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Homenaje a ex docentes de la UC

viernes, 23 de octubre de 2015

Sergio García Valdés
Opinión
El Mercurio




Señor Director:

En relación con la respuesta del sacerdote Percival Cowley a mi carta, lamento que en las cinco primeras líneas de ella se me hagan cinco descalificaciones, pero en este texto prescindiré de ellas.

Los exonerados de la Universidad Católica después del "Golpe Militar" fueron de distinta índole, no necesariamente por sus ideas. Y si digo que la lista de ellos resulta arbitraria, es porque he consultado a algunos que no han sido invitados a integrar la lista de homenajeados en que reconoce haber trabajado mi contradictor.

El sacerdote aludido justifica la violencia en la toma de la UC, porque "no hubo ni siquiera un pupitre roto". Si bien impugno ese inventario -porque en el salón de honor en los días siguientes a la toma en una lucha entre estudiantes los asientos fueron arrancados de cuajo para lanzarlos unos contra otros-, lo más grave fue la otra ruptura: me refiero a la convivencia universitaria, ya que el estudiantado se dividió frontalmente en los que estaban "adentro y afuera" de su Casa Central, por espacio de cinco años.

Reconoce el padre Cowley que el rector de entonces, monseñor Alfredo Silva Santiago, con motivo de la toma, no siguió en su cargo después de una labor fructífera, honesta y pacífica, que lo transformó en el primer exonerado de la "reforma".

Se me imputa haber actuado violentamente por ser uno de los cientos de alumnos que participaron en el intento de retoma de la Casa Central de la UC. Parece ser que el sacerdote aludido no cree en el derecho a la legítima defensa, y se suma al ambiente actual en que el asaltado es el hechor y el asaltante el que queda en libertad sin castigo alguno.

Y voy a ahondar en este tema. La retoma se organizó porque, como lo señaló nuestro amigo y compañero de universidad Jaime Guzmán Errázuriz, cobardemente asesinado en "democracia", si esa toma quedaba impune, vendría una seguidilla de nuevas usurpaciones. Qué razón tenía. Luego vino la toma de la Catedral de Santiago, la de predios, industrias, radios, colegios, supermercados, entre otros, que sumaron más de cinco mil a septiembre de 1973. Todas, consecuencias que el padre Cowley no dimensiona en su trágica magnitud.

Solo me resta lamentar que 42 años después de una convulsión social que culminó el año 1973 con un país paralizado y con harina para tres días, se vuelva sin ninguna necesidad a reabrir heridas y tergiversar la historia a través de un polémico homenaje a los reformistas de la Universidad Católica.

Sería conveniente que el rector de esa casa de estudios transparentara el método en la selección de los galardonados y el costo de su homenaje y reintegro de los funcionarios supuestamente exonerados por "sus convicciones".

Sergio García Valdés
Abogado

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