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La adiós de Delfina Guzman

sábado, 20 de febrero de 2016

Por Andrew Chernin, desde Lanco. Fotografías Sergio Alfonso López.
Crónica
El Mercurio

Después de dos años y medio, la actriz volverá al teatro por última vez en una obra escrita y dirigida por su hijo, Gonzalo Meza, que se estrenará en mayo. A meses de cumplir 88 años, con dolores en sus rodillas y miedo a que le falle la memoria, ella asegura que no siente angustia por su retiro. Más bien, dice: "Será un adiós en familia".



No lo parece, pero el paso es grande. Delfina Guzmán, a menos de dos meses de cumplir 88 años, con unos dolores en sus piernas que describe como fatiga de material, está frente a un montículo de tierra que tiene que subir para poder llegar a donde necesita estar. La actriz está en Lanco, a 50 kilómetros de Panguipulli, X Región, de vacaciones en un camping con su hijo, el actor y dramaturgo Gonzalo Meza, y con sus nietas. Y ese obstáculo, el montículo, es el único que la separa del descanso en el comedor. Antes de intentarlo, caminando despacio, con pasos cortos, apoyada en sus parientes, Delfina se detiene. Dice que está cansada.

-¿También se cansó de actuar?

-¿Me cansé?

-Sí. Porque su última obra fue en 2013, cuando estuvo en La grabación.

-Volví de la última función en auto con una de mis nueras. Yo vivo en un departamento en la calle Colón. Iba entrando al edificio y me pegué un golpe. Estaba tan cansada, fíjate. Me pegué en la frente. Pero por suerte la frente, tú sabes, es uno de los huesos más duros que tiene el cuerpo. ¿Sabías eso?

-¿Contra qué se pegó?

-Contra el suelo. Me caí. Me saqué la mier... Quedé sangrando. Porque tú sabes que toda esta parte está muy irrigada. Entonces, mi nuera me decía: "No te la limpies para que vayamos a la posta así, sangrando, para que te atiendan altiro". Era una locura, pero tenía razón. Entré de un viaje: imagínate, chorreando como el Cristo crucificado.

En la cabaña donde está el dormitorio de Delfina hay un texto que escribió su hijo Gonzalo. Es de una obra. Una idea que él venía trabajando desde hace tiempo, que tenía que ver, en un principio, con una diva al final de sus días. Al poco tiempo, Meza le ofreció el papel a Delfina. Sería su retorno al teatro después de dos años y medio de ausencia.

-La obra tiene que ver con el espacio y la intimidad -dice Guzmán, sentada en el living de esa cabaña-. Está expresada metafóricamente con el cielo, que está hecho a través de unos equilibristas, gente que con unos ehh...

Delfina Guzmán olvida la palabra. Su cuñada, Francisca Sáez, que también actúa en la obra, se la recuerda:

-Una chica que trabaja en la tela -le dice.

-Que trabaja en la tela -retoma Delfina-, que son los ángeles. Son los ángeles que miran la tierra como algo que ellos no tienen y que tampoco se atreven mucho a querer. Porque, ¿qué pasa en la tierra? Está la vida íntima.

Cuando termina de decirlo, Delfina Guzmán se queda callada por varios segundos.

-Estoy un poquito complicada, yo sé -dice, al fin-. ¿Sonó muy extraño?

La obra aún no tiene nombre. Pero uno tentativo es Las alas de Delfina. Se estrenará el 12 de mayo en el Teatro Municipal de Las Condes y luego se presentará por todo Chile.

-Es la historia de una mujer que, ensayando una obra, se encuentra con ella misma hace 40 años. Y en esa conversación empieza a recordar su historia -explica Meza.

-¿De quién es esa historia?

-La de mi madre.

Delfina Guzmán, tomando café, aún no está conforme con lo que escucha.

Dice: "No quiero que aparezca muy críptico todo esto, ¿ah?".

