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La guardiana de Tomas González

sábado, 27 de febrero de 2016

Por Carla Mandiola y Antonia Domeyko foto Sergio Alfonso lópez
Reportaje
El Mercurio

Detrás del éxito del mejor gimnasta en la historia de Chile está Marcela Sepúlveda, su mamá, quien dejó su carrera como deportista a los 16 años y hoy es la gran impulsora del centro deportivo que su hijo inaugurará en marzo.



-Él ya no es el "pobre Tomás". Se ganó su espacio. Y la pega sucia la hice yo, atenta a todo lo relacionado con él: su alimentación, la parte psicológica, todo. Muchos días los paso de corrido, 24 horas trabajando sin dormir. Soy como un carabinero que dirige el tránsito. ¿Por qué puedo hacerlo? Porque vengo del mundo del deporte. No fui de nivel mundial, pero sí sudamericano. Espérame por favor que tengo que pedir sus suplementos: ¿Aló? Tomás necesita zma, espirulina, bioxantin, batidos de chocolate, dos cajas de barras proteicas, aminoácidos ramificados y Omega 3. Perdón, es que el Tomy está en el peak antes de irse y está reventado. ¿En qué estábamos? Ah, en que hay que estar atenta a todo. Y por eso no entrego a Tomás fácilmente. Lo resguardo cuando le quieren dar otro uso, otra imagen, porque él se debe al deporte. ¿Y sabes qué? Me han llegado muchos correos diciendo que gracias a que lo blindé, llegó donde llegó.

Cabras en el cerro

Marcela Sepúlveda tenía 16 años cuando su carrera deportiva terminó. Fue en 1976, en un campeonato sudamericano en Porto Alegre, Brasil. Estaba en su mejor momento: fue campeona en salto, pasó a la final y su entrenador le pidió que hiciera un salto con mayor dificultad. Entonces giró más de la cuenta y cayó mal. "La rodilla me quedó mirando a otro lado, se me desarmó completa, con los ligamentos cruzados", cuenta.

Su primer pololo, el gimnasta Enrique González, vio su caída. Así lo recuerda: "Era la primera vez que íbamos a un sudamericano. En ese momento había dos gimnastas muy buenas en Chile y Marcela era una de ellas. Fue todo muy frustrante". Enrique González siguió compitiendo hasta 1978 y se convirtió en juez internacional de deporte. Ella se retiró y no volvió a saltar.

A pesar de los yesos y de acarrear con dos operaciones, Marcela Sepúlveda entró a estudiar educación física en la Universidad de Chile. "Yo soy como las cabras en el cerro, las que se resbalan, pero siguen. Me pueden tirar para abajo, pero yo no paro". En 1979, a los 19 años, se casó con Enrique González. Tuvieron cuatro hijos: María José, Marcelapaz, Tomás y Cristóbal.

Aunque Marcela dice que no quería, su historia se repitió: a los 6 años Tomás se instalaba frente al televisor y miraba por horas grabaciones de Juegos Olímpicos, mientras saltaba y mostraba mucha más coordinación que el resto de los niños. Marcela no quería que su hijo sufriera lo mismo que ella y no lo incentivó a que fuera gimnasta. Por eso, la carrera de Tomás González comenzó sin que ella se diera cuenta. Su marido se enteró de que el entrenador ruso Eugenio Belov estaba haciendo una selección en la Universidad Católica, y llevó a su hijo escondido. Desde entonces, no ha parado.

En su colegio, San Juan Evangelista, Tomás González empezó en prekínder. "Era el bicho raro -dice él-, pero para esto hay que tener corazón, porque si no, no aguantas. En Chile estoy entrenando prácticamente solo desde muy chico".

Mientras la carrera de su hijo ascendía, Marcela Sepúlveda hacía clases de educación física en su colegio, hasta que renunció para abrir su empresa: la línea de ropa interior De Brujas. Mientras diseñaba y cosía, acompañaba a su hijo a los entrenamientos. Su pyme duró tres años, "hasta que no pude más y dejé mi empresa para dedicarme al Tomás".

