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Andrew Solomon escritor y profesor de Psiquiatría:

EL DEMONIO DE LA depresión

martes, 17 de noviembre de 2015

Por Sofía Beuchat.
Reportaje
El Mercurio

Vivió en carne propia una depresión tan grave que no podía levantarse de la cama y hacer algo tan simple como lavarse los dientes le parecía una tarea titánica. La experiencia lo marcó a tal punto que decidió escribir el libro más completo que se haya escrito sobre el tema: "El demonio de la depresión". Andrew Solomon, profesor de la escuela de Psiquiatría de la Universidad de Cornell, habla en exclusiva sobre por qué esta enfermedad no debe confundirse con la tristeza o pesimismo que todos sentimos en alguna medida. "Lo que la define es la falta de vitalidad", precisa.



"Yacía en mi cama helado, llorando por el hecho de estar demasiado asustado para ducharme, y sabiendo al mismo tiempo que no hay nada que temer de una ducha. Pasaba revista a los pasos que debía dar: mueves las piernas y apoyas los pies en el suelo, te pones de pie, te diriges al cuarto de baño, abres la puerta, caminas hasta el borde de la tina, abres la llave, te metes bajo el agua, te frotas con jabón, te sales, te secas, vuelves a la cama. Doce pasos que para mí resultaban abrumadores. En ocasiones rompía a llorar, no solo por lo que no podía hacer, sino por el hecho de que no poder hacerlo me parecía decididamente estúpido (...) Las crisis depresivas son absurdas, y sin embargo esa 'absurdidad' resulta verdadera y obvia cuando uno está deprimido". 

 

Crisis. Así se llama el capítulo más personal de "El demonio de la depresión" (Debate, 2015), libro en el que un atribulado, erudito y muy informado profesor de la Escuela de Psiquiatría de la Universidad de Cornell llamado Andrew Solomon (52 años) demuestra, a partir de su propia experiencia, que estar deprimido no es sentirse triste o pesimista, sino un estado en el que simplemente vivir duele. Y las tareas más sencillas -ducharse, comer, conversar- parecen titánicas.

Le pasó a él poco antes de cumplir 41. Se desmoronó. No durmió y al día siguiente no pudo levantarse. No pudo soportar la sola idea de salir a celebrar su cumpleaños con sus amigos. Se quedó tendido en la cama, sin poder hablar ni moverse. "Comencé a llorar, pero sin lágrimas, y el llanto era una suerte de estremecimiento incoherente. Alrededor de las tres de la tarde logré levantarme e ir al baño. Regresé a la cama temblando", apunta.

La depresión, insiste, no es pena, no es preocupación, no es 'andar bajoneado'. Es, más bien, una profunda pérdida de vitalidad. "La depresión mayor altera el sueño, los apetitos y la energía, aumenta la sensibilidad al rechazo y puede acompañarse de una pérdida de la confianza en sí mismo y del amor propio. (...) Se trata de una fuerte sensación paralizante, cargada de un sentimiento de inminencia: los depresivos utilizan todo el tiempo la expresión 'estar al borde de un abismo' para indicar el paso del dolor a la locura (...)", escribe en este completísimo volumen de casi 700 páginas que su editorial define como "un atlas de la enfermedad". Tomó cinco años en escribirse y ha sido traducido en 24 idiomas.

Este trabajo ha convertido a Solomon en conferencista y referente académico: junto con su labor como profesor en Cornell, es miembro del directorio del Centro de la Depresión de la Universidad de Michigan y ha sido premiado por su contribución a la salud mental por varias instituciones (entre ellas, la Universidad de Yale y la Sociedad de Biología Psiquiátrica de Estados Unidos). Pero Solomon no es psiquiatra ni psicólogo, sino escritor: estudió inglés en Yale y luego obtuvo un máster en lengua inglesa en Cambridge. Comenzó su vida profesional como corresponsal de guerra y hoy está en librerías con "Lejos del árbol" (2015), un libro en el que aborda relaciones entre padres e hijos marcadas por la dificultad.  Hoy trabaja en un libro sobre el nuevo modelo de familia.