Los arrepentimientos

Su madre envejeció frente a su público. Ese era el problema de Gonzalo Meza. Su vida artística en el Ictus después del golpe y todo lo que le costó dejarlo; el segundo hogar que encontró en TVN; las heridas tras de perder la tuición de sus dos hijos mayores -Joaquín y Nicolás- cuando quiso ser actriz; el renacer en Concepción y la segunda relación fallida con Gustavo Meza, el padre de Juan Cristóbal y Gonzalo, son parte del archivo de todos los medios de Chile. Todas las historias que cuenta Delfina, incluso si no parten ahí, terminan desembocando en una de ellas. Pero, dice Gonzalo, también hay dolores de los que no habla.

-Se está quedando sola. Su generación se está muriendo.

Esa circunstancia y los ensayos de la obra han permitido que ella reflexione sobre su vida.

-Es curioso, pero me da mucha pena lo que pasó con mi primer marido (Joaquín Eyzaguirre) -dice la actriz-. Porque fue un gallo bien querible, buen mozo, rico, de buena familia. Tenía todo para ser feliz y yo le cag... la vida. Porque él nunca se imaginó que esta señorita iba a partir para hacer teatro. Yo creo que lo destruyó mucho. Por suerte se casó de nuevo con una mujer estupenda. Pero está muy enfermo ahora. Está muriéndose y eso me da mucha pena. Es un dolor que me da vueltas.

-¿Ninguno más?

-No tuve con mi madre una buena relación. Mi mamá era muy inteligente. O se creía muy inteligente, cosa que me daba un poquito de rabia. Entonces era muy seca, muy dura. Con mi madre no tuve buen trato. En primer lugar, porque encuentro que es el colmo, y la sigo criticando aun cuando esté en la tumba, que no se haya hecho cargo ella de mis niños para que yo estudiara teatro, en vez de entregárselos a un juez que me los quitó.

-¿Qué hace con esos dolores hoy?

-Yo no sé si pesan estas cosas en la forma en que tú enfrentas tu personaje y las tragedias de los personajes. No te lo podría ejemplificar con mucha propiedad, pero cuando necesitas estar en un estado duro, interior, sin que tú lo sepas aparecen todas estas imágenes adentro, que están guardadas: la sensación de desamparo, de soledad.

-¿A qué le tiene miedo?

-A la oscuridad. Es porque yo tuve un problema desde muy chica, todavía lo tengo: problemas en la vista. Con un ojo no veía nada. No se habían dado cuenta mis padres. La primera vez que fui a un oculista fue porque con mi hermano Pepe estábamos jugando en el campo. Me dijo: "Tápate un ojo". Bueno, me lo
 tapé y no vi nunca más nada. Ahora tengo el texto de la obra en la cama y todos los días le echo una mirada. Estoy con el terror de la memoria.

-¿Por qué?

-Porque estoy con la memoria muy mala. Se me olvidan los nombres, oye. La Bélgica Castro, tú la ubicas, decía que ella tenía cretinismo geográfico. En Santiago yo tengo cretinismo geográfico. Mira, viene la oscuridad, no veo la cordillera y no tengo idea dónde chu... estoy. Me pierdo mucho. Fíjate que estoy muy despistada, perrito. ¿Qué será, oye? Bueno, es lo que tiene que pasar.

Durante el almuerzo, mientras come pollo con ensalada, una de las hijas de Meza recuerda algo que pasó la Navidad pasada. La nieta estaba vistiendo a Delfina Guzmán para una comida y, por equivocación, le puso los zapatos al revés. La actriz, con la dificultad para caminar que arrastra, no se dio cuenta.

-Es cargante la dependencia, porque yo he sido fundamentalmente independiente -dice-. Eso de tener que pedir todo por favor y que tengan que llevarme a todos lados... Pero aquí en Lanco se me ha hecho más liviano, porque siento que para las niñitas, como que es parte del juego ayudar a la vieja a moverse.

-¿Le cuesta moverse sobre el escenario?

-Es que mis movimientos escénicos son muy pocos, porque el espacio está entregado a los malabaristas. ¿Cómo es que se llaman, perrito? -le pregunta a Gonzalo Meza.

-Telas -responde su hijo-. Son equilibristas, pero trabajan en telas.

