The Courtauld Institute de la capital británica. Fue un acontecimiento plástico que luego replicó en Chile, frente a la fachada sur del Palacio de la Moneda, por fortuna realización hoy conservada en Antofagasta. Ahora mismo presenta una variación de la misma idea en el Bellas Artes. Pero lo hace mediante flores de papel endurecido, sujetas también por tallos esbeltos de metal. De esa manera, el hall central se transfigura a través de una floración entre violeta y rosada que no solo brota del suelo, sino que, asimismo, cae desde el cielo. Linda obra que otorga distintos planos de visión al espectador.

Diferentes resultan los trabajos que llenan la totalidad del primer piso del museo y de la Sala Matta. Estos amplios espacios abarcan la producción del expositor desde 1991 hasta hoy día. Siempre con la cerámica como material esencial, la época comprendida entre 1996 y 2009 -a la que se vuelve después- ofrece muy numerosas vasijas. Estas reiteran muelles y onduladas formas, dando preferencia a los formatos grandes. También adquieren algunos trabajos de entonces cierta visceralidad, que suele cuajar en torsos y órganos humanos, en máscara y en felino. No obstante, mayor variedad visual ofrecen las abundantes piezas en dimensiones menores. Un aporte mucho más atractivo que los vasos aporta, en cambio, la instalación "Venice Landscape" (2007). Ocho porciones la componen. Dos de ellas corresponden a figuras en gres de color naranja, que podrían insinuar fogones y calderos, acaso restos enigmáticos de una cultura remota. Las seis piezas restantes, blancas y con gruesas vetas oscuras, cabría interpretarlas como solidificaciones mucho más abstractas de esos mismos despojos con su combustible debajo. Asimismo, un original ingrediente las unifica: ocho gatas hidráulicas pintadas de rojo vivo. Si el conjunto alude metafóricamente a la vejez de Venecia y a su hundimiento progresivo, este trabajo nada de apacible surge como el más atrevido y personal ejecutado por el expositor. Por su parte, "Torre", de 2010, entrega tres rojizos volúmenes superpuestos, donde los rítmicos vacíos exhalan apariencias de entraña humana. Como de costumbre, la coloración proviene de relave mineral pulverizado.

El período 2011-2015 se aleja de lo visceral y de cualquier asomo vinculado con el objeto. Nos propone cuantiosos bloques blancos construidos con porcelana, surcados por las hondas vetas, aportadas por el color de la arcilla y que oscilan entre la línea y el trazo ancho. Los testimonios mayoritarios de esta clase aparecen, cuando no como simples apilamientos, como etapas de una obra en progreso que, en los momentos de mayor certidumbre, se acercan a arquitecturas elementales. 17 "Blocks" de porcelana y greda constituyen una hilera de cubos sobre un alineamiento de repisas metálicas de construcción. Tampoco faltan una apretada agrupación de tiras de ondulante cerámica oscura y cuadros murales ya negros por entero, ya en función de pintura informal; estos últimos emergen más convincentes. La Sala Matta a oscuras cuenta, entretanto, con vitrinas iluminadas que materializan experimentos del expositor. Así, una larguísima exposición y con aspecto de saturado muestrario de museo de ciencias, reúne estudios, esbozos, proyectos de volúmenes, todavía por conducir a un estado más definitivo. Hay, eso sí, algunas formas promisorias. Por ejemplo, las 110 pequeñas piezas grises negruzcas y las ocho expuestas en la vitrina del costado sur del recinto subterráneo.

Escultoras en un novedoso local

Una de esas casonas típicas del barrio Pedro de Valdivia Centro -hoy casi desaparecidas-, y de la arquitectura ecléctica de comienzos del siglo pasado, resulta la flamante sala de exposiciones de la Universidad Autónoma. En la actualidad acoge a cinco escultoras nacionales. De ese modo, Ana María Wynecken ofrece sus construcciones en adobe y metal. Pueden considerarse volúmenes vivos y de aire ecológico, debido a la incorporación de pasto y, una vez, de agua corriente o por su aspecto ocasional de nido de pájaros. Eso los convierte en testigos de la naturaleza. Enseguida, si los mármoles de Hilda Rochna se centran en siluetas femeninas y en elegantes puertas andinas, Sandra Santander se restringe a la sola madera; además, ambas autoras suele extraer cierto aroma surrealista de sus trabajos. Metal y madera reúne, en cambio, Laura Quezada a través de abstracciones, por momentos un poco pesadas formalmente. Verónica Astaburuaga, por su parte, recurre al aluminio para sus interpretaciones del modelo precolombino.

"Mi andadura"
El trabajo reciente de Fernando Casasempere
Lugar: Museo Nacional de Bellas Artes.
Fecha: Hasta el 29 de mayo.
Cinco escultoras
Lugar: Casa Universidad Autónoma de Chile (Europa 1970, casi esquina Av. Pedro de Valdivia).
Fecha: Hasta el 30 de abril.

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