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Nueva publicación Documentos históricos:

Reveladoras cartas y diarios inéditos de Domingo Santa María

domingo, 20 de diciembre de 2015

Pedro Pablo Guerrero
Artes y Letras
El Mercurio

El historiador Álvaro Góngora compila un voluminoso epistolario que da luces sobre la desconocida personalidad del político liberal que fue Presidente de Chile entre 1881 y 1886. Interesantes y amenas son las impresiones de su viaje a Perú.



"Salí sobre cubierta y la presencia del mar que se agitaba suavemente, cuyas olas al quebrarse formaban una cresta blanca cuyo color azulado reflejaba el cielo azul que nos servía de techo. Me elevó el alma hasta acercarme a Dios. Contemplaba la inmensidad del mar en incesante bravida [sic], en movimiento perpetuo y me decía: este orden que observo no varía nunca; esta gran masa de agua no sale de su centro por más que los vientos lo agiten; y esta ley constante que regula su flujo y reflujo, ¿qué me dice? ¡Ah! sólo Dios, sí, sólo Dios puede ser autor de tamaña maravilla y de tan gran portento. Entonces se eleva mi corazón hacia él y le adoraba con humillación y respeto. Es menester contemplar la naturaleza en todos sus prodigios para amar a Dios".

La anotación corresponde al "Diario de viaje" de Domingo Santa María escrito entre el 6 de febrero y marzo de 1852. La entrada es del 13 de febrero. El futuro Mandatario de Chile se dirigía a un autoexilio en Perú luego de tomar parte en la fracasada Revolución de 1851. De acuerdo al historiador Álvaro Góngora en su estudio preliminar del libro "Domingo Santa María González (1824-1889). Epistolario", la repetición de tales expresiones en la correspondencia y otros escritos íntimos de Santa María "permiten pensar que fue creyente", lo que refutaría la caricatura anticlerical creada -y repetida acríticamente- por la historiografía conservadora, mal dispuesta hacia este político liberal que promulgó, desde su investidura presidencial, las leyes laicas sobre cementerios, matrimonio y registro civil.

Tampoco encuentra el historiador antecedente alguno de que haya sido masón, como dijeron algunos adversarios. Ni siquiera hay atisbos en su correspondencia privada, remarca Góngora, de posiciones agnósticas ni animadversión a la Iglesia Católica, a pesar de que Carlos Walker Martínez lo tildó de "clerófobo". Fama a la que contribuyó su enfrentamiento con el Vaticano, cuando fue Presidente, por su obstinación en proponer como arzobispo de Santiago al presbítero Francisco de Paula Taforó, rechazado por la curia.

"En rigor, sabemos muy poco sobre su personalidad, siendo un personaje histórico relevante, o, bien, lo conocido adolece de distorsiones que bien vale aclarar (...). En verdad, existen demasiadas preguntas a las que la historiografía no ha dado respuesta", señala Álvaro Góngora en la presentación del libro, donde explica que los documentos reunidos corresponden a una recopilación hecha para elaborar la biografía de Domingo Santa María, proyecto que debió aplazar por las dificultades encontradas.

La falta de objetividad no proviene solo de intelectuales conservadores, aclara el historiador. La figura de Santa María encontró una fuerte resistencia en personajes como el radical José Francisco Vergara, quien no se quedó atrás en epítetos condenatorios del ex Presidente ("Su triste cadáver no merece sino desdén y olvido"). Vergara fue uno de sus colaboradores más cercanos, pero rompió con Santa María durante su Presidencia. Aspiraba a sucederlo en el cargo, sin embargo el Mandatario eligió como su delfín a José Manuel Balmaceda.

Impresiones de Lima

Si bien la nutrida correspondencia con personalidades del siglo XIX es de gran interés, sobre todo para investigadores, una de las secciones más amenas del libro es el ya citado "Diario de autoexilio", que incluye el "Diario de viaje de don Domingo Santa María a Perú desde el 6 de febrero a marzo de 1852" y "Estadía en Lima, Callao y Chorrillos". En el primero se hallan vivaces descripciones de los puertos donde iba recalando el vapor en que viajaba el político: Cobija, Iquique, Arica, Islay, Pisco...

"El tono, el color, las maneras y el lenguaje de los cholos y negros formaban un contraste con lo desabrido, lo chabacano y lo natural de nuestro roto . Los cholos hablaban, gritaban, se atropellaban y se cruzaban mil dichos: parecían los chorroyes de nuestras sementeras en lo chillones; pero hablaban de una manera más correcta, más lúcida que nuestra plebe aunque no tan varonil y esforzada", anota en Iquique.

Ya en Perú, su visita al balneario de Chorrillos da pie a un comentario teñido de picardía: "Para bañarse, cuando la señora no toma un bañador o un amigo u otra persona que la entre , toma comúnmente dos mates que colocados bajo el brazo, le sirven para nadar. Estos mates se llaman potos ; y así se dice voy a bañarme con potos. Emplear la palabra mates sería indicio de una huasería censurable".