-E-qui-li-bris-ta, esa es la palabra -dice Delfina.

-¿Ha llorado ahora, recordando su vida?

-No, fíjate. Yo hace bastante tiempo que no lloro. A lo mejor se me acabó el llanto. Aunque sí se me ha hecho muy potente ahora último. Será porque mi hijo mayor (Joaquín) está enfermo. Está en el hospital. Me he acordado mucho del momento en que me fui a trabajar a Concepción y tuve que dejar a los niños acá. En la noche sueño con eso.

-¿Es algo reciente?

-Sí. Porque está enfermo este niño. Tiene una afección al corazón bastante seria.

Segundos después, casi como un mecanismo de autodefensa, Delfina Guzmán sale de la pena y vuelve a su personaje.

-Hablé con él en la mañana, entre paréntesis. Estaba regio.

La rotería del Facebook

Hay una cosa que cambió y que la familia no esperaba. En los últimos dos años, luego de que actuó en un teatro por última vez, Delfina Guzmán comenzó a ser noticia más por las cosas que decía, que por las que hacía. El año pasado dijo que no creía mucho en las violaciones y en 2014 dejó dos frases que llegaron a morderla de vuelta. La primera fue en una entrevista en radio ADN, donde contó que le rezaba a la Virgen del Carmen pidiendo que le diera cáncer a todos los que criticaban a su hijo, el ministro Nicolás Eyzaguirre. El otro fue durante un programa en TVN.

-Ahí me agarré con la cabra (Camila) Vallejo, que es tan bonita. Por eso le aguantan tanto. Fíjate que a mí me dio risa todo lo que me criticaron. Para qué te digo lo que apareció al día siguiente en las, ¿cómo se llaman?, en los Facebook y toda esa rotería. Fíjate que yo era una pituca que decía que lo más importante de la mujer es la maternidad.

-Dijo que el rol de la mujer era reproducir la especie.

-Pero imagínate tú. ¿Cómo va a ser más importante ser presidenta de los Plásticos Huemul? Si pueden estar todos los espermatozoides volando por Santiago y si no hay un útero que los recoja, no hay especie. Y las mujeres no sienten eso. Lo encuentro rarísimo. Y se me enojó la Camila. Me dijo: "Pero Delfina". "Cállate, cabra de mierda", le dije. Además, de los comunistas no me digas nada, porque yo milité en el Partido Comunista. Y tienen dos defectos. Uno, que todos tienen las casas con las cocinas inmundas. Y dos, no recuerdo qué es lo que le dije.

-¿Qué le respondió entonces la diputada?

-Me dijo: "Mi cocina está impecable".

-No creo que siempre sea tan inmune a las críticas.

-Mira, mijito, cuando tú tienes que levantarte en la mañana y te están llamando por teléfono para decirte que hoy vienen las niñitas a almorzar, y hay que tenerles charquicán, porque eso les gusta; que están llamando de no sé qué diario, porque quieren hacerme una entrevista por una cosa que dije el otro día, mira, es una de cosas. Entonces, no tengo tiempo. Yo, cuando tengo tiempo, me acuesto en la cama, me pongo de espaldas, y empiezo a pensar hue...

-¿Cómo cuáles?

-Si he peleado con alguien. Todo este problema con Joaco, por ejemplo. Tengo un hijo que está enfermo en el hospital, que es un niño con muchos problemas, porque tiene un problema en el corazón. Y es un niño muy difícil. Sobre todo muy difícil por culpa mía. Porque como siempre me tiene en ascuas, me tiene tensa. Y peleo con él. Y Nicolás (Eyzaguirre) está destruido. No te puedes imaginar cómo está de cansado. Para poder hablar por teléfono con él es un drama. Entonces, peleamos. Me manda a la cresta, porque le digo que cómo es posible que no tenga ni un minuto para su madre. Es atroz la vida de él. Atroz. Cuando doy entrevistas me dice: "Mamá, no diga nada de estas cosas, porque me perjudica".

Después, Delfina cuenta una historia. Pasó hace varios años, cuando ella vivía detrás de la calle Seminario.