La primera edición de "El demonio de la depresión", de 2001, obtuvo el National Book Award y fue finalista al Premio Pulitzer. Además, fue seleccionado como uno de los cien mejores de la década por la revista Time. La crítica alabó la profundidad y valentía con la que revela su propia experiencia y su extensa investigación que incluye historias humanas, entrevistas con médicos, científicos y farmacológicos y hasta políticos y filósofos. Este año, una segunda edición llegó a librerías con nuevos capítulos e información actualizada sobre medicamentos y terapias, más un seguimiento a las personas que habían dado su testimonio.

-Cuando comencé a recuperarme de mi primera crisis depresiva, el libro que yo necesitaba leer no existía. Había libros médicos, testimoniales, científicos, históricos, pero nada que reuniera todo eso -cuenta desde su casa en Nueva York-. Más que buscar respuestas para mí mismo, quería encontrarlas para ayudar a otros. Porque una vez que entiendes lo que es la depresión puedes ver qué hacer al respecto. Cuando estás deprimido te sientes completamente sobrepasado. El libro, por supuesto, no hará que nadie deje de estar deprimido, pero al menos lo hará sentir un poco menos superado por lo que le sucede.

-A pesar de todo lo que se ha escrito sobre depresión, la gente sigue pensado que es solo tristeza o pena. Incluso una pena profunda y larga. Pero no una enfermedad que puede ser invalidante.

-Esto obedece a muchas razones. La primera es la pobreza de lenguaje: usamos la misma palabra para referirnos a un niño apenado porque cancelaron su partido de fútbol en el colegio que para hablar de alguien que está a punto de suicidarse. Pero más allá de esto, está la idea subyacente de que las enfermedades psiquiátricas en su conjunto son algo que la gente puede superar por sí misma, como si no fueran realmente enfermedades.

-¿A qué lo atribuye?

-Es así porque aún sabemos poco sobre su bioquímica y origen. Pero también porque todos han pasado por momentos en los que sienten lo mismo que una persona deprimida; se han sentido mal consigo mismos por algunas horas, pero luego logran recomponerse. Otras personas pasan por estas sensaciones día tras día, semana tras semana, mes tras mes. Las personas que sí han logrado recomponerse no entienden qué tan profunda y física es la experiencia de la depresión; no dimensionan cómo, para los afectados, es realmente imposible salir adelante por sí mismos. 

Amor y pastillas

A nivel internacional, la depresión es un problema extendido: la Organización Mundial de la Salud estima que la sufren más de 350 millones de personas. La tasa mundial de adultos con depresión es de alrededor del 15 por ciento, pero en Chile estamos sobre la media, con un 17,2 por ciento. Las mujeres son las más afectadas: una de cada cuatro tendrá al menos un episodio de depresión en su vida, mientras que entre los hombres la cifra es uno de cada nueve.

Según la OMS, el 75 por ciento de los pacientes que han tenido depresión volverá a tenerla a lo largo de su vida. Por eso, para Solomon, la depresión debiera ser considerada como una enfermedad crónica y recibir tratamiento permanente, tal como la diabetes.

-La depresión es una batalla extenuante. Una vez que la reconoces, requiere control de por vida. Hay gente que se deprime una vez, se recupera y nunca más vuelve a enfrentar esta enfermedad. Pero la mayoría de las personas que se deprime una vez vuelve a deprimirse y quienes lo hacen dos o tres veces más tienen muchas probabilidades de repetir el problema, a menos que reciban un tratamiento exitoso que les permita romper ese ciclo -explica.

Él mismo, apenas empieza a sentir que se acerca un nuevo período depresivo -el último, cuenta, fue en el verano pasado- comienza a prepararse: cancela compromisos que puedan ser muy agotadores o estresantes y se preocupa de regular su sueño, hacer deporte y cuidar su alimentación, lo cual según sus hallazgos y experiencia personal atenúa bastante el golpe depresivo. Y continúa siempre con su terapeuta y sus antidepresivos, además de preocuparse por mantener contacto con la gente que quiere.

