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Entrevista Sacerdote, crítico, poeta, ensayista, docente

José Miguel Ibáñez Langlois: "Soy cura / y qué"

domingo, 30 de agosto de 2015

María Teresa Cárdenas
Artes y Letras
El Mercurio

Ante la negativa absoluta a escribir sus memorias, tres académicos de la Universidad de los Andes lograron convencerlo de que diera una entrevista sobre hechos relevantes de su vida. El resultado es Conversaciones con J. M. Ibáñez Langlois , que publica Editorial Universitaria.



Tras varios días de entrevistas con José Miguel Ibáñez (Santiago, 1936), Braulio Fernández, Patricio Fernández y Sebastián Urruticoechea -profesores de la Universidad de los Andes en distintas disciplinas- le pidieron que citara un poema que hasta hoy lo identifique. "Soy cura / y qué / otros buscan perlas en el fondo del mar / o instalan ojos y oídos humanos en la estratósfera / yo trabajo en este y en el otro mundo (...)" se lee al comienzo de "Oficio" ( Poemas Dogmáticos II , 1994), el texto elegido y la conclusión más coherente para estas Conversaciones con J.M. Ibáñez Langlois . La idea del libro, cuentan los autores en la introducción, surgió al constatar que "él jamás escribirá sus memorias" y que por lo tanto se perderían "muchas realidades (...) dignas de ser rescatadas para un público más amplio que el de la estricta intimidad". Así, el volumen permite una aproximación al universo del sacerdote del Opus Dei, desde su primera infancia hasta hoy, cuando se acerca a los ochenta años -mañana cumple 79-, pasando por el descubrimiento de su vocación religiosa, su intento inicial de desoírla, la resistencia de sus padres, sus estudios, la admiración por José María Escrivá de Balaguer, la participación en la Comisión Teológica Internacional, su papel en foros y debates... También hay espacio, aunque menor, para el poeta -autor de Poemas dogmáticos (1971), Futurologías (1980) y Libro de la Pasión (1987), entre otros-, el ensayista, el docente y el crítico literario de "El Mercurio" desde 1966, su álter ego Ignacio Valente.

No fue fácil convencerlo de llevar adelante estas conversaciones, y menos de convertirlas en libro, pero cedió porque a los tres académicos los conocía desde hace muchos años, y "me daban confianza de que respetarían las condiciones que yo mismo pusiera para dar la entrevista", explica. La primera: "No entrar en mayores intimidades del alma".

-¿Por qué?

-Tal vez por pudor. No me gusta ventilar las interioridades, sobre todo de carácter espiritual o moral, aunque confieso que yo mismo a veces me salté esta norma por necesidad de algunos temas. Por ejemplo, cuando me preguntaron sobre mi vocación al Opus Dei, y dentro del Opus Dei la vocación al sacerdocio, era imposible contar lo que me había pasado sin mostrar algo de mi alma. Y quizás en otros pasajes ocurrió algo parecido. Pero la condición era "hechos", nada más.

La segunda, y última, condición: "Que esta no sería una entrevista erudita, que no me iban a preguntar por mis ideas sobre esto y lo otro, ni mis opiniones". Sin embargo, también las hay. "Sí, las hay -reconoce-, pero al hilo de los hechos, incluso al hilo de las anécdotas mismas. Yo no quería que me preguntaran 'qué piensa usted de', menos todavía de problemas de la Iglesia, del mundo, del país. Solo las ideas que van implícitas en las acciones, en las conductas que yo contaba. Y por eso, a lo largo de todas las respuestas no hay nombres propios de filósofos, de teólogos, de escritores, ni citas. Yo quería que fuera una cosa más simple; en el fondo, que se atuviera al género periodístico. Eso a mí me parecía más adecuado, o sea, más alejado de unas memorias".

-¿Qué significó para usted hacer estos recuerdos?