-De repente veo por la ventana a los cuatro niños (sus hijos) que venían caminando, juntos. Y yo me escondí, porque me dio un susto. Dije, son tan grandes. En qué momento nacieron todos estos seres. ¿Cuándo? ¿Qué pasó? Y me escondí. Me pasa con ellos que de repente me acuerdo de cuando eran  chicos. Entonces tengo todos esos recuerdos juntos. Se me mezclan.

La memoria y el adiós

-Delfina, ¿va a ser esta la última vez en que usted actúe?

-Tengo la impresión de que sí. Tengo la impresión de que esta va a ser mi despedida.

-Usted varias veces dijo que quería que la muerte la encontrara sobre el escenario.

-Sí, es cierto.

-¿Qué pasó?

-Mira, mijito, yo me despierto en la mañana y me duelen las pestañas, las cejas, las uñas, los dientes, todo. Las rodillas. No sé qué mier... tengo, pero me estoy haciendo unos tratamientos. Espero en Dios que salga adelante. No me angustia que esta sea mi última obra. Quiero pasarlo regio.

-Debe ser difícil para usted no imaginarse actuando.

-Es la memoria. Yo creo que me va a fallar. Me van a tener que soplar. Yo antes le pegaba una leída al texto y listo. Lavaba los pañales de mis hijos en la tina de baño y los textos los ponía arriba, pegados contra la muralla, para poder leerlos. Hacía las dos cosas al mismo tiempo.

-¿Esta obra va a ser un adiós adecuado?

-Tú siempre piensas en eso. Fíjate que no sé, mi amor. No sé qué va a ser de mí. Capaz que me muera mañana.

-¿Y si no se muere?

-No sé. He pensado que morirse en el escenario sería bonito. Pero van a trabajar todos mis hijos. Mi nieta va a hacer las luces. Juanjo va a hacer el vestuario. La música, Juan Cristóbal. Nicolás va a componer una canción en guitarra. Es bonito eso. Será un adiós en familia. No lo había pensado.

Su hijo, Gonzalo Meza, admite que parte de la idea de la obra era celebrarla. Hacerlo cuando aún estuviera viva.

-Es una despedida de la gente -dice-. Nosotros vamos a seguir con ella, pero el próximo año, o en dos más, ella se va a encerrar en la casa. Se va a volver una persona privada. Ya no va a poder ser pública. Actuar es lo que la mantiene viva y, ahora que ha dejado de hacerlo, se ha deteriorado más rápidamente. Ella se da cuenta, pero no lo asume todavía. Lo que no puede pasar es que se eche en la cama. Pero eso es inevitable. En el momento en que se eche, el deterioro va a ser demasiado rápido. Entonces vamos a evitar que haga eso lo más posible.

En la sala de estar, aún en la cabaña, Delfina decía que en estos días estaba durmiendo más. Que si bien baja al río Cruces con sus nietas y sale a almorzar con su hijo, a veces la flojera le gana y se queda en cama hasta las dos de la tarde, mirando la naturaleza desde su ventana.

-Esto de envejecer -dice ella- es un proceso, oye, bien interesante, que los católicos lo llaman... se me olvidó el nombre. Mira, yo creo que uno tiene que ser, ¿cómo se llama esa palabra cuando tú aceptas?
Ayayai. ¿Ves tú? Se me olvidó. La voy a decir en inglés primero. No es obediencia, sino que es como agachar el moño.

-¿Aceptar?

-No. Uno tiene que aprender oye a...

-¿A asumir?

Delfina se detiene un poco. Mira al techo.

-Hu-mil-dad. Tiene que ser humilde y entender que toda la gracia de la especie humana está entre esos dos puntos: el éxito y la humildad. Y de repente tienes que asumir que la raza, que la especie humana es ese proceso: de deterioro, deterioro, deterioro hasta que te mueres. ¿Y qué le vas a hacer?

-¿Le teme a la muerte?

-No me hagas hablar de la muerte, cabro, porque esta noche no voy a poder dormir.

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