Es viñatero de toda la vida. Y ahora, Pablo Astaburuaga, incursiona en las cerezas y en la hotelería. En pequeña escala, con capacidad solo para ocho huéspedes, en un bed and breakfast que se descubre escondido en la punta de un pequeño cerro emboscado, con una vista sin fin a los viñedos. De ahí el nombre de El Cerrillo, que comparte con el campo. Es un ambiente súper familiar. Claudia, una de sus hijas, se ríe cuando cuenta que los pasajeros terminan siendo "visitas", que entre los paseos que traen organizados a lugares no tan distantes como Iloca, Pichilemu o a las Siete Tazas, no es raro que se queden una tarde con su papá escuchando historias y asando un cordero al palo junto a la piscina o comiendo duraznos a la sombra de los alcornoques. "No, no, no", se defiende entre risas Pablo Astaburuaga, el dueño: "Como el nombre lo dice, cama y desayuno no más". La casa de dos pisos, que debe tener unos cien años según sus cálculos, está llena de historias. -La hizo mi abuelo, cuando soltero, medio escondido durante un viaje de su papá. Pescó a los trabajadores del campo y la construyó. En ese momento era de un piso, y quedaba como fondeadita en este cerro que era bien agreste. Después, a hechos consumados, ya estaba la casa. Cuando se casó, le hizo el piso de arriba. Por supuesto, sin arquitecto. "¡No se usaban! Creo que la casa es más italiana que nada, es como una villa. Ellos viajaban harto y vivieron en Europa; supongo que de ahí salieron las ideas. Si uno se fija en las rejas de las escaleras, de las ventanas, es bien típico". Pablo les compró la casa a sus abuelos. Ocuparía solo el primer piso con su mujer y sus cuatro hijos, y ellos habitarían el segundo. Así vivieron muchos años. -Fue la infancia más entretenida que uno se pueda imaginar -dice Claudia-. Mi bisabuela Eliana tenía mucho cuento. Siempre llena de historias de duendes, cosas mágicas. Había un tronco con un hueco donde nos decía que vivía Pulgarcito; que tenía una fábrica de chocolates, y ahí todas las tardes encontrábamos uno. Era muy intelectual y misteriosa; ella hacía espiritismo. "Esta casa tenía su fama, venía gente de Santiago a las sesiones", recuerda Pablo. Habla de los años 50 o 60, más o menos. -Se hizo famosa porque en una sesión donde estaba el presidente del Banco del Estado de entonces, salió un espíritu que decía ser tripulante de un submarino nuclear y avisó que estaban hundidos y no podían contactarse. Pedía ayuda, y dijo más o menos dónde estaba en el Atlántico. Al día siguiente el del banco estaba en un cóctel con el embajador de Estados Unidos y, como anécdota, contó lo que le había pasado. No es chiste, le dijo el embajador. Y en secreto le contó que se había perdido un submarino secreto, tal como lo estaba contando. Mandaron a buscar a mi abuela, en el intertanto el barco apareció; no sé si en las coordenadas que ella dijo, o eso lo inventaron después. Así hubo varias anécdotas. Bien escéptico, comenta que "era la entretención de la época; naipe, libros, la ouija y la mesa de billa, que mis abuelos tenían en una sala arriba. Lo pasaban bien, había buena vida en estos lugares". En la casa quedaron los buenos recuerdos. Y muchos muebles que junto a los heredados por su mujer, ambientan de forma muy familiar y sin pretensiones los espacios del hotel. A veces cruje, pero todos saben que es por las maderas del piso, como en cualquier casona. Como entonces, el salón tiene buena chimenea para disfrutar tardes de lectura en invierno. Y para esta época, está la sombra de las terrazas y jardines que lo rodean, de donde sale el olor de los jazmines cuando se entra el sol. Y lo reconozca o no su dueño, hay muchas historias para escuchar. Como que en la capilla cercana -El Cerrillo está ubicado en el sector de Santa Rosa en Sagrada Familia- está la verdadera imagen de Santa Rosa que llegó desde Perú. Y no en Pelequén, como todos piensan. Una casa, llena de historias y muebles familiares, que hace cien años sus dueños dibujaron a pulso, sin ayuda de ningún arquitecto.