-No fue para mí un esfuerzo de memoria; lo habría sido con otras preguntas o con otros temas, pero lo que me preguntaron y yo contesté, desde la primera infancia hasta hoy, está tan fresco en mi memoria, que no hubo ningún esfuerzo intelectual para recordar, y si lo hubiera habido, tal vez me habría negado a contestar, porque no se trataba de estrujar ni mi memoria ni menos todavía mi conciencia.

-Usted se niega a escribir memorias. ¿Tampoco ha tenido diarios?

-No, jamás he escrito una línea de un diario. Ni lo haría. Probablemente la gente escribe diarios para aclararse a sí misma su situación, ideas, actitudes en la vida. Pero yo creo que tengo otras vías, y primero que nada, los ratos diarios de oración delante de nuestro Señor Jesucristo, para obtener esa cierta claridad, porque uno nunca se conoce tanto a sí mismo. Entiendo que para algunas personas es una necesidad real, pero yo tengo una resistencia muy grande, ya no solo al diario, sino a las autobiografías y a las memorias. Por dos razones: primero, solo vale la pena escribir de esa forma autobiográfica cuando la vida de uno ha sido particularmente interesante, y no creo que mi vida lo haya sido. A lo más, ha sido variada, y más que nada porque las distintas épocas del mundo, de la Iglesia, del país, que me han tocado, son variadas.

-¿Se siente más testigo que actor principal?

-Exacto. Y, por otra parte, para que esos géneros se den bien, hay que tener una buena pluma narrativa y yo nunca he tenido pluma narrativa. Yo he escrito muchos poemas, muchos ensayos, pero cada vez que he querido contar algo de mi vida o de cualquier otro asunto, no me ha resultado; no sé narrar.

-¿Aunque su mamá lo incentivara cuando niño, pagándole por sus cuentos?

-Esos cuentos de infancia, a los siete u ocho años, eran ¡espantosamente! malos, convencionales, subproductos de lecturas del género de aventuras. Eran para mí parte de las mismas aventuras que leía y que practicaba, sobre todo a Sandokán, el tigre de la Malasia. En cambio, cuando más tarde en la vida he querido narrar, no he podido; especialmente me pasó cuando le daba vueltas al Libro de la Pasión . Yo traté de escribirlo de todas las maneras posibles: intenté teatro, un fracaso; intenté relatos en torno a los pasajes del Evangelio que narran la pasión de Cristo, no me resultó. Finalmente, salió poesía; no podría haber salido de otra manera.

El libro tiene un énfasis muy marcado en la vida religiosa de Ibáñez Langlois y su temprano acercamiento al Opus Dei, cuando su presencia en Chile era incipiente. "Yo me imagino que Dios, nuestro Señor, me tenía destinado al Opus Dei -revela-. Pero pensando luego en mi mentalidad, yo no habría pertenecido a ninguna otra institución de la Iglesia católica. De no ser del Opus Dei, yo sería un fiel católico así no más. Porque todo lo que me fascinó del Opus Dei, no lo encontré nunca en otras instituciones de la Iglesia; no quiero comparar, estoy hablando subjetivamente de mí mismo. Por lo que yo sabía de ellas no me interesaron lo suficiente; de hecho, nunca participé en nada. Yo pasé de ser un fiel católico laico común y corriente al Opus Dei.

-En varias partes usted se define como "cura-cura". ¿En oposición a otro tipo de curas?

-Cuando yo digo que soy cura-cura, no lo digo en oposición a nada. Solo quiero decir que la ocupación central de mi vida ha sido sacerdotal, y particularmente con cierta forma específica de ministerio, la confesión, la orientación y dirección espiritual, la predicación y la docencia. Entonces he hecho otras cosas, pero para mí son todas marginales en relación al sacerdocio. Además, ninguna que se opusiera a mi condición sacerdotal, porque yo podía ser cura y escribir, ser cura y leer, ser cura y hacer crítica. Había una compatibilidad completa. Aunque parezca que yo he andado por ahí en debates y escribiendo y desempeñando otras actividades, para mí el sacerdocio ha sido la columna vertebral de mi vida entera.