Muchas personas que sufren depresiones severas no logran el éxito en sus trabajos, formar pareja o construir una familia, pues pasan mucho tiempo sin poder producir o relacionarse con los demás. Muchos se ven obligados a hospitalizarse cada cierto tiempo. Pero este conjunto de aparentemente simples acciones, asegura Solomon, es lo que le ha permitido construir, pese a los bajones cíclicos que lo aquejan, una carrera profesional exitosa. Además, ha podido asumir un no poco desgastante rol como activista por la diversidad sexual. Y tener una familia: Solomon está casado con John Habich, con quien tiene un hijo adoptado. También tiene un hijo biológico con una compañera de universidad y es padre de dos niños de madres lesbianas.

-Uno no escucha a una persona que tuvo un ataque al corazón decir que dejó los medicamentos por un rato; se sabe que esto debilitaría su corazón y que si lo hace podría volver a tener otro ataque. Pero si oyes todo el tiempo a personas que cuentan que estuvieron deprimidas y decidieron controlar el tema por sí mismas, o que dejaron los fármacos porque ya se sentían mejor, y luego tienen grandes recaídas. No hay que exponerse continuamente a esto; mientras más depresiones tengas, más difíciles son de tratar. La gente cree que es fuerte al dejar a su terapeuta o sus medicamentos, pero así no están siendo fuertes, ni siquiera están siendo valientes. Lo que están siendo es necios.

-Mucha gente se resiste a tomar medicamentos o está en contra de ellos por otro tipo de razones.

-Yo no quiero obligar a nadie a tomarlos. Mi experiencia es que son extremadamente poderosos y efectivos y que pueden hacer una diferencia. La gente que ha decidido no ingerirlos ha tomado una decisión y es su responsabilidad. Pero muchas veces esta decisión viene de un miedo que me parece irracional; es una ansiedad basada en prejuicios. Actúan como si tomar un medicamento fuera como perder la virginidad; un paso adelante sin retorno. Yo pienso que es mejor probar y ver.

-Se ha dicho que usted propone una fórmula basada en "amor y pastillas".

-Esa es una visión muy reduccionista. Lo que yo digo es que, en mi caso, fue útil tener un buen terapeuta, fue útil tomar medicamentos y fue bueno haber tenido la fortuna de contar con una familia y un grupo de amigos que me dieron mucho apoyo. Yo sabía intelectualmente, incluso cuando estaba emocionalmente tocando fondo, al punto en el que me quería morir, que si lograba salir de ahí tendría una buena vida, una vida que podría disfrutar. El amor es un sostén fuerte y, cuando no lo tienes, salir de una depresión es muy difícil. Este no es un buen "consejo" para dar: no puedes simplemente decirle a un depresivo que todo lo que necesita es amor y que salga a buscar gente que ame y que lo ame. Sin embargo, a veces creo que la industria farmacológica olvida que las circunstancias en las que está el enfermo pueden hacer una gran diferencia.

En este contexto, el apoyo de las personas que quieren al depresivo -parejas, padres, amigos- se vuelve fundamental. Pero no siempre es fácil estar cerca de un depresivo. El enfermo muchas veces se retrae a tal punto que construye a su alrededor una barrera impenetrable, infranqueable. ¿Sirve obligarlo a levantarse, salir de la cama, abrir las cortinas, caminar por la plaza, tomar algo de sol? ¿Sirve decir 'hazlo por tu familia, tienes hijos que cuidar'?

-Los depresivos suelen sentir que la interacción con otros es demasiado desgastante, pero lo peor que los demás pueden hacer es dejar que se aíslen, porque en soledad es cuando estas personas más se hunden -acota Solomon-. Si el depresivo no quiere conversar, simplemente hay que sentarse a su lado en silencio. A veces ni siquiera toleran eso; entonces hay que instalarse afuera, al lado de la puerta. No puedes irte, tienes que mantenerte involucrado y asegurarte de que el enfermo sienta -sepa- que es amado, con depresión o sin ella.

Lo más importante, dice Solomon, es llevar al depresivo a su límite. No dejar que dé menos de lo que puede dar.

-No se trata de hacer que alguien baile con una pierna rota -precisa-. Pero tampoco puedes dejar que la otra persona se desvanezca en su depresión. Con suavidad, hay que sugerirles que hagan cosas simples, empujarlos siempre un poco más allá pero de manera amorosa, no exigente, siempre con un equilibrio que es diferente caso a caso.