La empresa

Marcela Sepúlveda, de 56 años, está en el Club Manquehue coordinando las actividades de su hijo de 30. Un par de metros más allá, con unos pantalones que le cubren hasta los pies, Tomás González acomoda tres ventiladores alrededor de una barra fija. Está en un control de evaluación para las clasificatorias de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, en agosto.

González mete las manos en un recipiente, las saca, aplaude, y una aura blanca de polvo lo rodea. Alrededor están dos entrenadores y su madre, con calzas negras y sin zapatos, buscando el ángulo perfecto para grabar a su hijo con su celular. Él no la mira; se acostumbró a que ella registre todo.

Se pone muñequeras, se cuelga sobre la barra y comienza a dar vueltas. Se detiene, inmóvil, vertical. Vuelve a girar. Marcela Sepúlveda está en el suelo, acostada, grabando. Tomás González termina con un salto firme, de pie. Entonces camina rápido a sentarse, y moviendo en círculos su mano, se queja. Marcela no suelta su celular.

-¿Siempre te duele? -le pregunta a su hijo.

-No, es que las tengo muy apretadas -responde él, soltándose las muñequeras.

-Nunca me había dado cuenta. ¿Te había pasado antes?

Tomás González mueve la cabeza negando, mientras su mirada sigue fija en la mano.

-¿Te hago masajes?

Él niega, nuevamente.

Con los años, Tomás se convirtió en el único gimnasta chileno de categoría mundial. Y la familia González Sepúlveda, en una empresa para apoyarlo. "Tienes a mi marido diseñador gráfico, hija diseñadora gráfica y publicista, otra fotógrafa, Tomás kinesiólogo y yo profesora de educación física. ¿Qué haces con esta gente?", se pregunta Marcela. "Abres una empresa que tenga el giro de deporte y publicidad", se responde. En 2010, registraron Deportes e Inversiones Tomás González Limitada y la oficina central está en su casa.

Marcelapaz, su hermana fotógrafa, lo grabó por dos años para hacer un documental sobre su vida. Postuló a tres fondos audiovisuales que no ganó, organizó un crowdfunding donde no alcanzó la meta y se reunió con productoras, sin resultados. "La gente que me ayudó en un momento ya no podía porque no tenía cómo pagarle", dice Marcelapaz, quien tiene el documental listo, guardado en su casa.

Ella también ayudó a su mamá en lo administrativo, hasta que abrió su propia panadería, La Indomable. "Ella era mi partner total hasta que me dijo que se iba a ir por lo suyo. Se independizó y está bien que crezca", dice Marcela Sepúlveda. "No me dio lata, pero me quedé más sola en esto".

Ese mismo año la familia intentó con un mánager, pero no resultó. "Mi mamá trató varias veces de conseguir a alguien que supiera más que ella, pero algunos trataban de aprovecharse y otros no eran confiables", recuerda Marcelapaz. "Cualquier representante le dice a Tomás que vaya a dar la nota, la charla, la publicidad, el comercial. Que haga todo y se llene de plata. Y yo muchas veces dije que no, porque él se debía al deporte", dice su mamá. Entonces, decidieron que ella sería su representante.

-Si alguien trabaja haciendo charlas y hace ocho al mes, Tomás hará dos cada tres meses. Tuve que aprender a convivir con el "Tomy, perdón, pero hay alguien que quiere hacerte una entrevista. ¿A qué hora puedes?". "Es que voy al kine, acupuntura, voy a entrenar, almuerzo en el auto. No tengo tiempo". A él le debe haber costado muchísimo conmigo. Cuando llegaba estaba muerto, solo quería comer y yo le transmitía de las cosas que tenía que hacer. Varias veces me dijo que quería almorzar tranquilo; entonces, no se le podía hablar".