Sobre la posible anteposición del sacerdote en su trabajo como crítico literario, señala categórico: "Las actividades que no eran específicamente sacerdotales yo las he realizado respetando rigurosamente las leyes propias y autónomas de esa actividad. Yo no he sido el 'curicrítico' que dijo Neruda. Cuando he hecho crítica no he dejado de ser por eso sacerdote, ni cristiano ni creyente, pero he respetado la autonomía del orden literario y sus valores: la belleza, la calidad del lenguaje, y no me he atenido a otros criterios que no fueran esos".

-Pero algunos escritores que se han enojado por sus críticas culpaban al sacerdote.

-Cuando uno comenta libros en forma crítica, los autores buscan toda clase de explicaciones que no sean literarias: "Lo dijo por ser cura", "lo dijo por ser de mentalidad tradicionalista", cualquier cosa menos el hecho desnudo de que como lector y como crítico yo no encontré valor. El resto son inventos.

-¿Por qué le destinaron tan poco espacio al crítico literario en el libro?

- Yo le destiné poco. Porque es el mismo espacio que ha ocupado en mi vida, pequeño. Que la gente conozca más, a veces, a Ignacio Valente que a José Miguel Ibáñez es otro asunto, pero la crítica no ha ocupado un espacio mayor que ese en mi propia vida. Si ha sido casi un hobby , un pasatiempo.

Para José Miguel Ibáñez, la vocación religiosa "se parece más a un salto en el vacío, confiando en que la gracia de Dios lo sostendrá a uno", y la distingue de otras vocaciones: "Donde no hay fe, hay salto, pero no se salta propiamente al vacío de lo visible; quiero decir, no es un salto que se da en nombre de lo invisible, de lo misterioso. En ese sentido, el verdadero riesgo en la vida es el riesgo de la fe y el riesgo de la llamada divina. Alguien con audacia escoge una carrera que, por ejemplo, no le va a dar tantas ganancias pero le gusta más, pero eso no es comparable a entregar la vida a quien no se ve ni se toca ni se palpa, en quien se cree por pura fe teologal".

Por lo mismo, considera que su vocación poética "no fue ningún salto". Y curiosamente, en parte se la debe a Neruda.

-Dentro de las experiencias no religiosas ni espirituales de mi vida, quizás la más intensa ha sido el deslumbramiento poético, es decir, el descubrimiento del lenguaje humano, y eso me ocurrió a mí aquel día y en aquella hora, que está relatada ahí, oyendo el disco de las 'Alturas de Machu Picchu' recitadas por el propio Neruda. Yo entré en un mundo que no sabía que existiera, aunque pensé que estaba en él porque escribía. No tenía la menor idea. Es allí cuando yo supe qué es el lenguaje, qué es la palabra y qué es la poesía, todo junto.

-¿Hubo otras obras o autores que lo remecieran de algún modo?

-Pocos, por lo menos con ese grado de intensidad. En materia de poesía, Parra. En otros términos, los Diarios de León Bloy. Él sí podía y debía escribir diarios. El poder verbal de ese hombre es una fuerza de la naturaleza. Yo creo que empecé a leer a León Bloy bastante temprano en mi vida, a la altura de mi ordenación sacerdotal, muy poco después, y lo recuerdo porque cuando me tocaba predicar retiros de dos o tres días a universitarios, yo me solía llevar algún libro suyo para agarrar fuerza en la predicación. Y a veces hasta el día de hoy lo hago. Ese hombre habla apasionadamente de Cristo.

A él también le han dicho que es apasionado. Y no lo niega. Con esa pasión ha dado luchas en distintos temas.

-Bueno, hoy no las doy porque creo que ya basta. No quiero seguir siendo el gallito de pelea, incluso aunque pudiera. Pero me parece que aquellos debates, en su momento, fueron necesarios para el bien de la Iglesia, de las almas, y para el bien de las humanidades y de la literatura. Pero estoy retirándome de la vida pública aceleradamente. Me queda poco, la crítica. Pero ya no escribo poesía, hace veinte años. Ya no participo en foros y debates, salvo muy contadas ocasiones. Es hora de retirarse a los cuarteles de invierno.

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