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Cómo es el restaurante que recibe desde admiradores de Pinochet al hijo de la Presidenta:

Una noche en el Lili Marleen

domingo, 06 de septiembre de 2015

Mariela Herrera Muzio
Reportajes
El Mercurio

La historia de sus dueños, un matrimonio alemán que en el año 70 huyó de la RDA y décadas después se radicó en Chile atraído por la influencia prusiana del Ejército, ayuda a entender por qué adherentes del gobierno militar y del oficialismo confluyen en un mismo lugar.



F otos. Muchas fotos. Eduardo Dockendorff, Osvaldo Puccio, Nicolás Eyzaguirre y Francisco Vidal sonríen. Más allá, Pablo Longueira, Hermógenes Pérez de Arce y Francisco de la Maza. A unos centímetros de distancia los actores Julio Jung, Amparo Noguera y Daniel Muñoz se entremezclan con Miguel Piñera, Fernando Villegas y Ernesto Belloni. Y aparece Mike Patton de Faith No More junto a Lalo Ibeas de Chancho en Piedra. Y las dos Patricias. La Maldonado y la Rivadeneira. Derecha e izquierda.

Y Pinochet. Mucho Pinochet. Joven y anciano, de uniforme y de civil. Y su familia. Y la junta militar y una reproducción de su funeral hecha con pequeñas figuras de plomo sobre un piano de fines del siglo XIX ya desafinado.

Todos se dan cita en una casona de Providencia donde se ubica desde 2003 el restaurante Lili Marleen, de propiedad de Hans Dittmann y su esposa, Gisela. El mismo local que hace unos días hizo noticia por una foto "paparazeada" del hijo de la Presidenta, Sebastián Dávalos, cenando en el lugar. En redes sociales surgió un debate por su presencia en un restaurante en que abunda la iconografía del régimen militar.

El mismo sitio donde Pinochet es "don Augusto", Dávalos es "Sebastián".

"Lo que pienso es el resultado de lo que yo y mi familia hemos vivido"

¿Por qué este acervo, para muchos incomprensible, de personajes del acontecer nacional que se pelean espacio entre los retratos en blanco y negro de Otto von Bismarck, Emilio Körner y Guillermo II, todo enmarcado en un ambiente completamente militarizado?

"Porque lo que pienso es el resultado de lo que yo y mi familia hemos vivido... Uno es lo que ha vivido", dice Hans, en un español marcado por un fuerte acento alemán. Con una opinión histórica y política definida, dice que no pretende imponer su verdad a nadie. "Nadie tiene la verdad absoluta y así es en la vida. Muchas veces frente a una situación pueden existir dos verdades, ya lo he observado", comenta.

Es el amo y señor del lugar mientras firma boletas, atiende la barra, encarga pedidos de fricandelas, lomos kassler , perniles y crudos.

Dice que es la primera y última entrevista que da. Prefiere ser reservado con su clientela y no tener protagonismo. Por eso le molestó que se viralizara la foto de Dávalos. "Lamento que se haya afectado la privacidad de Sebastián, él siempre es respetuoso y humilde", comenta.

A ambos los une la RDA. En 1970, ocho años antes de que Dávalos naciera en Leipzig, Hans y su esposa huían del régimen socialista tras un peligroso escape a Berlín occidental, cruzando el muro.

"Hicimos el mismo camino que varios exiliados de Chile que se fueron de acá y terminaron en Alemania Oriental. Nosotros partimos de Alemania Oriental y llegamos acá. Hicimos el mismo camino -reitera-, pero por distintos motivos".

Tres años detenido por la Stassi

En el Lili Marleen, como es costumbre de todas las noches, suena música alemana, algunas marchas, algunos vals, todo lo que recuerde a su lugar de origen.

Mientras se escucha por los parlantes la "Marcha de Radetzky" en una versión Andre Rieu, Hans cuenta qué lo hizo dejar Alemania.

"Fui educado y formado en un ambiente socialista, con un adoctrinamiento fuerte desde el kínder. Incluso había una clase que se llamaba formación del ciudadano socialista. Pero los jóvenes siempre son críticos y yo comencé a cuestionar. En Alemania Oriental uno tenía para comer, controlado por el Estado, claro, para tener ropa, pero no existía ninguna libertad de pensamiento, de opinión, y eso para un joven provoca un rechazo", dice. "Me comenzaron a perseguir de una forma muy fea".