De Lima le chocan el calor, la comida, la suciedad de las calles, la delincuencia, el mal estado de los monumentos públicos, pero sobre todo las costumbres. Critica con dureza las dos pasiones que, a su juicio, dominan a todas las clases sociales: el amor y el juego. Con el primero se refiere no tanto al cortejo galante sino al "comercio escandaloso de sus carnes" de que viven algunas mujeres, así como a los "maricones" que las autoridades han confinado a barrios "donde aun conservan sus asquerosas costumbres y la inicua prostitución".

Luego de comentar ácidamente el estado de la administración pública local, el sistema de justicia, la agricultura y los establecimientos educacionales, cuenta su visita al edificio de la Inquisición (destinado "a apoyar el despotismo de la monarquía española bajo el pretexto de defender la fe cristiana con otros medios que los aconsejados por el evangelio"). La vista de las celdas le subleva el ánimo y le hace escribir, indignado: "¿Sobre qué descansaba la religión en Lima? Sobre el terror que inspiraba la Inquisición, y sobre el espanto que producían sus sacrificios (...). De aquí es que Lima, no es religiosa sino en la forma, en la cáscara". Elogia, en cambio, el Santuario de Santa Rosa, de quien dice, curiosamente, que "Era chilena" por el lado de su madre y "Tiene mucho del tipo araucano".

A grandes rasgos, Santa María atribuye el atraso de Perú a una Independencia que no se realizó a fondo, por culpa de una sociedad temerosa de alterar costumbres e instituciones arraigadas, en especial la esclavitud, que recién sería abolida dos años después.

Cartas familiares

"Cuídese hijita. Ande bien traída y compre lo que le falte. Póngase corsé y no deje que el cuerpo se críe suelta, mire que está engordando mucho y que necesita apretarse. Lea alguna cosa entretenida e instruida y escriba con cuidado y diariamente. No deje hijita de hacer lo que le digo, por que bien sabes cuanto gusto me das en ello. Adiós un beso a mi monita y tú recibe el corazón de tu DOMINGO". Así termina la carta que Domingo Santa María, intendente de Colchagua, le envía a su esposa, Emilia Márquez de la Plata, desde la localidad de Larmahue (Pichidegua), el 1 de febrero de 1848. Tiene 24 años, una hija, el título de abogado que obtuvo el año anterior y una prometedora carrera política.

La correspondencia con su esposa es nutrida (aunque no se conservan las respuestas de ella). Los cariñosos epítetos que le dedica revelan un amor profundo aunque dolido por las continuas separaciones a que lo obligan sus deberes políticos. Tema recurrente es la salud de ella, pero sobre todo la propia. Santa María se queja de continuas dolencias combatidas con baños de tina, de mar y termales. ¿Hipocondría? "No es imaginaria mi enfermedad. Verdad es que hay mucho de nervioso, pero ello proviene de la misma afección al pecho. Según tu mamá, soy el enfermo imaginario de Molière. ¡Ojalá fuese así!", le escribe en una carta de 1888 a su hijo Ignacio.

Álvaro Góngora resalta la dimensión íntima que transmiten las cartas de Santa María a los suyos, pero también las que le envían a él. Destacan en este sentido las de su hijo predilecto, Fernando, dotado de una acendrada sensibilidad que se refleja en sus ambiciones literarias, pero también en una creciente obsesión por la muerte. "Arrastraba claros signos depresivos y debilidad física", apunta Góngora.

"Papá querido, qué más grato placer, qué orgullo más santo que un padre como usted (...). Usted padre es Dios en la tierra", le escribe Fernando en 1869. Al año siguiente, Domingo le advierte a su hijo: "Es tan cierto que los padres tienen el presentimiento de la suerte de sus hijos! Y este presentimiento no es más que la revelación de la ley del amor!

Yo te lo digo: sigue y estudia; serás hombre y serás mi consuelo.

No temas dejarme antes de tiempo. Yo debo dar primero mi despedida y dejarte en ella una enseñanza. Fío en que la Providencia no me infligiera el castigo de ver desaparecer mis hijos. Yo no diría entonces que podría llegar a viejo".

La carta resultaría premonitoria. Fernando murió en 1875.

En la correspondencia con su mujer, el político solía quejarse, tanto en San Fernando como en Lima, de los gastos que le ocasionaba mandar a lavar su ropa, y la sospecha sempiterna de que le robaban prendas.

La economía doméstica lo siguió obsesionando como Presidente de la República. En respuesta a una carta de su hijo Ignacio sobre la remodelación de la casa familiar, le encarga el 7 de febrero de 1885: "El gasto del Salón me asusta, pero algo es menester hacer para ponerlo decente. No toquen Vs. la alfombra, ya que demanda un gasto crecido. Cambien papel, tapiz y cortinas. Si no hay estrecha correspondencia entre todo, que el espectador lo disimule y perdone. Si mi dormitorio no se necesita sólo arreglar y emparejar los muebles. ¿Se pueden aprovechar las cortinas? Tanto mejor. Dejemos el rigorismo para los ricos. Yo no siento pena al sentarme en silla de trono o tapiz verde y una alfombra blanca o azul. No acepto las exigencias del lujo".

Murió el 18 de julio de 1889, un mes después que su "vieja querida".

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