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Poeta nicaragüense Centenario de su muerte

La herencia de Rubén Darío

domingo, 07 de febrero de 2016

Pedro Pablo Guerrero
Revista de Libros
El Mercurio

Más allá de su papel fundacional en el modernismo poético y de una vida marcada por el reconocimiento y la desgracia, el autor de "Azul" y "Cantos de vida y esperanza" reafirma su plena vigencia en todo el ámbito de la lengua española.



"Voy en busca del cementerio de mi tierra natal", le vaticina en 1914 a Gómez Carrillo, el fiel aunque no siempre discreto amigo guatemalteco que lo introdujo en la bohemia de París, donde conoció a Paul Verlaine y otros personajes cuyas semblanzas reuniría en Los raros (1896). Alcoholizado y en serios aprietos económicos, como en otros momentos de su vida, Rubén Darío se deja convencer por un empresario que le organiza una gira por toda América. En Barcelona queda su tercera mujer, Francisca Sánchez, madre de "Güicho" (Rubén), el único sobreviviente de sus cuatro hijos.

Darío solo alcanza a realizar una presentación en Nueva York. Enferma de pulmonía, las deudas crecen y su representante lo abandona. Sus amigos organizan un rescate desesperado: lo convencen de aceptar la invitación del tirano Manuel Estrada Cabrera, quien se presenta a su tercera reelección en Guatemala. Instalado en un hotel de la capital, permanece siete meses como escritor a sueldo. Hasta allá lo va a buscar Rosario Emelina Murillo, segunda esposa del poeta, con la que sigue casado, pues ella nunca le concedió el divorcio. Se lo lleva a León, la ciudad nicaragüense de su infancia. Tras dos operaciones, Rubén Darío fallece el 6 de febrero de 1916, a los 49 años.

Primer poeta del siglo XX

A cien años de su muerte, el Parlamento de Nicaragua lo acaba de nombrar Héroe Nacional y la Academia de la Lengua de ese país trabaja en una edición conmemorativa que reúne Prosas profanas , Cantos de vida y esperanza y Tierras solares . El volumen se presentará en marzo, durante el VII Congreso Internacional de la Lengua Española que se realizará en San Juan de Puerto Rico. Por su parte, la Biblioteca Nacional de Chile ya envió a Nicaragua la exposición "El archivo de Rubén Darío en Chile", de la que publicó un catálogo en el que selecciona algunas de las 680 piezas que se conservan en sus bóvedas, entre ellas cartas del poeta a José Manuel Balmaceda y a Luis Orrego Luco, así como una misiva de Gabriela Mistral. En un acto oficial realizado el jueves, el gobierno chileno hizo entrega al de Nicaragua de una copia digitalizada del archivo. Su embajadora en Santiago, María Luisa Robleto, comentó que Chile es el país que más se ha comprometido con este aniversario.

Ocioso es cuestionar la vigencia de Rubén Darío. Ya sabemos que hasta sus más iconoclastas críticos terminaron por reconocer su trascendencia. Huidobro, Borges, incluso Lihn, que en 1980 le manifestó a Pedro Lastra su inquietud por haberlo llamado alguna vez "poeta de segundo orden". El propio Pedro Lastra, casi veinte años después, situará al nicaragüense en el primer lugar de los poetas hispanoamericanos del siglo XX: "Es cierto que la obra de Darío cierra un periodo, pero no lo es menos que también abre el nuestro: sus libros más intensos y por lo mismo más vigentes son Cantos de vida y esperanza , El canto errante y Poema del otoño , publicados entre 1905 y 1910. Se dirá que venía del pasado. Sí, habría contestado acaso Darío, variando un poco su frase famosa: ¿Y quién que es no viene del pasado?".

En la imprescindible edición crítica de Azul... , a cargo del nicaragüense Ricardo Llopesa (Editorial UV, 2013), se incluye un prólogo escrito por Gonzalo Rojas. El poeta de Lebu repasa las adhesiones y rechazos que suscita la obra del poeta modernista. Entre las primeras, destacan las de Mistral, Neruda y García Lorca, autores estos últimos de un conocido homenaje al alimón realizado a la memoria de Darío. Entre los detractores, se cuentan Luis Cernuda, el crítico británico Cecil Maurice Bowra y Enrique Lihn. Con agudeza, Gonzalo Rojas hace notar que, justo el año en que Rubén Darío muere, Vicente Huidobro publica en Buenos Aires El espejo de agua (1916), donde incluye su fundacional "Arte poética" ("que el verso sea como una llave/que abra mil puertas").