Tomás González lo recuerda así:

-En un minuto fue difícil, porque los temas de conversación eran "tienes que hacer esto, tienes que cumplir con no sé qué horario". Solo hablaba de temas profesionales, cuando uno en la casa quiere descansar. Eso fue complicado, que ella trabajara conmigo, que fuera mi mánager, entre comillas. Me simplifica que mi mamá se encargue de coordinar las cosas y yo de entrenar. Pero le hice entender que necesitaba mi independencia, mi espacio para estar tranquilo. Por eso me quise ir.

En 2011, un año antes de los Juegos Olímpicos, Tomás González dejó la casa de sus padres. "Casi me caí de poto cuando me dijo. El problema no era que se fuera, era que el tiempo en su vida era tan limitado que la única responsabilidad que tenía, como pagar su celular, no la hacía. Le dije que le quedaban seis meses para los Juegos Olímpicos, que no tirara todo por la borda, que había mucho riesgo". María José, hermana de Tomás, recuerda: "Fue inesperado, pero fue bueno que tuviera su independencia, porque estar con la mamá todo el día era mucho".

Tomás González se fue a su primer departamento a los 26 años. Ese año P&G hizo una campaña publicitaria con las madres de los deportistas de los Juegos Olímpicos y Marcela Sepúlveda representó a Chile. Toda la familia viajó a Londres a ver a Tomás, el primer gimnasta chileno en un torneo olímpico. Logró dos finales, en las que quedó en cuarto lugar.

El desgaste

Sentado en la cafetería del Club Manquehue, donde entrena al menos 30 horas semanales, González recuerda sonriendo la génesis de su nuevo proyecto, el centro deportivo que lleva su nombre:

-Todo empezó en una conferencia en 2009. Hubo una polémica porque no me habían inscrito a tiempo, saqué medalla, volví y me preguntaron qué haría si el Estado no me apoya. No supe qué decir y en broma respondí que hablaría con Farkas. Todos muertos de la risa. Pero pasó un rato, me llamó un representante del empresario y me pidió una reunión. Fui, me habló de unas marcas de aparatos y ahí, en ese momento, llamó e hizo la compra. Fueron entre 80 y 90 millones de pesos.

Tomás González, quien desde entonces ha usado esos implementos para entrenar, no oculta su asombro por cómo pasaron las cosas. Como si no pudiera creerlo.

-No me quiero conseguir las cosas llorando en la prensa. Después de esto se puso de moda y todos los deportistas pidieron apoyo. Eso lo encuentro un poco feo. Lo mío surgió espontáneamente, había ganado una medalla en una Copa del Mundo. Hay gente que ha querido aprovecharse de la dinámica.

En 2010, llegaron los aparatos nuevos: el equipamiento completo para entrenar.

Con estos implementos, Marcela Sepúlveda revivió un sueño que tenía con su marido desde hacía más de 20 años. "Siempre en el ambiente familiar existió la idea virtual de una escuela de gimnasia", dice. De hecho, en 1990 ella ya le había dado forma al proyecto: había tramitado la escritura, sacado un RUT e incluso definió grupos de entrenamiento, horarios y cantidad de entrenadores. Entonces su hijo solo tenía 5 años.

Desde 2007, Tomás entrenaba en el Club Manquehue, por eso su madre y él decidieron hacer una alianza e instalar ahí los aparatos. Tomás continúo entrenando, mientras ella comenzó con la búsqueda de un lugar para armar una escuela de gimnasia: el Centro Deportivo Tomás González.

Partió por la Municipalidad de Las Condes, pero el terremoto del 27 de febrero cambió las prioridades del municipio. Al año siguiente, Marcela se acercó a la Municipalidad de Peñalolén y se reunió con el equipo del entonces alcalde Claudio Orrego, hasta que empezó la campaña presidencial. Orrego se presentó como candidato, dejó el cargo y el proyecto del gimnasio.