 
¿Pura química?

La intensidad con la que algunas personas viven la depresión las lleva a pensar que se trata de algo meramente fisiológico; un problema químico en su cerebro, del que la persona es en absoluto responsable. Pero esta visión, según Solomon, no solo es incompleta sino además peligrosa. Hace que muchos pacientes piensen que un medicamento pondrá todo en su lugar. Y no es así.

-Habitualmente los depresivos sienten culpa por lo que les sucede y al decir que es "simplemente algo químico" se alivian -explica.

-Cuando estás deprimido te sientes muy mal con respecto a ti mismo y por eso muchas personas terminan pensando que ellas causaron lo que les pasa. Te sientes como un fracaso porque no pudiste manejar la situación. Pero la sociedad hace mucho para que la gente se sienta así. Hay mucha presión sobre quienes tienen estos problemas; presión para que "salgan adelante". Entonces la culpa tiene dos orígenes: el interno, en tanto la culpa es un síntoma de la depresión misma, y la presión externa, que hace parecer como si estos problemas no fueran difíciles de solucionar.

Solomon afirma que todas las experiencias humanas pueden explicarse químicamente, pero esto no significa que deban tratarse solo químicamente o solo desde la experiencia, en una terapia psicológica.

-La gente dice: me deprimí porque me pasó algo terrible, entonces no creo que tenga que tomar este fármaco. O al contrario, que la depresión simplemente llegó, no sabemos de dónde, entonces es algo químico y lo único que hay que hacer es tomar una pastilla. La verdad es que ambos tipos de tratamiento pueden ser efectivos sin importar cuál sea el origen de la depresión. Su causa y su tratamiento son variables independientes. Todo lo que pasa es un problema químico, pero todas las experiencias afectan tu química.

Si bien Solomon explora en profundidad todos los tratamientos disponibles, incluidos los alternativos o "naturales", no intenta develar cuál es el mejor: la enfermedad, explica, es multicausal y lo que a una persona le sirve, a otra no. Sin embargo, propone un camino que llama forge meaning, construct identity (crea significado, construye identidad). En términos simples, esto implica aceptar la depresión como algo propio de la persona afectada, y luego buscarle un sentido.

-Muchas personas buscan negar la depresión, distanciarse de ella, evitarla. Irónicamente, estas son las que están más obsesionadas con el tema, porque corren el riesgo de que reaparezca en cualquier momento. En cambio hay otras que sufren depresiones severas y se dicen a sí mismas: esto es parte de mí, y jamás lo habría escogido, pero algo tendré que aprender de esto. Si logras integrar la idea de que la depresión es parte de tu identidad, no te destruirá la próxima vez que venga.

-En su caso personal, ¿qué sentido encontró a todo su sufrimiento?

-La depresión me ayudó a ser más sensible; a entender mejor a los otros. Comprendo ahora que el funcionamiento normal de la mente puede ser interrumpido por una enfermedad que te puede hacer actuar de maneras en las que quisieras no actuar y eso me hace perdonar las alteraciones en los demás. Me ayuda a entender que los cambios de humor en mis hijos no están necesariamente bajo su control y que su conducta debe ser entendida en un contexto. Agradezco cada día en el que me levanto y me siento bien porque sé cuán doloroso puede ser existir. Esto me hace vivir la vida más intensamente. Lo más importante es que he ganado mucha intimidad conmigo mismo. Me conozco mucho mejor que si nada de esto me hubiera pasado.

Apenas siente que viene otra depresión, Solomon cancela compromisos que puedan ser muy agotadores o estresantes y se preocupa de regular su sueño, hacer deporte y cuidar su alimentación. Así atenúa el golpe.


"La gente cree que es fuerte al dejar a su terapeuta o sus medicamentos, pero así no están siendo fuertes, ni siquiera están siendo valientes. Lo que están siendo es necios".


 "Los depresivos suelen sentir que la interacción con otros es demasiado desgastante, pero lo peor que los demás pueden hacer es dejar que se aíslen, porque en soledad es cuando estas personas más se hunden".

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