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Hacia un Santiago de calidad mundial

Los dueños de la vereda

sábado, 03 de octubre de 2015

Miguel Laborde
Nacional
El Mercurio




Hay algo particular en el chileno, a ojos de los demás latinoamericanos. Es una pasión por el orden, que sorprende a algunos y produce alguna desconfianza en otros. Llaman la atención las calles tan rectas, las manzanas bien cuadradas, las precisas líneas de edificación tan respetadas. Este fenómeno es hijo de nuestra historia, porque no había ciudades en el Chile precolombino, y el modelo ortogonal europeo se aplicó sin alteraciones. En cambio, en gran parte de la América hispana, sí había urbanismo indígena y de ahí el mestizaje de sus ciudades donde la cuadrícula se tuvo que adaptar a lo preexistente.

Lo mismo con las costumbres. El comercio en los espacios públicos era de tradición larga en el mundo indígena, y es así como los españoles describen la riqueza de colores y fragancias que se despliegan en las plazas, por ejemplo, del antiguo México. En Chile, donde tal costumbre era más leve o inexistente, los cabildos mantuvieron las plazas y calles cercanas sin vendedores en la vía pública.

Ese signo de la cultura chilena está en riesgo. En los últimos meses hemos visto disminuir el número de bicicletas en las veredas, pero ese logro está siendo menoscabado por el aumento del comercio callejero. Especialmente en torno a varias estaciones de Metro; su número es tal, que hoy obstaculiza el paso de los peatones. Si uno se detiene a conversar con los vendedores, hay historias de necesidades y esfuerzos detrás de cada uno. Pero, como siempre, la autoridad debe buscar el bien común. La creación de mercados regulados, además, sigue siendo una tendencia en auge porque su valor es indiscutible.

La vereda es un espacio democrático, una conquista social. Nació en la Grecia libertaria, la valoró Roma y luego la borraron los señores feudales. En las vías del Medioevo había que esquivar sus carruajes, especialmente los ejes de sus ruedas, verdaderos quebrantahuesos. Es cierto que en Francia volvieron por demanda de ellos, que aburridos de las estrechas callejuelas promovieron las "trottoirs" para hacer trotar al caballo y avanzar más rápido al margen de la turba.

La Revolución Francesa les puso coto. Las veredas serán para el ciudadano de a pie; un espacio digno y separado de los vehículos, más distante de las pozas y el barro. Es cuando aparece ese personaje literario, símbolo de la ciudad libre, el paseante urbano, el "flâneur", que camina inadvertido pero viviendo el espectáculo de la calle, de la gente, la mejor obra de arte.

En Asia hay cientos de ciudades todavía atestadas, pero en Chile, y en Europa, se ha luchado por mantener despejadas las veredas. Con la creciente valoración de la salud física, se ha sumado otro aspecto, donde las veredas se mantienen en buen estado, pues no sólo facilitan la circulación peatonal, sino que también aumenta el número de quienes pasean y/o trotan en ellas. El estado físico de los jóvenes, como el de las personas de la tercera edad, que las usan con ese objetivo, pronto mejora. Ojalá que no nos invada el comercio ilegal, para que las veredas sigan siendo de todos.

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