Y cuenta lo que le ocurrió en lo que, pensó, sería el comienzo de su vida profesional. "Siempre converso con gente conocida de la Concertación que estuvo en la RDA en la universidad Humboldt, en Berlín, donde yo también estuve. Allí di el mejor examen para ser dentista, pero luego me dijeron que por mi visión crítica era considerado 'enemigo del pueblo' y no me permitieron estudiar allá. No tenía ninguna posibilidad en el futuro de poder hacer algo, era como que estás muerto vivo".

Cuenta que la Stassi lo tuvo detenido por tres años, entre el 66 y el 69. Cuando fue liberado, a los 21, conoció a Gisela y, con ella de 8 meses de embarazo, huyeron hacia lo que entonces se llamaba "Berlín libre".

Hace un alto en el relato y dice: "Cuando la gente me comenta sobre lo que pasó en Chile yo les digo 'a mí no me cuenten nada, he pasado por todo eso, me han torturado, perseguido'... Entiendo a las otras personas, acepto que piensen distinto".

En Chile por el general Körner

Tras recorrer y buscar oportunidades, recibió una oferta para trabajar como periodista sobre temas de turismo. Su primera parada fue Venezuela y luego Chile.

Acá se encontró con una pasión que tenía desde niño: la historia.

"Yo tenía un muy buen profesor en el colegio y eso me marcó". Y la influencia prusiana no la encontró en Brasil ni en Argentina, lugares donde incluso la inmigración alemana había sido mayor.

"En Chile fue distinto", afirma y se explaya: "Luego de la victoria sobre Napoleón, toma fuerza la influencia prusiana en el mundo. Y acá se invitó, a fines del siglo XIX, a instructores alemanes para modernizar el Ejército. El primero que llegó fue Emilio Körner", y mientras termina de relatar muestra un retrato colgado en la pared de quien en Chile alcanzara a ser Jefe de Estado Mayor General de Ejército.

Si bien ya llevaba más de un viaje a Chile, decidió radicarse en 1998. La idea del restaurante la trabajaron en dos años, hasta que lo inauguraron en 2003. "Siempre me han gustado los restaurantes que tienen un tema. Te da una cierta cara", dice. "Y como en Chile existe esa tradición histórico militar con Prusia, entonces optamos por eso".

Así se entienden los cascos "prusiano-chilenos" con penacho rojo -"para la banda militar", explica- y los con penacho blanco -para oficiales y cadetes- que se ven en distintos rincones. Y que comparten espacio con gorras de carabineros, del Ejército, medallas, escudos y distinta indumentaria militar.

Hans no niega lo obvio. La decoración habla por sí sola. "Somos un restaurante con una visión de la historia reciente de Chile".

Sin decir ningún nombre, destaca que en su restaurante "se ha logrado algo muy bonito. Viene gente de todos los sectores, que se junta acá a conversar, o yo los junto en la barra sabiendo que uno es DC, otro es de RN y veo que siempre al final tienen algo en común. Aquí todos somos iguales, nadie está encima de nadie".

"A las personas hay que acogerlas cuando lo están pasando mal"

La hora avanza, el chucrut y la mostaza dan paso a los strudel y a la crema chantilly que, con abundancia, decora la mayoría de los postres.

Mientras el bar y las cuentas están en manos de Hans, la cocina es territorio de Gisela. Con ellos trabajan dos hijas y un sobrino que hace pocas semanas llegó desde Alemania, a quien el español aún no se le da fácil.

¿Por qué se acercó a Pinochet cuando este vivía sus últimos años? No solo por su respeto al ejército prusiano. Dice que a las personas hay que acogerlas cuando están "pasándolo mal" y no ser amigos solo cuando están en lo alto.

Es jueves en la noche. Como todas, el local hoy está lleno. Solo reservando con uno o dos días de antelación es posible conseguir una mesa.

Esta noche una de ellas es ocupada por un cliente frecuente del lugar: el ex alcalde de Providencia, Cristián Labbé, quien comparte con unos amigos en una mesa cerca del bar.

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