Quizás no hay relación más dialéctica que la del maestro y el pupilo. Es el caso de la obra "Clase", que se ha remontado en el Teatro Mori, y se suma a varios remontajes del dramaturgo, director y guionista Guillermo Calderón, radicado en Nueva York, con "Feos" y "Villa". Pocos saben que Guillermo Calderón fue un destacado alumno de Isidora Aguirre. No se trata de establecer una relación directa entre maestra y pupilo, pero sí decir que entre ellos se genera un diálogo sobre la tradición del teatro político en Chile, un teatro que se inspira en las ideas de Bertolt Brecht pero toma distintas estrategias y acentos locales. Un teatro que busca que nos distanciemos y ejerzamos un pensamiento crítico. El diálogo entre Aguirre y Calderón tuvo un cierre magistral cuando él dirigió la obra "Los que van quedando en el camino", de la autora chilena, en una versión para el festival Santiago a Mil 2011 dedicado al Bicentenario. En dicha oportunidad la pieza basada en la rebelión campesina de Ranquil, que terminó en una matanza, era remontada en un salón del ex Congreso Nacional con el elenco original de 1969 bajo la mirada asertiva de este joven director. El teatro vibraba con el vitoreo de los actores que repartían volantes y cantaban "Ahora sí la historia tendrá que contar con los pobres de América". Calderón indicó que esa vez quiso rescatar algo que él llamo "la emoción política" de los 60. La emoción política es algo que él viene trabajando desde el estreno de "Neva", cuando una tríada de actores ensaya una pieza de Chéjov mientras afuera las calles están convulsionadas por la revolución rusa, y se preguntan por el sentido del quehacer artístico en medio de la violencia política. Emoción que está presente en "Villa + Discurso" cuando un trío de mujeres discute sobre el modo de reconstruir el centro de tortura y desaparición Villa Grimaldi; su intercambio se vuelve feroz y sugiere un secreto oscuro de estas jóvenes dañadas. Luego, ellas mismas se desdoblan en un discurso imaginario de despedida de Michelle Bachelet. Este texto tríptico supera la identidad de la Mandataria para retratar a todos los que alguna vez soñaron con utopías y ahora se ven golpeados por el consumismo, el afán de éxito, los límites de la democracia. O emoción que también está presente en "Escuela", jóvenes que siguen un proceso de aprendizaje de la lucha armada para derrocar a la dictadura. Y esa emoción quizás, menos política pero más humanitaria, está en "Feos", tomado de un cuento de Mario Benedetti, que ahonda sobre el recorrido vital de los seres que son diferentes. Una pareja de desconocidos se toma un café, ambos víctimas de una deformidad física, y expresan con honestidad lo que significa portar ese estigma en la sociedad. Además, Calderón ha trasladado esta hebra emotiva y crítica a su faceta como guionista en las películas "Violeta se fue a los cielos", "El Club", "Neruda" y la serie televisiva "Ecos del desierto". La poética de Calderón tiene que ver con recoger episodios de la historia y desplegarlos en instantes de alta intensidad verbal, y para eso dota a sus personajes de una contundente argumentación que funciona en la lógica tesis-antítesis generando una dialéctica dramática. Argumentación que tiene atisbos de humor, irreverencia, sarcasmo, autocompasión y fuertes convicciones políticas. Sus personajes dan rienda suelta a una serie de metáforas, fábulas y enumeraciones en monólogos que corren como cataratas, en los que uno como espectador se siente compelido a escuchar sin concesiones. Así es como en "Clase" un profesor de liceo fiscal y su única alumna asistente, en un día de marcha durante la revolución pingüina de 2006, personifican las tensiones entre un escéptico maestro de los 80 y una alumna del presente que exige un mea culpa y una esperanza. Ellos dos son el choque entre generaciones, son el choque entre el pasado y el futuro, se enrostran fracasos. El profesor (interpretado por Rodrigo Soto) discursea, es prepotente, procaz, burlón frente a esta alumna obediente (Francisca Lewin), por ejemplo cuando dice: "Te voy a enseñar lo que me gustaría enseñarme a mí cuando era un niño como tú. Cuando todavía podía moldear mi cerebro... Te quiero enseñar a pensar cosas profundas a partir de cosas cotidianas", o bien cuando ridiculiza a los estudiantes protestando en las calles diciendo: "Todos queremos una juventud fascinante". La alumna escucha en silencio hasta que llega su momento y se pone de pie "empoderada" en su arenga. En otro nivel han mantenido un discurso subterráneo en el que hay fábulas pedagógicas (la vida de Buda), consignas políticas, productos de consumo, fábulas de animales y un juego lingüístico con estereotipos sociales. Es un teatro de ideas, con densidad de lenguaje, una dramaturgia cuyo protagonismo es la palabra, que parece que afirmara en el escenario desnudo, mínimo, dejar que las palabras se defiendan solas. Por eso es altamente recomendable leer sus textos en la antología, de dos tomos, que publicó Lom Ediciones hace unos años. Es una dramaturgia que se escapa de los "lugares comunes", que ha desarrollado un discurso contra la complacencia de la transición democrática, contra el legado del sistema educativo, contra la simplificación de los procesos de la memoria. Y también, por medio del texto de Benedetti, contra la seudotolerancia a la diferencia. Es una escritura que tampoco escapa de la violencia verbal, no la de los insultos, sino la de las convicciones y la confrontación violenta amparada en la potencia del fenómeno teatral. Es que para que haya progreso, tiene que haber disenso. Esto se ve, por ejemplo, cuando el profesor de "Clase" dice que sabe que lo odian por lo que él representa, y que él, secretamente, odia a los alumnos. Cualquiera que haya pasado por una sala de clases sabe que en algún punto un alumno se convierte el paredón de nuestras lecturas y opiniones. Necesitamos permanentemente cambiar nuestros puntos de vista, poner a prueba nuestras creencias, atrevernos a analizar nuestro contexto con agudeza. El saber y la emoción son por excelencia experiencias dinámicas. De algún modo Calderón, en su rol de autor y director, deja a su público convertido en el pupilo que escucha, pero que debe ser remecido en su trivialidad e inercia. Para eso la emoción política alimenta la dialéctica del maestro y el pupilo, que intercambian sus roles y saberes para ampliar su horizonte humano. Que marzo no sea solo el mes de los uniformes y las matrículas. No olvidemos que la educación es todavía un encuentro trascendental en una época en la que parecemos vaciados de toda emoción política. "Este es un teatro de ideas, con densidad de lenguaje y una dramaturgia cuyo protagonismo es la palabra".