-A mí me tocaba gestionar la parte comercial. Tomás no iba a las reuniones, no podíamos desgastarlo, porque tiene muchas horas de entrenamiento y él se debe primero a los resultados deportivos. El tema es que este proyecto es nuestra vida, y para las instituciones es una parte importante, quizá, pero no el desvivirse -dice Marcela.

Como una cabra en el cerro, ella no se rindió. Se juntó con Marcelo Ríos para presentarle el proyecto y después con Sebastián Keitel. Con ninguno avanzó mucho. Vio la posibilidad de comprar terrenos, pero eran muy caros. Después de cuatro años de búsqueda, en 2014, Marcela le propone a Tomás adaptar el proyecto y enfocarse en la iniciación de la gimnasia en niños.

En locales comerciales y malls, Marcela comenzó a buscar un lugar para instalar la escuela. Hasta que vio la cancha de squash de un hotel. Le propuso a los dueños arrendarla en las horas muertas, y empezaron a negociar. Marcela y Tomás se entusiasmaron, y con el dinero que él había ganado haciendo publicidad y charlas a empresas, importaron un kit de aparatos igual al de Tomás, pero en miniatura. Estaban a punto de firmar contrato, pero hubo un problema con la patente municipal. De nuevo, el proyecto se cayó.

Los aparatos que importaron llegaron a Chile y Marcela tuvo que guardarlos en el living de su casa.

-Esto ya me estaba pasando la cuenta. Tomás estaba siempre con las ganas, pero él no se desvivía; la que se desgastaba era yo. Nunca traté de traspasarle estos bajones. Cuando yo no le decía nada, él empezaba a entender que el proyecto podía estar bajándose -dice ella.

Entonces, Marcela Sepúlveda escuchó sobre la Ciudad Deportiva de Iván Zamorano. Se juntó con el directorio, el proyecto agarró vuelo y después de un año de negociación se concretó. El próximo lunes 7 de marzo comenzarán las clases en el Centro Deportivo Tomás González. Primero trasladarán su tapete, después la implementación de niños y luego todo lo que él no va a ocupar para los Juegos Olímpicos en Brasil.

-Después de Río voy a replantearme qué quiero hacer con mi vida. Me cuesta imaginarme en otros JJ. OO., por toda la carga psicológica y física. Me gustaría retirarme cerca de los 40, para tener un poco de vida; porque cuando me llaman en la semana para tomar algo, no puedo y siempre tengo que estar al máximo. Finalmente, el centro deportivo es de lo que voy a vivir mañana. Es mi gran proyecto y es la prolongación de mi carrera. Siempre soñé con un centro de gimnasia, lo que nunca tuve en Chile.

Hasta los Juegos Olímpicos en agosto, Tomás González solo puede entrenar y no podrá hacer clases en su centro deportivo.

-En este tiempo Tomy irá allá  para hacer calentamientos, a que se tomen fotos con él y dé autográfos -dice Marcela-. Hice una ficha de preinscripción y fue bonito, porque se inscribió gente de Recoleta, Talagante, Huechuraba. Y de Las Condes, solo uno.

-Están ocupados en la playa -bromea Tomás, y luego agrega-. El deporte es una herramienta social y en el centro queremos apuntar a eso. Lo ideal es que un día la gimnasia se masifique a nivel nacional.

Mientras Tomás come un sándwich de pollo y papas fritas, su mamá le toma una foto. Él no se extraña, sabe que la va a mandar al grupo de WhatsApp familiar. Marcela se para y Tomás la mira mientras se aleja.

-Yo no hubiera llegado hasta acá sin mi mamá. Al final, mi familia siempre ha sido mi pilar, si no me hubieran dado la confianza, no me la hubiera creído. Mi mamá es la que dedica más horas a estar más pendiente de mí. Se ha movido por todos lados cuando he necesitado inscripciones. Cuando algo no resulta, ella llama y manda mails a todo el mundo. He sentido culpa por lo que se ha postergado por mí. Y es complicado ver cómo alguien se desgasta por tu vida.

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