En el segundo epílogo de esta misma edición de Azul... (2013), el poeta Juan Cristóbal Romero sintetiza los aportes de Darío: "Expandió los límites de la lengua, ampliando los niveles de percepción de la realidad mediante la imposición de metros poco comunes y la sorpresa continua de la rima. Todo el misterio de Darío está en sus procedimientos. Sin estas innovaciones, habría sido impensado predecir el surgimiento de las vanguardias o la revolución de la antipoesía".

Casi tres años vivió el poeta en Chile. Desde junio de 1886 hasta 1889. En Valparaíso escribió, con la ayuda de su amigo y protector Eduardo Poirier, la novela Emelina (1887), de tema melodramático y bomberil. Publicó luego la colección de cuentos y poemas Azul... (1888), con prólogo de Eduardo de la Barra. Su Canto épico a las glorias de Chile ganó el Certamen Varela de 1887. Aunque publicada en El Salvador el año 1889, en nuestro país vivió las experiencias recogidas en la novela A. de Gilbert , homenaje póstumo a su gran amigo Pedro Balmaceda Toro, hijo del Presidente de la República. La Biblioteca Nacional la reeditará en abril.

La influencia de Darío en los escritores chilenos de esa época se ha estudiado, ¿pero qué pasa hoy con su legado entre las nuevas generaciones? El poeta y editor Juan Manuel Silva Barandica (1982) ofrece un panorama abarcador:

-A pesar de que lo obvio sería relacionar a Darío con autores chilenos que trabajan formas métricas tradicionales, como Juan Cristóbal Romero, pienso que en términos estéticos es interesante la búsqueda americana de su poesía geográfica, histórica y cotidiana, en la que intenta sintetizar la cultura clásica europea con la vida en nuestros países. Algo de ese vigor hay en Neruda, Lihn y Germán Carrasco, para quienes la poesía no es un ámbito cerrado. También se podría rastrear en cierto tipo de trabajo histórico-geográfico como el que hacen Leonardo Sanhueza, Gloria Dünkler, Christian Formoso, Juan Santander o César Cabello. Ahora bien, ese cruce de culturas (con un germen ciertamente barroco) tiene una vitalidad tremenda en la poesía de autores como Francisco Ide o Fernando Concha.

Silva Barandica informa de una novela chilena aún inédita de Luis López-Aliaga, que recrea imaginativamente la muerte de Rubén Darío y el viaje que el poeta modernista peruano José Santos Chocano hace para verlo en su lecho de muerte.

-Chocano era ocho años menor que Darío -recuerda López-Aliaga-. Había algo oscuro en esta relación, al menos visto desde Chocano, algo que mezclaba el maltrato y la sumisión, la envidia y la admiración. Diría que Chocano, llamado en su momento "El poeta de América", intuía que la poesía de Darío envejecería de mejor manera que la suya; él, siempre arrogante, siempre vinculado con los poderosos, se sentía disminuido ante cierta vibración que sus propios poemas rara vez alcanzaban. Darío, por su parte, lo llamó el más grande ladrón de la poesía americana. Una amistad, en definitiva, como cualquier otra.

Su aporte a la lengua española

Hace dos semanas culminó en León, Nicaragua, el XIV Simposio Internacional Rubén Darío. Entre los invitados estuvo Alfredo Matus, director de la Academia Chilena de la Lengua, quien dictó la conferencia «Sentido y referencia en el Canto épico a las glorias de Chile ». Libro "no tan conocido, desafortunadamente, porque a mi modo de ver es muy valioso, sobre todo desde un punto de vista discursivo-textual", opina Matus.

Sobre el legado de Rubén Darío, el académico afirma:

-Todos conocemos la importancia histórico-literaria que tiene para el modernismo, pero también sabemos que a medida que pasa el tiempo estos grandes nombres se van recubriendo con opiniones negativas. Que Darío ya está pasado de moda, que ya no responde al gusto actual... ¡Cómo va a corresponder al gusto de nuestra época! Naturalmente que no, pero lo que hay que ver son los valores intrínsecos, literario-lingüísticos, y para mí fue un verdadero hallazgo el conocimiento y manejo que tiene Darío de la lengua española. Algunos pueden decir que usa un léxico muy rebuscado, de libélulas y palabras esdrújulas, pero eso implica una cantidad de lecturas clásicas enorme, un recorrido por la literatura española y una potencia lingüística asombrosa. Sé que hoy en día, desde el punto de vista estético, no corresponde a las expectativas del lector, pero creo que está muy vigente en la historia de la lengua española.

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